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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

Como por muchos es sabido se define como reliquia en el ámbito religioso todo o parte del cuerpo o vestimenta de un santo que se venera como objeto de culto. También se considera con este nombre aquellos elementos materiales que fueron usados o estuvieron en contacto con él en momentos claves de su vida.

Al tratar de profundizar en las reliquias que hoy se veneran de San Vicente nuestra intención fue hacer una relación, si no exhaustiva, al menos bastante completa de todas ellas. Pero es tal su número, variedad y localización  que resulta imposible en este espacio acometer tal empresa, por lo que nos limitaremos a hacer referencias de las más significativas, sin olvidar naturalmente las que hubo o hay en Zalamea.

Veamos como empieza todo. Sabemos que Vicentius o Vicentiusla de Osca, nuestro San Vicente, fue un diácono del obispo Valero de Zaragoza. Las referencias más antiguas de los hechos proceden de un poeta del siglo IV, Prudencio, que en su obra Peristéphanon, dedicada a los primeros mártires, refiere el martirio de San Vicente. Posteriormente otros autores han recogido la tradición oral sobre su sacrificio y muerte. Ante la ausencia de restos arqueológicos y documentos debemos movernos en el terreno de las conjeturas e hipótesis. Según las fuentes antes mencionadas y las referencias históricas de la época, allá por los inicios del siglo IV (303-305) Publio Daciano, prefecto de Hispania citerior, cumpliendo un edicto del emperador  Diocleciano, procede a la detención del obispo Valero y de su diácono Vicentius que fueron trasladados a Valencia. Las persecuciones religiosas en esa época no lo eran tanto por sus creencias en sí sino por su negativa a reconocer la divinidad del emperador y el politeísmo vigente en el imperio. La crueldad con que se llevaban a cabo dependía en gran medida de los gobernadores locales; así sabemos que hubo regiones del imperio donde no se ejecutaron o los castigos fueron más leves. En el caso que nos ocupa, por razones que se desconocen, Valero, aun habiendo confesado su fe cristiana, fue simplemente desterrado, pero con Vicente se ensañaron y las fuentes hablan que fue horriblemente martirizado, descoyuntando sus huesos y exponiéndolo a brasas ardientes que le provocaron la muerte, tras lo cual, en su afán por hacerlo desaparecer, su cuerpo fue arrojado a un muladar y posteriormente hundido en el mar, o también puede que fuera un río, atado a una rueda de molino, pero días más tarde el mar devolvió sus restos a la orilla cerca de Cullera (Valencia) donde los fieles lo recogieron y dieron sepultura en un lugar en el que parece ser habitaba una comunidad cristiana y en el  que después se construyó una iglesia que se llamó San Vicente de Roqueta.

El culto a San Vicente alcanzó una gran difusión entre los primeros cristianos y se extendió rápidamente por toda la península. Son innumerables las poblaciones que lo tienen hoy como santo patrón o en las que se le venera de forma señalada. Todo ello generó desde la Edad Media una enorme demanda de reliquias del santo. Las iglesias y catedrales rivalizaban por tener una que consolidara la fe y la devoción de los fieles.

Pero ni siquiera hay certeza hoy de donde se encuentra su cuerpo. En San Vicente de Roqueta se han  realizado excavaciones sin que hasta ahora hayan encontrado su restos aunque sí vestigios de una primitiva  comunidad cristiana.

Una antigua tradición habla de que con la invasión musulmana su cuerpo, o parte de él, - no olvidemos que fue descoyuntado  durante el martirio y posiblemente desmembrado después de muerto - fue sacado de Valencia por algunos devotos  y trasladado a Lisboa, restos, que, auténticos o no, hoy se veneran en su catedral. Sin embargo un pueblo de Zamora afirma poseer una parte del  cráneo. Hay cronistas que  hablan de que parte de su cuerpo reposa hoy en Roma, mientras que otros aseguran que está en Besalú (Gerona). Algunos, sin embargo, manifiestan que sus huesos, o parte de ellos, se encuentran en el convento de Santa Clara, en Pontevedra. Así mismo hay quien defiende que los restos óseos de San Vicente se encuentran en Castris (Francia); país éste cuya capital, París,  afirma tener la túnica del santo. Todo es posible ya que era frecuente que los restos de los santos se repartiesen entre muchos lugares, aunque nada se puede afirmar con seguridad. De hecho fue tal la demanda de reliquias de santos  en la Edad Media  que se creó un auténtico mercado negro que las facilitaba a veces sin poder acreditar su autenticidad.

Una de las reliquias más sólidas y documentadas es la del brazo incorrupto que se conserva en la catedral de Valencia, lugar en el que también se guardan la argolla y la cadena con las que fue atado durante su martirio. Se trata del antebrazo izquierdo al que le falta un dedo. Se encuentra momificado con evidentes síntomas de haber soportado altas temperaturas, congruente con el tipo de martirio recibido. Su historia es bastante larga, pero, resumiendo, fue devuelta en 1970 procedente de Padua a Valencia,  lugar del que había salido en el siglo XII, después de concienzudos estudios y comprobaciones, rodeada de actos protocolarios donada por el que entonces la tenía en su poder, Pietro Zampieri.

Centrémonos ahora en Zalamea. Nuestro pueblo tiene una reliquia e incluso puede que dos y además con su documentación acreditativa.

