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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

SEQUIAS EN ZALAMEA LA REAL

SEQUIAS EN ZALAMEA LA REAL

Evidentemente estamos atravesando una de las peores sequías de los últimos tiempos. Las sequías se han ido produciendo ininterrumpidamente desde la formación de la misma Tierra como planeta, pero en los últimos años se van agravando y repitiendo sistemáticamente de forma más intensa debido al cambio climático, que por mucho que algunos quieran negar está produciendo efectos de consecuencias imprevisibles.

Las causas de las sequías continúan siendo estudiadas por meteorólogos y astrofísicos, y todos llegan a coincidir en que son inevitables, sólo podemos paliar sus consecuencias. Hemos dedicado  mucho tiempo a investigarlas y las conclusiones ofrecen aspectos muy interesantes que trataremos de  exponerles. Pueden tener sus orígenes en fenómenos meteorológicos que se producen en otras latitudes del  planeta (por ejemplo los famosos “Niño” o “Niña”, también pueden deberse a erupciones de la esfera solar o a la propia rotación de la Tierra, pero nosotros vamos a estudiarlas desde el punto de vista de la historia, tanto general como localmente en Zalamea.

Sabemos que en el sur peninsular acostumbran a presentarse cada 10 o 12 años aproximadamente, y suelen tener una duración de 3 a 5. Raramente se han producido sequías con una duración superior a ésta.

Alguien puede preguntarse cómo se puede saber  cuándo se han producido periodos de sequía  en el pasado. A veces han quedado reflejadas en hallazgos arqueológicos, de esta manera se ha sabido que durante la Prehistoria se produjeron sequías que causaron migraciones y mortandad por enfermedades. Otras han quedado reflejadas en documentos de la época: el geógrafo romano Diodoro Sículo habla de una sequía en España en los años 2030 AC que despobló la península ibérica, aunque esta información es puesta en duda hoy por los investigadores toda vez que este hombre vivió en el siglo I AC y se desconocen sus fuentes de información. Por el contrario sí tenemos noticias ciertas de que durante la dominación musulmana, en el califato cordobés de Abderramán III, allá por el año 941, se produjo una grave sequía que quedó recogida por los cronistas árabes y que obligó a tomar medidas relativas a la recaudación de impuesto y a elevar numerosas plegarias a  Alá.

Pero no son sólo los documentos los que nos refieren  de su existencia, otros datos nos dan indicios de ellas. En primer lugar las llamadas “rogativas pro pluviam” es decir las ceremonias religiosas pidiendo la traída de lluvias, de las que queda constancia en los registros eclesiásticos, y que en algunos casos son ordenadas desde el arzobispado; otro indicio es la subida desproporcionada del precio del trigo y del aceite y el tercero es la existencia de pandemias graves, especialmente  de cólera y peste. Cualquiera de ellas puede llevar a los estudiosos a deducir la existencia de una sequía en tiempos pasados, pero cuando coinciden las tres, no hay lugar a dudas de que la población está sufriendo los efectos de una de ellas. Últimamente la dendrocronología, la ciencia que estudia el clima a través del desarrollo de los anillos del interior del tronco de los árboles, se ha incorporado a los estudios sobre el clima.

También está por estudiar  la influencia que pudieron tener sobre la política o la sociedad. Lo hechos históricos son productos de factores muy complejos: sociales, económicos, culturales, políticos etc., pero a veces, nos sorprende la coincidencia de periodos de sequías y determinados sucesos históricos relevantes. Por ejemplo, conocemos que en la década de 1490 se registraron sequías generalizadas en España, ¿tuvieron algo que ver con el ímpetu descubridor y migrador hacía America de esa época?  Durante el reinado de Felipe II se sucedieron graves periodos de escasez de lluvias en España ¿Tuvieron alguna relación  con la cruenta rebelión de las Alpujarras, además de las causas ya conocidas y estudiadas? Existe una curiosa coincidencia igualmente entre las sequías ocurridas en la década de los años 1860 y los sucesos ocurridos en España en ese periodo. Nos preguntamos si la rebelión campesina de Loja, el malestar generalizado de la población con el gobierno de Isabel II, la revolución de 1868  se vieron influidos de una u otra forma por ellas. Son solo preguntas. Nada puede asegurarse, pero tampoco descartarse.

En lo que se refiere a nuestro pueblo también las sequías han dejado su huella en nuestra historia.

Podemos referir, hablando de la Prehistoria, más en concreto de la Edad del Bronce, que una de las interpretaciones que se hace hoy por parte de algunos expertos acerca del significado de los grabados rupestres de los Aulagares, uno de los yacimientos arqueológicos de Zalamea de mayor interés, es que pudieran ser la representación del efecto de las gotas de lluvia al caer sobre la superficie del agua. ¿Podrían tratarse, de ser cierta esta hipótesis, de una especie de “rogativa pro pluviam”, una ceremonia religiosa en un lugar sagrado implorando a los cielos la caída de la ansiada lluvia en un periodo de sequía? Nada podemos saber con certeza. No hay datos. Pero la incógnita queda abierta.

