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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

Varias épocas

ACTAS CAPITULARES DEL ARCHIVO MUNICIPAL (I)

ACTAS CAPITULARES DEL ARCHIVO MUNICIPAL (I)

Las actas capitulares son los documentos del archivo municipal donde quedan registradas las deliberaciones y los acuerdos de los miembros de la corporación. Son documentos de gran interés ya que en ellas  aparecen datos acerca de la apreciación que los componentes del Ayuntamiento tuvieron de los hechos de la historia general o de las decisiones sobre acontecimientos que incidieron en la historia local. Su confrontación con los hechos ofrece siempre información interesante y en ocasiones hasta sorprendente.

Las primeras actas que se conservan, si exceptuamos la que aparece reflejada en el libro de las Ordenanzas Municipales de 1535, son de 1578 aunque desgraciadamente, al menos en el momento el que nosotros estuvimos estudiándolas, habían desaparecido precisamente las correspondientes al periodo del proceso de emancipación del arzobispado (1579-1592). Estas actas hubieran proporcionado datos  sobre como se vivió desde el cabildo aquel proceso. Otra cuestión que nos llamó poderosamente la atención fue que algunos miembros de la corporación municipal firmaban, especialmente en las primeras actas, con marcas o señales. La educación no estaba ni mucho menos generalizada y la lectura y la escritura estaba reservada para unos pocos, por lo que con frecuencia eran nombradas personas, hombres buenos, cristianos viejos y distinguidos,  que no dominaban el mecanismo de la lectura y la  escritura y probablemente dejaban constancia de su presencia con marcas o señales por considerarlas más identificativas de su persona, o con sus propios nombres que, más que escribir, dibujaban. 

 Pasaremos en este capítulo, y en otros que le seguirán, a referir algunos aspectos de su contenido que nos parece conveniente poner de relieve por su importancia o curiosidad.

 Uno de los asuntos que acaparó la atención de nuestros munícipes es el famoso litigio que se tuvo con Niebla y su lugar de Facanías (hoy Valverde del Camino) por la delimitación de los términos de ambas poblaciones y que se prolongó durante más de 400 años (para más información sobre este tema pulsar aquí) y de esta manera observamos como se registran en las actas  las quejas de algunos vecinos de Zalamea que denuncian a los de Valverde por mover de su posición los mojones o cuando en 1686 se acuerda incoar un proceso a 40 individuos que arrancaron dichos mojones de su lugar.

Igualmente se pone de manifiesto en ellas  las consecuencias de las sucesivas guerras que España mantuvo con Portugal porque,  aunque nuestro término, que sepamos,  no fue escenario de ninguna batalla sí sufrió el paso de los ejércitos españoles hacía la frontera con todo lo que ello acarreaba. Así leemos como en 1711 se hace constar que el conde de Peruela ordenó requisar todo el trigo del Pósito y se presentó en la villa con diez compañias de dragones para que fueran alojados en las casas, lo que dejó a la población en una situación de penuria tal que el concejo se vio forzado a vender unos terrenos comunales, el denominado valle de Campofrío, para hacer frente a la difícil situación económica en la que los militares habían dejado a los vecinos. No era cuestión de patriotismo, era cuestión de supervivencia.

En las actas capitulares podemos hacer también un seguimiento de cómo el pueblo hubo de enfrentarse a la suspensión de los privilegios otorgados por Felipe II – privilegios otorgados previo pago, naturalmente, de 15 cuentos (millones) 104.190 maravedíes, que tuvo embargado al pueblo durante más de dos siglos- ;  suspensión que se llevó  a cabo en varias ocasiones  a lo largo del siglo XVII y XVIII. Sucedía que los gobiernos de la nueva dinastía borbónica nada entendían  de aquellos antiguos privilegios y con frecuencia tomaban decisiones que contravenían lo establecido en aquel documento (apropiación de terrenos de propios, nombramientos de alcaldes mayores, concesión de minas) por lo que el concejo se veía obligado a nombrar procuradores que defendieran en la Real Audiencia y Chancillería de Granada  los derechos concedidos en aquella Carta de Privilegio firmada de puño y letra por Felipe II en Segovia el 15 de Junio de 1592. Por lo que sabemos, el algunos casos ganó el pleito Zalamea.

 

 Imagen de la foto: Acta capitular de 13 de julio de 1578. En ella se acuerda destituir a Franscico Pérez como cuadrillero de la Santa Hermandad y nombrar en su lugar a Pedro Vázquez, que está presente y acepta y jura el cargo. Obsérvese como algunos miembros de la corporación firman con marcas o señales. 

LAS HONRAS FÚNEBRES EN LAS ANTIGUAS COFRADÍAS Y HERMANDADES DE ZALAMEA

LAS HONRAS FÚNEBRES EN LAS ANTIGUAS COFRADÍAS Y HERMANDADES DE ZALAMEA

El estudio de las reglas de las distintas hermandades y cofradías que se constituyeron en desde la Edad Media hasta el siglo XIX en Zalamea refleja un faceta cuanto menos curiosa y es que  todas coinciden en la atención que se dispensa a las hermanos fallecidos. No deja de sorprendernos que, a pesar de que su cometido principal no era ese, todas dedican una especial atención a este aspecto. Había dos razones para ello, por una parte  contribuir mediante actos religiosas a la salvación de su alma, fruto de una creencia profundamente espiritual en la supervivencia de ésta después de la muerte;  y por otra en una necesidad , ésta más material, de dar sepultura y ofrecer honras fúnebres a los hermanos  difuntos. En el periodo del que hablamos aquellos que morían no tenían, ni mucho menos, garantizado un entierro digno. Se constituían por tanto en auténticos servicios funerarios de la época, al que, como veremos, se acudía incluso no siendo hermano de alguna de ellas.

