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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

UN VIAJE EN EL TIEMPO A LA ZALAMEA DE FINALES DEL SIGLO XVIII

UN VIAJE EN EL TIEMPO A LA ZALAMEA DE FINALES DEL SIGLO XVIII

En esta ocasión  vamos a proponerles que hagan ustedes un esfuerzo de imaginación y viajen con nosotros a la Zalamea de finales del siglo XVIII. Nos trasladaremos en el tiempo y apareceremos ante las casas del Concejo de la calle de la Plaza en la última década del siglo (1790). Antes nos hemos informado y nos vestiremos a la usanza de la época para no levantar sospechas.

Lo primero que nos sorprende  al llegar es ver  un espacio muy distinto al que hoy podemos ver. El aspecto de las casas es más rústico y todas están encaladas, la calle no está asfaltada ni enlosada y solo en algunos lugares, especialmente en las entradas al interior de las casas observamos un reducido espacio cuidadosamente empedrado. Es un día laborable y hay pocos hombres, sólo se ven algunas mujeres vestidas con una falda algo  abombada y larga hasta los tobillos y con una especie de mantilla grisácea echada a los hombros y cruzada sobre el pecho, la mayoría de ellas lleva un pañuelo cubriéndole el pelo y amarrado debajo de la barbilla. Una piara de cabras, bien conducidas, cruza la calle en dirección a las afueras.

Le  preguntamos a algunos viandantes cuál era el  Ayuntamiento y nos señalaron un edificio, situado justo donde se encuentra el actual pero con un aspecto diferente. Entramos en él y nos recibe un alguacil -(el aguacil era un cargo municipal con funciones policiales  y encargado de ejecutar las órdenes de alcaldes y regidores). Ante él nos identificamos como visitantes que reuníamos datos de esta población para elaborar un censo geográfico y estadístico. El hombre iba vestido con una chaquetilla larga, con unas calzas por debajo de la rodilla y zapatos con grandes hebillas y se cubría la cabeza con un sombrerillo de tres picos de color negro. En la mano tenía una especie de vara, símbolo de su cargo. Después de los saludos de rigor le hicimos una serie de preguntas a las que amablemente accedió a responder.

La primera fue cuántos habitantes tenía el pueblo. Nos dijo que eran alrededor de 980 vecinos entre el núcleo principal y las aldeas (entonces los censos se hacían por vecinos; 980 vecinos  equivaldrían aproximadamente a una 4.200 personas).

Preguntamos a continuación por algunos detalles del pueblo y se extrañó al oírnos nombrar algunas calles que aseguró no existían y pasó a enumerarnos las que el conocía: La Iglesia , Hospital, Alameda, Manovel, Rollo, La Plaza, Castillo, Olmo, Pie de la Torre (actual Don Manuel Serrano), Cruz, San Vicente, Caño, Real, Fontanilla, Nueva, La Fuente, Barrio (actual calle de San Sebastián, junto a la ermita de la Pastora), Tejada y Ejido. Asegura con rotundidad que no conoce otras, aunque dice que hay algunas casas sueltas en un lugar próximo que llaman el cabezo de Martín. Igualmente le interrogamos acerca de las aldeas. Nos dice que en aquel año tenía 15, pero que antaño tuvo muchas más. (Las existentes en ese año eran: El Buitrón, El Villar, Membrillo Alto y Bajo, Marigenta, Las Delgadas, Corralejo, Montesorromero, Pie de la Sierra, Riotinto, Ventoso, Ermitaños, Campillo, Traslasierra, y Pozuelo)

 Nos interesamos seguidamente por la vida en la Zalamea de aquel tiempo y su economía, pero entonces respondió que nos llevaría ante alguien que podría darnos una información más exacta  sobe esos asuntos. De esa manera nos acompañó a una sala donde, sentado tras una vieja mesa, nos recibe el mayordomo de propios (el mayordomo era un cargo municipal responsable de la administración de los bienes y propiedades del municipio). Éste tenía encima de la mesa un libro abierto en el que enseguida nos fijamos e identificamos. No obstante le preguntamos por él y el buen hombre después de mirarnos con cara de extrañeza nos dijo algo que nosotros ya sabíamos: eran las Ordenanzas Municipales de 1535. Por sus gestos y la manera en que nos habló de él comprendimos el valor que  este libro seguía teniendo para ellos.

