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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

Edad Contemporánea

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (III)

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (III)

LOS FUGITIVOS (Segunda parte)

 Resignados, como ya dijimos en la primera parte de este capítulo, a vivir ocultos en el campo, los fugitivos comienzan a organizarse con un doble fin, por una lado salvarse de su detención y probable ejecución por parte de las tropas nacionales y por otra la de constituirse en una especie de resistencia a las fuerzas sublevadas, siempre con la esperanza de que la guerra diera un vuelco favorable a los republicanos. Estos grupos establecieron una organización básica, con sus propios mandos y, aunque disponían de una gran autonomía, contaban con información e instrucciones que le llegaban del bando republicano y enlaces de comunicación entre los distintos grupos.

 En el término de Zalamea se formaron varias partidas que se distribuyeron por lo más agreste del territorio del municipio. Un grupo se refugio en el entorno de Las  Zahurditas. Estaba integrado por huidos tanto de nuestro pueblo como de otros próximos. Sabemos que disponían de armas y de una infraestructura que les permitía un cierto nivel de seguridad. Al igual que otros grupos, éste realizó incursiones en caseríos y fincas particulares, entre las que se puede contar el asalto a la finca de El Espinillo de donde se llegaron a llevar doce vacas. El grupo se dividía a su vez en otros dos, uno en el mismo campamento de Las Zahurditas y otro instalado en el alto de Los Barreros. Esta división se llevó a cabo por razones de seguridad, sin embargo, para sus acciones,  coordinaban esfuerzos para conseguir un mejor efecto. En este lugar llegaron a tener su propio horno de pan que se ha conservado a pesar del tiempo transcurrido y que aún hoy puede visitarse . De la misma manera utilizaron uno de los dólmenes de El Pozuelo como almacén para guardar las provisiones.

 Tenemos también noticias de que partidas formadas en otras zonas de la provincia realizaron igualmente incursiones en nuestro término municipal. Fue el caso de las del Zorro o la de Flores.

 En 1937 se constituyó la  partida denominada Sacahuntos que se mantuvo activa hasta los años 40 o la del Malpuro formada en su mayor parte por fugitivos de Zalamea y Valverde, mandada por los hermanos Salgado Castilla. Con la llegada de guerrilleros del 14º Cuerpo del Ejército, apodados los Niños de la Noche, aumentó la concentración de huidos así como las esperanzas de triunfo de estos fugitivos. Se producen entonces de una manera más continuada los saqueos y las acciones de resistencia intentando ocupar de nuevo pueblos y aldeas, como sucedió en Nerva en febrero de 1937. Además tienen lugar atentados contra vías de comunicación e instalaciones del ferrocarril, de manera que desde finales del 36 la carretera de Huelva a Badajoz a la altura del término de Zalamea se convirtió en una pesadilla para las tropas nacionales. Las acciones de la guerrilla se multiplicaron de tal forma que se llegó a tener la impresión de que esta zona aún estaba en guerra. Fue por lo que, el 6 de agosto de 1937, Queipo de Llano vuelve a declarar la zona de la Cuenca Minera  como zona de guerra con lo que, de nuevo, son destinados a nuestra comarca destacamentos de militares entre los que, por cierto, se llegó a encontrar también algún que otro soldado zalameño. Esta declaración de guerra sirvió de excusa para dar paso  a una segunda fase de represión que comentaremos en un próximo capítulo.

 Paralelamente y, con el fin de llegar a una mayor eficacia en su lucha  contra los fugitivos, se constituyen las “harcas”, grupos de voluntarios milicianos, lugareños conocedores del terreno, algunos de ellos antiguos fugitivos convertidos al bando nacional, que eran encabezados por un mando militar profesional. Realizaron multitud de batidas, muchas de ellas con gran éxito. La que más fama tuvo en la provincia  fue la “harca del capitán Robles”, denominada de esta manera por el nombre del capitán de la Guardia Civil que los dirigía, José Roble Alés.

 Esta “harca” realizó batidas por todo el término. En una de ellas, el 26 de Diciembre de 1937, cerca de El Pozuelo lograron abatir a tres guerrilleros, a uno de ellos se le encontró un mapa con los itinerarios y campamentos guerrilleros de la provincia. El día 22 de Febrero  consiguen rodear  el campamento de las Zahurditas, pero los fugitivos allí refugiados, perfectos conocedores del terreno, lograron huir sin  sufrir ninguna baja  entre las más de 30 personas que se encontraban allí en ese momento, sólo pudieron hacerse con algunas de sus armas y una máquina de escribir. Sin embargo, más tarde, los guerrilleros lograron reorganizarse y realizaron una incursión en la aldea de El Pozuelo en la que se apoderaron de víveres y caballos. No obstante, días después, en otro encuentro con tropas nacionales, les fue arrebatado todo lo que habían conseguido.