 Recordemos, antes de seguir, que por aquel entonces los entierros se hacían llevando al fallecido en unas andas, especie de parihuelas formada por unas tablas de madera y por unos varales para portarlas, en las que se depositaba el cuerpo envuelto en una tela, denominada saya, sujeta por medio de ataduras para que no se abriera. La inhumación del cuerpo se hacía habitualmente en las iglesias o alrededor de ellas, dependiendo naturalmente de status social del difunto, como así estuvo ocurriendo efectivamente en Zalamea hasta que se construyó el primer cementerio en 1813, que como muchos recordarán estuvo situado en el solar que hoy ocupa el instituto de secundaria. Pero una familia indigente, que eran las más, podía encontrarse con que no tuviera quien le acompañase en el entierro y puede que ni siquiera unas andas para transportar el cuerpo y menos quien las llevase, debiendo transportarse en un carro o a lomos de mulas. El cavar la sepultura y el lugar era otro problema añadido que no siempre era fácil  resolver.

 Veamos pues como las distintas cofradías y hermandades contemplaban en sus reglas la atención a los difuntos y daban respuesta a estas necesidades.

 En 1425, la hermandad de San Vicente Mártir, la primera de la que tenemos constancia, establecía que en las fiestas de los difuntos se había de decir por los curas de la villa una vigilia y dieciocho responsos en las sepulturas de la Iglesia de la dos naves, situada en el mismo solar que la actual pero más  pequeña, y en el cementerio junto a ella. También se dispone que durante la celebración del santo se ha de dar misa y responsos por los difuntos de la cofradía. Así mismo tenían un velo, unas andas y cuatro hachas siempre dispuestas para enterrar a los difuntos y obligaba a los cofrades, bajo severas penas, a asistir a los entierros de los hermanos garantizando de esta manera que los integrantes de la hermandad tuviesen un acompañamiento digno en el traslado a su última morada.

 Ciento cincuenta años mas tarde, en 1580, la hermandad de la Vera Cruz, quizá la que daba más solemnidad a sus honras fúnebres, se imponía también la obligación de hacerse cargo de los funerales de todos los hermanos fallecidos y proveer de cera a todos aquellos que asistiesen a los entierros, así mismo disponían de un crucifijo portátil colocado en una vara verde que presidía la marcha, flanqueado por dos ciriales del mismo color que debían ser portados por tres hermanos designados por el hermano mayor. El crucifijo iba precedido de una campanilla que iba tañendo desde que salía de la Iglesia hasta la casa del difunto y posteriormente en su recorrido hasta la sepultura. Estaban obligados también todos los hermanos a asistir al entierro. Igualmente, ese mismo día u otro siguiente, la cofradía debía darle una misa cantada por la salvación  de su alma. Pero la Vera Cruz iba aún más allá, pues contemplaba la posibilidad de atender no sólo a los hermanos sino también a aquellos que sin serlo se “encomendaban” a ellos, pagando previamente la cantidad establecida (15 reales). También en este caso los integrantes de la cofradía debían proceder como si se tratara de un hermano más. Aunque las motivaciones eran claramente piadosas, el hecho de cobrar por estos servicios les convertía en lo que hoy podría llamarse profesionales; aunque bien es verdad que esta hermandad se hacía cargo también de atender a los pobres una vez hecha la averiguaciones para asegurarse de que no tenían bienes para pagar la “limosna” correspondiente. Pero también durante la enfermedad eran designados dos hermanos que debían visitarlo, para atender a la salud del alma, consolándolo y aconsejándole  que se confesara y comulgase.

 Algo más tarde la hermandad del Santísimo Sacramento establecía en sus reglas en primer lugar el velatorio de los hermanos que fallecieran designándose para ello a cuatro hermanos y que todo el que estuviese a menos de una legua debía acudir al entierro. Así mismo tenía preparadas cuatro hachas, velas menudas y dos codales parta los cofrades que acompañaran al difunto hasta la Iglesia para ser enterrado. Esta hermandad contemplaba igualmente que se pudiera atender a otros que no formaran parte de ella pagando doscientos maravedíes con el mismo ritual que se dispensaba a los hermanos. También se encargaban de excavar la sepultura  y portar las andas para llevar al difunto. De la misma forma se obligaba a enterrar a los indigentes siempre que estos fallecieran en casa de un hermano o en el hospital de la cofradía.

 Por último la Cofradía de nuestro Padre Jesús Nazareno, refundada en 1865, contemplaba la obligación de realizar unas honras fúnebres a los hermanos  fallecidos.

 Pero por aquel entonces existía un cementerios alejado de la Iglesia y algunas costumbres habían cambiado. La asistencia al entierro y a las honras fúnebres era voluntaria y siempre bajo invitación  de la junta de gobierno que sí debía asistir necesariamente con el estandarte y la insignia de la hermandad.

 Por cierto, en esta cofradía se produjo una anécdota con un difunto cuya familia reclamó a la hermandad las honras fúnebres que le correspondían como miembro de la misma. Pero hechas la oportunas indagaciones se descubre que no había satisfecho las últimas cuotas por lo que se acordó denegar su petición con lo que la familia hubo de afrontar los gastos del sepelio.

 Con el tiempo los entierros y honras  fúnebres fueron siendo asumidos por instituciones profesionales o por las propias familias liberando a las hermandades y cofradías de estas funciones, no obstante la mayoría de ellas conservan hoy un elemento residual de aquellas obligaciones, la de dedicar una misa por el alma de los hermanos fallecidos.

