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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

Varias épocas

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL CULTO A SAN VICENTE EN ZALAMEA LA REAL

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL CULTO A SAN VICENTE EN ZALAMEA LA REAL

De todos es sabido que San Vicente Mártir es patrón de Zalamea la Real desde 1425. Veamos como se origina y desarrolla el culto a este Santo desde el principio. El principal obstáculo que encontramos es la ausencia de documentación si exceptuamos las antiguas reglas, aunque éstas contienen de por si bastante información sobre este tema, información que hay que interpretar para llegar al fondo de la cuestión. Se trata de un libro escrito en el mencionado  año de 1425,  transcrito íntegramente, por hallarse el original en mal estado, en 1638, que narra como es elegido el Santo y continúa con la  relación de  las reglas de la primitiva hermandad. En él se dice que el 24 de Marzo de aquel año se reunieron la mayor parte de los habitantes de la villa y su término para elegir un patrón que intercediera por ellos ante Dios para protegerles de la epidemia de peste que asolaba nuestro pueblo. Se echaron en un cántaro las papeletas con todos los nombre de los santos y un niño sacó la del bienaventurado San Vicente por tres veces consecutivas, con lo que ante tal hecho prodigioso el pueblo lo aclamó como patrón.

 Al margen de lo relatado en el libro sobre la forma de elección, algunos indicios contenidos en el texto y en documentos posteriores apuntan a la posibilidad de que la devoción por San Vicente se practicara ya en el pueblo en círculos restringidos  de familias descendientes de los primeros repobladores que llegaron después de la reconquista a los musulmanes. Tres razones fundamentales dan solidez a esta hipótesis:

 1.Los primeros cultos a santos concretos en esta parte de Andalucía fueron introducidos por los repobladores castellanos y leoneses que lo instauraron en las tierras conquistadas. Un ejemplo de ello lo tenemos igualmente en Santa María de Ureña a la que se le rindió culto en la ermita de San Blas antes de que se destinara a este santo y Santa Marina en el Villar. No debemos olvidar que apenas habían transcurridos poco más de cien años desde la llegada de los primeros repobladores procedentes de los reinos de Castilla y León.

 2. Tenemos constancia de que el culto  a San Vicente se extendió por la España cristiana en los siglos XIV y XV por la creencia popular de que el santo intercedía en los casos de sequía y epidemia, hechos íntimamente relacionados, ya que algunos casos de epidemia venían precedidos de una prolongada sequía. Dio pie a esta creencia el conocido milagro que cuentan de San Vicente cuando siendo conducido al martirio hizo manar agua de un pozo seco para que saciaran la sed sus guardianes. Zalamea se debió  ver afectada en aquel tiempo por una epidemia de peste que asoló gran parte del suroeste peninsular y que se encuentra documentada en la historia general y a la que además hace referencia el propio libro de las reglas. Este hecho motivó la necesidad de elegir a un santo que los protegiera contra aquella. Es de todos conocido que en la Edad Media se buscaba en la religión el remedio a muchas enfermedades que no se podían frenar sanitariamente.

 

3.Las fuertes donaciones de suertes de tierra y bienes que recibió la hermandad, ofrecidas por los primeros componentes de ella inmediatamente después de la elección, hacen sospechar que estas personas tenían ya una arraigada fe en el santo, fe que no se adquiere en tan pocos días, de lo contrario es dudosa tal prodigalidad hacia una hermandad tan recientemente constituida.

             Sea como fuere, a partir de 1425, su culto se extiende rápidamente entre la población. Contribuyó a ello tanto la forma de elección como el interés que se tomaron los primeros dirigentes en realzar la celebración en honor del santo mediante copiosas comidas para los hermanos y las limosnas que se repartían entre las personas más necesitadas de la villa: mendigos, viudas y enfermos. Es de resaltar que las celebraciones no tenían lugar sólo en torno a la festividad del patrón, sino también en otras fechas del año.

             Hay que significar, además, que el patronazgo no se limitaba  a la villa sino también a todas las aldeas del término municipal en él comprendidas como lo demuestra que entre sus primeros priostes figuraran personas del El Buitrón y El Buitroncillo. Podemos narrar, como anécdota, la leyenda de la rivalidad entre las hermandades de Santa Marina en El Villar y San Vicente en Zalamea que nos cuenta que la ermita de este último santo se edificó mirando hacia aquella aldea mientras que la de Santa Marina le daba la espalda como gesto de desprecio. Leyenda que carece de fundamento puesto que la realidad es que todas las ermitas se construían en aquel tiempo mirando hacia poniente, como podemos advertir igualmente en la de San Sebastián y San Blas.

