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VEINTE AÑOS DE "REAL" HERMANDAD

Aunque aquellas personas próximas a la Junta de Gobierno de la Hermandad de Penitencia y las que tienen o han tenido algún vínculo con ella conocen la razón de por qué hoy esta hermandad ostenta el calificativo de “Real”, es cierto que una inmensa mayoría desconoce el origen de este apelativo y es común el error de creer que se le aplica por extensión del que tiene el nombre del pueblo.
No existe ninguna relación entre ambas circunstancias. Como bien es sabido, el adjetivo “Real” que sigue al nombre de Zalamea tiene su origen en 1592, al pasar nuestro pueblo de pertenecer al arzobispado de Sevilla a ser villa de realengo de acuerdo con el privilegio otorgado por Felipe II en aquel año.
El motivo de llamarse “Real” la Hermandad de Penitencia es otro muy distinto y se obtiene hace ahora justamente 20 años y fue consecuencia de un proceso, al que modestamente contribuimos, y que vamos a recordar someramente.
El día 15 de julio de 1994 la Junta de Gobierno de la Hermandad de Penitencia, presidida en aquel momento por Don Pedro Borrallo Domínguez, hermano mayor, acuerda solicitar a S. M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, rey de España, que aceptase el nombramiento de Hermano Mayor Honorario y poder ostentar esta hermandad el título de “Real” por atribución.
Meses después, la Casa Real, responde en una carta de la Secretaría General, con fecha de 30 de noviembre de 1994, en la que se nos pide datos históricos de la Hermandad de Penitencia , estatutos por los que se rige, actividades que lleva a cabo y las relaciones que pudiera tener con la casa real, así como cuanta documentación pudiera acreditar el hecho de ostentar aquel privilegio.
De forma inmediata nos pusimos a trabajar impulsados por la Junta de Gobierno y su hermano mayor a la cabeza. Después de un tiempo de recopilación y elaboración de los datos solicitados, el 14 de febrero de 1995 se le remite un dossier con los documentos solicitados. En él se incluía una relación de los hechos históricos acerca de los orígenes de la Semana Santa de Zalamea y de todos los elementos que la componen, Hermandad de la Vera Cruz, La Vía Sacra y la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Soledad. Así mismo se le envía una relación de todas la actividades que realiza y promueve y que no se limitan a las procesiones de Semana Santa, sino también quinarios, triduos, pregón, conferencias, etc. Para argumentar su relación con la institución real se le expuso todo el proceso de emancipación de Zalamea del arzobispado de Sevilla y su adhesión a la corona y se le refirió la carta de privilegios otorgada por Felipe II en 1592. Todo ello acompañado de copias de las actas capitulares y cartas relacionadas con la fundación de la Vía Sacra, del libro de acuerdos de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, así como copias de las reglas y copia de la propia carta de privilegio de 1592 con la firma autógrafa de Felipe II.
Como respuesta a todo esto, el 22 de marzo de 1995, el Jefe de la Casa de S,M. el Rey remite al hermano mayor de la Hermandad de Penitencia una credencial en la que consta que el Rey ha aceptado el nombramiento. Por tanto a partir de ese momento, como efecto de ese acuerdo nuestra Hermandad de Penitencia comienza a denominarse:
“Real y Fervorosa Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo de la Sangre, Santísimo Cristo Yacente, María Santísima de los Dolores, Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista”.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
127 ANIVERSARIO DEL AÑO DE LOS TIROS

(Plaza del antiguo pueblo de Riotinto donde tuvo lugar la manifestación)
Se cumplen ahora exactamente 127 años de lo que se ha dado en llamar el “Año de los Tiros”. Ocurrió el 4 de Febrero de 1888, era sábado y a las 16,30 de la tarde, aproximadamente, los soldados del regimiento de Pavía desplazados al antiguo pueblo de Riotinto (conocido como la Mina Abajo) disparó a bocajarro sobre una imponente manifestación pacífica compuesta por personas venidas desde Zalamea, El Valle y Nerva que protestaban por los daños causados en los campos y en la salud por los humos de las teleras y reclamaban mejores condiciones laborales. Como consecuencia de ello decenas de personas perdieron su vida en la plaza y muchas otras murieron después como consecuencia de las heridas.