 Hubo otro grupo de fugitivos refugiados al noroeste del pueblo, en las proximidades  del río Odiel, muy cerca de la finca “El Puerto”. Por lo que hemos podido saber, allí fueron rodeados y capturados algunos de sus miembros por las tropas nacionales. Los sobrevivientes, algún tiempo después, atacaron como represalia dicho cortijo y mataron a su dueño.

 A finales de 1938, comienza a decaer el fenómeno de la guerrilla. Varias fueron las razones. En primer lugar la presión a la que estaban siendo sometidos, tanto por las fuerzas regulares  del bando nacional como por las diferentes “harcas”; en segundo lugar porque los ánimos empezaron a debilitarse por el temor a la  represión que sufrían los familiares de los fugitivos; también influyó la desmoralización  que conllevaba  ver que la guerra estaba prácticamente perdida por parte de los republicanos. Paulatinamente fueron siendo capturados o abatidos, otros se entregaron voluntariamente. Sin embargo, algunos de los campamentos de los que hemos hablado, como fue el caso de Las Zahurditas, volvieron a ser ocupados esporádicamente por otros fugitivos, una vez que tuvo lugar la victoria definitiva de los nacionales.

 En definitiva, el fenómeno de los fugitivos y de la resistencia de la guerrilla ha sido uno de los capítulos más intensos pero menos recordado de la guerra civil.

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (II)

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (II)

LOS FUGITIVOS (Primera parte)

 Nada más terminar la ocupación de Zalamea y la Cuenca Minera por parte de las tropas nacionales se produce una primera oleada de represión que va dirigida contra aquellos que se destacaron por su posición política o por haber participado significativamente en las medidas tomadas por las corporaciones de izquierda. Pero hablaremos de ello  más adelante. Ahora abordaremos la consecuencia  inmediata de la ocupación.

 El temor a esa represión  da origen al fenómeno de “los huidos” a los que  localmente se les conoció como “fugitivos”. Naturalmente los primeros en huir fueron los que  participaron de una u otra manera  en la resistencia a la entrada de las  fuerzas nacionales, pero también, como hemos dicho, lo hicieron personas que por su afiliación política o por su significación durante el periodo republicano temían que contra ellos  actuaran las fuerzas ocupantes.

 Un gran número huyó al campo para ocultarse, simplemente con la intención de esperar acontecimientos; otros sin embargo intentaron pasar a zona republicana. En algunos casos, los menos,  se fueron familias completas, en otros fue solo el cabeza de familia el que huyó; en estos últimos sus familias sufrieron las consecuencias de su huida. El número de personas fugadas y ocultas en los campos de la comarca llegó a ser bastante alto, se calcula que hubo alrededor de unas 3.000 personas en el Andévalo Oriental. Esta cifra coincide en gran medida con los datos que aporta Avery (Nunca en el cumpleaños de la Reina Victoria) acerca de la diferencia de obreros que se incorporaron al trabajo en las Minas de Riotinto con respecto a los que lo hacían antes de la entrada de las fuerzas nacionales. Los que se quedaron en la zona en un principio, fugitivos de la oleada de represión de agosto de 1936, solo  pensaron en sobrevivir, sin víveres ni armamento y totalmente desorganizados, evitaban cualquier encuentro con tropas o personas que pudieran delatarlos, dormían a cielo abierto o en refugios naturales,  vivían de lo que podían recolectar, cazar o coger en las casas y cortijos rurales. En algunos casos lograron mantener el contacto con sus familias que les aportaban alimentos de una forma, a veces rocambolesca, dejando los víveres en lugares convenidos que eran recogidos por la noche. Hubo, incluso, quien se aventuró a entrar en el pueblo amparándose en la oscuridad  intentando burlar la vigilancia de los vencedores. Tenemos la certeza de un  grupo que logró pasar a los territorios republicanos por la parte de Badajoz; pero cuando esta provincia cae en poder de los nacionales, los fugitivos de nuestra comarca se quedaron aislados de la zona republicana, toda vez que Portugal, por sus simpatías hacia el gobierno de los sublevados, venia impidiendo la entrada en ese país de los huidos.