La primera fue traída de Roma por D. Manuel Gil Delgado, el padre Gil, miembro destacado de la Orden de Clérigos Menores y que con el tiempo formó parte de la Junta Central que encabezó la resistencia durante la invasión francesa y embajador de la misma en Nápoles. Este hombre, nacido en Zalamea, y que mantuvo siempre vínculos con su lugar de nacimiento, con ocasión de un viaje a Roma representando a su congregación, trajo en 1777 una reliquia para su pueblo, acompañada de una bula de la Santa Sede que la autentificaba y autorizaba su exposición al público. Posteriormente fue aprobada por el arzobispado de Sevilla en diciembre y traída a Zalamea donde fue recibida solemnemente.  El Ayuntamiento, a propuesta del presbítero de la villa, Don Francisco Martín Gil, acordó en septiembre de 1778 dejar constancia documental en el archivo municipal de la recepción y autenticidad de la reliquia. Se trataba, según describe la bula, de una pequeña porción de hueso y venía guardada en un  recipiente de plata con una tapa de cristal y sujeta con cordones.

Sabemos que esta reliquia fue custodiada en la Iglesia, pero a partir de ahí perdemos su pista. Puede que fuera expoliada por los franceses durante la invasión de Zalamea, como hicieron con la mayoría de los objetos de valor del templo y de las ermitas, o puede también que se perdiera en el incendio de los edificios religiosos de 1936; el caso es que hoy se desconoce con certeza su paradero. Sin embargo hay una incógnita por resolver. En la sala sacristía de la ermita de San Vicente se conserva una bolsa que contine un “ara”, una especie de losa de mármol que se colocaba en el altar mayor de las iglesias y en la que se solían colocar antiguamente las reliquias de santos. Esta losa de forma cuadrada, que muestra pruebas de haber estado sometida a un incendio,  tiene en una de sus caras un pequeño cuadrado del mismo material fuertemente  incrustado con claros indicios de haberse intentando forzar. La pregunta que nos hacemos  es : ¿Guarda esta losa en su interior la antigua reliquia traída por el padre Gil?

La segunda reliquia, que es la que hoy expone la hermandad, llegó más recientemente, en Mayo de 2015, donada por la Santa Iglesia Catedral de Valencia, acompañada por un documento que acredita su autenticidad y procedencia. Se trata igualmente de un minúsculo fragmento de hueso conservado en el interior de un recipiente circular sujeto por dos pequeñas cintas rojas. Se guarda actualmente en la ermita de San Vicente.

Como vemos podrían ser dos las reliquias que tendría Zalamea del que viene siendo nuestro patrón desde 1425.

Por cierto, dentro de poco más de tres  hará justamente  600 años, seis siglos, que fue elegido. Dispongámonos todos a conmemorarlo con la solemnidad que se merece.

ZALAMEA LA REAL - FRAGMENTOS DE HISTORIA

ZALAMEA LA REAL - FRAGMENTOS DE HISTORIA

Los autores de esta blog han publicado el libro "Zalamea la Real. Fragmentos de Historia".

El libro es una recopilación de los artículos publicados tanto  en esta blog como en otras publicaciones locales y provinciales y es el fruto del trabajo de investigación conjunto que vienen realizando a lo largo de todo ese tiempo y nos ofrece la recreación de episodios de la historia de Zalamea desde sus orígenes hasta nuestros días narrados de una forma ágil y amena.

Este libro es el cuarto publicado por Manuel Domínguez y Antonio Domínguez, después de "Zalamea la Real, aproximación histórica" "Guía para conocer y visitar los dólmenes de EL Pozuelo" e Historia de la Semana Santa en Zalamea la Real"

UN VIAJE EN EL TIEMPO A LA ZALAMEA DE FINALES DEL SIGLO XVIII

UN VIAJE EN EL TIEMPO A LA ZALAMEA DE FINALES DEL SIGLO XVIII

En esta ocasión  vamos a proponerles que hagan ustedes un esfuerzo de imaginación y viajen con nosotros a la Zalamea de finales del siglo XVIII. Nos trasladaremos en el tiempo y apareceremos ante las casas del Concejo de la calle de la Plaza en la última década del siglo (1790). Antes nos hemos informado y nos vestiremos a la usanza de la época para no levantar sospechas.

Lo primero que nos sorprende  al llegar es ver  un espacio muy distinto al que hoy podemos ver. El aspecto de las casas es más rústico y todas están encaladas, la calle no está asfaltada ni enlosada y solo en algunos lugares, especialmente en las entradas al interior de las casas observamos un reducido espacio cuidadosamente empedrado. Es un día laborable y hay pocos hombres, sólo se ven algunas mujeres vestidas con una falda algo  abombada y larga hasta los tobillos y con una especie de mantilla grisácea echada a los hombros y cruzada sobre el pecho, la mayoría de ellas lleva un pañuelo cubriéndole el pelo y amarrado debajo de la barbilla. Una piara de cabras, bien conducidas, cruza la calle en dirección a las afueras.

Le  preguntamos a algunos viandantes cuál era el  Ayuntamiento y nos señalaron un edificio, situado justo donde se encuentra el actual pero con un aspecto diferente. Entramos en él y nos recibe un alguacil -(el aguacil era un cargo municipal con funciones policiales  y encargado de ejecutar las órdenes de alcaldes y regidores). Ante él nos identificamos como visitantes que reuníamos datos de esta población para elaborar un censo geográfico y estadístico. El hombre iba vestido con una chaquetilla larga, con unas calzas por debajo de la rodilla y zapatos con grandes hebillas y se cubría la cabeza con un sombrerillo de tres picos de color negro. En la mano tenía una especie de vara, símbolo de su cargo. Después de los saludos de rigor le hicimos una serie de preguntas a las que amablemente accedió a responder.