Zalamea tuvo un destacado protagonismo en aquellos hechos y los sucesos ocurridos aquel día quedaron grabados en la memoria colectiva de nuestro pueblo durante mucho tiempo, aunque últimamente parece difuminarse.
Queremos desde aquí conmemorar el aniversario de este suceso y rendir homenaje a las víctimas reproduciendo un artículo que publicamos ya hace algún tiempo y que creemos refleja muy bien las sensaciones vividas en aquellos días:
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LA SEMANA SANTA DEL AÑO DE LOS TIROS. MEMORIAS DE UN COFRADE
Hoy viernes, 6 de abril de 1888, al regresar de la Vía Sacra, me he decidido a escribir estas líneas para dejar testimonio de mis vivencias a lo largo de estos últimos días. La imponente manifestación religiosa a la que acabo de asistir trae a mi memoria otra de la que apenas han transcurrido dos meses desde que sucedió. Aún padezco las secuelas de aquella primera en la que resulté herido, siento en mi pierna la horrible sensación de quemazón que tuve cuando la bala que salió del fusil de aquellos que decían defender el orden atravesó el muslo de mi pierna izquierda, pero en aquel momento, mientras me arrastraba para ocultarme entre las callejuelas de Riotinto y cuando a duras penas, ayudado por mi amigo Manuel Márquez López, conseguí llegar a Zalamea casi desangrado, elevé una oración a Nuestro Padre Jesús Nazareno y prometí que si salía con bien de aquel trance acudiría a la procesión del jueves santo, tras la imagen que tanto he venerado.
Gracias a Dios, Nuestro Señor, pude ver pasar aquel fatídico 4 de Febrero; luego, en los días que siguieron, María Santísima de la Soledad, a la que tanta fe he demostrado, debió cubrirme con su manto protector porque gracias a ella pude sobrevivir a las fiebres que me produjo aquella herida y a tantas noches de delirio y de temor que se sucedieron durante los días de convalecencia. Quizá por Ella me libré de los interrogatorios que tuvieron lugar después de aquel día. Por los amigos que me visitaron supe de tantos y tantos vecinos y compañeros que hoy no pueden contarlo, sentí en lo más profundo de mi alma la noticia de aquellos que jamás regresaron.
Hoy, mientras cantaba en la ermita del sepulcro el Perdón, eché en falta a aquellos que vinieron otros años, José Lancha López, que dejó su vida en la plaza ante el Ayuntamiento del pueblo de Riotinto, a Mateo Serrano Zarza, que aún se debate entre la vida y la muerte con el estómago destrozado por una bala criminal o a Miguel Librero, herido también y al que visité hace unos días. Junto a su lecho recordamos el miedo y el desconcierto que sentimos en aquel momento.
Al regresar a mi casa, me reafirmé en el propósito, desoyendo el consejo de familiares y amigos, de asistir y participar en todos los actos de esta Semana Santa para el engrandecimiento de nuestra Sagrada Religión, ofreciéndolo en honor de todos aquellos que han perdido su vida o fueron heridos aquel 4 de Febrero.
El 25 de Marzo de este mismo año, asistí a la reunión de la Junta de Hermanos de la Cofradía. En ella se acordó que cada uno de los componentes de la Hermandad aportara dos pesetas para destinarlas a sufragar los costes de la procesión, del sermón, de la música, de la cera y demás gastos que se derivaran. Aunque para mí estas dos pesetas han supuesto un gran esfuerzo, he contribuido gustosamente con el fin de glorificar a Dios Nuestro Señor, recordando su Pasión y Muerte, la misma que han tenido todos aquellos que no han podido estar aquí estos días. Con la ausencia del hermano mayor, José González, que marchó a Madrid para evitar ser detenido y poder defender los intereses del pueblo del que hasta hace poco tiempo ha sido alcalde, se celebró la reunión en la que acordamos la organización de los actos de esta semana Santa y en la que admitimos a un nuevo hermano. Así mismo, Antonio Mantero, nos informó de las dificultades que tendríamos, con su proverbial eficiencia como secretario de la cofradía.