 

            En el primer tercio del siglo XVII el visitador del arzobispado, Don Pedro de Medina, se sorprende de las dimensiones que alcanza el culto a San Vicente y observando que aún no se habían legitimado las reglas obliga a la hermandad a someterlas a la aprobación de Sevilla. Momento en el cual los hermanos deciden transcribirlas a un nuevo libro por encontrarse el primitivo en mal estado y enviarlas para su aprobación al arzobispado.  Lo que tuvo lugar el 11 de Mayo de 1638.

             La devoción por San Vicente continuó creciendo y las cantidades que se empleaban en su celebración superaba con creces a las de otras. Sabemos que en 1770 se destinaban a este fin 600 reales de vellón cuando la mayoría de cofradías y hermandades restantes raramente superaban los 200 reales de vellón para sus fiestas.

             Otro episodio de la evolución del culto a San Vicente ocurre en 1773 cuando los hermanos caen en la necesidad de obtener la ratificación pontificia. De esta manera el Ayuntamiento convoca mediante toques de campana a los vecinos con el fin de confirmar la elección del patrón. Ratificación que se llevo a cabo por 764 votos a favor, la práctica totalidad de los hombres adultos del pueblo, los únicos que tenían derecho a decidir. Seguidamente se iniciaron los trámites  para conseguir la aprobación de Roma, aunque no existe constancia documental de si esa aprobación se llevó a cabo. Sin embargo  unos hechos acaecidos entre 1815 y 1818 nos hacen suponer que dicha ratificación se produjo efectivamente. Los hechos en cuestión se producen cuando las aldeas de Las Delgadas, Montesorromero, Pie de la Sierra y Corralejo promueven como patrona a Nuestra Señora de los Dolores a lo que Sevilla puso impedimento al advertirles que el patrono oficial de toda la jurisdicción de Zalamea era San Vicente. No conforme con ello, los vecinos de estas aldeas se dirigieron a Roma donde lograron su propósito pero haciéndoles saber que debían tener como copatrono a San Vicente. Esto último indica que en la Santa Sede, de alguna forma se tenía constancia y se aprobaba el patronazgo de este Santo en Zalamea.

             No debemos terminar  sin hacer mención a uno de los momentos cumbre de la devoción a San Vicente en el pueblo, que tiene lugar cuando en 1778 Don Manuel Gil Delgado, ilustre zalameño, clérigo y que más tarde se destacó en la resistencia ante los franceses durante la Guerra de la Independencia, trae de Roma una reliquia acompañada de una bula que la autentificaba. El Ayuntamiento en pleno se hizo eco de ello mediante una solemne sesión plenaria. Se desconoce el paradero actual de dicha reliquia.

             Desde la constitución de la hermandad hasta el momento han transcurrido  la friolera  de 586 años. Desde entonces el pueblo ha crecido, ha atravesado momentos muy difíciles y otros de prosperidad, pero las sucesivas  generaciones de zalameños han celebrado ininterrumpidamente la festividad de San Vicente Mártir.

 

Manuel Domínguez Cornejo                               Antonio Domínguez Pérez de León

PESOS, MEDIDAS Y MONEDAS ANTIGUAS USADAS EN ZALAMEA LA REAL

PESOS, MEDIDAS Y MONEDAS ANTIGUAS USADAS EN ZALAMEA LA REAL

           "E que lleve el mayordomo de postura de cada carga de pescado fresco, una libra,... de cada cuero de aceite, medio cuartillo, e de cada carga de sal, un almud..."

            (Capítulo XXV. Ordenanzas Municipales.1535)

                        "Primeramente que todas las cargas que pasaren por la dicha villa paguen el portaje de esta manera: De la carga de la bestia asnal si fuere de sal, una blanca e la de almeja cinco dineros, ... e lino e lana e aceite que paguen de cada carga tres maravedís ..." (Arancel de la renta del almojarifazgo)

