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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (VI)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (VI)

 LA VIDA DEL PUEBLO EN LA EDAD MEDIA 

Trataremos por último de describir someramente algunos aspectos que puedan darnos una imagen de la organización social, política y económica  de nuestro pueblo en aquella época, en definitiva de cómo vivían nuestros antepasados en la Edad Media. De cualquier manera es necesario precisar que todo lo que describimos a continuación es consecuencia de un proceso que se inicia en 1279, en el momento de la cesión,  se extiende a lo largo de tres siglos y tiene su punto culminante en el primer tercio del siglo XVI.

                 Con el fin de situarnos en el contexto histórico, no está de más hacer una reseña de  lo que ocurre en España en aquellos tiempos. Distaba mucho aún de ser una unidad política, su territorio estaba divido en varios reinos, independientes unos de otros. A  uno de ellos, el reino de Castilla, quedó incorporada Zalamea, al igual que toda Andalucía occidental después de su reconquista, buena parte del sudeste peninsular continuaría aún mucho tiempo en manos de los musulmanes. En aquel tiempo la Iglesia no se limitaba sólo a  ejercer su influencia sobre lo espiritual sino también sobre lo terrenal.

                 Veamos, en primer lugar, cómo era el pueblo hace 700 años. Será necesario que hagamos un pequeño esfuerzo para imaginarnos un lugar mucho  más pequeño que el que podemos ver hoy y que comenzaría a crecer con la llegada de los repobladores castellanos y leoneses. Las casas se agrupaban alineadas, formando unas pocas calles que se corresponderían con las actuales de la Plaza, de la Iglesia, Hospital, Olmo, Castillo y D. Manuel Serrano; contaba con una Iglesia más reducida que la actual, formada por dos naves y una pequeña torre culminada por un campanario. Esta Iglesia, situada en el mismo lugar en el que se encuentra nuestro templo, debió empezar a construirse al comienzo del periodo arzobispal aprovechando las ruinas de algún edificio anterior y se encontraba en aquel momento en el extremo norte de la población, a su alrededor había unos espacios libres de construcción que más tarde fueron utilizados como cementerios según la costumbre de la época. Naturalmente había también otras viviendas aledañas a las calles mencionadas que fueron después el germen de otras nuevas. Con  el tiempo el pueblo fue creciendo fundamentalmente en dos direcciones, hacia el este para formar las calles, Canterrana, Caño, Tejada y Fontanilla y hacia el sur por la calle Rollo. En las afueras, conforme a lo habitual en aquel tiempo, se construyeron, en el periodo del que hablamos, las ermitas de Santa María de Ureña, San Vicente y San Sebastián, quedando estas dos últimas, en tiempos posteriores, dentro del casco urbano al crecer el pueblo. En este sentido el concejo concedía terreno para la construcción  de nuevas casas con el fin de  promover el asentamiento con el único compromiso de que " fasta cinco años primeros siguientes tengan casas hechas en el cuerpo de la villa..."

                 Además del pueblo propiamente dicho, dentro del territorio que administraba, lo que luego sería su término municipal, existían otros núcleos de población,- aldeas-, algunas de ellas ya habitadas desde antiguo y otras que se originarían en el transcurso del periodo arzobispal, aquellas de las que tenemos constancia eran El Buitrón, El Buitroncillo, El Villar, Abiud, El Monte de El Campillo, Marixenta, El Monte de Alonso Romero y  Santa María de Riotinto. El límite del término estaba determinado al norte y oeste por el río Odiel, al este por el Castillo de las Guardas y el río Tinto y al sur por el condado de Niebla; Valverde era aún un pequeño poblado conocido como Facanías con el que como hemos mencionado en el artículo anterior hubo un prolongado enfrentamiento por cuestiones de límites territoriales.