Ayer jueves, 5 de Abril, con túnica de hermano y los pies descalzos, en cumplimiento de mi promesa, acudí a la procesión, sufriendo los rigores del trayecto. En los momentos que sentía que las fuerzas me abandonaban, la contemplación de la imágenes de Nuestro Señor y de su Madre y el recuerdo de su Pasión, empequeñecían mi dolor y mi propio sufrimiento, dándome ánimos para seguir. La imagen tenuemente iluminada por la luz de los candelabros en la oscuridad de las calles de Zalamea componían una hermosa escena que me hizo sentir orgulloso de pertenecer a este noble pueblo, que unos meses antes defendió valientemente sus campos de la devastadora “manta” de humos y que en estos días se une para rendir veneración a Nuestro Señor en su Pasión.
Este año la banda de música no ha sonado de igual forma que en los anteriores, muchos de sus instrumentos y los que los portaban quedaron en el suelo de la plaza del vecino pueblo.
Hoy viernes, 6 de abril, he asistido a la Vía Sacra, la corneta y la esquila nos concentró, como desde hace más de 100 años ante la puerta de la Iglesia; el silencio esta vez ha sido más profundo. Apoyado en el hombro de Vicente Pérez García he seguido los pasos de la Cruz de guía por las calles apenas alumbradas en algunas esquinas por los faroles de petróleo. Ante mí caminaba Juan Antonio López, al que ignominiosamente han acusado de ser uno de los instigadores de la manifestación. Estoy convencido de que nuestro Padre Jesús Nazareno tendrá a su lado a aquellos que hoy no han podido estar con nosotros.
Al ver a tantos vecinos y amigos en esta conmovedora muestra de fe en la muerte y resurrección de Cristo me ha parecido oír los disparos de aquel trágico día, disparos que aún retumban en mis oídos y que seguirán haciéndolo durante mucho tiempo.
Cuando termino de escribir estas líneas las lágrimas inundan mis ojos y ante mí desfilan las horrorosas imágenes de muerte y sufrimiento vividas el pasado 4 de Febrero de 1888.
Que Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad nos protejan.
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Esta narración y el personaje que la hace son imaginarios, sin embargo los hechos y las personas que se mencionan en ella son totalmente reales.
La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad, reorganizada en 1865, celebró efectivamente el 25 de Marzo de 1888 una Junta de Hermanos para programar los actos de la Semana Santa de aquel año. Los 41 hermanos que la componían aportaron 82 pesetas para sufragar los gastos.
José González Domínguez fue alcalde de Zalamea hasta el 8 de Marzo de 1888 y hermano mayor de la cofradía. Encabezó la manifestación, junto a Lorenzo Serrano y Ordóñez Rincón, que salió de Zalamea en dirección a Riotinto.
Antonio Mantero fue secretario de la cofradía durante más de quince años.
Juan Antonio López fue acusado como principal instigador de los hechos de 1888.
José Lancha López murió como consecuencia de los disparos de las fuerzas del orden público aquel 4 de Febrero.
Mateo Serrano Zarza fue herido en el vientre por una bala.
Miguel Librero sufrió igualmente heridas de bala.
Manuel Márquez López fue admitido como hermano de la cofradía el 25 de marzo de 1888.
Vicente Pérez García fue admitido también como hermano un mes más tarde.
La banda de música que acompañó aquel año a la procesión no pudo contar con todos sus integrantes. Iba al frente de la manifestación que salió de Zalamea y según cuenta la tradición muchos de sus miembros murieron o fueron heridos aquella tarde del sábado 4 de Febrero en Riotinto
La Semana Santa de 1888 fue especialmente triste; en la mente de los zalameños estaban vivos aún los sucesos ocurridos dos meses antes.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA FERIA. EL NACIMIENTO DE NUESTRA FIESTA MAYOR

Durante el segundo tercio del siglo XIX se produjo el nacimiento de lo que hoy es nuestra fiesta mayor, la feria. Veamos como ocurrió.
