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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

Edad Contemporánea

VEINTE AÑOS DE "REAL" HERMANDAD

VEINTE AÑOS DE "REAL" HERMANDAD

Aunque aquellas personas próximas a la Junta de Gobierno de la Hermandad de Penitencia y las que tienen o han tenido algún vínculo con ella conocen la razón de por qué hoy esta hermandad ostenta el calificativo de “Real”, es cierto que una inmensa mayoría desconoce el origen de este apelativo  y es común el error de creer que se le aplica por extensión del que tiene el nombre del pueblo.

 No existe ninguna relación entre ambas circunstancias. Como bien es sabido, el adjetivo “Real” que sigue al nombre de Zalamea tiene su origen en 1592, al pasar nuestro pueblo de pertenecer  al arzobispado de Sevilla  a ser villa de realengo de acuerdo con el privilegio otorgado por Felipe II en aquel año.

El motivo de llamarse  “Real” la Hermandad de Penitencia es otro muy distinto y se obtiene hace ahora justamente 20 años y fue consecuencia de un proceso, al que modestamente contribuimos, y que vamos a recordar someramente.

 El día 15 de julio de 1994 la Junta de Gobierno de la Hermandad de Penitencia, presidida en aquel momento por Don Pedro Borrallo Domínguez, hermano mayor, acuerda solicitar a S. M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, rey de España, que aceptase el nombramiento  de Hermano Mayor Honorario y poder ostentar esta hermandad el título de “Real” por atribución.

Meses después, la Casa Real, responde en una carta de la Secretaría General, con fecha de 30 de noviembre de 1994, en la que se nos pide datos históricos de la Hermandad de Penitencia , estatutos por los que se rige, actividades que lleva a cabo y las relaciones que pudiera tener con la casa real, así como cuanta documentación pudiera acreditar el hecho de  ostentar aquel privilegio.

De forma inmediata nos pusimos a trabajar impulsados por la Junta de Gobierno y su hermano mayor a la cabeza. Después de un tiempo de recopilación y elaboración de los datos solicitados, el 14 de febrero de 1995 se le remite un dossier con los documentos solicitados. En él se incluía una relación de los hechos históricos acerca de los orígenes de la Semana Santa de Zalamea y de todos los elementos que la componen, Hermandad de la Vera Cruz, La Vía Sacra y la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Soledad. Así mismo se le envía una relación de todas la actividades que realiza y promueve y que no se limitan a las procesiones de Semana Santa, sino también quinarios, triduos, pregón, conferencias, etc. Para argumentar su relación con la institución real se le expuso todo el proceso de emancipación de Zalamea del  arzobispado de Sevilla y su adhesión a la corona y se le refirió la carta de privilegios otorgada por Felipe II en 1592. Todo ello acompañado de copias de las actas capitulares y cartas relacionadas con la fundación de la Vía Sacra, del libro de acuerdos de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, así como copias de las reglas y copia de la propia carta de privilegio de 1592 con la firma autógrafa de Felipe II.

Como respuesta a todo esto,  el 22 de marzo de 1995, el Jefe de la Casa de S,M. el Rey remite al hermano mayor de la Hermandad de Penitencia  una credencial en la  que consta que el Rey ha aceptado el nombramiento. Por tanto a partir de ese momento, como efecto de ese acuerdo nuestra Hermandad de Penitencia comienza a denominarse:

Real y Fervorosa Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo de la Sangre, Santísimo Cristo Yacente, María Santísima de los Dolores, Nuestra Señora de la Soledad  y San Juan Evangelista”. 

Manuel Domínguez Cornejo      Antonio Domínguez Pérez de León

127 ANIVERSARIO DEL AÑO DE LOS TIROS

127 ANIVERSARIO DEL AÑO DE LOS TIROS

(Plaza del antiguo pueblo de Riotinto donde tuvo lugar la manifestación)

Se cumplen ahora exactamente 127 años de lo que se ha dado en llamar el “Año de los Tiros”. Ocurrió el 4 de Febrero de 1888, era sábado y a las 16,30 de la tarde, aproximadamente, los soldados del regimiento de Pavía desplazados al antiguo pueblo de Riotinto (conocido como la Mina Abajo) disparó a bocajarro sobre una imponente manifestación pacífica compuesta por personas venidas desde Zalamea, El Valle y Nerva que protestaban por los daños causados en los campos y en la salud por los humos de las teleras y reclamaban mejores condiciones laborales. Como consecuencia de ello decenas de personas perdieron su vida  en la plaza y muchas otras murieron después como consecuencia de las heridas.

Zalamea tuvo un destacado protagonismo en aquellos hechos y los sucesos ocurridos aquel día quedaron grabados en la memoria colectiva de nuestro pueblo durante mucho tiempo, aunque últimamente parece difuminarse.

Queremos desde aquí conmemorar el aniversario de este suceso y rendir homenaje a las víctimas reproduciendo un artículo que publicamos ya hace algún tiempo y que creemos refleja muy bien las sensaciones vividas en aquellos días:

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LA SEMANA SANTA DEL AÑO DE LOS TIROS. MEMORIAS DE UN COFRADE

Hoy viernes, 6 de abril de 1888, al regresar de la Vía Sacra, me he decidido a escribir estas líneas para dejar testimonio de mis vivencias a lo largo de estos últimos días. La imponente manifestación religiosa a la que acabo de asistir trae a mi memoria otra de la que apenas han transcurrido dos meses desde que sucedió. Aún padezco las secuelas de aquella primera en la que resulté herido, siento en mi pierna la horrible sensación de quemazón que tuve cuando la bala que salió del fusil de aquellos que decían defender el orden atravesó el muslo de mi pierna izquierda, pero en aquel momento, mientras me arrastraba para ocultarme entre las callejuelas de Riotinto y cuando a duras penas, ayudado por mi amigo Manuel Márquez López, conseguí llegar a Zalamea casi desangrado, elevé una oración a Nuestro Padre Jesús Nazareno y prometí que si salía con bien de aquel trance acudiría a la procesión del jueves santo, tras la imagen que tanto he venerado. 