Manuel Domínguez Cornejo        Antonio Domínguez Pérez de León

EL JUDAS: UNA TRADICIÓN QUE SE PIERDE

EL JUDAS: UNA TRADICIÓN QUE SE PIERDE

La fiesta de la “quema del judas” que se celebra en torno a la Pascua de Resurrección tiene un origen incierto, y al tratar de profundizar en ella nos ha llamado la atención la complejidad de sus inicios. Para algunos investigadores de esta manifestación tradicional el germen de esta fiesta no es tan evidente como puede desprenderse de su nombre. Parece ser que sus raíces se remontan a determinados ritos paganos que se celebraban alrededor del equinoccio de primavera en el cual, con el fin de despedir las penurias y dificultades pasadas durante el invierno, se procedía a quemar peleles o muñecos que simbolizaban de alguna manera la dureza y la escasez de los meses de invierno.  Otros estudiosos de este fenómeno remonta los orígenes de esta fiesta a los  “farenakois” del mundo clásico, aquellos individuos que eran culpados como responsables de los males del pueblo y que eran sacrificados como el único remedio a la mala situación por la que atravesaba la comunidad.

 Después del concilio de Nicea, la iglesia decide potenciar la festividad de la Pascua de Resurrección, cristianizando muchos de los ritos y tradiciones paganos. Posiblemente uno de ellos sería el “judas”

 Sea cual fuere su origen lo cierto es que a partir de esa fecha el significado de la quema del “judas” vino a representar el castigo que aquel discípulo debió tener por la traición al Maestro. Posteriormente, enmarcado en la celebración de la Semana Santa, esta fiesta simboliza la purificación del pueblo ejecutando al traidor, encarnación de la maldad y del pecado. Esa personificación se manifiesta en un muñeco de un tamaño más o menos natural que es elaborado con ropa vieja y rellenado con paja o papeles. La fiesta del judas dio lugar a muchas leyendas sobre la figura de este personaje, creándose auténticas fábulas sin base documental alguna.

Esta celebración se extendió profusamente por todo el territorio peninsular y continúa llevándose a cabo en muchos pueblos de España entre los que han alcanzado un gran renombre el de Villadiego en la provincia de Burgos, Robledo de Chavela (Madrid), Talayuela (Cuenca), Samaniego (Álava)  y Cabezuela del Valle (Cáceres), lugares donde esta fiesta ha llegado a tener preeminencia por encima de otras hasta convertirse en un referente  de esas localidades. También la encontramos fuera de España en algunos países de Latinoamérica, llevada allí seguramente por  colonizadores españoles. En Huelva destacan las de El Cerro de Andévalo, Fuenteheridos y Cumbres Mayores.

En Zalamea la Real la quema del “judas” adquiere particularidades específicas, incluyendo actos que si bien no son exclusivos, si son distintos de los de otros lugares. En un principio, en nuestro pueblo el “judas” se solía quemar el sábado de gloria al oscurecer, para lo cual, generalmente, cada calle elaboraba el suyo propio a base de ropa usada de los vecinos que era rellenada de paja. Por último se colgaba en el centro de la calle prendido de un cable que  atravesaba aquella de un balcón a otro.

Después de prenderle fuego, algunos vecinos sacaban sus escopetas de caza y disparaban al muñeco inmediatamente antes de que terminara de arder. Todo  con el disfrute y la participación de la chiquillería. Con el tiempo, ya en el siglo XX, la quema del “judas” comenzó a realizarse el domingo de resurrección por la mediodía al terminar la misa.

No nos ha sido posible conocer cuál ha sido el momento en el que comienza a celebrarse esta celebración en Zalamea, pero algunos indicios y referencias del contexto apuntan al siglo XVI.

 En el último tercio del siglo XX la quema del judas entra en franca decadencia llegando a desaparecer totalmente, hasta que en el año 2002, la junta de gobierno de la hermandad de Penitencia decide recuperarla expresamente, organizando esta quema en el Paseo Redondo, acompañándola de un pequeño teatro. No obstante la fiesta languidece y tiene un futuro incierto en nuestro pueblo. Con su pérdida se irá seguramente un trozo de las tradiciones más populares de Zalamea.

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León

LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (II)

LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (II)

Los últimos lagares y el proceso de extracción y elaboración.

Hablábamos en el artículo anterior que la industria de la cera permaneció en Zalamea hasta bien entrado el siglo XX. Pues bien los últimos lagares de los que tenemos constancia estaban situados uno en la calle San Vicente y otro en la calle Sevilla, manteniéndose este último en funcionamiento hasta el año 1943. Perteneció a Don José Lorenzo Serrano, el terrateniente que encabezó la manifestación contra los humos en 1888, pasando posteriormente a la familia Ordóñez, al casar una hija de aquel con José María Ordóñez Rincón , presidente de la liga antihumos de Huelva y estuvo regentado en sus últimos años por Sebastián Domínguez Díaz.

El proceso de extracción de la cera se hacía de una forma puramente artesanal y hay que distinguir entre el lagar propiamente dicho y la fábrica donde se manufacturaba la cera, aunque generalmente se asociaban ambas cosas. No obstante tenemos constancia de que existieron fábricas que no disponían de lagar y debían acudir  a éste para extraer la cera en amarillo que, como explicaremos más adelante, era la primera fase de todo el proceso.

La descripción del procedimiento mediante el cual se llevaba a cabo la elaboración de la cera nos permite reconstruir nombres y utensilios hoy desaparecidos, así como el trabajo alrededor del cual giró la vida de un buen número de nuestros antepasados.