En el año 1842, cuando Zalamea mantenía aún un marcado carácter agrícola y ganadero y con el fin de potenciar las transacciones comerciales de los productos generados en el campo, así como para evitar que los beneficios que estos pudieran generar se marchasen a otros pueblos limítrofes que ya tenían la suya propia, la corporación municipal acuerda el 5 de octubre solicitar autorización para la celebración de una feria de ganado en los días 18, 19 y 20 del mes de septiembre. El mes elegido es un claro indicativo del carácter agropecuario de la festividad . Se celebró por primera vez al año siguiente, en 1843 y el lugar elegido para llevarla a cabo fueron las cercanías de la ermita de San Vicente. En este primer año se dio a conocer en los pueblos próximos enviándoseles carteles anunciadores con el fin de promocionarla. En sus inicios no fue concebida como hoy la conocemos, digamos que esto fue una consecuencia de lo anterior. En sus inicios la feria se celebraba en torno a las transacciones de ganado que se hacían por la mañana, teniendo lugar por la noche unos festejos que servían de distracción tanto a los lugareños como a los forasteros que afluían al pueblo y paulatinamente fueron apareciendo puestos y atracciones que contribuían al esplendor de la feria. Durante ella se repartían alimentos a los más necesitados. Mas tarde la feria de ganados se trasladó al Pilar de la Indias y posteriormente al Pilar Viejo.
La construcción de una plaza de toros en 1879 vino a dar mayor realce a los festejos, ya que aunque con anterioridad se “corrían toros” , el disponer de un coso taurino adecuado a los nuevos tiempos vino a dar mayor importancia y formalidad a estos actos. En 1892, el ayuntamiento accedió a la petición del entonces arrendatario de la plaza para que se le concediese una subvención con la finalidad de que el cartel fuera de prestigio y así se consiguiera aumentar la afluencia de aficionados y visitantes a la feria. Como vemos la costumbre de subvencionar las corridas de toros nos es reciente.
Con el tiempo la fiesta nocturna fue adquiriendo relevancia, añadiéndosele alumbrado y fuegos artificiales durante los tres días.
En 1894 se acordó cambiar la fecha de la feria y trasladarla al mes de julio para evitar los riesgos del clima en septiembre y también para facilitar la asistencia de los lugareños ausentes, experimento que no tuvo excesivo éxito ya que dos años más tarde se decidió regresarla a su fecha habitual. El 10 de Agosto de 1900 se pensó de nuevo cambiar los días de feria para que ésta se iniciara el sábado siguiente al 17 de septiembre. Y así siguió hasta la década de los setenta del siglo XX. Ya entonces la feria había adquirido el configuración de 5 días comenzando el sábado y terminando el miércoles.
Un dato anecdótico que ilustra la intención del ayuntamiento en dotar de atractivo la fiesta es la decisión que se tomó en 1917 para contratar un aparato cinematográfico que sirviera de distracción y entretenimiento, hecho que por sí solo es innovador dado que el cine estaba dando en aquellos momentos sus primeros pasos. Según las noticias que tenemos, después de la guerra civil no volvió a celebrarse más la feria de ganado aunque pudieran llevarse a cabo algunas transacciones de este tipo, pero que ya no constituían el objetivo de la fiesta. Sin embargo el que su origen fuese ése es la causa de que aún hoy se siga denominando feria y fiestas, feria de ganado y fiesta nocturna e igualmente la causa de que perdure la tradición de celebrarse tanto por la mañana y mediodía como por la noche. Con el transcurso de los años fue creciendo añadiéndose todos los atractivos de una fiesta moderna.
Una curiosidad digna de reseñar fue la celebración de lo que antiguamente se denominaba el “día del lobo”.Se trataba de una pequeña fiesta que tenía lugar el sábado siguiente a la terminación de la feria, organizada por los camareros y trabajadores de la feria que no habían tenido la oportunidad de disfrutar de ella. Quizá éste sea el origen de lo que se conoció después como “broche de feria” que se celebraba el sábado y domingo siguiente durante la década de los sesenta y setenta del pasado siglo. A medida que la gente fue participando más de esa pequeña fiesta, se fue integrando en la feria. Más tarde, un grupo de vecinos representantes de las casetas que se montaban por aquel entonces solicitó que se mantuviera el alumbrado el jueves y viernes, petición que la comisión de festejos aceptó, de manera que la feria aunque extraoficialmente acabó prolongándose durante toda la semana, es decir, con una duración de nueve días.