Gracias a Dios, Nuestro Señor, pude ver pasar aquel fatídico 4 de Febrero; luego, en los días que siguieron, María Santísima de la Soledad, a la que tanta fe he demostrado, debió cubrirme con su manto protector porque gracias a ella pude sobrevivir a las fiebres que me produjo aquella herida y a tantas noches de delirio y de temor que se sucedieron durante los días de convalecencia. Quizá por Ella me libré de los interrogatorios que tuvieron lugar después de aquel día. Por los amigos que me visitaron supe de tantos y tantos vecinos y compañeros que hoy no pueden contarlo, sentí en lo más profundo de mi alma la noticia de aquellos que jamás regresaron. 

Hoy, mientras cantaba en la ermita del sepulcro el Perdón, eché en falta a aquellos que vinieron otros años, José Lancha López, que dejó su vida en la plaza ante el Ayuntamiento del pueblo de Riotinto, a Mateo Serrano Zarza, que aún se debate entre la vida y la muerte con el estómago destrozado por una bala criminal o a Miguel Librero, herido también y al que visité hace unos días. Junto a su lecho recordamos el miedo y el desconcierto que sentimos en aquel momento. 

Al regresar a mi casa, me reafirmé en el propósito, desoyendo el consejo de familiares y amigos, de asistir y participar en todos los actos de esta Semana Santa para el engrandecimiento de nuestra Sagrada Religión, ofreciéndolo en honor de todos aquellos que han perdido su vida o fueron heridos aquel 4 de Febrero. 

El 25 de Marzo de este mismo año, asistí a la reunión de la Junta de Hermanos de la Cofradía. En ella se acordó que cada uno de los componentes de la Hermandad aportara dos pesetas para destinarlas a sufragar los costes de la procesión, del sermón, de la música, de la cera y demás gastos que se derivaran. Aunque para mí estas dos pesetas han supuesto un gran esfuerzo, he contribuido gustosamente con el fin de glorificar a Dios Nuestro Señor, recordando su Pasión y Muerte, la misma que han tenido todos aquellos que no han podido estar aquí estos días. Con la ausencia del hermano mayor, José González, que marchó a Madrid para evitar ser detenido y poder defender los intereses del pueblo del que hasta hace poco tiempo ha sido alcalde, se celebró la reunión en la que acordamos la organización de los actos de esta semana Santa y en la que admitimos a un nuevo hermano. Así mismo, Antonio Mantero, nos informó de las dificultades que tendríamos, con su proverbial eficiencia como secretario de la cofradía. 

Ayer jueves, 5 de Abril, con túnica de hermano y los pies descalzos, en cumplimiento de mi promesa, acudí a la procesión, sufriendo los rigores del trayecto. En los momentos que sentía que las fuerzas me abandonaban, la contemplación de la imágenes de Nuestro Señor y de su Madre y el recuerdo de su Pasión, empequeñecían mi dolor y mi propio sufrimiento, dándome ánimos para seguir. La imagen tenuemente iluminada por la luz de los candelabros en la oscuridad de las calles de Zalamea componían una hermosa escena que me hizo sentir orgulloso de pertenecer a este noble pueblo, que unos meses antes defendió valientemente sus campos de la devastadora “manta” de humos y que en estos días se une para rendir veneración a Nuestro Señor en su Pasión. 

Este año la banda de música no ha sonado de igual forma que en los anteriores, muchos de sus instrumentos y los que los portaban quedaron en el suelo de la plaza del vecino pueblo.

 Hoy viernes, 6 de abril, he asistido a la Vía Sacra, la corneta y la esquila nos concentró, como desde hace más de 100 años ante la puerta de la Iglesia; el silencio esta vez ha sido más profundo. Apoyado en el hombro de Vicente Pérez García he seguido los pasos de la Cruz de guía por las calles apenas alumbradas  en algunas esquinas por los faroles de petróleo. Ante  mí caminaba Juan Antonio López, al que ignominiosamente han acusado de ser uno de los instigadores de la manifestación. Estoy convencido de que nuestro Padre Jesús Nazareno tendrá a su lado  a aquellos que hoy no han podido estar con nosotros.

 Al ver a tantos vecinos y amigos en esta conmovedora muestra de fe en la muerte y resurrección de Cristo me ha parecido oír los disparos de aquel trágico día, disparos que aún retumban en mis oídos y que seguirán haciéndolo durante mucho tiempo.

 Cuando termino de escribir estas líneas las lágrimas inundan mis ojos y ante mí desfilan las horrorosas imágenes de muerte y sufrimiento vividas  el pasado 4 de Febrero de 1888.

Que Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad nos protejan.

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 Esta narración y el personaje que la hace son imaginarios, sin embargo los hechos y las personas que se mencionan en ella son totalmente reales.

 La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad, reorganizada en 1865, celebró efectivamente el 25 de Marzo de 1888 una Junta de Hermanos para programar los actos de la Semana Santa de aquel año. Los 41 hermanos que la componían aportaron 82 pesetas para sufragar los gastos.

 José González Domínguez fue alcalde de Zalamea hasta el 8 de Marzo de 1888 y hermano mayor de la cofradía. Encabezó la manifestación, junto a Lorenzo Serrano y Ordóñez Rincón, que salió de Zalamea en dirección a Riotinto.

 Antonio Mantero fue secretario de la cofradía durante más de quince años.

 Juan Antonio López fue acusado como principal instigador de los hechos de 1888.

 José Lancha López murió como consecuencia de los disparos de las fuerzas del orden público aquel 4 de Febrero.

 Mateo Serrano Zarza fue herido en el vientre por una bala.

 Miguel Librero sufrió igualmente heridas de bala.

 Manuel Márquez López fue admitido como hermano de la cofradía el 25 de marzo de 1888.