La primera fue cuántos habitantes tenía el pueblo. Nos dijo que eran alrededor de 980 vecinos entre el núcleo principal y las aldeas (entonces los censos se hacían por vecinos; 980 vecinos  equivaldrían aproximadamente a una 4.200 personas).

Preguntamos a continuación por algunos detalles del pueblo y se extrañó al oírnos nombrar algunas calles que aseguró no existían y pasó a enumerarnos las que el conocía: La Iglesia , Hospital, Alameda, Manovel, Rollo, La Plaza, Castillo, Olmo, Pie de la Torre (actual Don Manuel Serrano), Cruz, San Vicente, Caño, Real, Fontanilla, Nueva, La Fuente, Barrio (actual calle de San Sebastián, junto a la ermita de la Pastora), Tejada y Ejido. Asegura con rotundidad que no conoce otras, aunque dice que hay algunas casas sueltas en un lugar próximo que llaman el cabezo de Martín. Igualmente le interrogamos acerca de las aldeas. Nos dice que en aquel año tenía 15, pero que antaño tuvo muchas más. (Las existentes en ese año eran: El Buitrón, El Villar, Membrillo Alto y Bajo, Marigenta, Las Delgadas, Corralejo, Montesorromero, Pie de la Sierra, Riotinto, Ventoso, Ermitaños, Campillo, Traslasierra, y Pozuelo)

 Nos interesamos seguidamente por la vida en la Zalamea de aquel tiempo y su economía, pero entonces respondió que nos llevaría ante alguien que podría darnos una información más exacta  sobe esos asuntos. De esa manera nos acompañó a una sala donde, sentado tras una vieja mesa, nos recibe el mayordomo de propios (el mayordomo era un cargo municipal responsable de la administración de los bienes y propiedades del municipio). Éste tenía encima de la mesa un libro abierto en el que enseguida nos fijamos e identificamos. No obstante le preguntamos por él y el buen hombre después de mirarnos con cara de extrañeza nos dijo algo que nosotros ya sabíamos: eran las Ordenanzas Municipales de 1535. Por sus gestos y la manera en que nos habló de él comprendimos el valor que  este libro seguía teniendo para ellos.

Nos presentamos nuevamente y le rogamos nos facilitara más datos sobre población, oficios y propiedades. Para responder a nuestra pregunta se levantó y buscó despacio entre varios legajos de donde sacó unos papeles en los que leyó:  vivían en el pueblo de 2184 hombres y 2045 mujeres. Entre los cuales había 5 mercaderes, 415 labradores arrendatarios, 620 jornaleros, 145 pastores de todos los ganados, 1 armero, 3 cerrajeros, 4 sastres, 8 zapateros, 8 curtidores, 4 carpinteros, 1 arriero, y 8 taberneros.

Nos dijo igualmente que entre los principales hacendados estaban don Martín Bolaños, don Pedro Lorenzo Serrano, don Juan Santana de Bolaños, don Francisco Beato Romero y don José González Serrano, añadiendo que aunque había otros muchos más ninguno alcanzaba en rentas a estos.

Que había en el término municipal de la villa unas minas, pero eran propiedad de la corona, las Reales minas de Riotinto; nos contó en un tono confidencial que años atrás los responsables de la explotación habían intentado formar un pueblo aparte con el nombre de San Luis de Riotinto, pero el Ayuntamiento se había opuesto tajantemente y el gobierno no se lo había  concedido.

Dándole las gracias salimos de las casas capitulares y caminamos un poco por el pueblo, pasamos cerca de una cárcel de reciente construcción, nos sorprendieron los enormes corrales  con paredes de piedras que tenían la mayor parte de las casas, nos acercamos a la Iglesia y pudimos observar que había sido restaurada y encalada por completo hacía poco tiempo. (El terremoto de Lisboa de 1755, hacía poco más  de 40 años,  derrumbó la torre y gran parte del edificio). Entramos en su interior y comprobamos que varios religiosos se afanaban en disponer los preparativos para una misa que se iba a celebrar en breve. Nos acercamos a uno de ellos  por mera curiosidad para conocer detalles  de primera mano y preguntamos por el cura. Pero contestó, con cierta sorpresa, preguntándonos  por cuál de ellos. ¿Hay más de uno? dijimos. Se nos contestó que había siete curas, seis acólitos y siete sacristanes. Con un poco de habilidad conseguimos sonsacarle más información.

Nos contó que había seis parroquias en Zalamea. Una en el caso urbano y cinco en las aldeas. Que había doce capellanes responsables de las capellanías creadas en el pueblo (Una capellanía era una institución fundada por una persona, generalmente acaudalada, y atendida por un religioso, para que cumpliera algunas funciones religiosas y obras pías). De los siete curas, tres ejercían en el pueblo y cuatro en las aldeas. Como vimos que iba llegando gente y que se acercaba el inicio de la misa no quisimos interrumpirle más y volvimos a salir a la calle.

Intentamos entonces saber algo sobre el tema sanitario y nos acercamos a un anciano que caminaba lentamente ayudado por un grueso bastón para  preguntarle por un médico que pudiera remediar un inventado dolor de espalda que uno de nosotros padecía. El buen hombre nos respondió que aunque en el pueblo había dos médicos, un cirujano, (el cirujano podría ser el equivalente hoy a un ATS), un veterinario y un boticario,  normalmente  para remediar estas dolencias ellos acudían a una anciana que, con unos ungüentos sacados de ciertas hierbas que ella misma recogía, curaba estos males milagrosamente.