 La cera en bruto de los panales era traída al lagar en forma de bolas por los propietarios de las colmenas o por algunos tratantes mayores que la negociaban con varios colmeneros; al llegar eran pesadas en una balanza de gran tamaño. La unidad de peso por aquel entonces era la libra, cuyo valor era aproximadamente 400 gramos. Una vez en el lagar se hacía un primer cocido para reblandecerla y se amontonaba en los capachos y después de exprimidas mediante una prensa, fabricada enteramente de madera de encina, tanto el tronco como el cuerpo de la palanca de presión, se extraía la cera de color amarillo que se endurecía en unos bloques ovalados, obteniéndose así las llamadas “marcas”. Estas marcas volvían a otras calderas donde de nuevo eran derretidas pasando después a un recipiente cilíndrico con perforaciones en su parte inferior por donde salían unos hilos líquidos que mediante una especie de rueda eran introducidos en unas pilas de agua donde volvían a endurecerse. Así se obtenían las “cintillas” que eran llevadas luego al exterior y extendidas en unas pilastras alargadas donde por la acción del sol se blanqueaban. Para este fin era necesario exponerlas durante 21 días, a la mitad de los cuales se les daba la vuelta para blanquear la otra cara.

 Transcurrido ese tiempo se volvían a cocer para librarlas de impurezas y se hacían nuevas “marcas”, esta vez de cera en blanco que se almacenaban hasta ser derretidas de nuevo en otras calderas para hacer finalmente las velas. Esto último se hacía vertiendo manualmente la cera derretida con un cazo en los pábilos o cordones (la mecha) que colgaban de una rueda colocada en posición horizontal que se hacía girar a la vez que se le dejaba caer a cada pábilo un baño de cera; dependiendo del grueso  que se quisiera dar a la vela así eran las vueltas que debía dársele a la rueda para hacer pasar los pábilos por encima de un recipiente donde se recogía la cera sobrante que escurría y donde se mantenía caliente. Una vez endurecidas era necesario enderezarlas y cortarlas a mano.

El producto elaborado  podía ser velas, en sus distintas formas y gruesos y  antiguamente, también “hachas”, especies de velas gruesas con estrías y varios pábilos, que fueron utilizadas por algunas hermandades en sus procesiones. Parte de esa producción se vendía fuera aunque, según los informes de los que disponemos, la mayor parte de la cera que se exportaba era en amarillo.

 El último lagar al que hicimos referencia se cerró, como dijimos en 1943, después de la muerte de Sebastián Domínguez. Con él desapareció  una de las tradiciones artesanales que más prestigio dio a Zalamea a lo largo de su historia, habiendo quedado hoy en el más triste de los olvidos.

 Imagen de la foto: Proceso de fabricación de las velas. En la foto puede verse como la cera era vertida en los pábilos que colgaban de una rueda horizontal y la caldera donde se mantenía la cera derretida.

Manuel Domínguez Cornejo        Antonio Domínguez Pérez de León

LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (I)

LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (I)

UNA ACTIVIDAD INDUSTRIAL DESAPARECIDA

 Pocos productos elaborados en Zalamea difundieron en el exterior el nombre de nuestro pueblo como lo hizo la cera en el pasado. Sin embargo ¿Cuántos zalameños conocen hoy que existió una actividad industrial que le dio fama no sólo en nuestra región sino en una buena parte de España?  Pues bien durante los siglos XVIII y XIX se relacionó el nombre de Zalamea con la fabricación de cera  y miel hasta el punto que en algunos mapas se señalaba su posición con una colmena. De igual forma en nuestro antiguo escudo aparece una flor de jara como símbolo de la importancia que esta actividad económica tuvo para el pueblo.

 Aparte del aprovechamiento de la miel que lleva consigo la explotación de las colmenas, la producción de cera se materializa en un elemento que es el objeto de nuestro estudio:  el lagar de cera. Veamos como se origina esta actividad industrial.

 Aunque la extracción de miel se conocía ya en épocas prehistóricas, es en la Edad Media cuando se consolida en Zalamea aprovechando las condiciones naturales del término que favorecen la abundancia de colmenas a las que los repobladores castellanos no dudaron en sacarle su máximo rendimiento.

 Un factor decisivo para la creación de los primeros lagares, aparte de su uso doméstico, debió ser la demanda originada por las numerosas cofradías y hermandades religiosas que proliferaron en nuestro pueblo. Así encontramos las primeras referencias en las reglas de la hermandad de San Vicente, en 1425, cuando se dice “…las cuentas que cada año han de dar los priostes, así de las rentas de las tierras como de las obras pías y de la cera que hiciere para esta hermandad…” De lo que se infiere que ya en aquel tiempo se hacía cera  en Zalamea puesto que no se hace mención de la que se “comprare” sino de la que se “hiciere”.

 En un artículo anterior titulado “La cera en las manifestaciones religiosas del pasado” hacemos referencia a la elevada cantidad de cera que demandaban otras hermandades inmediatamente posteriores a la de San Vicente y que no vamos a repetir aquí y que influyó decisivamente en la creación de lagares de cera. Ya en las Ordenanzas Municipales de 1535 se dedican varios de sus artículos a esta actividad económica estableciendo en el número 68 los días y lugares en que se han de sacar los vecinos las colmenas y en el número 4 las condiciones que han de cumplir los que labren cera en el lagar del arzobispo, reconociendo implícitamente la existencia de otros lagares, pero sin precisar su número; así mismo al hablar del almotacenazgo (control de pesas y medidas) se menciona la cera pesada y labrada en dicho lagar del arzobispo. Posiblemente era donde se controlaba la mayor parte de la producción y a él acudían  muchos de los vecinos para hacer uso de prensa, calderas y pesos, convirtiéndose en el lagar por antonomasia, de tal manera que en el Libro de los Privilegios, cuando se recoge el momento en que el licenciado Rado en 1582 hace entrega del término al Concejo de Zalamea  y habla de “…una casa junto al lagar de cera…” se está refiriendo probablemente a él.