Vicente Pérez García fue admitido también como hermano un mes más tarde.

 La banda de música que acompañó aquel año a la procesión no pudo contar con todos sus integrantes. Iba al frente de la manifestación que salió de Zalamea y según cuenta la tradición muchos de sus miembros murieron o fueron heridos aquella tarde del sábado 4 de Febrero en Riotinto

 La Semana Santa de 1888 fue especialmente triste; en la mente de los zalameños estaban vivos aún los sucesos ocurridos dos meses antes.

Manuel Domínguez Cornejo         Antonio Domínguez Pérez de León

(Los interesados en conocer con más detalle los hechos del año de los tiros pueden consultar la serie de  10 artículos publicados en esta misma blog en marzo de 2010, pulsando aquí)

 

LA FERIA. EL NACIMIENTO DE NUESTRA FIESTA MAYOR

LA FERIA. EL NACIMIENTO DE NUESTRA FIESTA MAYOR

Durante el segundo tercio del siglo XIX se produjo el nacimiento de lo que hoy es nuestra fiesta mayor, la feria. Veamos como ocurrió.

En el año 1842, cuando Zalamea mantenía aún un marcado carácter agrícola y ganadero y con el fin de potenciar las transacciones comerciales de los productos generados en el campo, así como para evitar que los beneficios que estos pudieran generar se marchasen a otros pueblos limítrofes que ya tenían la suya propia, la corporación municipal acuerda el 5 de octubre solicitar autorización para la celebración de una feria de ganado en los días 18, 19 y 20 del mes de septiembre. El mes elegido es un claro indicativo del carácter agropecuario de la festividad . Se celebró por primera vez al año siguiente, en 1843 y el lugar elegido para llevarla a cabo fueron las cercanías de la ermita de San Vicente. En este primer año se dio a conocer en los pueblos próximos enviándoseles carteles anunciadores con el fin de promocionarla. En sus inicios no fue concebida como hoy la conocemos, digamos que esto fue una consecuencia de lo anterior. En sus inicios la feria se celebraba en torno a las transacciones de ganado que se hacían por la mañana, teniendo lugar por la noche unos festejos que servían de distracción tanto a los lugareños como a los forasteros que afluían al pueblo y paulatinamente fueron apareciendo puestos y atracciones que contribuían al esplendor de la feria.  Durante ella se repartían alimentos a los más necesitados. Mas tarde la feria de ganados se trasladó al Pilar de la Indias y posteriormente al  Pilar Viejo.

La construcción de una plaza de toros en 1879 vino a dar mayor realce a los festejos, ya que aunque con anterioridad se “corrían toros” , el disponer de un  coso taurino adecuado a los nuevos tiempos vino a dar mayor importancia y formalidad a estos actos. En 1892, el ayuntamiento accedió a la petición del entonces arrendatario de la plaza para que se le concediese una subvención con la finalidad de que el cartel fuera de prestigio y así se consiguiera aumentar la afluencia de aficionados y visitantes a la feria. Como vemos la costumbre de subvencionar las corridas de toros nos es reciente.

Con el tiempo la fiesta nocturna fue adquiriendo relevancia, añadiéndosele alumbrado y fuegos artificiales durante los tres días.

En 1894 se acordó cambiar la fecha de la feria y trasladarla al mes de julio para evitar los riesgos del clima en septiembre y también para facilitar la asistencia de los lugareños ausentes, experimento que no tuvo excesivo éxito ya que dos años más tarde  se decidió regresarla a su fecha habitual. El 10 de Agosto de 1900 se pensó de nuevo cambiar los días de feria para que ésta se iniciara el sábado siguiente al 17 de septiembre. Y así siguió hasta la década de los setenta del siglo XX. Ya entonces la feria había adquirido el configuración de 5 días comenzando el sábado y terminando el miércoles.

Un dato anecdótico que ilustra la intención del ayuntamiento en dotar de atractivo  la fiesta es la decisión que se tomó en 1917 para contratar un aparato cinematográfico que sirviera de distracción y entretenimiento, hecho que por sí solo es innovador dado que el cine estaba dando en aquellos momentos sus primeros pasos.  Según las noticias que tenemos, después de la guerra civil no volvió a celebrarse más la feria de ganado aunque pudieran llevarse a cabo algunas transacciones de este tipo, pero que ya no constituían el objetivo de la fiesta. Sin embargo el que su origen fuese ése es la causa de que aún hoy se siga denominando feria y fiestas, feria de ganado y fiesta nocturna e igualmente la causa de que perdure la tradición de celebrarse tanto por la mañana y mediodía como por la noche. Con el transcurso de los años fue creciendo añadiéndose todos los atractivos de una fiesta moderna.

Una curiosidad digna de reseñar fue la celebración de lo que antiguamente se denominaba el “día del lobo”.Se trataba de una pequeña fiesta que tenía lugar el sábado siguiente a la  terminación de la feria, organizada por los camareros y trabajadores de la feria que no habían tenido la oportunidad de disfrutar de ella. Quizá éste sea el origen de lo que se conoció después como “broche de feria” que se celebraba el sábado y domingo siguiente durante la década de los sesenta y setenta del pasado siglo. A medida que la gente fue participando más de esa pequeña fiesta, se fue integrando en la feria. Más tarde, un grupo de vecinos representantes  de las casetas que se montaban por aquel entonces solicitó que se mantuviera el alumbrado  el jueves y viernes, petición que la comisión de festejos aceptó, de manera que la feria aunque extraoficialmente acabó prolongándose durante toda la semana, es decir, con una duración de nueve días.