 En este punto conviene recordar lo sucedido con la llamada “Columna de los 8.000” en la que se integraron algunos fugitivos zalameños y otros más del resto de la Cuenca Minera. Los primeros partieron de Sevilla, después de que esta ciudad fuera controlada por Queipo de Llano.  El grupo fue engrosándose con la incorporación de un gran número de huidos de todos los lugares próximos a su recorrido. Conforme iba avanzando fue aumentando el número de integrantes que se concentraron en la Estación de tren de Fregenal de la Sierra hasta llegar a una cantidad que algunos autores calculan en torno a 8.000 personas, entre los que iban niños, mujeres y ancianos. Medianamente organizada, tenía como objetivo atravesar las líneas nacionales y llegar a zona republicana. Por el camino se iban aprovisionando en cortijos y caseríos, en ocasiones por la fuerza. El día 17 de Septiembre de 1936, en las proximidades de Llerena, las fuerzas nacionales, conocedoras de su existencia y situación  por los reconocimientos aéreos les prepararon una emboscada con abundante material de guerra que masacró a muchos  militares y civiles que la componían que aunque eran superiores en número, estaban prácticamente desarmados. A pesar de ello algunos lograron pasar las líneas, sin embargo los más retrasados de la columna se vieron obligados a retroceder  aterrorizados hacia las sierras próximas. Muchos fueron capturados posteriormente y otros optaron por regresar a sus lugares de origen y permanecer ocultos en los inmediaciones de sus pueblos donde podían tener la ayuda de sus familiares.

 Entre tanto, en Zalamea, los nacionales hacen correr la voz de que aquellos fugitivos que no tengan delitos de ningún tipo podían volver a su pueblo con la promesa de que no habría represalia alguna contra ellos. Se les pone como condición que debían presentarse y entregarse a las fuerzas nacionales con las armas que tuvieran en su poder. Algunos de los fugitivos confiaron en esta promesa y se presentaron ante las nuevas autoridades en el pueblo, pero en la mayor parte de los casos esta promesa no se cumplió y pasados unos días fueron siendo detenidos. Fue lo ocurrido con el alcalde republicano de Zalamea. Estos hechos provocaron que algunos se lanzaran de nuevo a la huida y los que tenían dudas en volver no se presentaron finalmente

 Una vez convencidos de que la integración era impensable y que su futuro pasaba por permanecer ocultos, comenzaron a organizarse y en muchos casos formaron bandas de guerrilleros para continuar con su lucha contra los sublevados con la esperanza de que la guerra diera un vuelco y las tropas republicanas  volvieran a reconquistar la provincia. La mayor parte de ellos no eran militares profesionales, algunos eran mineros, otros jornaleros o incluso maestros sin una preparación adecuada que compensaban con su pundonor y conocimiento del terreno. De esta manera durante bastantes meses consiguieron hostigar a las fuerzas nacionales mejor adiestradas y armadas.

Trataremos de ello en el próximo capítulo

 Imagen de la foto: Cabecera de la llamada columna de los ocho mil.

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León

LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (I)

LA  GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (I)

La ocupación de la Cuenca Minera y los primeros días después de la ocupación de Zalamea por las tropas nacionales

 Habiéndose cumplido en Agosto los 75 años de la ocupación  de Zalamea la Real por las tropas nacionales y respondiendo al compromiso que adquirimos al publicar el artículo en el que narrábamos este hecho (Ver artículo de Febrero de 2010: La ocupación de Zalamea la Real por las tropas nacionales durante la guerra civil.) vamos a dedicar una serie de capítulos a contar lo ocurrido a partir de aquella fecha.

Antes de comenzar con lo sucedido en nuestro pueblo recordaremos brevemente, a manera de introducción,  como se produce la ocupación de la Cuenca Minera en general y la participación de sus habitantes en la resistencia a la sublevados.

 Después del pronunciamiento de Queipo de Llano en Sevilla el 18 de Julio de 1936 adonde había llegado desde Huelva, donde el día 17 había estado simulando una inspección, una columna de mineros de Riotinto se dirige a aquella ciudad con el fin de evitar el triunfo definitivo de dicho general. Al mismo tiempo otra columna, esta vez de militares, guardias civiles y de asalto, al mando del comandante  Haro sale de Huelva con el mismo fin. No obstante durante el transcurso de la expedición el jefe de la columna militar decide sumarse a los sublevados y al llegar a Sevilla pacta con Queipo de Llano y prepara una emboscada en La Pañoleta a la columna minera  el 19 de Julio de 1936. Les hicieron estallar los camiones cargados con explosivos, causándole numerosas bajas, alrededor de 25 muertos y 78 prisioneros que fueron fusilados más tarde, el resto se vieron obligados a retroceder.