Así pues, aunque en principio consistió en una actividad destinada a autoabastecerse, la existencia de abundante materia prima permitió que más tarde creciera y se desarrollara transformándose en una de las más destacadas e importantes.

 Durante los siglos XVII y XVIII la producción de cera alcanzó las cotas más altas, así en el catastro del marqués de la Ensenada se registra la existencia de dos maestros cereros y 58 tratantes de cera, reconociéndose en 1787 un nivel de producción por un valor de 100.000 reales; un poco más tarde, en 1799, en la relación de vecinos más acaudalados, aparecen once de ellos con un importante valor en colmenas, que en conjunto llega a 43.150 reales. Probablemente la mayoría, si no todos, tendría su propio lagar.

 Según los datos de los que disponemos parte de la cera que se producía se exportaba a Madrid y a otros pueblos de Castilla y a ello se destinaban “recuas de bestias mayores” que eran utilizadas por sus dueños para transportar la cera en amarillo a estos lugares, tal como se explica en un informe extraído de las Actas Capitulares de 1786.

 A principios del siglo XIX aún perduraba intensamente esta actividad puesto que en un documento fechado el 21 de Noviembre de 1826, en el que se da noticias de la villa de Zalamea, se dice que hay “seis fábricas donde se elabora y blanquea cera y se hacen velas y así mismo en las propias fábricas hay tres lagares para sacar la cera en amarillo”. Por último, Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico Estadístico – Histórico de 1835, también refiere la existencia de varias de ellas en Zalamea.

 Todo parece indicar que los lagares decaen en Zalamea a finales del siglo XIX aunque no desaparecieron totalmente hasta casi mediado el siglo XX, una razón fundamental posiblemente fuera el humo de las calcinaciones al aire libre de las minas de Riotinto que se incrementaron al hacerse cargo la Compañía Inglesa en 1873 de su explotación. Los humos que tanto perjudicaron al campo zalameño, fueron nefastos también para las abejas de nuestras colmenas.

 Es interesante conocer también cuáles fueron los últimos lagares de Zalamea y el proceso utilizado en la extracción de la cera y los procedimientos de elaboración, pero de ello hablaremos en el próximo capítulo

Imagen de la foto: Prensa del lagar de la Calle Sevilla. Fabricada con el tronco y "trepá" de una encina y un torno de la misma madera con los que se ejercía presión sobre los capachos para extraer la cera en amarillo.

Manuel Domínguez Cornejo          Antonio Domínguez Pérez de León

EL LINO. CULTIVADO, HILADO Y TEJIDO EN ZALAMEA

EL LINO. CULTIVADO, HILADO Y TEJIDO EN ZALAMEA

Una parte importante de nuestra historia es el estudio de aquellas actividades que formaron parte de la base económica sobre la que subsistió el pueblo. En esta ocasión vamos a centrarnos en una que si bien no llegó a alcanzar gran envergadura fue muy significativa porque se trata de una de las actividades más antiguas y de mayor difusión de las que se realizaron en Zalamea.

El lino es una planta herbácea anual, de tallo recto y hueco, que alcanza un metro aproximado de altura, con florecillas de tonos azulados, que se cultiva en suelos frescos y profundos y del que se extrae una fibra que, debidamente tratada, se utiliza para para elaborar tejidos que reciben este mismo nombre, igualmente de la semilla se obtiene el aceite de linaza.

Al contrario de lo que ocurrió con la cera, de la que hablaremos en un próximo artículo, o de lo que sucede aún con el aguardiente el cultivo y tratamiento del lino no fue una actividad exclusiva o distintiva de Zalamea, estuvo bastante extendida en todos aquellos pueblos cuyo origen data de muy antiguo, siempre que lo permitiera la naturaleza de sus tierras, ya que formó parte de ese conjunto de trabajos artesanales que acompañan a la economía de subsistencia y que atienden a autoabastecer a la comunidad de aquellas materias que le son más necesarias: comida, techo y ropa. Entendemos, no obstante, que en Zalamea adquiere una especial significación tanto por la antigüedad de estos trabajos como por haber perdurados hasta finales del siglo XIX.

Documentalmente hay referencias directas a esta actividad en las Ordenanzas Municipales de 1535, pero se realizaban desde mucho tiempo atrás puesto que lo que se hace en ellas es regular una fase del proceso de elaboración, el enriado, y determinar las tasas que debían pagarse por utilizar las pesas y medidas del arzobispo, al que, recordemos, perteneció Zalamea una buena parte de la Edad Media.

            De los diferentes tipos de lino, el de Zalamea era de secano, circunstancia ésta que lo hacía ser considerado como de la mejor calidad. Se sembraba en vegas bajas y frescas, en general próximas a una corriente de agua y se utilizaba la semilla que se obtenía de cosechas anteriores. En los siglos XVII y XVIII, cuando parece que alcanzó las cotas más altas, la producción rondaba alrededor de las 250 arrobas con pequeñas oscilaciones hacía arriba o abajo según los años, aunque en algunas ocasiones fue preciso comprar lino en regiones próximas, Extremadura y Andalucía Oriental, para satisfacer la demanda local.