Al final de la década de los setenta se adelantó la fecha de inicio al sábado anterior al segundo domingo de septiembre. El 1988, como muchos recordarán, el recinto se trasladó a los alrededores de la plaza de abastos, experiencia que tampoco fue del agrado de los zalameños, que reclamaron que volviera al lugar primitivo, la calle de la Plaza,como así fue dos años más tarde. Por aquel entonces las casetas particulares habían aumentado su presencia en el recinto ferial en número y relevancia. En contra de la opinión de los que piensan que es una innovación de los últimos tiempos diremos que, aunque en menor número y con unas características diferentes, también se montaron casetas particulares a principios y mediados del siglo XX.

La, para algunos, larga feria de nueve días permaneció hasta 1999 hasta que en el año 2000 se redujo de nuevo a 5 días, no sin cierta controversia, empezando el sábado y terminando el miércoles, aunque se le añadió el pregón taurino el viernes con la inauguración del alumbrado. En 2003 se acordó iniciarla el martes con el pregón y terminarla el domingo. En 2004 se pasó a la primera semana de septiembre.

 

Manuel Domínguez Cornejo        Antonio Domínguez Pérez de León

Foto de la ilustración: Imagen de la feria a principios del siglo XX. En ella se puede apreciar el entarimado que se levantaba en la puerta del ayuntamiento para que tocara la banda municipal. Se estuvo montando hasta los años sesenta del pasado siglo.

LOS ÚLTIMOS 50 AÑOS DE LA SEMANA SANTA EN ZALAMEA

LOS ÚLTIMOS 50 AÑOS DE LA SEMANA SANTA EN ZALAMEA

Por extraño que parezca, a veces resulta más difícil encontrar datos de épocas más recientes que de aquellas otras más distantes en el tiempo. Es el caso que nos ocurre cuando tratamos de reconstruir los últimos cincuenta años de la hermandad de Penitencia. Puede resultar más fácil hablar de los orígenes y evolución de nuestra Semana Mayor que hacer una crónica de los últimos 50 años de la historia de las imágenes y procesiones, entre otras cosas por el riesgo a equivocarnos. Curiosamente poco, o muy poco, se ha registrado por escrito de lo sucedido en estos años. Por esta razón hemos creído conveniente recoger todo aquello que se sabe o se recuerda acerca de la Semana Santa en Zalamea en la segunda mitad del siglo XX.

Hemos podido constatar que a comienzos de este siglo, las procesiones se diferenciaban enormemente de las de ahora. Tendremos oportunidad de ahondar en otra ocasión en los detalles de estos primeros años del siglo aunque a modo de avance podemos decir que las imágenes eran mucho más sencilla y menos pesadas, eran transportadas en una especie de andas fáciles de llevar por cuatro personas, sin acompañamiento de penitentes, con gran austeridad de adornos florales y su recorrido no era como el de hoy, no distanciándose mucho de la iglesia por lo general.

 El Vía Crucis y la procesión del viernes por la madrugada se hacían con mucha más sencillez, suponemos que el crucificado que se empleaba en la procesión de la Vera Cruz en la madrugada del viernes debía ser de pequeño tamaño ya que era portado por un solo hombre. La Vía Sacra, sin embargo, conservó las características que hoy le identifican aunque tanto las peanas de las estaciones como la ermita fueron cambiadas y remodeladas respectivamente con posterioridad.

En el año 36 un gran incendio provocado  en la Iglesia hizo desaparecer buena parte de las riquezas que se conservaban. Lógicamente esto supuso una interrupción en las celebraciones puesto que hubo que iniciar trámites para recuperar imágenes nuevas. Esta recuperación se inicia nada más terminar la Guerra Civil. En principio no procesionaron, simplemente fueron colocadas y expuestas en la Iglesia; tal es el caso del Cristo de la Sangre, conocido popularmente como el Crucificado que fue encargado al escultor Bidón en 1938, aunque hay quien afirma que es de fecha posterior. En cualquier caso, en los años 70 fue remodelada por el escultor zalameño Manuel Domínguez Rodríguez. Nuestra Señora de la Soledad, también del escultor Bidón, llega en el año 1940. Es probable que sobre esa fecha  comiencen  de nuevo las procesiones; tenemos conocimiento de la existencia de una circular fechada en 30 de Abril de 1943 de la que se deduce la reconstitución de la Hermandad de Penitencia. De nuevo las imágenes vuelven a salir por las calles de Zalamea y parece ser que es en esa fecha, 1943, cuando comienzan los pasos a ser acompañados de penitentes, aunque en un principio salían sólo los negros.

El nazareno, obra también de nuestro paisano Manuel Domínguez, llegó a Zalamea el 25 de marzo de 1955. Hasta entonces las procesiones sacaban repetidamente las mismas imágenes, es decir el Cristo Crucificado y la Virgen de la Soledad, que antes también era Virgen de los Dolores. Estas dos imágenes procesionaban jueves por la tarde, viernes de madrugada y viernes por la tarde. En esta última procesión la imagen del crucificado era llevada a la ermita del Sepulcro, introduciéndose la imagen  en él para celebrar por la noche el Vía Crucis, permaneciendo unos días hasta que regresaba de nuevo a la Iglesia donde era venerada. Con la llegada del Cristo Yacente en el año 1950, obra del escultor Barbero, reposando en una urna de estilo barroco, el viernes santo tuvo sus propias imágenes y como mencionamos más arriba, después de la llegada del Nazareno en 1955 el jueves santo tuvo también las suyas propias, con lo que los tres días sacaban  imágenes distintas para Jesús aunque seguían teniendo la misma Virgen, la que hoy conocemos como la Soledad de Bidón.

Sobre los años 60, a iniciativa de algunos jóvenes de la hermandad, y no sin cierta resistencia, comenzó a salir el Cautivo y probablemente de esta época datan los penitentes blancos, recuperándose así una de los aspectos más característicos de las  procesiones de la antigua hermandad de la Vera Cruz de 1581, la existencia de penitentes blancos y negros en una misma procesión.