 Hemos contado este suceso por la incidencia que tendrá después ya que trae como consecuencia que un mes más tarde Queipo de Llano, temiendo una resistencia organizada en la Cuenca Minera, tome todas las precauciones posibles para garantizar el éxito de la ocupación de esta comarca por las tropas nacionales. Para ello organiza un movimiento envolvente que partiría  el 25 de Agosto desde tres puntos de la provincia de Huelva; por un lado una columna que sale de Valverde al mando del capitán Gumersindo Varela Paz, que a la postre sería la que tomaría muestro pueblo como ya hemos contado en el artículo al que hacíamos referencia al principio; otra que saldría de Aracena y tomaría Campofrío al mando del comandante Redondo y una tercera que saldría del Castillo de las Guardas al mando del comandante Álvarez de Rementería, dotando además a las fuerzas de una poderosa artillería y apoyo aéreo

 Los días 25 y 26 de Agosto de 1936 después de intensos bombardeos en El Campillo y Nerva que causaron numerosas bajas civiles, (recordemos que durante la guerra civil española la aviación bombardeó por primera vez poblaciones) se ocupa Zalamea, El Campillo y Riotinto. Posteriormente en la noche del 26 al 27 se toma el pueblo de Nerva, población de la que sus ediles habían huido con antelación a la Sierra del Padre Caro.

 Como ya explicamos, la ocupación de estos dos últimos  pueblos se llevó  a cabo con una resistencia menor de la que en principio las tropas nacionales esperaban, consecuencia en parte de los bombardeos que en el caso de Nerva duraron cerca de cinco horas. Es probable que influyera también decisivamente el desánimo que produjo en los leales a la República la toma de Zalamea y el fracaso de la intentona de recuperación de nuestro pueblo por fuerzas unidas provenientes de Riotinto y Campillo.

 Volviendo a la ocupación de Zalamea, una vez que las tropas nacionales tomaron el total control de la población se procedió a destituir y a detener a los miembros de la corporación republicana que había celebrado su última sesión el 4 de Julio de 1936 y que aún permanecían en la población, otros habían huido tras la entrada de las tropas en Zalamea. Inmediatamente se procede a formar una Comisión Gestora encabezada por un oficial de la tropas nacionales, que se encarga de tomar las primeras medidas mientras tanto se termina de ocupar y controlar toda la Cuenca Minera. Muchos zalameños de partidos de izquierda o sindicatos que habían participado de una manera u otra en política durante la etapa republicana huyen del pueblo por temor a las represalias. Una vez que  las fuerzas nacionales se asientan en la cuenca Minera  la mencionada Comisión Gestora que se formó con carácter provisional cesa siguiendo instrucciones del gobernador civil  y da paso el 30 de Agosto de 1936 a una nueva Comisión formada en este caso íntegramente por tres personas de la localidad de probada vinculación al llamado Movimiento Nacional.

 Entre las primeras medidas que toma esta comisión es la de readmitir en sus puestos a los funcionarios habían sido destituidos por las corporaciones republicanas del Frente Popular por diversos motivos. Así mismo se procede a abrir la caja de caudales y como quiera que no se conocía oficialmente el paradero del alcalde y del depositario de la corporación anterior que tenían en su poder las llaves, se procede a forzar la caja. En su interior se encuentran 936 pesetas y 50 céntimos en metálico y 1121 pesetas en valores, lo  que pone de relieve las honorabilidad de las personas que compusieron la corporación republicana  en sus últimos momentos ya que en su huida respetaron los fondos municipales por más que después se les acusara de haber utilizado indebidamente esos fondos.

Mientras tanto, durante el tiempo que permanecieron en  Zalamea los oficiales fueron alojados en las casa de las familias más pudientes mientras que la tropa se distribuyó en las casas de la gente sencilla y humilde a las que se obligó a acogerlos.

Imagen de la foto: Los mineros detenidos en La Pañoleta son conducidos a la Audiencia para someterlos a juicio sumarísimo

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León

LA RELIQUIA DEL PADRE GIL

LA RELIQUIA DEL PADRE GIL

Durante la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XIX, todas las hermandades y cofradías que se preciaran buscaban la forma de poseer una reliquia de su santo titular que contribuyera a reforzar la veneración que los hermanos y fieles en general profesaran al santo en cuestión. La Hermandad de San Vicente Mártir en Zalamea no fue menos y llegó a disponer de una reliquia de nuestro patrón que fue traída por un zalameño ilustre de aquel tiempo: el Padre Gil.

             Antes de hablar de la reliquia hagamos una breve reseña biográfica de este personaje. Su nombre completo era Manuel Gil Delgado y nació en Zalamea el 11 de Octubre de 1741, hijo de Martín Gil y de su mujer María Rafaela, también naturales de esta villa. Desde muy joven mostró sus inquietudes por seguir la carrera religiosa y así ingresó en la Orden de Clérigos Regulares Menores de la casa del Espiritu Santo de la ciudad de Sevilla. Parece ser que teniendo 26 años protagonizó un pequeño incidente con su orden porque sin contar con los permisos pertinentes se trasladó a Zalamea para socorrer a su padre que se encontraba en una precaria situación, por lo que fue requerido para que de inmediato volviera, en el plazo de 24 horas, a su clausura. Destacó por sus dotes oratorias y como escritor de obras científicas, llegando a ser visitador general de su orden. Sus inquietudes políticas le llevaron a formar parte de la Junta Central Española durante la invasión francesa, representando a la misma como embajador en Nápoles. Debió de tener un papel destacado en ella puesto que Benito Pérez Galdós lo menciona directamente en uno de los episodios nacionales que dedica a la Guerra de la Independencia.