Seguimos andando y volvimos a la calle que en aquel momento ya se conocía como de La Plaza y escuchamos de repente un enorme bullicio y griterío de niños. Se abrieron las puertas de una casona grande y salieron ordenadamente un elevado número de infantes de todas las edades que calculamos estarían entre 8 y 12 años y que nada más alejarse corrieron en desbandada bromeando entre ellos. Cuando todos se marcharon, un señor vestido  con una chaqueta raída con las consabidas calzas y un pañuelo blanco anudado al cuello, salió y cerró la puerta. Nos acercamos a él y le preguntamos si era el maestro. Nos confirmó que así era efectivamente  y después de interrogarle sobre varias cuestiones relacionadas con su trabajo, el hombre nos informó con paciencia y educación que había en la villa dos escuelas de primeras letras, teniendo cada una alrededor de 45 o 50 niños y que solo asisten a ellas los varones y no había escuela de niñas. Se lamentó de que su sueldo era de 666 reales de vellón de los que tenía que pagar el alquiler de la casa, con lo que su sueldo no le llegaba para vivir y tenía que sacar  un dinero extra dedicándose a escribir cartas o dar clases en su domicilio a los hijos de las familias acomodadas, además de llevar las cuentas a algunos hacendados.

Después de este breve paseo por el pueblo nuestro viaje en el tiempo se agotó y hubimos de regresar a nuestra época, pero con la decidida determinación de volver de nuevo para conocer más detalles de la vida de esta nuestra Zalamea del siglo XVIII.

 

LA TOMA DE ZALAMEA POR LAS TROPAS NACIONALES DURANTE LA GUERRA CIVIL

LA TOMA DE ZALAMEA POR LAS TROPAS NACIONALES DURANTE LA GUERRA CIVIL

Durante este mes de Agosto se cumple 85 años de la toma de Zalamea por las tropas nacionales durante la Guerra Civil. Con este motivo hemos considerado oportuno volver a publicar el artículo que en su dia hicimos sobre este episodio. 

            La toma de la Cuenca Minera fue considerada por el Estado Mayor del General Queipo de Llano como uno de los escollos más difíciles,  por temor a la  fuerte resistencia que sospechaban iban a oponer los mineros al avance de las tropas sublevadas contra la República para tomar el control de la provincia de Huelva. La operación fue planteada rodeando la comarca desde tres frentes, uno por tropas que bajarían desde la sierra por Campofrío, al mando del Comandante Redondo, otro desde El Castillo de las Guardas procedente de Sevilla, al mando del Comandante Álvarez de Rementería y  finalmente el tercero, que es el que nos interesa porque sería le responsable de la toma de Zalamea, por tropas procedentes de Huelva, que se estacionaron en Valverde del Camino mandadas por el Capitán de la Guardia Civil Gumersindo Varela Paz, reforzadas  por 100 falangistas llegados desde Sevilla en tres autobuses. 

            Esta columna estaba compuesta por efectivos de la Guardia civil, mandadas por Fariñas; guardias de asalto, a las órdenes del teniente Lora; tropas de infantería, encabezadas por Pérez Carmona y Briones; requetés mandados por Arcos y López de Tejada; y falangistas, cuyo jefe era Alfonso Medina. Todos, como hemos dicho, bajo las órdenes supremas del Capitán Varela. 

            Descansan la noche del 24 de Agosto en Valverde del Camino, donde algunos duermen en la cárcel que hizo de casa improvisada de hospedaje. Ese día se había recibido la orden general de operaciones del Estado Mayor donde se determinaba que Zalamea debía ser ocupada el día siguiente, miércoles 25. Desde el cuartel general se prepararon octavillas que fueron lanzadas el martes por la aviación en Zalamea animando a la población a rendirse, entregando rehenes que garantizaran la entrada pacífica de las tropas. 

            En el otro lado, en el pueblo, fiel a la República, enterados por las octavillas del inminente ataque de las fuerzas nacionales, se organiza la resistencia. Para ello se arman a civiles voluntarios que bajo el mando de las mismas autoridades del concejo se disponen a ocupar posiciones para defender la población, con este fin se hicieron uso de las armas que anteriormente había requisado la guardia civil y que estaban depositadas en el cuartel. Los lugares elegidos para ofrecer resistencia fueron la entrada de los Pocitos y el Alechín (hoy calle la Encina), igualmente se situó un puesto de vigilancia avanzada en la cima del Monte del Pilar Viejo, también se colocaron algunos milicianos armados en la entrada por el cementerio y un grupo de hombres con ametralladora en el campanario de la torre que no se había visto afectado por el incendio de la Iglesia del mes anterior. 

            Entretanto, en Valverde, sobre las dos de la madrugada comienzan los preparativos para iniciar la marcha; algunos simpatizantes agasajan a los soldados ofreciéndoles café y churros, y así sobre las cuatro de la madrugada se ponen en camino hacía Zalamea. Las fuerzas las componen alrededor de mil hombres que son desplazados en camiones, camionetas y automóviles que suman en total unos 30 vehículos. A su paso por el empalme de El Buitrón toman precauciones por los incidentes registrados en aquel lugar unos días antes en los que un grupo de milicianos atacaron a las fuerzas allí concentradas. La marcha continúa lentamente y alrededor de las 7 de la mañana la expedición está ya situada a unos dos kilómetros de Zalamea y comienzan a realizar los preparativos para el asalto final. Son apoyados por un aeroplano de la base de Tablada que sobrevuela el pueblo constantemente. 