Por fin en 1969 llega a Zalamea la Virgen de los Dolores, obra también del escultor zalameño ya mencionado, y de esta manera se configura definitivamente las Semana Santa tal como actualmente la conocemos, desfilando el Cautivo y Nuestra Señora del Mayor Dolor el miércoles, el Nazareno y la Virgen de los Dolores la tarde del jueves y en la madrugada el Crucificado o Cristo de la Sangre con la Virgen de los Dolores de nuevo, para terminar  el viernes por la tarde con el Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista, imagen ésta que se añadió al paso con posterioridad al igual que el Cirineo del Nazareno, obras ambas del zalameño Manuel Domínguez Rodríguez

Conviene recordar que  los “encuentros” del Jueves Santo se hacían con el crucificado en la antigua calleja de la cárcel, luego pasaron a realizarse con la nueva imagen del  Nazareno en el mismo lugar hasta que la construcción del paseo cuadrado obligó a desplazar su localización a dónde hoy se hace. Cabe mencionar, igualmente, que, en la década de los 80, hubo unos años en los que salían en procesión el viernes por la tarde todas la imágenes, en una especie de recapitulación de lo que había sido la Semana Santa, sin embargo esta práctica por atípica se abandonó en los últimos años.

Mención especial merece el Vía Crucis. Aunque es probable que durante la guerra civil estuviera sin celebrarse algunos años, puede que su práctica se retomara antes, incluso, que las procesiones, habida cuenta que su ejecución no requería imágenes, y según parecen atestiguar los recuerdos de las personas de edad. Como ya dijimos, hasta que en 1950 se trajo el actual Cristo Yacente, se estuvo utilizando el mismo crucificado de las procesiones que era colocado en el altar mayor del Sepulcro. Como anécdota conviene resaltar algunos aspectos relativos a la Vía Sacra: El horario de celebración fue siempre a las diez de la noche y se hacían con la misma solemnidad y recogimiento que hoy inspira, asistiendo, como sigue siendo tradición, sólo los hombres. Era costumbre que finalizada la procesión del viernes por la tarde las mujeres se recogieran en sus casas y las mozas no eran visitadas por los novios aquella noche. Finalizado el Vía Crucis, de 2 a 3 de la madrugada iban algunas mujeres al sepulcro a lo que llamaban levantar la losa, permaneciendo en él toda la noche

El sábado santo por la mañana tenía lugar otra Vía Sacra, ésta con la asistencia del sexo femenino, portando a la Virgen totalmente vestida de blanco, práctica hoy desaparecida.

Hay dos eventos que conviene reseñar y que tienen especial relevancia en la historia de la hermandad. Uno de ellos fue la conmemoración del bicentenario de la Vía Sacra en 1976, hecho que quedo reflejado en una placa colocada en la parte delantera de la ermita y del que dejaron constancia con su firma en un libro de protocolo las cerca de 600 personas que acudieron aquel año a la Vía Sacra, cantidad bastante considerable y que raras veces se ha visto superada. El otro hecho destacable fue el nombramiento de su Majestad el Rey Don Juan Carlos I como hermano mayor honorario de la Hermandad en 1995,  suceso que se acredita con una carta de la casa real por la cual se acepta por parte de su majestad el nombramiento y la legitima para denominarse Real Hermandad de Penitencia; fue la culminación de  un largo proceso en  el que hubo que demostrar la antigüedad e historia de la hermandad.

Pie de foto: Un “encuentro” de 1948. (En él se aprecia como se hacía aún con el Crucificado)

Manuel Domínguez Cornejo                 Antonio Domínguez Pérez de León 

EL DESAGRAVIO

EL DESAGRAVIO

 El 15 de abril de 1810 era casualmente Domingo de Ramos, el inicio oficial de la Semana Santa. Nuestro pueblo atravesaba unos  momentos difíciles en plena guerra de resistencia ante la invasión francesa; un ejército español al mando del general Francisco Ballesteros estaba acantonado en la villa y los lugareños estaban obligados a su mantenimiento. Pese a ello, nuestros antepasados se dispusieron aquella mañana a realizar solemnemente la procesión propia de aquella fiesta, todo estaba preparado para la celebración imbuidos  de la religiosidad que inundaba la mayoría de las fiestas populares, pero el destino nos tenía preparado otra cosa.

Ese mismo día, sobre las once de la mañana, un ejército de franceses en número bastante elevado, - algunas fuentes hablan de 12.000, aunque hoy la cifra nos parece exagerada -, hacía su entrada por la fuente del Fresno, subía por los terrenos que hoy ocupa la Plaza de Abastos hasta llegar al lugar conocido como Juego de las Bolas que, en parte, es en la actualidad la calle denominada Padre Gil. Se inicia entonces un duro enfrentamiento entre las tropas francesas y las españolas, pero la superioridad numérica y de armamento de las tropas enemigas hacen retroceder a los nuestros en dirección a El Villar, acompañados de una buena parte de la población temerosa de las represalias que efectivamente tomaron los franceses.

             Dueños del pueblo los temidos invasores, que ya habían incendiado la población en varios puntos, seguramente consecuencia de los bombardeos, arrasan y saquean casas particulares y edificios públicos, ejecutan a personas civiles por haber ofrecido resistencia y sus ansias de saqueo se centran en la Iglesia Parroquial, donde roban todos los objetos de valor que se encontraban en ella y lo que fue más ultrajante y doloroso para los zalameños de la época, los actos sacrílegos llevados a cabo contra el Santísimo Sacramento arrojando al suelo la sagrada forma y rompiendo las imágenes de los santos,

  Cuando transcurridos los dos días que en aquella ocasión permanecieron los ocupantes en el pueblo, nuestros antepasados acuden a la Iglesia, contemplan estremecidos los horrores y ultrajes cometidos por los franceses. Los vasos sagrados, la custodia y todos los objetos de valor con los que con tanto esfuerzo habían ornado su Iglesia habían desaparecido, el Sagrario se encontraba abierto, las sagradas formas estaban arrojadas en el suelo y las imágenes rotas y violentadas.