             Pues bien, este hombre, que al parecer no perdió los vínculos con nuestro pueblo, aprovechó una visita a Roma en 1777, asistiendo a un capítulo general de su orden, para hacerse con una auténtica reliquia de San Vicente, acompañada de su bula correspondiente que la autentificaba y autorizaba para ser expuesta públicamente a los fieles.

             La reliquia consistía, según se describe en la bula, en un trozo de hueso del santo y cumplía todos los requisitos propios de la época para ser expuesta, incluido un auto de aprobación y licencia dado por el provisor en Sevilla en diciembre del año 1777. Después de lo cual llega por fin a Zalamea donde es recibida solemnemente por las autoridades religiosas y civiles.

             En Septiembre de 1778 el Ayuntamiento, a petición del presbítero de la villa, Don Francisco Martín Gil, acuerda dejar constancia documental en el archivo municipal de la recepción y autenticidad de la reliquia, siendo alcalde ordinario Don José Martín Zarza.

             La reliquia no fue depositada en la ermita de San Vicente sino que se conservó en la Iglesia Parroquial en el interior de una custodia de plata dorada  a través de la cual era mostrada  a los fieles. En un momento que no podemos precisar se deja de tener noticias de ella, desconociéndose actualmente su paradero. Puede que se perdiese durante la invasión francesa tras el expolio que sufre la Iglesia a manos de los invasores extranjeros o tras el incendio de la Iglesia durante la guerra civil española.

            No obstante, en la actualidad, en la  sala de sacristía de la ermita de San Vicente se encuentra una bolsa de paño  que contiene un ara, especie de losa de mármol, con un pequeño cuadro del mismo material incrustado que supuestamente oculta en su interior una reliquia, pero no podemos precisar en que consiste. La losa muestra restos de haber sufrido un incendio y en el cuadro incrustado se aprecian indicios de haberse intentado forzar para descubrir su contenido. No podemos afirmar si esta losa guarda alguna relación con la reliquia del Padre Gil.

             Hoy, en Zalamea, una transversal entre las calles Tejada y Fontanilla, llamada antiguamente Juego de las Bolas, nos recuerda el nombre de este ilustre zalameño y su destacado papel en la Guerra de la Independencia, quizás como testimonio de que en aquel lugar se produjeron los primeros enfrentamientos entre la resistencia zalameña y las tropas francesas que ocuparon la población en 1810.

Manuel Domínguez Cornejo             Antonio Domínguez Pérez de León

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VIII)

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VIII)

ZALAMEA JURA LA CONSTITUCIÓN DE 1812

 Volviendo a la situación política y militar, el sistema de ocupación que los franceses pusieron en práctica en la mayor parte de España, según se desprende de las referencias de la historia general,  era el de ocupar las grandes ciudades y  ejercer un control a distancia de los centros de interés económico y de los pequeños pueblos en los que hacían incursiones esporádicas para combatir las guerrillas, saquear bienes y provisiones y dejar sentado su control sobre el gobierno del país, intimidando permanentemente  a la población. Un ejemplo de ello es  el comunicado que el  16 de Julio de 1810, envía a Zalamea el coronel de las tropas francesas desde Paterna del Campo, dirigido a las justicias de esta villa que dice así:

 Aviso a la justicia de Zalamea la Real.

Señores, estáis avisados que una columna de tropas francesas vienen a tomar asiento en su villa. El deseo que tengo y tenido siempre de hacer respetar las personas y bienes de los estados de su majestad, el seño don Joseph , me determina a mandarle oficio para que todo el pueblo esté con el mayor sosiego, que todos los vecinos se queden quietos en sus casas y sigan sus trabajos como anteriormente. Venimos pacíficos y con el mayor orden y disciplina. Muy bien sabemos y sentimos lo que ha padecido ese pueblo en la última expedición, pero muy diversas eran las circunstancias entonces éramos enemigos, ahora vamos a proteger a amigos y aliados que se consulten bien los hombres de justicia y de conocimiento y que vayan a informarse a otros pueblos de la acogida que los franceses habían dado a esos pueblos.

  De los datos de los que se dispone se desprende que el grueso de las tropas que se movieron de forma estable por la zona de la actual provincia de Huelva, entonces parte del denominado reino de Sevilla, se componían de alrededor de 600 hombres que encontraron una resistencia especialmente enconada en  esta zona del Andévalo y la Sierra.