Nos presentamos nuevamente y le rogamos nos facilitara más datos sobre población, oficios y propiedades. Para responder a nuestra pregunta se levantó y buscó despacio entre varios legajos de donde sacó unos papeles en los que leyó:  vivían en el pueblo de 2184 hombres y 2045 mujeres. Entre los cuales había 5 mercaderes, 415 labradores arrendatarios, 620 jornaleros, 145 pastores de todos los ganados, 1 armero, 3 cerrajeros, 4 sastres, 8 zapateros, 8 curtidores, 4 carpinteros, 1 arriero, y 8 taberneros.

Nos dijo igualmente que entre los principales hacendados estaban don Martín Bolaños, don Pedro Lorenzo Serrano, don Juan Santana de Bolaños, don Francisco Beato Romero y don José González Serrano, añadiendo que aunque había otros muchos más ninguno alcanzaba en rentas a estos.

Que había en el término municipal de la villa unas minas, pero eran propiedad de la corona, las Reales minas de Riotinto; nos contó en un tono confidencial que años atrás los responsables de la explotación habían intentado formar un pueblo aparte con el nombre de San Luis de Riotinto, pero el Ayuntamiento se había opuesto tajantemente y el gobierno no se lo había  concedido.

Dándole las gracias salimos de las casas capitulares y caminamos un poco por el pueblo, pasamos cerca de una cárcel de reciente construcción, nos sorprendieron los enormes corrales  con paredes de piedras que tenían la mayor parte de las casas, nos acercamos a la Iglesia y pudimos observar que había sido restaurada y encalada por completo hacía poco tiempo. (El terremoto de Lisboa de 1755, hacía poco más  de 40 años,  derrumbó la torre y gran parte del edificio). Entramos en su interior y comprobamos que varios religiosos se afanaban en disponer los preparativos para una misa que se iba a celebrar en breve. Nos acercamos a uno de ellos  por mera curiosidad para conocer detalles  de primera mano y preguntamos por el cura. Pero contestó, con cierta sorpresa, preguntándonos  por cuál de ellos. ¿Hay más de uno? dijimos. Se nos contestó que había siete curas, seis acólitos y siete sacristanes. Con un poco de habilidad conseguimos sonsacarle más información.

Nos contó que había seis parroquias en Zalamea. Una en el caso urbano y cinco en las aldeas. Que había doce capellanes responsables de las capellanías creadas en el pueblo (Una capellanía era una institución fundada por una persona, generalmente acaudalada, y atendida por un religioso, para que cumpliera algunas funciones religiosas y obras pías). De los siete curas, tres ejercían en el pueblo y cuatro en las aldeas. Como vimos que iba llegando gente y que se acercaba el inicio de la misa no quisimos interrumpirle más y volvimos a salir a la calle.

Intentamos entonces saber algo sobre el tema sanitario y nos acercamos a un anciano que caminaba lentamente ayudado por un grueso bastón para  preguntarle por un médico que pudiera remediar un inventado dolor de espalda que uno de nosotros padecía. El buen hombre nos respondió que aunque en el pueblo había dos médicos, un cirujano, (el cirujano podría ser el equivalente hoy a un ATS), un veterinario y un boticario,  normalmente  para remediar estas dolencias ellos acudían a una anciana que, con unos ungüentos sacados de ciertas hierbas que ella misma recogía, curaba estos males milagrosamente.

Seguimos andando y volvimos a la calle que en aquel momento ya se conocía como de La Plaza y escuchamos de repente un enorme bullicio y griterío de niños. Se abrieron las puertas de una casona grande y salieron ordenadamente un elevado número de infantes de todas las edades que calculamos estarían entre 8 y 12 años y que nada más alejarse corrieron en desbandada bromeando entre ellos. Cuando todos se marcharon, un señor vestido  con una chaqueta raída con las consabidas calzas y un pañuelo blanco anudado al cuello, salió y cerró la puerta. Nos acercamos a él y le preguntamos si era el maestro. Nos confirmó que así era efectivamente  y después de interrogarle sobre varias cuestiones relacionadas con su trabajo, el hombre nos informó con paciencia y educación que había en la villa dos escuelas de primeras letras, teniendo cada una alrededor de 45 o 50 niños y que solo asisten a ellas los varones y no había escuela de niñas. Se lamentó de que su sueldo era de 666 reales de vellón de los que tenía que pagar el alquiler de la casa, con lo que su sueldo no le llegaba para vivir y tenía que sacar  un dinero extra dedicándose a escribir cartas o dar clases en su domicilio a los hijos de las familias acomodadas, además de llevar las cuentas a algunos hacendados.

Después de este breve paseo por el pueblo nuestro viaje en el tiempo se agotó y hubimos de regresar a nuestra época, pero con la decidida determinación de volver de nuevo para conocer más detalles de la vida de esta nuestra Zalamea del siglo XVIII.

 

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