             El dolor y el agravio que sintieron entonces los zalameños, de un espíritu tremendamente religioso, resulta hoy difícil de describir.

        Los franceses volvieron de nuevo a Zalamea a finales de 1811 permanecieron de manera intermitente hasta finales de abril de 1812. Durante ese tiempo volvieron a saquear el pueblo, pero ya no hay constancia de que volvieran a regresar.

             Es entonces cuando la hermandad del Santísimo Sacramento, toma a su cargo la reparación de la ofensas recibidas. Esta hermandad se constituye en nuestro pueblo probablemente a finales del siglo XVI. De cualquier forma se constata su existencia en 1703 en el libro de visitas pastorales del Archivo Arzobispal de Sevilla. Su función principal era la del Corpus Christi, aunque tenía otras como era la procesión claustral el domingo de Pascua de Resurrección y todos los terceros domingos de mes tras la misa mayor. El Santísimo era llevado en una custodia de plata que según algunos testimonio llegaba a pesar unos 50 kilos, también tenía como función el velar el Monumento el Jueves Santo (altar mayor adornado especialmente para estas fecha en torno al Sagrario) estando obligados el hermano mayor, los alcaldes y cuatro diputado de la cofradía a estar presentes  en las procesiones de tarde y madrugada de Semana Santa.

 Pues bien, como hemos dicho, esta hermandad asume la responsabilidad de realizar los actos de desagravio de los abusos cometidos por las tropas francesas en la sagrada persona de Jesucristo.

             Así el 20 de septiembre de 1812 se congregan en la Iglesia  los hermanos de esta cofradía y acuerdan que se celebre perpetuamente en adelante una función que se titularía de desagravio al Santísimo Sacramento y que deberá celebrarse cada  año el domingo más próximo al 15 de abril, siendo obligatorio para todos los hermanos asistir a ella en la que se dará un sermón cuyo contenido hará referencia al hecho que motiva esta función. Seguidamente se llevará a cabo una procesión del Santísimo después de la Misa que será cantada ante la Sagrada Forma manifiesta. Así mismo se acuerda que aquel año tenga lugar el 18 del mes de octubre ya que no pudo celebrarse el 15 de abril por estar el pueblo ocupado por las tropas francesas.

            Los franceses se fueron definitivamente de España en 1814, los zalameños, como el resto de los españoles, celebraron su marcha y el regreso de Fernando VII, pero la función de desagra.vio trajo durante mucho tiempo a la memoria de nuestros antepasados aquel trágico Domingo de Ramos de 1810

LAS ORDENANZAS MUNICIPALES DE 1919

LAS ORDENANZAS MUNICIPALES DE 1919

Desde mediados del siglo XIX se puso de manifiesto la conveniencia de contar en Zalamea con unas nuevas ordenanzas municipales que se ajustaran a la realidad social y económica  del pueblo en esos momentos. No obstante, entrado el siglo XX lo conveniente se convierte en necesidad por dos razones:  por un lado la obligación de contar con unas normas que regularan el orden público, la sanidad, el comercio, la higiene, etc, ante la ausencia de una legislación estatal que regulara estos aspectos en la localidad; por otro, la masiva afluencia de trabajadores de otros lugares que se habían venido asentando en nuestra zona ante la demanda de mano de obra de las minas, principalmente de la de Riotinto, pero también de otras locales, que traían consigo diferentes maneras de vivir que en ocasiones chocaban con los usos y costumbres que los lugareños venían respetando como propios sin la necesidad de una regulación oficial.

 De esta manera el 11 de Enero de 1914 en una sesión plenaria de la corporación se nombra una comisión a la que se le encarga redactar un proyecto de nuevas ordenanzas. Los tumultuosos sucesos políticos a nivel nacional y bélicos a nivel internacional, la I Guerra mundial, que tuvieron lugar en los años sucesivos, hacen que ese proyecto se dilatara en el tiempo y no fuera hasta 1919 cuando por fin  el borrador quedara definitivamente elaborado y llevado a Pleno, aprobándose el 14 de Julio de este último año. Aquel mismo día se acordó que se remitieran dos copias al gobernador civil para su supervisión y aprobación.

En aquellos momentos el pueblo contaba con 11.040 habitantes y tenía  diez aldeas, a saber: El Villar, El Buitrón, El Pozuelo, Membrillo Alto y Bajo, Marigenta, Las Delgadas, Montesorromero, El Campillo y Traslasierra, además de los poblados mineros de El Tinto y Santa Rosa, Castillo de Buitrón y Poderosa. Contaba además con dos estaciones de ferrocarril: la Estación Nueva o de Riotinto y la Estación Vieja o de El Buitrón.

Las Ordenanzas de las que hablamos constaban de 173 capítulos en los que se hace una regulación minuciosa de todos los aspectos de la vida de un pueblo. Desde el comercio, la sanidad y las fiestas hasta la construcción de edificios. Los 173 artículos se agrupan en 35 capítulos y estos a su vez en tres títulos. Sería muy extenso pormenorizar aquí el contenido de cada uno de ellos pero si  creemos conveniente resaltar por su significación aquellos que suponían un avance o una novedad en cuanto a lo norma que establecía o aquellos otros que recogen costumbres y tradiciones que se remontaban a las ordenanzas de 1535.

Empecemos por aquel que señala que la feria anual de Septiembre debía celebrarse en la calle Cánovas del Castillo, la actual calle de la Plaza y que la compraventa de ganado debía realizarse en el valle de San Vicente y el Sepulcro. No olvidemos que aquella zona era un ejido y estaba totalmente despoblada a excepción de las ermitas de San Vicente y el Sepulcro. La feria por aquel tiempo era realmente una feria de ganado y  una fiesta popular que se llevaba a cabo paralelamente.

Es de destacar, en otro orden de cosas, lo avanzado de las medidas que prohibían fumar, ya en aquel entonces, en los salones y localidades de los espectáculos públicos., aunque al igual que hoy suponemos las dificultades que conllevaría su cumplimiento.