            En el interior de Zalamea,  el temor de las familias que se agrupan y se refugian en las casa que piensan están más protegidas contrasta con el arrojo y valentía  de los que se aprestan a resistir confiando en que podrán rechazar el ataque. 

            Para acometer el asalto, las fuerzas nacionales se reorganizan en tres grupos, el primero bajo las órdenes de Fariñas e integrado por guardias civiles, intendencia y carabineros se despliegan y entran por el Centro; por la izquierda, guardias de asalto al mando de Lora  rodean el pueblo para entrar por el camino de la Zapatera, y por la derecha, conducidos por Varela, otro grupo de guardias civiles y  requetés avanzan hacia la Estación Nueva. El primer encuentro se produce al toparse con el puesto avanzado republicano colocado en el Monte del Pilar Viejo; pero, aunque la resistencia de éste es heroica, es reducido fácilmente y se coloca allí uno de los cañones que bombardean las posiciones republicanas. Continúan adelante por Los Pocitos donde vuelven a encontrar combatientes republicanos a los que obligan a retroceder. El frente formado por las tropas al mando de Fariñas se extiende en una línea que alcanza alrededor de un kilómetro por los cercados de La Florida y el Alechín; allí se producen de nuevo enfrentamientos; pero los bombardeos de las posiciones fieles a la república por el avión de Tablada fuerzan a la resistencia a replegarse hacia el centro del pueblo. Las tropas nacionales que han conseguido penetrar en el interior del casco urbano  se encuentran con los disparos que hacen desde los altos de la Torre, produciéndose un tiroteo que acaba cuando los milicianos apostados allí se convencen de la inutilidad de su esfuerzo y abandonan la posición por temor a verse aislados. En los enfrentamientos de la calle de la Plaza muere un miliciano y  un oficial del ejército nacional. 

            Uno de los últimos combates se produce en la puerta  del Ayuntamiento desde donde hubo un intenso intercambio de disparos con las fuerzas ocupantes que se colocaron en el bar de la acera de enfrente. Los impactos de las balas fueron perfectamente visibles en las gradas que subían al piso alto del consistorio municipal hasta la remodelación del edificio en tiempos recientes. Cuando entienden que toda resistencia es inútil, los combatientes republicanos que no fueron capturados intentan salir del pueblo; un grupo lo hace por San Vicente, pero son interceptados por las fuerzas que suben desde la Zapatera, produciéndose disparos que causan varias bajas en ambos bandos. Otro grupo intenta salir por el este en dirección a Campillo y Riotinto pero se encuentran con las fuerzas que habían tomado posiciones en la Estación Nueva. A pesar de todo, algunos logran burlar el cerco saliendo por la Morita y consiguiendo llegar a El Campillo.

            La toma de Zalamea fue un episodio breve pero singularmente difícil en relación con otros pueblos de la Cuenca e incluso de la provincia, pero era un hecho perfectamente previsible. Al ánimo y al coraje de los leales a la República, algo más de un centenar de hombres con escaso o nulo entrenamiento militar y con un armamento deficiente e irregular,  se oponían unas fuerzas de un millar de soldados bastante bien organizados, con un armamento superior y con apoyo aéreo. 

            Esta primera operación militar termina alrededor de las 10 de la mañana. A partir de ahí las fuerzas ocupantes recorren las calles golpeando las puertas de las casas y obligando a sus propietarios a salir a la calle para efectuar después un registro en busca de refugiados fieles a la República. Las puertas que no se abren son derribadas violentamente. La gente atemorizada sale a la calle con los brazos en alto gritando las consignas fascistas por miedo a las represalias. El terror que se implanta en esas primeras horas hace  que muchos refugiados se vean delatados por los mismos que le había dado refugio. Inmediatamente se procede a liberar a los presos de derecha que estaban en la cárcel y en la escuela próxima, que habían conseguido salvar su vida gracias a la rectitud del alcalde republicano Cándido Caro, actitud que luego no se vio correspondida. Igualmente se comienza a requisar agua y comida para la tropa. 

            Unas horas después, sobre el mediodía, desde El Campillo y Riotinto, enterados por los que consiguieron escapar de la toma de Zalamea, se inicia una contraofensiva para intentar recuperar el pueblo. Esto se hace desde dos frentes: uno a través de la carretera nacional con dos camiones blindados que se habían preparado en Zarandas seguidos de una camioneta amarilla cargada de voluntarios, el otro frente intenta penetrar por la Estación Vieja. Las tropas nacionales, alertadas por unos vigías colocados expresamente, se apostan en los altos de la Estación Nueva con ametralladora y un cañón para contrarrestar la inicial ventaja de las atacantes republicanos. Contaron de nuevo con el apoyo de la aviación que tuvo una intervención definitiva en el final de esta ofensiva. Se produce un fuerte enfrentamiento y los nacionales  desde la ventajosa posición de las tropas de Varela en los altos de la Estación Nueva, consiguen inutilizar los camiones blindados que, aunque ofrecían protección contra los disparos, eran difíciles de manejar por su gran peso, consiguiendo finalmente detener, aunque con dificultad, el avance de los republicanos, y después de duros combates, que casi rozaron el cuerpo a cuerpo, logran hacerlos retroceder. 