Avanzando en el tiempo, la propia elección de San Vicente Mártir en 1425, además de ser impulsada por otras razones de las que ya hemos hablado largamente, vino determinada por una gran pestilencia -epidemia de peste- que asoló a los zalameños en aquel tiempo. Cabe preguntarse si esa epidemia pudo estar relacionada con unos periodos de sequía que sabemos afectó gravemente a algunas zonas de la península ibérica. No olvidemos que San Vicente es un santo benefactor relacionado también con el agua; de él se cuenta un milagro sobre que  hizo brotar agua en una fuente para dar de beber a los soldados que lo llevaban prisionero. Tampoco tenemos datos. No podemos más que hablar de conjeturas.

Lo que si es cierto es que en Zalamea, desde la Edad Medía,  la preocupación por cuidar y preservar las fuentes de aprovisionamiento de agua fue una constante que quedó reflejada en las Ordenanzas Municipales de 1535 en las que se dedican numerosos artículos para regular el uso de fuentes y pilares, incluso de charcos y lavaderos, para evitar su contaminación por el ganado o por el aprovechamiento del lino, lo que viene a poner de manifiesto la importancia de preservarlos en periodos de escasez.

Sabemos también que en el año en que se inició el proceso de emancipación del arzobispado, en 1580, se produjo una grave sequía. También en el siglo XVII aparecieron, en lo que antes era el reino de Sevilla, brotes de cólera que también se dieron en Zalamea y obligó al concejo a tomar medidas restrictivas respecto a entradas y salidas de personas, que emparejados a subidas del precio del aceite y el trigo nos hacen sospechar que nos encontramos ante graves periodos de sequías en ese siglo.

Pero centrándonos ya en periodos más próximos. En el último tercio del siglo XVIII y el siglo XIX, son las fuentes y pilares las únicas formas  de aprovisionamiento de agua para el pueblo, a los que hay que añadir, claro está, los numerosos pozos particulares de los que disponían las casas, todos ellos eran reformados o ampliados en periodos de escasez pluviométrica. Como fue el caso de la Fuente del Fresno a raíz de una grave sequía que afectó grandemente a Zalamea en la década de 1880, y que obligó al alcalde José González Domínguez, aquel que encabezó la manifestación contra los humos el 4 de febrero de 1888, a profundizar los pozos de suministro de agua de dicha fuente y a realizar unas obras de mejora en su estructura que le dieron el aspecto que hoy tiene; una desgastada placa en su frontal nos lo recuerda aún. Dicho sea de paso, las fuentes y pilares jugaron un papel esencial en la vida de los zalameños; a ellos iban mujeres y jóvenes a horas determinadas del día y en torno a ellos tenían lugar conversaciones, cotilleos y más de un requiebro entre mozos y mozas que acudían allí como lugar de encuentro a falta de otras oportunidades para verse; con lo que los alrededores de la fuente o pilar se convertían en lugar de encuentro social.

Pero en el siglo XX, las necesidades de agua crecieron desproporcionadamente por los cambios en los hábitos de higiene y consumo que se pusieron de relieve en las sequías producidas, especialmente en las décadas de 1920 y 1950. Así que en 1963  se proyectó la construcción de un pantano, el viejo,  que conllevó  una gran obra de infraestructura en las calles de todo el pueblo para abrir las zanjas de las tuberías que llevarían el agua potable a cada casa. Fue Zalamea uno de las primeras poblaciones de la provincia en disponer de este servicio. En un principio, como muchos recordarán, la acometida consistía en la instalación de un grifo que se colocaba normalmente en el interior junto a la puerta de entrada, donde se acudía para llenar cubos y cántaros. Este suministro fue en principio muy celebrado y suficiente, toda vez que la higiene personal se hacía en palanganas y lebrillos en cualquier habitación y las evacuaciones en un  reservado situado normalmente en un lugar retirado al fondo de los corrales, pero a finales de los años 60 las necesidades  se dispararon; las casas fueron construyendo cuartos de baños con bañeras, duchas y sanitarios integrados, que requerían cada vez mayor volumen de agua. Por otra parte los periodos secos acarreaban cortes en el suministro que ocupaban a veces la mayor parte del día; así que cuando a principios de los ochenta se presentó otra pertinaz sequía, el pequeño pantano se mostró insuficiente y de forma apresurada hubo que traer agua desde Riotinto, para lo que se produjo una movilización general de voluntarios del pueblo para instalar las tuberías. La obra se terminó prácticamente en 10 días. Aquello solucionó temporalmente el problema por lo que se diseñó un nuevo pantano en el lugar conocido como El Manzano que se terminó en 1985. Pero la nueva presa presentó  problemas derivados de las necesidad de instalar estaciones de bombeo para traer el agua a Zalamea y el alto contenido en metales pesados que exigía una depuración extraordinaria.

En la actualidad el suministro de agua lo realiza una empresa por todos conocida. Pero nada está garantizado  si la población, la nuestra y cualquier otra,  no  toma conciencia de que en nuestras latitudes el agua es un bien preciado que no se debe malgastar o derrochar ni en periodos de abundancia ni por supuesto en las de escasez. Y las sequías no nos darán tregua.

 

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