 En el capítulo dedicado al comercio se regulan las pesas y medidas normalizándose ya las del sistema métrico decimal. Téngase en cuenta que hasta esa fecha era habitual el uso de medidas tradicionales como la vara, el almud, el azumbre, etc. Además se determina que serían inspeccionadas periódicamente  por las autoridades para que se ajustaran a lo establecido, pudiéndose ser requisadas en caso contrario. Se establece de igual manera que los pesos y mediciones debían hacerse siempre en presencia del comprador.

 Como curiosidad  podemos resaltar los dos artículos que se dedican a la mendicidad. En ellos se autoriza esta práctica para los vecinos e hijos de la Zalamea, - con la debida autorización, claro está -,  pero se prohibía para los personas forasteras, a los que en caso de ser sorprendidas en ese menester serían detenidas y trasladadas a sus lugares de origen.

El afán por regular  la vida social llega hasta introducirse en los mas variados aspectos de la vida en común, como en ese artículo que señala que estaba totalmente prohibido formar corrillos en la vía pública ya que impedían el tránsito de las personas. Además en aquellas fechas, como el medio más común de transporte era el de tracción animal, se establecía también la manera en  que estos animales podían estacionarse en la calle determinando que no podían permanecer atados a las rejas de una ventana mas de veinte minutos. La razón es obvia, las molestias que podían ocasionar los excrementos de estos animales para los vecinos.

 Otro de los artículos que merece señalar es aquel que prohíbe las riñas y pedreas. Refleja un intento de atajar una costumbre muy asentada en aquel tiempo en la que los muchachos de grupos rivales acostumbraban a pelearse lanzándose piedras. Hechos de los que se derivaba con frecuencia algunas lesiones de importancia. Desde luego el éxito de la norma fue relativo porque aquellos encuentros siguieron produciéndose.

 Son también una novedad, dado los usos de la época, los artículos que prohíben expresamente el maltrato a los niños y el dedicarlos a trabajos superiores a sus fuerzas. Recordemos que hasta ese momento era usual que los menores de 12 años, edad a partir de la cual se consideraban útiles para cualquier trabajo, fueran destinados a labores de todo tipo incluidos los de la minería. Erradicar esta costumbre requirió normas de más entidad a nivel nacional.

 Para las personas que abusaban de la bebida también se redactaron normas en las que se determinaba que quien fuera encontrado por la calle en un estado de embriaguez sería conducido a la cárcel municipal donde permanecería hasta que se le pasara la borrachera. Imaginamos que habría fechas en las que el  espacio de aquel depósito se quedaría escaso.

 Tal como comentamos al principio hay también otras normas que regulas costumbres establecidas ya en las ordenanzas de 1535. Es el caso del artículo que establece que cuando hubiese un incendio había de avisar a la Parroquia para que diese los toques de campana con los que advertir a los vecinos para que se concentraran y contribuir en las tareas de extinción del incendio.

 Es curioso también resaltar como se obliga a las fábricas de aguardiente a asentarse en los extramuros de la población con el fin de alejarlas al máximo por los riegos que tenían dado los materiales inflamables que utilizaba. Debió de respetarse aunque más tarde quedaron englobadas dentro del casco urbano por el crecimiento de la población.

 Otra curiosidad digna de mencionar es la obligación de todos los vecinos de barrer al menos dos días a la semana la puerta de sus casas hasta el arroyo central. Era una manera de obligarlos a mantener limpio el pueblo, ante la ausencia de un servicio regular de de barrenderos.

 La ordenanzas concluyen con el procedimiento de sanción y con una reseña geográfica e  histórica de Zalamea. Desde una perspectiva actual fueron un serio intento de contribuir a una convivencia mas justa y respetuosa con todos.

 Manuel Domínguez Cornejo         Antonio Domínguez Pérez de León

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (V)

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL  (V)

SEGUNDA FASE DE LA REPRESIÓN

 El 6 de agosto de 1937, debido al hostigamiento de las guerrillas formadas por fugitivos que se refugiaban en lo más agreste del termino de Zalamea y de toda la sierra de Huelva, Queipo de Llano vuelve a declarar toda esta comarca como zona de guerra. Esto provocó que durante el mes de agosto de ese mismo año volviera a practicarse una represión si cabe más dura que la que tuvo lugar recién terminada la toma de la Cuenca Minera por parte de las tropas nacionales. De esta manera se agudizaron las represalias contra los fugitivos y sus familiares. Las tropas sublevadas se veía incapaces de acabar con la guerrilla y con los fugitivos de esta zona y, como reacción, algunos de los familiares de estos fueron encarcelados y algunas de sus mujeres fueron humilladas, rapándolas al cero y purgándolas con aceite de ricino para provocar la incontinencia de sus esfínteres y exponiéndolas al público en ese trance.

Los datos referidos a la represión durante 1937 y 1938 reflejan lo que acabamos de decir. En los meses de Febrero a Junio de 1937 se ejecutó a una persona cada mes. Sin  embargo, a partir de agosto, como consecuencia del bando de Queipo de Llano, las víctimas se elevan a 6, en Septiembre de ese mismo año a 29 fusilados, mientras que en el mes de Octubre vuelve a descender a 7 las víctimas de la represión. A partir de marzo del 38 se contabilizarían sólo dos víctimas. Ya de manera más esporádica en el año de 1942 se contabilizó un total de 2 fusilados, aunque es necesario reseñar que durante este periodo fueron fusilados 10 personas del pueblo fuera de nuestro municipio.

 En esta segunda fase merece destacar dos sucesos relevantes en el sistema de represión de los nacionales. Uno de ellos por su significación  y otro como muestra documentada de ejecución por represalia.

