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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

Como por muchos es sabido se define como reliquia en el ámbito religioso todo o parte del cuerpo o vestimenta de un santo que se venera como objeto de culto. También se considera con este nombre aquellos elementos materiales que fueron usados o estuvieron en contacto con él en momentos claves de su vida.

Al tratar de profundizar en las reliquias que hoy se veneran de San Vicente nuestra intención fue hacer una relación, si no exhaustiva, al menos bastante completa de todas ellas. Pero es tal su número, variedad y localización  que resulta imposible en este espacio acometer tal empresa, por lo que nos limitaremos a hacer referencias de las más significativas, sin olvidar naturalmente las que hubo o hay en Zalamea.

Veamos como empieza todo. Sabemos que Vicentius o Vicentiusla de Osca, nuestro San Vicente, fue un diácono del obispo Valero de Zaragoza. Las referencias más antiguas de los hechos proceden de un poeta del siglo IV, Prudencio, que en su obra Peristéphanon, dedicada a los primeros mártires, refiere el martirio de San Vicente. Posteriormente otros autores han recogido la tradición oral sobre su sacrificio y muerte. Ante la ausencia de restos arqueológicos y documentos debemos movernos en el terreno de las conjeturas e hipótesis. Según las fuentes antes mencionadas y las referencias históricas de la época, allá por los inicios del siglo IV (303-305) Publio Daciano, prefecto de Hispania citerior, cumpliendo un edicto del emperador  Diocleciano, procede a la detención del obispo Valero y de su diácono Vicentius que fueron trasladados a Valencia. Las persecuciones religiosas en esa época no lo eran tanto por sus creencias en sí sino por su negativa a reconocer la divinidad del emperador y el politeísmo vigente en el imperio. La crueldad con que se llevaban a cabo dependía en gran medida de los gobernadores locales; así sabemos que hubo regiones del imperio donde no se ejecutaron o los castigos fueron más leves. En el caso que nos ocupa, por razones que se desconocen, Valero, aun habiendo confesado su fe cristiana, fue simplemente desterrado, pero con Vicente se ensañaron y las fuentes hablan que fue horriblemente martirizado, descoyuntando sus huesos y exponiéndolo a brasas ardientes que le provocaron la muerte, tras lo cual, en su afán por hacerlo desaparecer, su cuerpo fue arrojado a un muladar y posteriormente hundido en el mar, o también puede que fuera un río, atado a una rueda de molino, pero días más tarde el mar devolvió sus restos a la orilla cerca de Cullera (Valencia) donde los fieles lo recogieron y dieron sepultura en un lugar en el que parece ser habitaba una comunidad cristiana y en el  que después se construyó una iglesia que se llamó San Vicente de Roqueta.

El culto a San Vicente alcanzó una gran difusión entre los primeros cristianos y se extendió rápidamente por toda la península. Son innumerables las poblaciones que lo tienen hoy como santo patrón o en las que se le venera de forma señalada. Todo ello generó desde la Edad Media una enorme demanda de reliquias del santo. Las iglesias y catedrales rivalizaban por tener una que consolidara la fe y la devoción de los fieles.

Pero ni siquiera hay certeza hoy de donde se encuentra su cuerpo. En San Vicente de Roqueta se han  realizado excavaciones sin que hasta ahora hayan encontrado su restos aunque sí vestigios de una primitiva  comunidad cristiana.

Una antigua tradición habla de que con la invasión musulmana su cuerpo, o parte de él, - no olvidemos que fue descoyuntado  durante el martirio y posiblemente desmembrado después de muerto - fue sacado de Valencia por algunos devotos  y trasladado a Lisboa, restos, que, auténticos o no, hoy se veneran en su catedral. Sin embargo un pueblo de Zamora afirma poseer una parte del  cráneo. Hay cronistas que  hablan de que parte de su cuerpo reposa hoy en Roma, mientras que otros aseguran que está en Besalú (Gerona). Algunos, sin embargo, manifiestan que sus huesos, o parte de ellos, se encuentran en el convento de Santa Clara, en Pontevedra. Así mismo hay quien defiende que los restos óseos de San Vicente se encuentran en Castris (Francia); país éste cuya capital, París,  afirma tener la túnica del santo. Todo es posible ya que era frecuente que los restos de los santos se repartiesen entre muchos lugares, aunque nada se puede afirmar con seguridad. De hecho fue tal la demanda de reliquias de santos  en la Edad Media  que se creó un auténtico mercado negro que las facilitaba a veces sin poder acreditar su autenticidad.