 A finales de 1811, el ejército francés se retira de Zalamea para no volver jamás, pero su ocupación dejó aterrorizados y escandalizados a todos sus habitantes por su reiterada falta de respeto a las tradiciones religiosas hasta el punto  de que en 1812 los componentes de la hermandad del Santísimo Sacramento organizaron un sentido  acto de desagravio al venerable sacramento de la sagrada persona de Jesucristo por las ofensas recibidos por las tropas enemigas. (Algunos documentos hacen referencia a que una de las veces en que las tropas francesas estuvieron en Zalamea, utilizaron la Iglesia como establo para sus caballos y los altares como pesebres)

 Pero un nuevo suceso vuelve a subir la moral de los zalameños. El 19 de Marzo de 1812 se proclama en Cádiz la nueva Constitución Española, conocida popularmente como “la Pepa” por coincidir con la fecha de la celebración de San José. La nueva constitución era un símbolo de la resistencia a la ocupación francesa y el Consejo de Regencia, que había sustituido a la Junta Central, se preocupó por hacerla llegar y reclamar su juramento a todos los rincones de España. Así el día 27 de julio de 1812 se recibe en Zalamea una orden para que se jure la Constitución. Los alcaldes ordinarios de aquel momento le juran sin reservas obediencia y cumplimiento en todas sus partes. Pero quisieron celebrar un acto más solemne y así, días más tarde, los cargos municipales, tanto del pueblo como de las aldeas, se reunieron  en la Iglesia para jurar fidelidad a la nueva Constitución Española.

 Pero el final de la ocupación está cerca. Las tropas napoleónicas han sido derrotadas en la batalla de los Arapiles en Julio de 1812 y  José I Bonaparte se ve obligado a salir de Madrid. Los franceses son derrotados de nuevo  en Vitoria  en Junio de 1813 y  salen de España por los Pirineos perseguidos por las tropas españolas e inglesas al mando del duque de Wellington. La guerra de la Independencia había terminado. En Marzo de 1814 regresa  el ansiado Fernando VII. La alegría inunda el país y nuestro Ayuntamiento acuerda el encendido de luminarias y el repique de campanas durante tres días seguidos.  

Lo que vino a continuación con la llegada de este  rey es otra historia.

 

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León

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 Queremos, al finalizar esta serie sobre la Guerra de la Independencia en Zalamea la Real, mostrar nuestro agradecimiento a  dos personas: Pastor Cornejo Márquez y  Vicente Rodríguez Serrano por su colaboración al facilitarnos documentos de sus archivos personales.

 

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL VII

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL VII

EL EXPEDIENTE LETONA.

UN HECHO EXTRAORDINARIO, UN PERSONAJE SINGULAR

Conviene  en este punto detenernos en el hilo narrativo de la Guerra de la Independencia en Zalamea la Real para contar un suceso extraordinario que tuvo lugar en nuestro pueblo en 1811.

Existe en el archivo municipal de Zalamea la Real un documento de gran interés, fechado en Agosto de 1815, acabada ya la guerra, conocido como el “expediente Letona”,  que además de proporcionarnos una valiosa información sobre la época que estamos tratando, nos narra unos hechos protagonizados por un personaje singular.  Se trata de  Don Vicente de Letona al que ya hemos hecho mención más arriba. Este señor ocupaba el cargo de director de las reales minas de Riotinto, residía en Zalamea y estaba casado con una zalameña y era considerado como un zalameño más.

 El expediente en cuestión es  un informe del Ayuntamiento en respuesta a la petición del propio Letona que estaba tratando con el gobierno central ser condecorado con los honores de comisario de guerra. En dicho informe se  exponen cuales son sus méritos durante la invasión francesa, corroborados por el cabildo, y se nos cuenta el suceso motivo de este capítulo.

Pues bien, según el mencionado expediente,  en el  año de 1811, en el mes de Octubre, bien para consolidar su posición, o bien para  exigir los tributos que hemos referido en el capítulo anterior, se presentó en el pueblo una columna de 400 hombres comandada por el jefe de batallón Villanouve. Este hombre hace llamar a Don Vicente de Letona a su presencia. Es probable que la intención de Villanouve no fuese otra que la de reclamar  la producción de cobre de las minas de Riotinto, pero don Vicente, reconociéndose a sí mismo como un fiel patriota, mantuvo una actitud de resistencia contra el mando francés. Se produjo entonces una situación muy tensa que fue recogida en el mencionado expediente y que  fue oída desde la calle por bastantes personas ya  que parece ser que este suceso ocurrió en una casa del centro del pueblo. El oficial francés amenazó y ofendió a nuestro hombre llamándolo insurgente y traidor y advirtiéndole que de no aceptar los términos exigidos  lo amarraría a la cola de su caballo y lo arrastraría por el pueblo hasta morir. Ante ello Don Vicente no se arredra y dando un golpe encima de la mesa que hizo saltar el tintero, según testigos presenciales,  le gritó que no permitía a nadie que le amenazara, añadiendo que no temía ni al mismísimo Napoleón. Esta reacción debió sorprender un tanto al francés que aunque mantuvo sus exigencias rebajó un tanto su cólera y le despidió con palabras  no tan amenazadoras. El hecho dejó admirado a aquellos que lo presenciaron y que se encargaron luego de difundirlo por el pueblo. Días después don Vicente se dirigió a Cádiz para tratar con la Junta Central Española,  la forma y modo de salvar el cobre de las minas.