Una vez recolectado a principios de verano, se recogía en haces que se dejaban secar al aire libre, procediéndose a continuación después de extraerle la semilla a lo que se conocía con el nombre de enriado. Consistía este proceso en sumergir los haces de lino en agua para que por un proceso químico-bacteriológico natural se pudriese parte de los tallos leñosos y obtener así la fibra útil que después se hilaba y posteriormente se tejía. Los haces permanecían en el agua entre 8 y 10 días debiendo vigilarse la operación para sacarlos en su momento justo y así evitar que se deterioraran en su totalidad. La putrefacción del lino echaba a perder el agua de los charcos que se utilizaban para este menester y dada la importancia que el agua tenía para nuestros antepasados las ordenanzas municipales de 1535 regularon minuciosamente el uso de los denominados enriadero. Así, en los capítulos 70, 80 y 81 advierten que “… nadie sea osado de enriar lino en las riveras de esta villa fuera de los charcos señalados…” estableciéndose penas bastante elevadas. Igualmente se prohíbe que el enriado se realice “… hasta que deje de correr los tales arroyos o riveras y que estos  sea visto por el concejo o mandado que lo vean…” Razón lógica por otra parte puesto que el enriado, de correr la rivera, la contaminaría inutilizándola para otros usos. Había una excepción: la rivera del Odiel; desconocemos lo motivos aunque probablemente se debiera a que su caudal fuese más abundante o a que su lejanía del pueblo disminuía los efectos que la contaminación pudiera tener.

            La fijación por el concejo de charcos tenía dos finalidades: proteger el enriado del lino y a su vez al ganado para que no bebiese aguas contaminadas. Las charcas señaladas eran las siguientes: El charco de Don Vidal, en la rivera del arroyo molinos; en la rivera del Buitrón había dos, uno encima del camino del Buitrón Viejo y otro “ …que dicen de la Murtilla”; en el arroyo del Fresno tres charcas, la de Molenillo, Peña del alcornoque y la de la casa del Viejo; otro en el arroyo de Santa María de Riotinto (más tarde Nerva); otro charco en la tallisca de Abiud, en el arroyo de las casas; en la rivera del Jarrama dos charcos, el de la pasá del Madroño y en el camino del Madroño a las Cortecillas; y en Tamujoso, el charco bajo la casa de Nicolás Pérez.

            Una vez enriado había que secar el lino de nuevo, procediéndose después a majarlo con el fin de separar las partes ya descompuestas, sacudiéndolos  después con una pala de madera, operación que en Zalamea se conocía con el nombre de apadar. Por último se realizaba el rastrillado, trabajo que se hacía, como el mismo nombre viene a decirnos, con un rastrillo de púas de hierro que extraían las partes inservibles quedando la hebra que finalmente se hilaba con husos de hierro, especies de rodillo sobre los que se iba enrollando la hebra de lino, tejiéndose después por las mujeres, consiguiéndose así lienzos que era necesario curar en remojo con cenizas y dejándolo secar después al sol para blanquearlo.

            Los residuos o desperdicios que resultaban después de las operaciones de apadar y rastrillar el lino se usaban para obtener la estopa que se también se tejía o utilizaba para fabricar cuerdas y cordeles, operación para la que tenemos constancia existió una fábrica en Zalamea.

            El tejido del lino era puramente artesanal y tuvo pocas variaciones desde tiempos remotos , no llegando a convertirse, por lo que hemos averiguado, en una actividad industrial como lo fueron en su tiempo las fábricas de cera y las de cordobanes. Era un oficio propio de mujeres que se procuraban así la tela con la que confeccionar luego prendas y manteles. Una buena parte de la mujeres tejían para cubrir las necesidades de consumo  de su familia, mientras que otras trabajaban además por cuenta ajena con el fin de aportar un beneficio extra a la economía familiar. Según los datos que hemos manejado, en un momento determinado de la historia la inmensa mayoría de las mujeres del pueblo hilaban lino, es decir hacían hilos de lino con las fibras de esta planta, pero no todas tejían, esto debió ser un oficio que se transmitía de madres a hijas junto con el telar, la máquina de tejer. Las que no disponía de telar debía pedirlo prestado si sabían tejer o encargar a otras que les confeccionaran sus lienzos. También podían adquirirse en algunas tiendas donde se ponían a la venta.

            El telar que se utilizaba era un aparato sencillo constituido por cuatro piezas de madera que formaban un marco con su peine para ajustar los hilos y la lanzadera para atravesarlo. Se elaboraban lienzos de tres calidades, las dos primeras eran de lino y la tercera era de estopa. Cuando los documentos hacen referencia a telares no se habla de fábricas propiamente dichas sino de utensilios que las mujeres utilizaban para tejer; de esta manera en 1784 se mencionan la existencia de varios telares en el pueblo, cuatro años más tarde se habla que son 40 mientras que en 1792, se dice que son 22 telares y en 1801, 26. Conviene puntualizar, no obstante, que en los telares no se tejía sólo lino sino también lana  con la que se fabricaba excelentes mantas y prendas de vestir.

            Aunque los datos son confusos, podemos asegurar que esta actividad artesanal perduró hasta el siglo XIX existiendo aún familias en Zalamea que conservan prendas de lino tejidas y confeccionadas a mano por antepasadas más o menos recientes. A partir del siglo XIX esta actividad comienza a decaer. Por una parte la aparición de tejidos más prácticos y por otro el desarrollo del comercio que ha permitido un mejor acceso a distintos tipos de tejidos y prendas ya confeccionadas. En cualquier caso el descenso del cultivo del lino fue un fenómeno generalizado, llegando a ser en algunos lugares de hasta el 95 %. Los telares desaparecieron igual que hoy están desapareciendo los oficios de sastre y costurera que hasta hace unos 40 años eran muy comunes en los pueblos.

El lino, los trabajos de él derivados y la terminología utilizada pasaron a engrosar la galería de objetos perdidos. Merece al menos un breve recuerdo. 

Imagen de la foto: Flor del lino 

Manuel Domínguez Cornejo         Antonio Domínguez Pérez de León

LA IGLESIA Y LA TORRE. LA OTRA HISTORIA

LA IGLESIA Y LA TORRE. LA OTRA HISTORIA

            La Iglesia y la torre de Zalamea siguen siendo hoy, igual que antaño, el sello de identidad de nuestro pueblo. Siempre hemos visto en ellas la imagen de referencia que todos los zalameños queremos contemplar cuando regresamos a casa. También son, por añadidura, el testimonio de nuestro pasado, testigos de los avatares que atravesó Zalamea en los últimos seiscientos cincuenta años.