            De la dureza de este  último episodio dan fe las numerosas bajas producidas. Los nacionales perdieron a dos hombres y más de una docena de heridos, sin embargo las más cuantiosas pérdidas tuvieron lugar en el bando de los republicanos que dejaron un número elevado de muertos esparcidos por la zona. Los que huyeron difundieron la noticia y contribuyeron involuntariamente a crear el desánimo y el temor en el resto de los pueblos de la Cuenca. 

 

 

LA METALURGIA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (III)

LA METALURGIA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (III)

Hoy conocemos el proceso de fundición tanto por los restos hallados en el poblado como por el paralelismo con otros poblados de similares características ya estudiados. Para fundir y extraer el metal de cobre se utilizaban unos hornos realizados con barro. Tenían una forma cilíndrica con un diámetro aproximado de unos  40 centímetros y una altura  de entre 40 y 50 centímetros, disponían de  una o dos toberas laterales por donde se insuflaba el aire  para aumentar la temperatura del fuego que ardía en el interior alimentado a base de carbón vegetal. Alcanzada la temperatura óptima se introducía en ese mismo horno el mineral triturado y se continuaba insuflando aire para mantener la temperatura de fundición de la mena. Esta fundición producía una especie de lagrimitas de cobre que quedaban depositadas en el interior de horno mezcladas con los restos de carbón, cenizas y escorias. Tras enfriarse estas “lagrimas” de cobre eran cuidadosamente separadas de resto del material.

Por ultimo una vez que se conseguía un número considerable de estos pequeños trozos o lágrimas de cobre se reunían todas en un crisol donde se las sometía de nuevo a altas temperatura para que fundieran entre sí y formaran una especie de torta de cobre.

En ella este material fundido adquiría la forma de casquete esférico del crisol o recipiente. El proceso que hemos explicado en pocas palabras suponía un enorme esfuerzo y el empleo de una gran cantidad de tiempo para obtener una pequeña cantidad de cobre lo que revela el valor de este metal en la época de la que estamos hablando.

Hace unos años tuvimos la oportunidad de estudiar una de estas piezas de cobre hallada en el poblado de Chinflón en superficie por un equipo de arqueólogos. Pudimos medirla y pesarla. Hemos recuperado los datos que archivamos en su momento para completar esta serie de artículos.

La pieza aportó interesantes datos sobre las características del cobre que se extraía  y producía en Chinflón. Tiene, como dijimos, forma de casquete esférico con una altura en su centro de 2,5 cm y 9 cm de diámetro en el círculo superior. Su peso es de 750 gramos y su volumen de 120 cm3 , lo que nos da un peso específico de la pieza de 6,25 g/cm3 . Teniendo en cuenta que el peso específico del cobre en estado puro sólido es de 8, 96 g/cm3  nos da que dicha pieza tiene una pureza del 70 %. Esto supone que el nivel de de calidad de la fundición es más alto del que en un principio se le suponía. Como es lógico la pieza tiene un 30% de aire e impurezas en su interior.

Hoy solo podemos hacer conjeturas sobre el destino que tenía este cobre. Al no haberse hallado útiles de cobre en la zona se infiere que se dedicaba fundamentalmente al comercio. Posiblemente gente que procedían de otras zonas intercambiaban ese cobre por otros productos.

Son los primeros pasos que dieron lugar al comercio de cobre y estaño, que durante la edad del Bronce daría paso a las primeras colonizaciones en la provincia de Huelva.

LA METALURGÍA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (II)

LA METALURGÍA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (II)

LOS TRABAJOS MINEROS

Antes de introducirnos en la descripción de los trabajos mineros, hay que recordar que en aquella época el cobre era un metal con un enorme valor, hay autores que consideran que incluso mayor que el del oro, lo que de alguna manera impulsó a los habitantes del área de El Pozuelo a establecerse temporalmente en un poblado próximo a la mina para el aprovechamiento de sus menas de cobre.

La mina de Chcinflón de la época calcolítica y de la Edad del Bronce, constaba de varios pozos excavados en la roca, prospecciones al aire libre para extraer el mineral que posiblemente localizarían antes en superficie profundizando posteriormente en ella. Los pozos tenían unas estrechas dimensiones y poca profundidad, apenas cabían dos personas y no realizaban galerías. La razón es que trabajaban aprovechando la luz solar ayudados en las partes más oscuras por algún tipo de lucerna artificial muy rudimentaria. Cuando agotaban la mena del pozo hacían otra prospección a escasos metros. Las herramientas utilizadas para estas labores eran las mazas y los martillos de mineros fabricados de piedra usando un tipo de pórfido muy abundante en la zona.

Losa datos que hemos conocido de otros lugares donde se explotaban minas de cobre en la antiguedad apuntan a que posiblemente en el poblado el trabajo estuviera diversificado, realizándose por tres grupos de personas especializadas cada una en sus propias labores.

Un primer grupo estaba formados por los que podriamos denominar propiamente “mineros”, obreros que abrían los pozos, se introducían en ellos utilizando una especie de escalera labrada en la misma pared del pozo y  desprendiendo el mineral de la roca a base de golpes para introducirlo después en una especie de canasta que era sacada del interior por otros obreros sirviéndose de un trípode cuyo alojamiento en la boca del pozo puede aún apreciarse.

Otro grupo estaba encargado de triturar y preparar el mineral en pequeños trozos que facilitara su introducción en el horno de fundición. Esta función la llevaba a cobo otro grupo, conocedores de las técnicas de fundición aunque de una manera rudimentaria y de esa forma se  obtenía finalmente el metal.