Manuel Domínguez Cornejo             Antonio Domínguez Pérez de León

 

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VI)

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VI)

TIEMPO DE GUERRA. ZALAMEA AL BORDE DE LA RUINA

  Una vez saqueado el pueblo las tropas francesas se marchan y las españolas, aunque se batieron en retirada, permanecen por la zona de la sierra, la población se encuentra en una situación en que sufre las exigencias de los dos ejércitos que le demandan víveres y aportación material o económica. Por ejemplo el día 9 de  Junio de 1810 se envía una carta desde el cuartel general de Fregenal pidiendo que se le mande el ganado que quede y las armas recogidas por las justicias. El 28 de ese mismo mes, el general Ballesteros envía  otra desde Campofrío  al director de las minas de Rio Tinto, Don Vicente de Letona,  con residencia en Zalamea, que dice textualmente:

 Amigo mío: Ya sabe vuestra merced mi modo de pensar sobre el que tenga la tropa la subsistencia que le corresponde. Me veo en la actualidad permanentemente escaso de pan. Se lo digo a vuesa Merced porque sé que me sacará de este compromiso y porque conociendo lo que importa a la patria este servicio, ni me hará variar el concepto distinguido que tengo de vuestra merced y de ese noble vecindario, ni dará lugar su merced a que nos disgustemos, cosa muy sensible para mí, con todos los españoles y especialmente con un hijo de Zalamea.

 Pero el esfuerzo económico exigido por unos y otros pone a la población al borde de la ruina y con gravísimos problemas de abastecimiento. Una muestra de ello es que los arrendatarios de aguardiente, vinagre, aceite y vino solicitan que se les exima de la obligación de aprovisionar de estas materias. Se trataba de personas que habían concertado con el Consistorio Municipal una especie de designación exclusiva para proveer a la población de estos productos a cambio de una cantidad estipulada. Su petición es denegada por el Ayuntamiento. Ello evidencia las enormes dificultades que debían existir para obtenerlos. Tenemos constancia de que en las aldeas ocurrió algo parecido.

 Ambos ejércitos nos volvieron a exigir dinero y provisiones  de nuevo en 1811. Así, en Junio de ese año, se recibe en el pueblo una petición desde la villa de Campofrío de los generales españoles Francisco Javier Castaños y Juan Blázquez, los cuales solicitaron por una sola vez el diezmo de todos los ganados que tengan los vecinos de la Villa y el pan que pueda juntarse a lo que el concejo respondió accediendo aunque ello suponía el colapso económico del pueblo. Además, antes, en las jornadas próximas a la  ya mencionada batalla de Palanco, Zalamea aprovisionó a todos los hombres que se juntaron en nuestro término para perseguir al enemigo francés. Un escrito dirigido a la Junta Central por los alcaldes ordinarios Juan Lorenzo Serrano y Manuel Muñoz Lancha pone de manifiesto el coste que supuso el mantenimiento de las tropas y partidas españolas que se movieron en esta población. El escrito dice así:

“…..Llevados del mayor celo y amor patrio, incansables en la persecución de los enemigos, haciéndole sacrificios para facilitarles  raciones y todo lo necesario a las tropas españolas como son los de la división del general  Deuico, Copons, partidas de guerrillas de Ayamonte y las del regimiento de Córdoba, dispersos y cuantos transitaron por esta jurisdicción desde el 1 de Marzo de 1810 hasta el 30 de Marzo del mismo, gastaron 81.321 reales y 22 maravedies y a la división del señor mariscal de campo don Francisco Ballesteros, desde el 31 de marzo hasta el 13 de Abril de 1810 en raciones de menestra 126.858 reales, 4 maravedies que hacen un total de 208.179 reales y 26 maravedies”.

Sabemos, así mismo, que se le denegó suministro a algunas partidas que no habían acreditado suficiente celo en su lucha contra los invasores

 Por su parte las tropas francesas también nos exigieron tributos, en concreto 22000 reales mensuales que se deberían entregar los días 25 de cada mes, todo ello bajo amenazas de que el ejército entraría arrasando el pueblo si no atendíamos este tributo militar.

 En tales circunstancias, Zalamea se ve abocada a una profunda penuria económica que se prolongaría más allá de la contienda.