            Sin embargo, si nos acercamos a ellas y las observamos con detenimiento veremos que sus cuerpos está seriamente dañados; las cornisas del campanario y las bolas que lo coronan se encuentran muy deterioradas; en el cuerpo de la torre se observan grietas bastante evidentes y los ladrillos de las paredes de la Iglesia sufren, especialmente en las partes bajas,  un acusado desgaste a causa de la erosión, agravado por la actitud incivilizada de algunos vecinos que no dudan en evacuar su exceso de líquido en lugares que les debieran merecer más respeto.

            Cualquiera puede deducir que la Iglesia y la Torre han atravesado duros momentos. No vamos a contar su historia, por todos ya sobradamente conocida, pero si convendría recordar que este edificio tan emblemático para nosotros no ha sido tratado siempre como se merece, unas veces a consecuencia del paso de los años y por efecto de los agentes naturales y otras a causa del mismo hombre.

            Una muestra de los efectos destructivos que sufrió como consecuencia de los fenómenos naturales fue el terremoto de Lisboa de 1755. Aquel año, durante unos segundos que se hicieron eternos, un fuerte movimiento de tierra sacudió los principales edificios de toda Andalucía ; la torre y la iglesia de Zalamea no fueron menos y el campanario, que tenía entonces un aspecto distinto al que tiene hoy, igual que la techumbre de la Iglesia sufrieron graves desperfectos, incluso parece ser que algunas de sus partes altas se derrumbaron. Como consecuencia de ello debieron de acometerse reformas de restauración que le dieron a la torre el aspecto que hoy tiene. Por cierto, para dar idea de la fuerza  aquel terremoto, recientes investigaciones han demostrado que también provocó un “tsunami” en la costa atlántica del suroeste peninsular.

            Los hombres han demostrado, así mismo, que muchas veces  pueden ser tan destructivos como los agentes naturales y hay dos casos que demuestran la barbarie a la que puede llegar la intransigencia y el radicalismo de estos. El primero de ellos fue en el año 1810. Dos años antes, como es sabido, el ejército de Napoleón invade España y el 15 de Abril de 1810, como ya contamos en los capítulos dedicada a la Guerra de la Independencia, los franceses consiguen entrar en Zalamea por la Fuente del Fresno obligando al destacamento del ejército español y a una gran parte de la población a retirarse en dirección a El Villar. Una vez controlado el lugar, fuera por represalia o porque se tratara de una actitud general para con los pueblos ocupados, los franceses se dedicaron a saquear casas particulares y especialmente los edificios que guardaban objetos de gran valor como fue el caso de la Iglesia. Cuentan las crónicas que el interior de la Iglesia fue invadido por los soldados que de manera impune destrozaron imágenes  y se llevaron los objetos de mayor valor llegando incluso a profanar este lugar sagrado al utilizar la iglesia como cuadra y sus altares como pesebres para dar de comer a las bestias.

            Apenas transcurridos poco más de cien años estalla en España la guerra civil que supuso la radicalización de los enfrentamientos políticos entra los dos bandos. Así, un día mas tarde del levantamiento militar, el 19 de Julio de 1936, un grupo de fanáticos llegados desde fuera y al que pronto se les unió otro grupo de radicales del mismo pueblo prendieron fuego a este edificio. Las llamas consumieron gran cantidad de obras de arte y documentos de gran valor, se dañó su techumbre y el pequeño cuarto de campanas. El conjunto quedo bastante afectado en su estructura. El campanario de la torre, que fue utilizada como bastión para colocar en lo alto una ametralladora, sufrió los impactos de las armas de fuego de las fuerzas nacionales infringiéndole múltiples daños en toda su estructura.

            En la década de los setenta a causa del deterioro sufrido por el paso de los años se realizó por fin una gran remodelación para conservar el edificio y salvaguardarlo tramitándose su declaración como Monumento Nacional y más tarde como Bien de Interés Cultural.

            Quizá ahora convendría recordar el momento en el que nació este conjunto Iglesia Torre. Fue allá por el año 1350 aproximadamente, cuando después de reconquistada la villa a los musulmanes, el arzobispo de Sevilla y señor de Zalamea, desde que Alfonso X el Sabio se la cedió a cambio de Cazalla, ordenó se levantara una iglesia con su campanario. Han transcurrido pues aproximadamente 650 años. Tenía entonces el edificio dos pequeñas naves y era de mucho menor tamaño que la que hoy conocemos y para levantarlo los maestros alarifes aprovecharon los restos de un edifico anterior situado cerca de donde hoy esta ubicado el templo. La Torre era inicialmente  mas baja  y probablemente coronada por una techumbre de madera y teja y el campanario tenía un solo ventanal en cada una de sus caras y era sensiblemente más baja que el actual. A principios del Siglo XVII empieza a dársele el tamaño y la configuración que hoy presenta.

            Desde entonces la Torre y la Iglesia han sido testigos de sucesos cruciales para la historia de nuestro pueblo. Han podido contemplar la elección de San Vicente como patrón de Zalamea en 1425, que se hizo en el porche delante de sus mismas puertas, y guardaron para sí el secreto de la elección del santo; vieron salir las primeras procesiones de la Vera Cruz 1580, germen de la actual Semana Santa; han presenciado el cambio de señorío de Zalamea del arzobispo al rey en 1592; con sus campanas han transmitido nuestras penas y nuestras alegrías durante cientos de años.