                 En lo que se refiere a la organización del gobierno y administración local, la villa estuvo regida por dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores, un alguacil y un mayordomo, así mismo se nombraba un escribano público. Al ser un señorío, el arzobispo nombraba un alcaide o alcalde mayor que ejercía en su nombre la jurisdicción. Los alcaldes ordinarios hacían las funciones de jueces tanto de lo civil como de lo criminal y debían portar siempre una vara para que se les reconociese como tales. Una figura de gran importancia en el gobierno era el mayordomo, encargado del control y de la administración de los bienes y  hacienda del pueblo,  Todos estos cargos se elegían anualmente; la forma de nombrarlos era por designación y se procedía de la siguiente forma: Los salientes designaban 12 personas para sustituirlos y de entre ellos el arzobispo, o el alcalde mayor en su nombre, elegía los ocho que componían el concejo. El cabildo debía reunirse semanalmente y sabemos que, al principio, se celebraban en la plaza y asistían también los "hombres buenos" del pueblo; con posterioridad pasaron a tener lugar en el interior de las casas del Concejo  que se encontraban donde hoy está el Ayuntamiento. Estas casas, además de las salas de audiencia, reuniones y justicia, tenían un pósito para guardar el grano del común y la cárcel.

                 El hecho de pertenecer al arzobispado suponía la obligación de pagar determinados tributos. En primer lugar había que sufragar el coste del cargo de alcalde mayor, al que se destinaban algunas rentas y parte de algunas sanciones o multas, por otra parte el arzobispo se llevaba las rentas fijas procedentes de estas tres fuentes: El almojarifazgo o tarifas que se pagaban  por las mercancías que entraban o salían del pueblo, las alcabalas o derechos por las compraventas de determinados productos como el oro, plata, lino, lana, seda, etc. Y por último el almotacenazgo o tributos que había que pagar por el uso de las pesas y medidas del arzobispo. Además sabemos que el arzobispo se reservaba la producción de aceche (sedimentos de color rojizo que se recogían del río Tinto, usado como tinte y muy apreciado en la época).

                   La economía del pueblo se basaba en la agricultura y en la ganadería y fue aquí donde la comunidad alcanzó un admirable nivel de equilibrio con la naturaleza que se reflejó en las Ordenanzas Municipales de 1535, suficientemente conocidas y elogiadas; solo añadiremos que fueron aprobadas cuando era arzobispo de Sevilla D. Alonso Manrique, hermano de famoso poeta medieval Jorge Manrique. En este sentido conviene aclarar que una buena parte de las tierras del término eran  comunales y eran aprovechadas por el conjunto de los vecinos del pueblo, sin embargo tenemos constancia de algunos habitantes, repobladores castellanos y leoneses o sus descendientes, gozaban de determinados terrenos en forma de lo que se denominaba "heredades". No se trataban de propiedades en el sentido que hoy tiene tal palabra, efectivamente los titulares de estas "heredades" las explotaban y se beneficiaban de sus rentas y tenían el derecho de trasmitirlas a sus hijos, generación tras generación, pero estaban obligados  a cumplir determinadas condiciones, debían cuidarlas y aprovecharlas adecuadamente, de lo contrario podrían imponérseles multas o incluso perderlas. Estas heredades estaban situados en los alrededores del pueblo o de las aldeas y en su mayor parte eran huertos o viñas, estas últimas hoy completamente desaparecidas pero que en la Edad Media parece tuvieron  cierta importancia.

                 Además de los huertos y viñas, se cultivaban cereales y lino y se aprovechaba los recursos de las dehesas comunales (Villar, Bodonal, Alcaria, Xarillas) de una forma que no supusiera ventaja para nadie; por ejemplo, para la recogida de la bellota, en el momento y día indicado, los vecinos acudían a la dehesa elegida y a una señal del mayordomo, y bajo su supervisión, cada uno escogía una encina y hasta que no terminara con ella no podía comenzar con otra, prohibiéndose acaparar a la vez más de una. Naturalmente nuestros antepasados comprendieron perfectamente la importancia de encinas y alcornoques y acabaron regulando minuciosamente los trabajos que precisaban para su conservación.

                 Con respecto a la ganadería, revestía especial relevancia la cría de vacas, cerdos, ovejas, cabras y bueyes. En este sentido hay que mencionar que el concejo tenía una boyada municipal, pudiendo también los vecinos llevar a ella las vacas y bueyes propios para su cuidado. Esta boyada estaba  guardada por un boyero que era elegido anualmente y cuyo sueldo era costeado por la comunidad.

                 La caza tenía una finalidad esencialmente económica y  su carne era puesta a la venta en las carnicerías del pueblo; por tanto también era controlada por el concejo, estando prohibida la caza con lazo, o hacerlo en zonas quemadas, en los días inmediatos al fuego. Sabemos que en la época que estamos tratando eran abundantes los ciervos en los campos zalameños.