 Esta pequeña referencia  con la que introducimos este artículo, tomada de las Ordenanzas Municipales de Zalamea de 1535, nos sirve como carta de presentación para referirnos a los pesos y medidas usados antiguamente. No pretendemos, como se deduce del título, hacer un estudio exhaustivo de las pesas y medidas que se usaron en general antiguamente antes de la normalización establecida por el Sistema Métrico Decimal (SMD), ni tampoco hacer un compendio de todas las pesas, medidas y monedas usadas antiguamente en general, tarea que excedería en mucho  el espacio de este artículo. Es nuestra intención limitarnos  simplemente, en esta ocasión, a aquellas de las que existe constancia documental u oral  de su uso en Zalamea. Nuestro objetivo es poner un poco de orden en la amalgama de nombres que aparecen relativos a este tema y por otro lado dejar constancia de cual ha sido el sistema que, con anterioridad a la normalización del SMD y al establecimiento de la peseta como unidad monetaria, usaban nuestros antepasados en su vida cotidiana.

            Vamos a dividir el trabajo en dos épocas, una primera que comprendería la Edad Media y Moderna (Siglos XV al XVIII) y una segunda que comprendería los siglos  XIX y  XX.

             En lo que se refiere a la primera época, lo más significativo al hablar de pesas y medidas - más adelante hablaremos de monedas-,  es que en aquellos tiempos no existía un canon o sistema de medidas universal, ni siquiera nacional, sino que tenía unos valores marcadamente locales hasta el punto que podía haber sensibles diferencias entre lugares no muy alejados entre sí. La falta de centralización característica de los reinos medievales que aún perduró de alguna forma durante los siglos XV al XVIII obligaba a que las autoridades locales controlaran celosamente los pesos y medidas que se usaban en el pueblo. De esta manera podemos ver como en Zalamea  el mayordomo (empleo municipal encargado de velar y administrar los bienes y propiedades comunales) guardaba los pesos y medidas que se utilizaban en Zalamea, y cualquier transacción comercial o valoración que se hiciera tenía que basarse en ellas  sólo y exclusivamente. Era una forma de ejercer el poder en una comunidad netamente agraria. Las medidas utilizadas en Zalamea se acogían al llamado "marco real de la ciudad de Sevilla", es decir a los  patrones oficiales establecidos  en la ciudad de Sevilla, fundamentalmente porque era de la que dependíamos primero política y después administrativamente. En este sentido estaba prohibido que los comerciantes que pasaran por nuestro pueblo usaran otras medidas distintas de las que guardaba el mayordomo.

             Centrándonos ya en las  medidas que se refieren a las distancias, en concreto de esta primera época, - insistimos en que hablaremos sólo de aquellas de las que hemos encontrado constancia documental -,  estaban la legua, la soga, la vara y el palmo como más usuales. La legua, valorada como la distancia que podía andar un hombre andando a paso normal durante una hora, ha mantenido a lo largo de tiempo un mismo valor y tenía una equivalencia con el actual SMD de cinco km y medio; la soga parece que tenía varios valores, así encontramos menciones a la soga toledana o a la soga de medir las majadas, mientras que a la soga común se le daba un valor de unas 32 varas, la soga toledana tenía un valor aproximado de 8 metros. La vara, utilizada para distancias cortas, también carecía de un valor normalizado, calculándosele una equivalencia de aproximadamente 0,86 m, era tomada como referencia, por ejemplo, para la altura de las paredes de la cerca o para medir las casas. El palmo, medida inexacta donde las hubiere, se correspondía  con la amplitud de la mano abierta del que la midiera y era utilizada habitualmente para limitar el ancho y el largo de las ramas en la poda de las encinas. El paso es también utilizado ocasionalmente y resulta además curioso comprobar el uso de medidas que debían tener un valor orientativo como fueron "el tiro de bala de fusil" o "el tiro de piedra"

             En lo que se refiere a las medidas de capacidad hay que distinguir entre las que se utilizaban para áridos (trigo, avena, cebada) y las usadas para líquidos. Entre las primeras encontramos la fanega, el almud y el cuartillo (que no hay que confundir con la cuartilla, usada en los siglos XIX y XX) y la media fanega para el pan. La fanega tenía una capacidad de 55 litros aproximadamente pero su peso dependía del cereal para el que se utilizara. Más adelante hablaremos de sus equivalencias.