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (V)

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (V)

LAS TROPAS FRANCESAS ENTRAN EN ZALAMEA

 En el capitulo anterior dejamos a las tropas españolas al mando del general Ballesteros instaladas en Zalamea, sus soldados son alojados en casas particulares y se preparan para hacer frente a los franceses que  al mando del mariscal Montieur se dirigen al pueblo desde El Castillo de las Guardas. De esta manera, el 15 de abril de 1810, el ejercito invasor entra por la Fuente del Fresno, avanza lentamente por lo que entonces era poco menos  que un descampado donde encuentra ya algo de resistencia, hasta llegar después a la calle denominada Juego de las Bolas, conocida hoy como calleja Padre Gil en honor a este zalameño, destacado activista contra los franceses (1), con la intención de llegar al Centro y ocupar las casas capitulares, entablándose una lucha abierta entre los ocupantes y las tropas españolas integradas por regulares y voluntarios, el combate debió ser encarnizado, pero finalmente los invasores, en clara superioridad numérica, obligan al destacamento de nuestro ejército a retirarse en dirección a El Villar acompañado de numerosos vecinos temerosos de las represalias de los franceses. Parece ser que las bajas fueron muy elevadas por nuestra parte.

  Durante su estancia en el pueblo el mariscal Montieur reúne al cabildo para ordenarle que inmediatamente nombrara una comisión para que se desplace a Madrid y presente obediencia al rey José I, hermano de Bonaparte. El miedo que los franceses infundieron en los zalameños fue tal  que los cargos del Cabildo acordaron, aún después de marcharse los franceses, obedecer la orden. De hecho los ocupantes cometieron graves atropellos en los bienes y propiedades, tanto de particulares como comunales. Especialmente fue significativo el expolio de la Iglesia, como sucedía en la mayoría de los lugares que ocupaban, por ser ésta donde se encontraban los objetos más preciados.

  Es en este punto donde se origina la tan conocida leyenda de la sustracción de la famosa custodia de plata por los franceses. Es tradición en Zalamea, transmitida oralmente, que los franceses se llevaron, entre otra muchas cosas de valor, una custodia de plata cuando saquearon la Iglesia. No existe constancia documental sobre este tema, tampoco tenemos certeza de que el robo de la misma se produjera en la primera ocupación  del pueblo por los franceses o en una segunda que tuvo lugar meses más tarde. Sabemos que la custodia era un magnífico ejemplar de arte religioso  en plata,  elaborado por la Hermandad del Santísimo Sacramento para la celebración del Corpus y que parece pesaba alrededor de 50 Kilos, por tanto  de un gran valor artístico y material, por lo que no es de extrañar su expolio por las tropas de Napoleón, pero no quedó constancia de su robo por las tropas galas en ninguna parte salvo referencias indirectas. La tradición oral afirma igualmente que ésta se encuentra en Cádiz aunque este extremo no se ha podido confirmar y posiblemente carece de fundamento.

 Los franceses se fueron de Zalamea el 17 de Abril de 1810, dos días después de su llegada, pero no tardarían mucho en regresar de nuevo. Antes, el 20 de Abril, el general Brayer, desde el cuartel general de los franceses en el Castillo de las Guardas, envía una orden para que los zalameños que estén fuera de la población vuelvan de nuevo a ella sin temor y permanezcan quietos (sin ofrecer resistencia) y acerca de que deben entregarse todas las armas blancas y de fuego de las que disponga la población para ser enviadas al cuartel general de Aracena, orden a la que, al parecer  no se hizo caso. 

(1) Hagamos antes de terminar una breve reseña biográfica del Padre Gil. Su nombre completo era Manuel Gil Delgado y nació en Zalamea el 11 de Octubre de 1741, hijo de Martín Gil y de su mujer María Rafaela, también naturales de esta villa. Desde muy joven mostró sus inquietudes por seguir la carrera religiosa y así ingresó en la Orden de Clérigos Regulares Menores de la casa del Espiritu Santo de la ciudad de Sevilla. Parece ser que teniendo 26 años protagonizó un pequeño incidente con su orden porque sin contar con los permisos pertinentes se trasladó a Zalamea para socorrer a su padre que se encontraba en una precaria situación, por lo que fue requerido para que de inmediato volviera, en el plazo de 24 horas, a su clausura. Destacó por sus dotes oratorias y como escritor de obras científicas, llegando a ser visitador general de su orden. Sus inquietudes políticas le llevaron a formar parte de la Junta Central Española durante la invasión francesa, representando a la misma como embajador en Nápoles. Debió tener un papel destacado en aquella puesto que Benito Pérez Galdós lo menciona directamente en uno de los episodios nacionales que dedica a la Guerra de la Independencia.

Manuel Domínguez Cornejo           Antonio Domínguez Pérez de León