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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

LOS SUCESOS DEL MEMBRILLO BAJO

LOS SUCESOS DEL MEMBRILLO BAJO

 Al sureste de Zalamea la Real sorprende al visitante no advertido la existencia de una pequeña población en ruinas con los muros de las casas conservando aún las huellas de un trágico incendio. La mayor parte de los corrales y los cuerpos de esas viviendas están hoy invadidos por la vegetación, pero el silencio que hoy reina en el lugar no puede ocultar el terror que los sucesos acaecidos en el verano de 1937 acabó con la existencia de una pequeña aldea de Zalamea y con la vida de muchos de sus habitantes.

Hoy es un lugar reconocido y declarado como de Memoria Histórica y la mayoría de los que hablan de ella lo hacen aún con un asomo de terror y respeto por lo allí ocurrido. Se trata, ya todos lo imaginarán, de El Membrillo Bajo.

Muchas son las incógnitas que hoy se siguen planteando acerca de lo allí acaecido, y seguramente tardaremos aún bastante tiempo en poder aclarar todas las circunstancias y los hechos. Pero en este trabajo intentaremos dar respuesta a algunas de ellas con los datos que hasta ahora conocemos. Para comprenderlos tendremos que remontarnos muchos años atrás.

Desde la Edad Media y más tarde con los privilegios otorgados por Felipe II en 1592, Zalamea dispuso de un extenso término municipal, que no englobaba sólo a las poblaciones que hoy dependen de ella sino también a los actuales municipios de El Campillo, Minas de Riotinto y Nerva. Prácticamente ocupaba todo el territorio del Andévalo oriental desde la orilla del Rio Tinto por el Este hasta las del río Odiel por el Oeste, en ellas había  extensas propiedades comunales, los llamados bienes de propios, para uso y disfrute del común de los vecinos. Estos bienes comunales hubieron de ser defendidos  en numerosas ocasiones ante intentos serios de apropiación por parte de la propia corona o de las sucesivas desamortizaciones realizadas por el gobierno central. Para evitar estos riesgos, en el primer tercio del siglo XIX, el Ayuntamiento procedió al reparto de dehesas de arbolado y partidas de tierras calmas en lotes de valor económico similar con el fin de entregarlos por sorteo a los vecinos de Zalamea – de ahí que se denominaran “suertes”. Aunque en principio se puso la condición de no venderlas ni cederlas en un plazo de diez años, pronto se anuló esta condición, circunstancia que contribuyó a que se formaran enormes fincas pertenecientes a familias acomodadas. Aún así siguieron existiendo importantes terrenos como bienes de propios: ejidos, partidas de tierras;  que los zalameños menos privilegiados usaban en sus actividades agrícolas y ganaderas, pero que debieron defender enconadamente con el fin de evitar que algunos de los grandes propietarios terminaran adueñándose de ellas. Podemos decir que entre las familias humildes de la población existía una conciencia de tener derecho al disfrute común de esos bienes de propio, fruto del proceso histórico que acabamos de resumir  brevemente.

En el caso concreto del Membrillo Bajo, los vecinos de esta aldea reclamaron insistentemente la apropiación indebida por parte de un terrateniente local de ejidos que habían quedado libres de la repartición a la que hemos hecho referencia antes.

La situación fue enconándose cada vez más y los vecinos de esta aldea, además de dirigirse al Ayuntamiento de Zalamea habían puesto una denuncia ante el juzgado de Valverde del Camino por la apropiación indebida de estos terrenos.  El gobierno municipal de los últimos meses del periodo republicano sacó un bando, reconociendo la existencia de esos ejidos que los vecinos del Membrillo Bajo venían reclamando. Hecho que no fue bien aceptado por los grandes propietarios.

Se estaban creando las condiciones que desgraciadamente desembocaron en los trágicos sucesos que narramos.

Otro factor que vendría a determinar lo ocurrido tuvo lugar al principio de la guerra civil. Cuando las tropas nacionales tomaron  Zalamea y en general toda la comarca, tiene lugar un fenómeno conocido como “Los Fugitivos”. Estos eran personas afines al régimen republicano que por temor a sufrir represalias habían abandonado Zalamea y se refugiaron en las zonas mas agrestes del término, cercano a la aldea de El Membrillo. Estos fugitivos hacían incursiones en los cortijos y poblaciones próximas para tomar provisiones que les ayudaran a atenuar la  situación que vivían ocultos ocultos en la sierra.

Aunque no hay pruebas determinantes de ello, hay quien asegura que los vecinos de esta aldea prestaron ayuda a aquellos fugitivos. La situación en la zona llegó a tensarse tanto y la presión que sufren los territorios ya conquistados por los nacionales por parte de estos grupos de fugitivos, obliga al general Queipo de Llano, el  6 agosto de 1937  a declarar toda esta comarca como Zona de Guerra, era un acto teatral, puesto que toda España estaba en guerra, pero sirvió para que se  reanudaran las incursiones militares y continuar con la represión tanto en los pueblos como en todo el territorio.

Fue esta la excusa que se utilizó para enviar a la aldea de El Membrillo Bajo a un grupo de militares y a nueve falangistas, al parecer, procedentes de Lepe. Los habitantes de El Membrillo Bajo eran en ese momento en torno a 100 personas que se vieron obligados a alojar en sus casas a los que más tarde serían sus verdugos.

A partir de esa fecha  se comienza a ejercer una dura represión sobre los hombres y mujeres de El Membrillo que duró algunos días. Los testimonios orales que se han recogido de personas que lo presenciaron o de familiares que posteriormente lo habían oído contar  son verdaderamente espeluznantes.

El alcalde pedáneo fue mutilado y ejecutado salvajemente de una manera que consideramos innecesario describir. Se actúo de igual forma con una mujer embarazada. Las fuentes que hemos manejado difieren en el número de víctimas, según unas fueron cuatro personas, otros aseguran que se torturaron y asesinaron a 15 personas entre los vecinos. No hemos podido saber con certeza cuántos fueron las víctimas. Finalmente las mayoría de los vecinos acabaron huyendo y refugiándose, unos en la cercana aldea de El Membrillo Alto, otros en caseríos próximos de familiares o amigos y otros en la propia  Zalamea la Real, donde  llegaron andando a campo a través; algunos de ellos eran niños que cargaron  en sus brazos a sus hermanos más pequeños.

Finalmente los milicianos acabaron incendiando la aldea y destruyéndola. Hay referencias que dicen que también fue bombardeada por los militares, aunque en los restos que hoy quedan en la aldea no se aprecian vestigios de tal bombardeo. Esto nos parece dudoso toda vez que la aldea estaba prácticamente vacía y no constituía ya ningún objetivo militar. Más aún teniendo en cuenta que la artillería y la aviación de la que disponían las fuerzas nacionales en la zona eran bastante escasas. (Sirva de ejemplo que en Zalamea, donde se pensaba que  el pueblo iba a ofrecer una tenaz resistencia, se utilizó durante su asalto un solo cañón,). En cualquier caso la aldea quedó totalmente arrasada.

Los objetivos estaban conseguidos desde el momento que lograron que los vecinos desalojaran el pueblo, permitiendo así que pasaran a manos de los terratenientes los terrenos que los vecinos habían conseguido que se reconocieran como terrenos comunales.

Transcurrido todo este tiempo, la aldea sigue despoblada, aunque las familias y sus descendientes siguen manteniendo la propiedad de las casas allí destruidas, casas que constituyen hoy un testimonio vivo del horror sufrido y que siguen guardando entre sus ennegrecidos muros las respuestas a muchas de las preguntas que aún nos seguimos haciendo.

 

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