             En lo que respecta a los líquidos encontramos la arroba, con sus variantes para el aceite y para la miel, el azumbre y el cuartillo. La arroba de líquidos tenía una equivalencia de 16 litros y constaba de 8 azumbres y éste a su vez de 4 cuartillos. Así pues el azumbre era aproximadamente  unos dos litros y el cuartillo medio litro, siendo ambas las más usadas para la compra diaria de vino y  aceite. Era usual también hablar del cuero de vino o de aceite ya que esa era la forma habitual de trasladarlos o conservarlos por recueros y comerciantes. La arroba de aceite equivalía a 12 litros y medio

             Para el peso se tomaban como medidas el quintal, la arroba y la libra. El quintal tenía cuatro arrobas, a la que hoy damos un valor de once kilos y medio, y la arroba tenía 25 libras con lo que el valor actual de esta última sería de unos 400 gramos. Al margen de ellos para el comercio se habla también de la carga menor (la del asno por ejemplo) y la carga mayor (la de mulos y caballos).

             Para referirse a superficies de tierra se hace mención de dos medidas: la fanega y la fanega de puño. La primera se utilizaba para hablar de una extensión de tierra en general y puede decirse que una fanega y media de las de aquellas constituían lo que hoy es una hectárea; la fanega de puño se usaba para referirse a las tierras de cultivo y equivalía a la extensión que podía sembrarse con una fanega de cereales, de ahí que se conociese también en otros lugares como fanega de sembradura, siendo su extensión menor que la de la primera.

             En lo que respecta a las monedas, el panorama no es muy distinto aunque éstas tenían un valor más unificado por cuanto generalmente estaban acuñadas por un poder que excedía al meramente local o regional. Las de uso más común en Zalamea, según constan en los documentos son el real de plata, el real de vellón, el maravedí, la blanca y el dinero. Conviene aclarar que el vellón es una aleación de plata y cobre que dependiendo de la inflación contenía más o menos de este último. Precisar hoy los valores de estas monedas es tarea imposible porque  variaron enormemente en función de la época, de la inflación derivada de las arcas reales y de la aleación con la que eran acuñadas. Lo más usual era que el real de plata valiese dos reales de vellón y éste último 34 maravedís; teniendo en cuenta siempre que a lo largo de todos estos siglos se acuñaron piezas con un valor de varios reales (de a 8, de 40 e incluso de 50 reales), al igual que el maravedí de los que hubo piezas de 2, de 4 y de 8. El maravedí fue una unidad monetaria muy popular y estuvo vigente en España prácticamente hasta pasada la mitad del siglo XIX, llegando en algunos momentos a ser un valor de referencia sin que existiera físicamente. Algo parecido a lo que ocurría  con la peseta.

             La blanca y el dinero eran monedas corrientes bastantes antiguas, de hecho solo encontramos mención de ellas en las Ordenanzas y también fluctuaron con el tiempo. La blanca valía usualmente medio maravedí. El dinero, vocablo derivado del dinar árabe, era una moneda de plata con aleación de cobre que  circuló en Castilla en los siglos XIV y XV y llegó a valer unas veces 7 maravedís, otras dos blancas y otras 5 blancas. Es curioso reseñar que estas monedas dieron lugar a expresiones populares que han quedado en la memoria de la gente, como es el caso de "tengo poco dinero" o "estoy sin blanca".

 Hay otras monedas menos usadas, quizá por su alto valor, pero que no queremos dejar de mencionar, se trata del ducado, utilizado en Zalamea hasta prácticamente la primera mitad del siglo XIX  y cuyo valor usual era de 375 maravedís y la otra es el duro que equivalía a veinte reales y que hizo su aparición, como vemos antes de la peseta.

             Con el tiempo, la extensión del comercio y la centralización de la economía y la administración, fenómenos que se intesificaron en el siglo XIX, las medidas y pesos, aunque seguían existiendo diferencias de valoración entre unos lugares y otros, fueron homogeneizándose con tendencia a la normalización de los valores; es por ello que este siglo y el XX lo hemos agrupado aparte. Durante la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX a pesar de la implantación progresiva del SMD se continuaron usando las medidas tradicionales, algunas de las cuales ya hemos mencionado pero ajustando en algunos casos sus valores. Así las de capacidad para cereales eran la fanega, la cuartilla y el almud. La cuartilla se utilizaba para recoger y medir el grano, cuatro cuartillas componían una fanega y dos almudes, una cuartilla. Como es natural el peso de la fanega dependía del tipo de grano; la de trigo es 44 Kilos, igual que la de cebada y la de cebada-avena, 36 Kilos. Para líquidos se utilizaba la arroba que equivale a 16 litros. En lo que se refiere al  peso, la medida de referencia era la arroba de peso cuyo valor es de once kilos y medio y se componía de 25 libras y la libra a su vez se componía de 4 cuarterones. El quintal de peso, distinto del quintal métrico, son 4 arrobas, es decir, 46 kilos.