Calculamos que dadas las características y tamaño de los pozos y del poblado, el número total de trabajadores estaría alrededor de quince personas, el grupo esencial en esta actividad sería el encargado de fundir, que probablemente era el que tallaba y endurecía, así mismo, los utensilios a utilizar, martillos y mazas de mineros. Estos hombres conocían los procedimientos de fabricación de herramientas y además dominaban básicamente el proceso de fundición.

Los martillos y mazas de mineros eran cuidadosamente elaborados y más tarde sometidos al fuego para dotarlos de la dureza necesaria, labrándosele un surco en el centro donde se le ajustaba un mango de madera, atándose bien con cuerdas para sujetarlo.

Una vez extraído el mineral de los pozos se trasladaba con sacas, probablemente realizadas con esparto, hasta el poblado donde el segundo grupo se encargaba de triturarlo, primero reduciendo el tamaño de la piedra usando las mismas mazas y posteriormente haciendo un triturado más fino usando un mortero sobre el que se golpeaba con machacadores de jaspe que reducían el tamaño a lo mínimo para facilitar su introducción en el horno y mas tarde su fundición para extraer de estos trozos la máxima cantidad de cobre. Por último, el grupo especializado en fundición, y esto es lo que queremos resaltar en este artículo, se encargaba de obtener el cobre. En el poblado, una observación detallada de la superficie excavada refleja las áreas donde se realizaba cada una de estas actividades. Aquella en la que se procedía a triturar el mineral y esa otra en la que se llevaba a cabo la fundición. 


LA METALURGÍA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (I)

LA METALURGÍA EN EL POBLADO DE CHINFLÓN (I)

LA MINA

La Mina de Chinflón situada en las proximidades de la zona conocida como Los Llanetes aproximadamente a unos 3 km al este de la aldea de El Pozuelo (Zalamea la Real) es uno de los asentamientos mineros de mayor interés histórico de nuestro pueblo. Tenemos constancia de que fue explotada en diversas etapas: en la Prehistoria, durante la Edad Antigua y también en la Edad Moderna.

La que más nos interesa, y en la que vamos a centrarnos en esta ocasión es su explotación durante la Prehistoria. Existen indicios fundamentados de haber sido trabajada ya en el eneolítico y hay autores que afirman que su localización en las proximidades de los dólmenes de El Pozuelo podría explicar el número elevado de estos monumentos funerarios en un área tan reducida. Puede que la razón que explique la continuidad poblacional en la misma zona venga motivada por el interés en aprovechar la mina, manteniéndose cerca de ella, aunque su actividad económica principal no fuera esa.

Aparte de ello el estudio realizado en las proximidades de los pozos dos y tres por Pellicer y Hurtado (El poblado minero de Chinflón. 1980) reveló un asentamiento, probablemente temporal, que se dedicó a la extracción y fundición in situ del mineral.

La excavación por estos arqueólogos de una parte del poblado que se extiende por una zona par amplia hacía el este sacó a la luz dos huecos que debieron servir bien para sostener los postes de algún tipo de cobertizo o choza o bien eran la sujeción de algún tipo de estructura indefinida. Aparecieron igualmente seis hogares de los que algunos de ellos contenían  los característicos martillos de mineros de piedra. Así mismo la excavación halló numerosos fragmentos de recipientes y vasijas de cerámica y algún que otro tipo de hacha también de piedra.

El poblado era ocupado probablemente con carácter temporal en determinadas épocas del año posiblemente para dedicarse durante esos periodos  a sacar el mineral y hacer allí mismo una primera fundición de lo extraído.

Desde el Neólítico, el término de Zalamea estuvo ocupado por un número relativamente  abundante de pobladores que se dedicaban fundamentalmente a la caza, a la recolección y, posiblemente en una fase muy inicial, a la agricultura. Estos pobladores tendrían un primer contacto con la minería para la obtención de piedras que sirvieran para fabricar objetos de ornamentación personal: cuentas de collar, colgantes, etc. Esta primera aproximación sería el punto de partida para la extracción del cobre nativo. Esto sería la base para que más tarde, ya en la edad del Bronce, alrededor de los años 1800- 1500 antes de Cristo, los descendientes de aquellos pobladores comenzaran a conocer el valor del mineral de cobre, posiblemente por el contacto con otros pueblos que lo demandaban en sus transacciones comerciales, lo que le llevaría a la explotación de las mina de Chinflón.

Hay que recordar que en aquella época el cobre era un metal con un enorme valor, hay autores que consideran que incluso mayor que el del oro, lo que de alguna manera impulsó a los habitantes del área de El Pozuelo a establecerse temporalmente en un poblado próximo a la mina para el aprovechamiento de sus menas de cobre.

INTRODUCCIÓN Y DESARROLLO DEL CRISTIANISMO EN ZALAMEA

INTRODUCCIÓN Y DESARROLLO DEL CRISTIANISMO EN ZALAMEA

Antes de entrar en cómo pudo introducirse el cristianismo en Zalamea la Real, vamos a echar un vistazo al contexto histórico en la Península Ibérica.

La tradición atribuye al apóstol Santiago y a San Pablo el inicio de la evangelización de la Península. No existen datos fidedignos que acrediten esa tradición. La única referencia que se encuentra es la intención de venir a nuestro país expresada por Pablo en su epístola a los Romanos.

