DE ENTIERROS Y CEMENTERIOS
Todas las culturas que han desfilado por estas tierras a lo largo de la historia han dejado un testimonio más o menos claro de cuáles eran sus ritos y costumbres funerarias; de hecho tenemos noticias de muchas de ellas gracias a la información que nos ha proporcionado sus lugares de enterramientos. Los dólmenes de El Pozuelo, por ejemplo, son ante todo grandes sepulturas colectivas sin las cuales nada o muy poco hubiéramos sabido de la gente que habitaron nuestro término municipal hace casi 5.000 años; sin embargo queremos centrarnos en esta ocasión en la evolución de las ceremonias y lugares de enterramiento desde la Edad Media en adelante.
Cuando hace ya aproximadamente treinta años, durante la restauración de la Iglesia, al levantar la vieja solería, se descubrieron gran cantidad de restos humanos las conjeturas y la imaginación popular se dispararon y circularon las hipótesis más inverosímiles acerca del origen de tanto hueso. La realidad, que algunos pocos conocían, era más sencilla, las iglesias, y también las ermitas, fueron desde la Edad Media en una buena parte del mundo cristiano el lugar donde se daba sepultura a los fieles. Zalamea no fue una excepción y allí tuvieron su ultima morada infinidad de antepasados nuestros. Lo lamentable fue que por falta de conciencia de su valor, se perdió la oportunidad de realizar un estudio de algunos elementos y objetos de adorno que se encontraron y que hubiesen revelado la época a la que pertenecían e incluso puede que la identificación de algunas sepulturas. Allí se encontraban, casi con toda seguridad los restos de tantos y tantos zalameños cuyos nombres hemos encontrado en los documentos como protagonistas de sucesos destacados de la Historia de Zalamea. Allí o en las ermitas porque cuando la iglesia estuvo saturada se recurrió a ellas como lugares de enterramientos, aunque es que probable que en las ermitas también se diera sepultura con anterioridad a personajes especialmente vinculados a su culto. De esta forma cuando en la de San Vicente se cambió la solería en 1985 se encontraron igualmente numerosos restos; en esta ocasión con un poco de más conocimiento de causa fueron de nuevo depositados en una cripta excavada al efecto en la misma ermita
En el caso de Zalamea tenemos constancia que en los aledaños de la Iglesia existía también una especie de cementerio, probablemente donde hoy se emplaza el paseo redondo. Todo parece indicar que este lugar estaba delimitado de alguna manera, aunque no podemos precisar exactamente cómo. Puede que las epidemias, relativamente frecuentes, que asolaron el pueblo y causaron estragos entre sus habitantes, obligaran a utilizar los alrededores de los lugares sagrados para acoger a las víctimas. Lo que sí es cierto es que con el tiempo, debido a la saturación, el interior de la Iglesia se reservó para personas de cierta relevancia social mientras que el exterior quedó para los más desfavorecidos.