Una de las reliquias más sólidas y documentadas es la del brazo incorrupto que se conserva en la catedral de Valencia, lugar en el que también se guardan la argolla y la cadena con las que fue atado durante su martirio. Se trata del antebrazo izquierdo al que le falta un dedo. Se encuentra momificado con evidentes síntomas de haber soportado altas temperaturas, congruente con el tipo de martirio recibido. Su historia es bastante larga, pero, resumiendo, fue devuelta en 1970 procedente de Padua a Valencia,  lugar del que había salido en el siglo XII, después de concienzudos estudios y comprobaciones, rodeada de actos protocolarios donada por el que entonces la tenía en su poder, Pietro Zampieri.

Centrémonos ahora en Zalamea. Nuestro pueblo tiene una reliquia e incluso puede que dos y además con su documentación acreditativa.

La primera fue traída de Roma por D. Manuel Gil Delgado, el padre Gil, miembro destacado de la Orden de Clérigos Menores y que con el tiempo formó parte de la Junta Central que encabezó la resistencia durante la invasión francesa y embajador de la misma en Nápoles. Este hombre, nacido en Zalamea, y que mantuvo siempre vínculos con su lugar de nacimiento, con ocasión de un viaje a Roma representando a su congregación, trajo en 1777 una reliquia para su pueblo, acompañada de una bula de la Santa Sede que la autentificaba y autorizaba su exposición al público. Posteriormente fue aprobada por el arzobispado de Sevilla en diciembre y traída a Zalamea donde fue recibida solemnemente.  El Ayuntamiento, a propuesta del presbítero de la villa, Don Francisco Martín Gil, acordó en septiembre de 1778 dejar constancia documental en el archivo municipal de la recepción y autenticidad de la reliquia. Se trataba, según describe la bula, de una pequeña porción de hueso y venía guardada en un  recipiente de plata con una tapa de cristal y sujeta con cordones.

Sabemos que esta reliquia fue custodiada en la Iglesia, pero a partir de ahí perdemos su pista. Puede que fuera expoliada por los franceses durante la invasión de Zalamea, como hicieron con la mayoría de los objetos de valor del templo y de las ermitas, o puede también que se perdiera en el incendio de los edificios religiosos de 1936; el caso es que hoy se desconoce con certeza su paradero. Sin embargo hay una incógnita por resolver. En la sala sacristía de la ermita de San Vicente se conserva una bolsa que contine un “ara”, una especie de losa de mármol que se colocaba en el altar mayor de las iglesias y en la que se solían colocar antiguamente las reliquias de santos. Esta losa de forma cuadrada, que muestra pruebas de haber estado sometida a un incendio,  tiene en una de sus caras un pequeño cuadrado del mismo material fuertemente  incrustado con claros indicios de haberse intentando forzar. La pregunta que nos hacemos  es : ¿Guarda esta losa en su interior la antigua reliquia traída por el padre Gil?

La segunda reliquia, que es la que hoy expone la hermandad, llegó más recientemente, en Mayo de 2015, donada por la Santa Iglesia Catedral de Valencia, acompañada por un documento que acredita su autenticidad y procedencia. Se trata igualmente de un minúsculo fragmento de hueso conservado en el interior de un recipiente circular sujeto por dos pequeñas cintas rojas. Se guarda actualmente en la ermita de San Vicente.

Como vemos podrían ser dos las reliquias que tendría Zalamea del que viene siendo nuestro patrón desde 1425.

Por cierto, dentro de poco más de tres  hará justamente  600 años, seis siglos, que fue elegido. Dispongámonos todos a conmemorarlo con la solemnidad que se merece.

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