                 Las transacciones comerciales se realizaban en la plaza, llano ante las casas capitulares, en lo que hoy es la Avda. Andalucía. Por cierto que para evitar las especulaciones, cualquiera que comprara un producto no podía venderlo hasta pasado tres días. Los pesos y medidas que se utilizaban han dejado de usarse sustituidas por las del sistema métrico decimal; algunas ya han desaparecido de nuestra memoria, como la libra (Aprox. 300 o 400 g.), el azumbre (Medida equivalente a dos litros) la vara  (0,8 m) la soga toledana (Aprox. 8 m), el almud  (Equivalente a media fanega); otras han llegado hasta nuestros días, como la arroba, la legua, la fanega y el cuartillo. En este sentido conviene señalar que los instrumentos para realizar los pesas y medidas oficiales no estaban en manos de cualquier vecino, sólo estaban en poder del Arzobispo y del Concejo, estas últimas guardadas por el mayordomo y  debidamente marcadas para evitar falsificaciones; para poder utilizarlas era preciso pagar un tributo. Era una manera de controlar la producción y las transacciones comerciales, operaciones por las que, como hemos visto, había que pagar unas tarifas.  Los lagares de cera, los molinos harineros del río Tinto, los telares y los curtidos de pieles, como actividades artesanales más relevantes, completan un panorama económico bastante organizado y en perfecto equilibrio con el medio natural

 Con el fin de  dar una idea lo más aproximada posible acerca de la vida y costumbre de los zalameños de aquella época, podemos añadir que, como corresponde a la época y más aún en un señorío eclesiástico, la religión era la verdadera directora de la vida del pueblo, las actividades cotidianas, que se acostumbraba interrumpir para realizar los rezos, venían determinadas, en ausencia de relojes, por los toques de campanas que llamaban a oración (Ave María, Angelus, Änimas) derivadas de las llamadas horas canónigas: Maitines, laudes (al amanecer), prima, tercia, sexta, nona  (sobre las tres de la tarde), vísperas (Sobre las seis) y completas que señalaba la hora de acostarse.

 Tampoco existieron, al menos al principio de este periodo del que estamos hablando, médicos ni instituciones sanitarias, esta función la desempeñaban personas que por experiencia o tradición familiar aplicaban remedios naturales. Con frecuencia, en enfermedades graves,  ante la ausencia de métodos más científicos, había que confiarse a la intercesión de los santos. Por las distintas relaciones sabemos que Zalamea fue asolada en varias ocasiones por epidemias de  peste que causaban estragos en la población, como la que tuvo lugar allá por 1425 y  que promovió la elección de San Vicente como patrón de Zalamea, estando administrada la silla arzobispal por un fraile ya que su titular, Don Diego de Anaya y Maldonado, había sido suspendido  provisionalmente.

 No existían escuelas pero sabemos que algunos habitantes, enseñaban las primeras letras a sus discípulos; la primera de la que tenemos constancia la ejerció Fray Cristobal, ermitaño de San Vicente, a mediados del siglo XVI,  que dio clases en la misma ermita  a alumnos de Zalamea, probablemente eran hijos de familias acomodadas, los del resto "no podían perder el tiempo en estos menesteres" ya que eran precisos para trabajar en la familia. A este efecto, aunque no existía una mayoría de edad definida, la edad válida para asumir las obligaciones de trabajo estaba establecida en los 12 años. Todos los miembros de la familia que convivían en el mismo domicilio estaban sometidos a la autoridad del padre y la emancipación sólo se producía cuando algún hijo se casaba y se trasladaba  a otra casa.

 Un buen día, al principio de 1580, apareció un hombre que dijo llamarse Juan Ruiz Carrillo, y que mostró al Cabildo una cédula firmada por su majestad el rey Felipe II, según la cual, Zalamea había dejado de pertenecer al arzobispado de Sevilla. De esta manera los zalameños se enteraron de que para ellos había concluido un largo periodo, no tan oscuro como a primera vista pudiera parecer. El último arzobispo, señor de Zalamea, fue Cristobal de Rojas y Sandoval; en total fueron treinta y dos. Castilla había conocido durante ese tiempo 14 reyes. Lo que siguió a partir de entonces es otro capítulo de la Historia de Zalamea .

Manuel Domínguez Cornejo         Antonio Domínguez Pérez de León

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