Los funerales y velatorios no diferían mucho de los que hoy tienen lugar aunque con peculiaridades bien distintas. Como en otros muchos aspectos de la vida las diferencias entre las personas de posición social elevada y el pueblo llano eran notables. En este sentido, la mejor forma de garantizarse un entierro digno era pertenecer a una hermandad de las que ya estaban constituidas en el pueblo, San Vicente, Vera Cruz, Santísimo Sacramento, ya que todas ellas recogían en sus reglas la obligación de dispensar un funeral en condiciones a los hermanos y en muchos casos a sus mujeres e hijos, sancionándose severamente a los cofrades que no cumplían con el deber de asistir a los entierros. Es curioso que en algunos casos se regulaba el establecimiento de turnos en el velatorio para que al menos hubiese siempre dos hermanos acompañando a la familia. Después, en el entierro, todos, incluso los que vivían en las aldeas, debían acompañar al difunto hasta la Iglesia donde hubiera de enterrarse. Como quiera que fuera de las hermandades las honras fúnebres dejaban bastante que desear, era frecuente que algunos vecinos que en vida no pertenecieron a algunas de estas cofradías demandaran sus servicios, para lo cual se "encomendaban" a una hermandad que, previo pago por parte de la familia de una cantidad estipulada, le daba al difunto el tratamiento que le dispensaba a un hermano, con lo que comprobamos que además de las funciones que les eran propias, las hermandades prestaban una forma de servicios funerarios. Bien es verdad que algunas de estas instituciones contemplaron igualmente en sus reglas el dispensar un entierro digno a "pobres y extranjeros"
Llegado el momento, el traslado del cuerpo se hacía en unas "andas", especie de tabla ancha de madera con varales para cargarlo a hombros, no usándose, por lo general caja o féretro alguno sino que el difunto era colocado directamente en las "andas" envuelto en una "saya" que era una tela, generalmente de lino, ajustada al cuerpo por ataduras para evitar que se abriera en el camino. Los acompañantes portaban velas encendidas y la comitiva era encabezada por una vara culminada por una cruz que en el caso de las hermandades tenía un distintivo especial y era portada por un cofrade. Así se llegaba a la iglesia o ermita donde después de las ceremonias de rigor eran depositados en el hueco excavado a tal efecto.
Las iglesias y ermitas continuaron siendo el lugar de enterramiento en nuestro pueblo hasta comienzos del siglo XIX. En el año 1801, debido a que se recibieron instrucciones del gobierno central por razones sanitarias sobre que los enterramientos no se practicaran en el interior de la villa, y también a que se reconocía literalmente que la iglesia y sus alrededores estaban saturados, se proyecta un cementerio extramuros con un presupuesto de 18.000 reales pero el Cabildo atravesaba un momento de grandes dificultades económicas y el proyecto no se pudo ejecutar de inmediato, justificándose el Ayuntamiento en que el arzobispado y el gobierno central tampoco habían aportado las cantidades que le correspondían y como quiera que a la gente le era imposible esperar y seguía con la mala costumbre de dejar este mundo se recomendó que mientras tanto los enterramientos se realizaran en las ermitas. Por fin, ante la imposibilidad material de encontrar un hueco a los que iban dejando este valle de lágrimas, no hubo más remedio que ejecutar la obra en 1813, cuando España entera se hallaba inmersa en la resistencia a la invasión francesa. El solar elegido, como recordarán los más mayores, fue parte del que hoy ocupa el nuevo instituto de secundaria. Su gran inconveniente fue la proximidad a la población con lo que transcurridos apenas 90 años fue necesario proyectar uno nuevo para lo cual esta vez si se procuró que tanto en tamaño como en distancia no se quedaran cortos y así se eligió el emplazamiento actual que se adquirió en 1897 por 1.266 ptas., acordándose el pliego de condiciones para la obra ese mismo año en el que por cierto también se le colocó un pararrayos a la torre. En 1906, finalizada ya la construcción, hubo de habilitarse un nuevo presupuesto para excavar el solar y darle profundidad y construirle una pequeña capilla. En Enero del año siguiente se elabora un reglamento de utilización y, el 14 de Abril de 1907, se procede a la bendición del nuevo cementerio. En el mismo acto de inauguración se puso de relieve la necesidad de adecuar el camino que conducía a él comprometiéndose las autoridades municipales en acometer la obra de inmediato. El Ayuntamiento acordó conceder gratis el nicho número uno y la lápida al primero que se enterrara. Por extraño que parezca y a pesar del ofrecimiento nadie mostró el menor interés en disfrutar de tan "distinguido" privilegio.
Pedimos disculpas a los hayan creído ver un punto de frivolidad en la forma en la que hemos tratado el asunto; nada más lejos de nuestra intención aunque la seriedad no está reñida con el buen humor. No queremos tampoco que este artículo dé un mal preámbulo a la fiesta, todo lo contrario pensamos que la perspectiva del fin último debe ser el mejor acicate para vivir plenamente el presente pese a las dificultades. Dispongámonos a ello.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
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