            Todo esto nos lleva a pensar si los zalameños seremos capaces de restituirle su dignidad y conservarlas para que las generaciones que nos sucedan puedan seguir disfrutando de ellas y contemplando su silueta al regresar a casa.

Manuel Domínguez Cornejo             Antonio Domínguez Pérez de León

LA CERA EN LAS MANIFESTACIONES RELIGIOSAS DEL PASADO

LA CERA EN LAS MANIFESTACIONES RELIGIOSAS DEL PASADO

Antes de la invención de la energía eléctrica, la iluminación artificial de  iglesias, ermitas, capillas, etc, se hacía mediante velas que como todos sabemos se elaboraban, y elaboran, con cera. Dado el importante número de manifestaciones religiosas fruto de los distintos cultos que se realizaron en  nuestro pueblo por parte de las hermandades, cofradías y congregaciones existentes en el pasado podemos asegurar sin temor a equivocarnos que la Iglesia se convirtió  en la mayor consumidora de cera durante la Edad Media y Moderna

            Fundamentalmente, cuando hablamos de cera, estamos utilizando la expresión que en aquellos tiempos se utilizaba para referirse a las distintas formas en que los lagares presentaban sus productos a los consumidores: velas de diferentes tamaños y hachas. Las diferentes hermandades y fundaciones religiosas que funcionaron en Zalamea a lo largo de la historia reclamaron una cantidad tal de cera que a partir de la Edad Media propició la creación de una industria, tanto de extracción como de manufactura, que llegó a convertir a nuestro pueblo en uno de los principales centros de producción de la provincia, de tal manera que hasta el mismo siglo XIX, Zalamea fue conocida por la calidad y cantidad de su producción, llegando incluso a ser identificada por esta actividad antes que por otras que después alcanzarían más renombre, como fue el caso del aguardiente.

            No pretendemos profundizar ahora en el proceso industrial de la cera que será objeto de otro artículo.  A título de reseña podemos mencionar que el elemento fundamental en esta industria en nuestro pueblo era, como ya apuntamos antes, el lagar de cera donde mediante un proceso artesanal se extraía este producto derivado de las miles de colmenas que se prodigaban por nuestros  campos. Se tiene constancia de que ya en la Edad Media la producción debió ser tan importante que en las Ordenanzas Municipales de 1535 se regula de alguna forma el labrado de la misma. Sabemos que en los siglos XVII y XVIII la fabricación alcanzó sus más altos niveles y no sólo atendía la demanda local, que como veremos debió ser bastante elevada, sino que abastecía a otros lugares de la región. En 1787 su valor alcanzó los cien mil reales y en esa época Zalamea contaba con 12.008 colmenas, ocupando el segundo lugar en la provincia, llegándose a exportar cera a Madrid y a otros poblaciones de Castilla. En el siglo XIX existían seis fábricas para blanquear cera y hacer velas y tres lagares para sacar la cera en amarillo (cera bruta).

            Básicamente la producción de cera se destinaba a la elaboración de velas de distinto grueso y longitud, las llamadas velas mayores o menores, que constaba de un cilindro sencillo con un pabilo o cordón en su interior, pero también se fabricaban hachas que eran unas velas gruesas con estrías y varios pabilos o cordones. Esta última modalidad era la más utilizada en las procesiones que celebraban las distintas congregaciones.

            En el siglo XVI tres hermandades consumían una buena parte de la producción de cera del pueblo, se trataba de la Hermandad de San Vicente, la Hermandad de la Vera Cruz y la del Santísimo Sacramento. El consumo de estas  se destinaba tanto a la iluminación de sus capillas o ermitas como, y lo que sería más importante, a las procesiones, cultos y celebraciones que tenían lugar en fechas señaladas. Las tres establecen en sus reglas que parte de las cuotas que pagaban los hermanos por  ingresar en la hermandad o la cantidad que se recaudara por las sanciones que se les aplican por infringir alguna regla son destinadas a sufragar los costes de la cera que se consumía. De las mismas reglas de estas hermandades se deduce que es probable que las fábricas destinaran una producción específica para ellas. En algunos casos las velas eran realizadas en el tamaño y color que aquellas le solicitaban, por ejemplo la Hermandad de San Vicente determinaba que en sus procesiones los hermanos debían desfilar con un determinado tipo de velas y la de la Vera Cruz distingue entre velas menores, velas y hachas y además aquellas tenían que ser verdes o amarillas. A veces las sanciones debían pagarse directamente en cera aportando una libra o dos o incluso media arroba de cera

            Mas tarde en el siglo XVIII, encontramos que las cofradías y hermandades que funcionan en nuestro pueblo se elevan a trece, a las que hay que añadir las 22 que había en las distintas aldeas del término. El consumo de cera por parte de estas entidades religiosas debió ser enorme ya que presumiblemente todas ellas adquirían la cera que necesitaban de la producción interior. Hemos realizado un cálculo aproximado que apunta a que el consumo podría estar alrededor de los treinta mil reales al año, lo que supone una elevada cantidad para la época. De la lectura de algunos de los documentos relacionados con estas hermandades se deja entrever que algunas de ellas tenían colmenas propias de las que  obtenían directamente la cera en bruto y después la llevaban a la fábrica de cera para transformarla.

            Con la generalización del uso de la electricidad, tanto a nivel privado como público, la necesidad de este producto fue disminuyendo y el uso de las velas quedó relegado a manifestaciones de otro tipo, rituales o procesiones. En 1943 se cerró el último lagar de cera en Zalamea, desapareciendo de esta manera una de las actividades económicas que más prestigio le dio a nuestro pueblo, a partir de entonces la Iglesia y las hermandades tuvieron que importar de fuera la cera que necesitaban para sus actos.

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León