             La primera ley que introdujo el S.M.D. en España fue promulgada en tiempos de Isabel II. Fue la llamada Ley de Pesos y Medidas de 1849, impulsada por el ministro Bravo Murillo, pero las enormes dificultades que entrañaba la introducción de este nuevo sistema retrasó su aplicación hasta 1853, no obstante en 1867 fue necesario publicar otro decreto que establecía su obligatoriedad; sin embargo la revolución de 1868 que derrocó a Isabel II impidió su ejecución. Por fin en 1875, reinando Alfonso XII se publica otro decreto determinando la obligatoriedad y así comenzaron  a hacerlo los estamentos oficiales. En el caso de Zalamea comprobamos como a partir de ese año se empieza ya a hablar de metros. No obstante la fanega, la arroba de líquidos y de peso permanecen aún como medidas de referencias en determinados ambientes tradicionales y en menos medida el quintal de 46 kilos.

 Otro tanto parecido ocurre con las monedas. La peseta entra en vigor  como unidad monetaria estatal el 19 de Octubre de 1868 y poco a poco se va convirtiendo en la unidad de referencia, a la que se ajustaron los valores del antiguo real y el duro; no obstante convivió durante algunos años con el maravedí, como se demuestra en algunos documentos cuando después de ese año aún se habla de maravedís. Por ejemplo, en el libro de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno no se habla de pesetas hasta 1888. De cualquier manera una vez desaparecida nuestra vieja y entrañable moneda, sustituida por el reciente euro, quizá convenga realizar un pequeño homenaje de recuerdo a aquellas otras que convivieron con ella como la moneda de 5 céntimos o "perra chica", la de 10 céntimos o "perra gorda", el real de 0,25 céntimos y sus múltiplos la moneda de dos reales y la de diez, que parecía una peseta grande, y el duro o moneda de 5 peseta o 20 reales. Todas ellas tuvieron acuñaciones que la inflación y el coste de la vida fueron reduciendo considerablemente.

 Esperamos con este breve trabajo haber contribuido a aclarar un poco el panorama respecto a las pesas, medidas y monedas utilizadas en Zalamea y en cualquier caso haber traído a la memoria de muchos usos y costumbres hoy desaparecidos.

LA LABOR SOCIAL DE LAS HERMANDADES RELIGIOSAS EN LOS SIGLOS XVI AL XIX

LA LABOR SOCIAL DE LAS HERMANDADES RELIGIOSAS EN LOS SIGLOS XVI AL XIX

           Las hermandades religiosas en general y en particular las antecesoras de la actual Hermandad de Penitencia - Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Sacramento y Vera Cruz- además de las procesiones, cultos y ceremonias  propias de su devoción, realizaron desde que se fundaron y hasta comienzos del siglo XX una labor social importante que no ha sido valorada lo suficiente y que nosotros pretendemos destacar en el presente artículo.

             La cobertura social que hoy ofrece el estado a los ciudadanos, atención sanitaria gratuita, subsidios, pensiones, etc., es el resultado de las reivindicaciones que  la clase trabajadora venía realizando desde el siglo XIX y  no se consolidó hasta bien entrado el siglo XX, así que con anterioridad a este último siglo estos servicios prácticamente no existían, con lo que no es necesario un gran esfuerzo para imaginarnos la situación: Los hombres trabajaban hasta que su edad o su salud se lo permitía, ya que de lo contrario si no tenía algún familiar que lo mantuviera quedaba en la más absoluta pobreza. Algo parecido les ocurría si enfermaban pues durante su convalecencia no recibían ninguna clase de prestación,  por lo general, por parte del patrón lo que les conducía, si su padecimiento se prolongaba, a una lastimosa situación. Especialmente triste era el caso de las viudas, puesto que su sometimiento al marido era tal que cuando éste fallecía, aunque fuese joven, si no encontraba alguna familia que la acogiese o un trabajo, generalmente peor retribuido que el del hombre, se veía obligada a vivir de la caridad. A  todos ellos hay que añadir los pobres, grupo constituido por un número de personas que podía variar según las épocas pero que siempre fue elevado. Estaba formado por ancianos y personas con algún tipo de deficiencia o invalidez congénita o adquirida; sin trabajo ni domicilio fijo vivían de la limosna en un estado de miseria del que les resultaba imposible salir.