El primero de ellos fue el incendio provocado por las tropas nacionales en la aldea de El Membrillo Bajo. Este hecho ocurre en el verano de 1937 y la acción tuvo lugar como consecuencia por un lado de las reclamaciones que los vecinos de esta aldea hicieron durante la república sobre los egidos o terrenos del común, lindantes con la aldea, de la que se habían apropiado un terrateniente de Zalamea y por otro lado la supuesta ayuda que los habitantes de El Membrillo venían prestando a los fugitivos que se refugiaban en los montes cercanos. Lo cierto es que una mañana los habitantes de la aldea se vieron sorprendidos por un destacamento militar formado por soldados y falangistas que entraron en la población arrasando, incendiándola y poniendo en fuga a muchos de los vecinos y ejecutando a otros. Perecieron catorce personas como víctimas de tal masacre. Los supervivientes, algunos de corta edad, huyeron buscando refugio en casa de familiares de otras aldeas cercana o hasta la misma Zalamea. Hoy las ruinas de la aldea derrumbada continúan siendo testigos mudos de aquel trágico suceso.

En segundo lugar, y como muestra de represalia, comentaremos lo sucedido a un matrimonio residente en la conocida Huerta del Cano , en la que el 4 de Marzo de 1938 les fue practicado un registro domiciliario encontrándosele revistas de índole anarquista. El motivo de estos registros fue el que el hijo de este matrimonio se hallaba huido y que  ellos le ayudaban de alguna forma. En dicho registro se encontró documentación comprometedora por lo que las fuerzas del orden los detuvieron y los llevaron a la cárcel munipal, instruyéndoseles un proceso sumarísimo. Sin embargo el día 11 de Marzo, siete días después, fueron sacados de la cárcel, de madrugada y pasados por las armas en un paraje de la inmediaciones del pueblo. Días más tarde cuando el juez instructor se trasladó a Zalamea para practicar diligencias en relación con el proceso se encuentra que estas dos personas ya no estaban detenidas. Tras algunas averiguaciones  comprobó que habían sido ejecutadas y decidió dar el sumario por cerrado sin más intento de hacer pesquisas.

La represión dejó, más que la propia guerra, una profunda herida en la memoria de la población.

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (IV)

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (IV)

La represión por ambos bandos

 El 19 de Julio de 1936, una vez conocida la sublevación militar del día anterior, un grupo de exaltados y extremistas de izquierda realizaron una serie de actuaciones de destrucción de símbolos religiosos y represión contra personas que se habían destacado por sus posiciones de derecha. De esta manera ese grupo, en su mayor parte compuesto por hombres y mujeres venidos de pueblos colindantes, se dirigieron a la Iglesia y le prendieron fuego. Sus dependencias, muchas obras de arte y bienes de valor fueron destruidos y el techo de este edificio religioso se derrumbó por efecto de las llamas. El mismo día se prendió también fuego a las ermitas e imágenes que contenían en su interior. Todas ellas quedaron seriamente dañadas. Al mismo tiempo, ese día, fuerzas del bando republicano comenzaron a detener y encarcelar a personas que tenían  un marcada significación política de derechas y que eran consideras sospechosas de simpatías con el golpe militar, librándose de la ejecución por la actitud de firmeza de los comités políticos locales que situados en la puerta de la cárcel impidieron el acceso a los exaltados. Esta misma posición es la que mantuvo el alcalde ordinario de ese momento Cándido Caro que impidió que un grupo de mineros procedente de El Campillo pudieran entrar y prender fuego a la cárcel con los presos dentro, como parece ser era su intención.

Pero la situación se invierte a partir del 25 de Agosto de 1936 con la toma de Zalamea por las fuerzas nacionales. Naturalmente durante la batalla se produjeron bajas por ambas partes que oficialmente se elevaron a tres en el bando nacional, dos de ellos guardias civiles, y 7 en el bando republicano, aunque en realidad las cifras pudieron ser más elevadas, ya que las víctimas de las acciones de guerra  fueron abandonados o enterrados en el mismo lugar del enfrentamiento, puesto que  no se hicieron prisioneros.

 Después de la entrada de los nacionales  se  inició un proceso de represión que, como coinciden en señalar numerosos autores,  se distingue del anterior por  su carácter sistemático e institucionalizado, en el que se puede distinguir dos fases. La primera se originó nada más terminar la ocupación del pueblo por las tropas nacionales con el fin de depurar  a los políticos y dirigentes de izquierda que se habían destacado por la defensa de los intereses de la República.

En un primer momento se ordenó a todos los hombres que se presentaran ante las puertas del Ayuntamiento y siguiendo las indicaciones que desde la planta alta les hacían a los responsables militares destacadas personalidades del pueblo afines a los sublevados se procedía a la detención de los primeros dirigentes de izquierda. Los días siguientes  continuaron las detenciones directamente en los domicilios de los afectados. Los detenidos tras la batalla por la toma del pueblo fueron ejecutados de forma inmediata, los que fueron apresados con posterioridad iban siendo sacados de madrugada del depósito municipal y llevados a las proximidades del cementerio donde eran fusilados y enterrados a continuación en una fosa común de aquel recinto. Esta forma de ejecución originaba situaciones verdaderamente dramáticas ya que los familiares que les llevaban cada día el desayuno no hallaban  a  sus esposos, hermanos o hijos encontrándose con la dura realidad que significaba aquella ausencia.

 En esta primera fase se produjeron las siguientes víctimas: en los 6 días que quedaban de Agosto de 1936 fueron fusiladas 23 personas,  en el mes de Septiembre se producen 30 ejecuciones, pero  una vez pasada la intensidad de estos  primeros meses, y debido en parte a la presiones de las autoridades  provinciales para evitar la mala imagen que pudiera trascender del nuevo régimen, las ejecuciones disminuyeron; en Octubre  las víctimas fueron 5 y en el mes de Noviembre  hubo 3.

 A partir de ahí  se paralizaron y no conocemos oficialmente víctimas hasta el primer trimestre de 1937 cuando comienza la segunda fase de represión que abordaremos en el siguiente capítulo.