Las últimas investigaciones apuntan a que el cristianismo fue introducido en nuestro país por las propias legiones romanas, consolidándose después en amplias zonas. Aunque en principio la nueva religión pudo practicarse con relativa libertad en todo el territorio del imperio, más tarde algunos emperadores, como fue el caso de Diocleciano  y Galerio, decretaron persecuciones, bien es verdad que no solo contra los cristianos,  que causaron los primeros mártires en Hispania, Fructuoso, Eulogio, Justa y Rufina, Vicente, que pronto se convirtieron en objeto de devoción para las primeras comunidades cristianas en la península. De ahí fue creciendo y extendiéndose entre la población hispanorromana. Las invasiones bárbaras, que acaban con el dominio romano, si bien hostigan en un primer momento  a estas comunidades, con el tiempo se convierten al cristianismo favoreciendo su difusión. De hecho en la conocida leyenda del rey Gunderico cuando después de la batalla de los montes Nervasos se refugia en la Bética encuentra una primitiva basílica dedicada a San Vicente; basílica que reformada y reconstruida más tarde es la Iglesia que hoy es conocida con ese mismo nombre en la ciudad de Sevilla.

Con la invasión musulmana la religión cristiana  pasa a ser una práctica relativamente tolerada, pero con unas duras condiciones para  el culto público.

Después de la reconquista la religión cristiana vuelve a adquirir su anterior prevalencia y se desarrolla hasta tal punto que va a impedir la práctica de otras creencias, como la musulmana y la judía.

Después del concilio de Trento se impulsa de manera notable las manifestaciones religiosas que tienen como objetivo contrarrestar la influencia de las herejías y deviaciones de la ortodoxia cristiana.

Hasta aquí un breve repaso de lo ocurrido a nivel nacional, vamos ahora a adentrarnos en como pudo producirse la introducción del Cristianismo en Zalamea. Existen pocos datos sobre cuáles eran las religiones practicadas por nuestros antepasados antes de la llegada del cristianismo, por el contexto general deducimos que creencias animistas o de carácter simbólico y el culto a dioses regionales, como el caso del dios celtíbero Endovélico, a los que luego se incorporaron los dioses del panteón romano, centraban el culto y las creencias de aquellos que habitaban el territorio de  lo que hoy es Zalamea. Está constatada la existencia de lugares sagrados en el término de Zalamea, como el caso de la zona de los Aulagares o Los Manatiales donde quedan reflejados grabados que demuestran el valor de esos lugares incluso para creencias más tardías como el mismo cristianismo.

 Los primeros indicios de la nueva religión se encuentran en el poblado paleocristiano del Cabezo del Castillo del Buitrón lo que apunta a que puede que el cristianismo fuera introducido en nuestra zona por contingentes poblacionales relacionados con el comercio o la explotación de la minería. También hay que considerar  un  posible culto a San Vicente Mártir con anterioridad a la propia reconquista. Como ya hemos mencionado el culto a estos primeros mártires está directamente relacionado con las primeras comunidades cristianas.

Los otros indicios que apuntan a la existencia de estas comunidades primitivas es la existencia de la cruz de calvario o de gólgota hallada junto a los grabados de los Aulagares y las tumbas antropomorfas encontradas en el término cuya datación puede establecerse en un  amplio periodo de tiempo comprendido entre los siglos VIII y XVI de nuestra era. La datación cronológica exacta de estos restos arqueológicos  sería muy interesante por cuanto nos ofrecería información sobre la existencia de población mozárabe en la antigua Salamya. Puede que durante la dominación musulmana, a pesar de la presión fiscal y social a que fue sometida por los nuevos señores, persistiera alguna población que se mantuvo fiel al cristianismo, abierta o secretamente,

Tras la reconquista a mediados del siglo XIII los nuevos repobladores castellano-leoneses generalizan y refuerzan el cristianismo en la entonces Zalamea del Arzobispo y encontramos las primeras referencias arquitectónicas y documentales. Son las antiguas ermitas  de Santa María de Ureña, hoy San Blas,  y la primitiva de Santa Marina de El Villar, situadas a extramuros de ambas poblaciones, que  se levantaron sobre los restos de anteriores construcciones romanas que aún pueden apreciarse; de igual manera ocurre con la conocida como Iglesia de las dos naves, tal como es llamada en las antiguas reglas de la hermandad de San Vicente en 1425, cuya torre, según recientes estudios, se levanta sobre un antiguo “castellum” romano. Por cierto, “castellum” que, parece ser, dio nombre a la actual calle Castillo. La Edad Media fue, pues, testigo de la consolidación del cristianismo en Zalamea.

Tras el concilio de Trento, celebrado a mediados del siglo XVI, se promueve la creación de hermandades y cofradías que exterioricen los cultos y devociones de la ortodoxia católica como manera de contrarrestar la difusión de la reforma protestante iniciada en Centroeuropa. Así, como espejo de lo ocurrido en Sevilla, a cuyo reino pertenecimos hasta la creación de la provincia de Huelva, se crea en Zalamea la Hermandad de la Vera Cruz en 1580, germen de la actual Semana Santa zalameña, y la del Santísimo Sacramento de El Villar en 1590, posiblemente reflejo de otra existente en la villa.

Desde ahí,  las manifestaciones religiosas cristianas proliferan y en el siglo XVIII son ya  trece las celebraciones vinculadas a hermandades o cofradías. Con el paso del tiempo muchas de ellas han desaparecido, como la Suma Caridad, la del Carmen o San Antonio, otras, sin embargo, conocidas por todos, han permanecido hasta nuestros días y su historia es sobradamente conocida.

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Imagen de la ilustración: Cruz de Calvario o Gólgota grabada en una de las rocas de Los Aulagares  (Zalamea la Real)