             En este sentido las hermandades religiosas realizaron una labor que, en parte, vino a suplir las deficiencias asistenciales de la época. Desde la perspectiva de hoy puede considerarse meros actos de caridad, sin embargo, aunque así eran en efecto, puede dársele otra  consideración al tener un carácter más sistemático por estar recogido en las mismas reglas de las hermandades respectivas.

             Veamos, pues, la forma en que llevaban a cabo la labor social a la que nos estamos refiriendo. En primer lugar la mayoría de ellas disponía de un "hospital". Conviene aclarar, antes de continuar, que el concepto que hoy entendemos con este nombre difiere un tanto de aquel que se le asignaba en las Edades Media y Moderna. En esa época esta expresión servía para designar  una casa en la que se atendían y daba cobijo a enfermos e indigentes, propios o forasteros, así mismo se recogían pobres o transeúntes para que no durmieran en la intemperie, también servía como lugar de reunión para la Junta de Gobierno de la hermandad correspondiente. La figura de estos "hospitales" en nuestro pueblo ha sido poco estudiada hasta el momento sin embargo realizaron, en su tiempo, una labor social significativa, aunque naturalmente sin llegar, ni por asomo, a la que hoy realizan las instituciones que  conocemos con ese nombre. Deducimos que, al menos al principio, no tenían asignado médicos ni personal sanitario especializado, aunque pudieran visitarlo periódicamente. Comúnmente estaban atendidos por voluntarios o por algún matrimonio que utilizaba parte de sus habitaciones como vivienda a cambio de prestar atención a los allí acogidos.

             Tenemos constancia de la existencia de varios de estos "hospitales". La Hermandad de San Vicente dispuso del suyo propio, así fue también en el caso del Santísimo Sacramento, pero especial significación tuvo el de la hermandad de la Vera Cruz, cuyo nombre además conocemos: "Nuestra Señora de la Angustia". Este hospital estuvo situado en la calle de la Plaza y posteriormente fue dividido y convertido en escuela y cárcel municipal hasta que fue derrumbado para convertirlo en lo que hoy conocemos como "Paseo cuadrado". Conservó hasta ese momento un excelente pórtico de estilo renacentista.

             Un segundo aspecto de la labor asistencial de las hermandades se centraba en la entrega a "pobres y viudas" de limosnas o alimentos. Por lo común estas donaciones se realizaban principalmente en torno a la fecha de celebración de sus fiestas, por lo que parece un acto un tanto interesado, sin embargo era costumbre realizar estas entregas a lo largo del año, de forma periódica. En cualquier caso, dadas las lastimosas circunstancias en las que se encontraban los receptores de estos bienes, suponía un alivio, que si bien no resolvía la situación, ayudaba a cubrir al menos por unos días las necesidades básicas.

             Un tercer aspecto asistencial tenía igualmente gran relevancia, se trata de la atención a los difuntos. Hoy nos puede parecer de segundo orden, pero dada la mentalidad religiosa y las creencias de la época era de suma importancia para los sencillos ciudadanos que su cuerpo recibiese sepultura y se cuidase de que su alma no penara eternamente por los pecados cometidos. Es curioso comprobar como este aspecto preocupa  sobremanera, por encima incluso de los anteriores. De esta forma, las reglas de las hermandades recoge detalladamente, entre las obligaciones de los cofrades, el asistir a los entierros de los hermanos que falleciesen, dar sepultura a sus cuerpos y asistir a las misas y oraciones que se celebrasen para redimir el alma de los difuntos, estableciéndose penas para aquellos que no cumpliesen con estos preceptos.

             No hemos querido entrar en el aspecto filosófico de la cuestión, solo constatar unos hechos. Hoy esta función asistencial nos puede parecer, como ya hemos dicho, interesada  y, por supuesto, no fue el objetivo principal de sus actividades, pero el hecho de que  esté recogida  minuciosa  y profusamente en las reglas de las respectivas hermandades, le da un carácter sistemático que excede del mero acto de caridad ocasional y deja entrever una cierta conciencia social por parte de los componentes de aquellas Juntas de Gobierno, que en algunos casos donaban propiedades para que sus rentas se destinaran a limosnas. De cualquier forma, por pequeña que fuera, realizaron una meritoria labor social con personas que de otra manera se hubiesen visto abocadas al abandono más absoluto.

Manuel Domínguez Cornejo                  Antonio Domínguez Pérez de León