LA TOMA DE ZALAMEA POR LAS TROPAS NACIONALES DURANTE LA GUERRA CIVIL
Durante este mes de Agosto se cumple 85 años de la toma de Zalamea por las tropas nacionales durante la Guerra Civil. Con este motivo hemos considerado oportuno volver a publicar el artículo que en su dia hicimos sobre este episodio.
La toma de la Cuenca Minera fue considerada por el Estado Mayor del General Queipo de Llano como uno de los escollos más difíciles, por temor a la fuerte resistencia que sospechaban iban a oponer los mineros al avance de las tropas sublevadas contra la República para tomar el control de la provincia de Huelva. La operación fue planteada rodeando la comarca desde tres frentes, uno por tropas que bajarían desde la sierra por Campofrío, al mando del Comandante Redondo, otro desde El Castillo de las Guardas procedente de Sevilla, al mando del Comandante Álvarez de Rementería y finalmente el tercero, que es el que nos interesa porque sería le responsable de la toma de Zalamea, por tropas procedentes de Huelva, que se estacionaron en Valverde del Camino mandadas por el Capitán de la Guardia Civil Gumersindo Varela Paz, reforzadas por 100 falangistas llegados desde Sevilla en tres autobuses.
Esta columna estaba compuesta por efectivos de la Guardia civil, mandadas por Fariñas; guardias de asalto, a las órdenes del teniente Lora; tropas de infantería, encabezadas por Pérez Carmona y Briones; requetés mandados por Arcos y López de Tejada; y falangistas, cuyo jefe era Alfonso Medina. Todos, como hemos dicho, bajo las órdenes supremas del Capitán Varela.
Descansan la noche del 24 de Agosto en Valverde del Camino, donde algunos duermen en la cárcel que hizo de casa improvisada de hospedaje. Ese día se había recibido la orden general de operaciones del Estado Mayor donde se determinaba que Zalamea debía ser ocupada el día siguiente, miércoles 25. Desde el cuartel general se prepararon octavillas que fueron lanzadas el martes por la aviación en Zalamea animando a la población a rendirse, entregando rehenes que garantizaran la entrada pacífica de las tropas.
En el otro lado, en el pueblo, fiel a la República, enterados por las octavillas del inminente ataque de las fuerzas nacionales, se organiza la resistencia. Para ello se arman a civiles voluntarios que bajo el mando de las mismas autoridades del concejo se disponen a ocupar posiciones para defender la población, con este fin se hicieron uso de las armas que anteriormente había requisado la guardia civil y que estaban depositadas en el cuartel. Los lugares elegidos para ofrecer resistencia fueron la entrada de los Pocitos y el Alechín (hoy calle la Encina), igualmente se situó un puesto de vigilancia avanzada en la cima del Monte del Pilar Viejo, también se colocaron algunos milicianos armados en la entrada por el cementerio y un grupo de hombres con ametralladora en el campanario de la torre que no se había visto afectado por el incendio de la Iglesia del mes anterior.
Entretanto, en Valverde, sobre las dos de la madrugada comienzan los preparativos para iniciar la marcha; algunos simpatizantes agasajan a los soldados ofreciéndoles café y churros, y así sobre las cuatro de la madrugada se ponen en camino hacía Zalamea. Las fuerzas las componen alrededor de mil hombres que son desplazados en camiones, camionetas y automóviles que suman en total unos 30 vehículos. A su paso por el empalme de El Buitrón toman precauciones por los incidentes registrados en aquel lugar unos días antes en los que un grupo de milicianos atacaron a las fuerzas allí concentradas. La marcha continúa lentamente y alrededor de las 7 de la mañana la expedición está ya situada a unos dos kilómetros de Zalamea y comienzan a realizar los preparativos para el asalto final. Son apoyados por un aeroplano de la base de Tablada que sobrevuela el pueblo constantemente.
En el interior de Zalamea, el temor de las familias que se agrupan y se refugian en las casa que piensan están más protegidas contrasta con el arrojo y valentía de los que se aprestan a resistir confiando en que podrán rechazar el ataque.
Para acometer el asalto, las fuerzas nacionales se reorganizan en tres grupos, el primero bajo las órdenes de Fariñas e integrado por guardias civiles, intendencia y carabineros se despliegan y entran por el Centro; por la izquierda, guardias de asalto al mando de Lora rodean el pueblo para entrar por el camino de la Zapatera, y por la derecha, conducidos por Varela, otro grupo de guardias civiles y requetés avanzan hacia la Estación Nueva. El primer encuentro se produce al toparse con el puesto avanzado republicano colocado en el Monte del Pilar Viejo; pero, aunque la resistencia de éste es heroica, es reducido fácilmente y se coloca allí uno de los cañones que bombardean las posiciones republicanas. Continúan adelante por Los Pocitos donde vuelven a encontrar combatientes republicanos a los que obligan a retroceder. El frente formado por las tropas al mando de Fariñas se extiende en una línea que alcanza alrededor de un kilómetro por los cercados de La Florida y el Alechín; allí se producen de nuevo enfrentamientos; pero los bombardeos de las posiciones fieles a la república por el avión de Tablada fuerzan a la resistencia a replegarse hacia el centro del pueblo. Las tropas nacionales que han conseguido penetrar en el interior del casco urbano se encuentran con los disparos que hacen desde los altos de la Torre, produciéndose un tiroteo que acaba cuando los milicianos apostados allí se convencen de la inutilidad de su esfuerzo y abandonan la posición por temor a verse aislados. En los enfrentamientos de la calle de la Plaza muere un miliciano y un oficial del ejército nacional.
Uno de los últimos combates se produce en la puerta del Ayuntamiento desde donde hubo un intenso intercambio de disparos con las fuerzas ocupantes que se colocaron en el bar de la acera de enfrente. Los impactos de las balas fueron perfectamente visibles en las gradas que subían al piso alto del consistorio municipal hasta la remodelación del edificio en tiempos recientes. Cuando entienden que toda resistencia es inútil, los combatientes republicanos que no fueron capturados intentan salir del pueblo; un grupo lo hace por San Vicente, pero son interceptados por las fuerzas que suben desde la Zapatera, produciéndose disparos que causan varias bajas en ambos bandos. Otro grupo intenta salir por el este en dirección a Campillo y Riotinto pero se encuentran con las fuerzas que habían tomado posiciones en la Estación Nueva. A pesar de todo, algunos logran burlar el cerco saliendo por la Morita y consiguiendo llegar a El Campillo.
La toma de Zalamea fue un episodio breve pero singularmente difícil en relación con otros pueblos de la Cuenca e incluso de la provincia, pero era un hecho perfectamente previsible. Al ánimo y al coraje de los leales a la República, algo más de un centenar de hombres con escaso o nulo entrenamiento militar y con un armamento deficiente e irregular, se oponían unas fuerzas de un millar de soldados bastante bien organizados, con un armamento superior y con apoyo aéreo.
Esta primera operación militar termina alrededor de las 10 de la mañana. A partir de ahí las fuerzas ocupantes recorren las calles golpeando las puertas de las casas y obligando a sus propietarios a salir a la calle para efectuar después un registro en busca de refugiados fieles a la República. Las puertas que no se abren son derribadas violentamente. La gente atemorizada sale a la calle con los brazos en alto gritando las consignas fascistas por miedo a las represalias. El terror que se implanta en esas primeras horas hace que muchos refugiados se vean delatados por los mismos que le había dado refugio. Inmediatamente se procede a liberar a los presos de derecha que estaban en la cárcel y en la escuela próxima, que habían conseguido salvar su vida gracias a la rectitud del alcalde republicano Cándido Caro, actitud que luego no se vio correspondida. Igualmente se comienza a requisar agua y comida para la tropa.
Unas horas después, sobre el mediodía, desde El Campillo y Riotinto, enterados por los que consiguieron escapar de la toma de Zalamea, se inicia una contraofensiva para intentar recuperar el pueblo. Esto se hace desde dos frentes: uno a través de la carretera nacional con dos camiones blindados que se habían preparado en Zarandas seguidos de una camioneta amarilla cargada de voluntarios, el otro frente intenta penetrar por la Estación Vieja. Las tropas nacionales, alertadas por unos vigías colocados expresamente, se apostan en los altos de la Estación Nueva con ametralladora y un cañón para contrarrestar la inicial ventaja de las atacantes republicanos. Contaron de nuevo con el apoyo de la aviación que tuvo una intervención definitiva en el final de esta ofensiva. Se produce un fuerte enfrentamiento y los nacionales desde la ventajosa posición de las tropas de Varela en los altos de la Estación Nueva, consiguen inutilizar los camiones blindados que, aunque ofrecían protección contra los disparos, eran difíciles de manejar por su gran peso, consiguiendo finalmente detener, aunque con dificultad, el avance de los republicanos, y después de duros combates, que casi rozaron el cuerpo a cuerpo, logran hacerlos retroceder.
De la dureza de este último episodio dan fe las numerosas bajas producidas. Los nacionales perdieron a dos hombres y más de una docena de heridos, sin embargo las más cuantiosas pérdidas tuvieron lugar en el bando de los republicanos que dejaron un número elevado de muertos esparcidos por la zona. Los que huyeron difundieron la noticia y contribuyeron involuntariamente a crear el desánimo y el temor en el resto de los pueblos de la Cuenca.
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