Al final de la década de los setenta se adelantó la fecha de inicio al sábado anterior al segundo domingo de septiembre. El 1988, como muchos recordarán, el recinto se trasladó a los alrededores de la plaza de abastos, experiencia que tampoco fue del agrado de los zalameños, que reclamaron que volviera al lugar primitivo, la calle de la Plaza,como así fue dos años más tarde. Por aquel entonces las casetas particulares habían aumentado su presencia en el recinto ferial en número y relevancia. En contra de la opinión de los que piensan que es una innovación de los últimos tiempos diremos que, aunque en menor número y con unas características diferentes, también se montaron casetas particulares a principios y mediados del siglo XX.
La, para algunos, larga feria de nueve días permaneció hasta 1999 hasta que en el año 2000 se redujo de nuevo a 5 días, no sin cierta controversia, empezando el sábado y terminando el miércoles, aunque se le añadió el pregón taurino el viernes con la inauguración del alumbrado. En 2003 se acordó iniciarla el martes con el pregón y terminarla el domingo. En 2004 se pasó a la primera semana de septiembre.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
Foto de la ilustración: Imagen de la feria a principios del siglo XX. En ella se puede apreciar el entarimado que se levantaba en la puerta del ayuntamiento para que tocara la banda municipal. Se estuvo montando hasta los años sesenta del pasado siglo.
LOS ÚLTIMOS 50 AÑOS DE LA SEMANA SANTA EN ZALAMEA

Por extraño que parezca, a veces resulta más difícil encontrar datos de épocas más recientes que de aquellas otras más distantes en el tiempo. Es el caso que nos ocurre cuando tratamos de reconstruir los últimos cincuenta años de la hermandad de Penitencia. Puede resultar más fácil hablar de los orígenes y evolución de nuestra Semana Mayor que hacer una crónica de los últimos 50 años de la historia de las imágenes y procesiones, entre otras cosas por el riesgo a equivocarnos. Curiosamente poco, o muy poco, se ha registrado por escrito de lo sucedido en estos años. Por esta razón hemos creído conveniente recoger todo aquello que se sabe o se recuerda acerca de la Semana Santa en Zalamea en la segunda mitad del siglo XX.
Hemos podido constatar que a comienzos de este siglo, las procesiones se diferenciaban enormemente de las de ahora. Tendremos oportunidad de ahondar en otra ocasión en los detalles de estos primeros años del siglo aunque a modo de avance podemos decir que las imágenes eran mucho más sencilla y menos pesadas, eran transportadas en una especie de andas fáciles de llevar por cuatro personas, sin acompañamiento de penitentes, con gran austeridad de adornos florales y su recorrido no era como el de hoy, no distanciándose mucho de la iglesia por lo general.
El Vía Crucis y la procesión del viernes por la madrugada se hacían con mucha más sencillez, suponemos que el crucificado que se empleaba en la procesión de la Vera Cruz en la madrugada del viernes debía ser de pequeño tamaño ya que era portado por un solo hombre. La Vía Sacra, sin embargo, conservó las características que hoy le identifican aunque tanto las peanas de las estaciones como la ermita fueron cambiadas y remodeladas respectivamente con posterioridad.
En el año 36 un gran incendio provocado en la Iglesia hizo desaparecer buena parte de las riquezas que se conservaban. Lógicamente esto supuso una interrupción en las celebraciones puesto que hubo que iniciar trámites para recuperar imágenes nuevas. Esta recuperación se inicia nada más terminar la Guerra Civil. En principio no procesionaron, simplemente fueron colocadas y expuestas en la Iglesia; tal es el caso del Cristo de la Sangre, conocido popularmente como el Crucificado que fue encargado al escultor Bidón en 1938, aunque hay quien afirma que es de fecha posterior. En cualquier caso, en los años 70 fue remodelada por el escultor zalameño Manuel Domínguez Rodríguez. Nuestra Señora de la Soledad, también del escultor Bidón, llega en el año 1940. Es probable que sobre esa fecha comiencen de nuevo las procesiones; tenemos conocimiento de la existencia de una circular fechada en 30 de Abril de 1943 de la que se deduce la reconstitución de la Hermandad de Penitencia. De nuevo las imágenes vuelven a salir por las calles de Zalamea y parece ser que es en esa fecha, 1943, cuando comienzan los pasos a ser acompañados de penitentes, aunque en un principio salían sólo los negros.
El nazareno, obra también de nuestro paisano Manuel Domínguez, llegó a Zalamea el 25 de marzo de 1955. Hasta entonces las procesiones sacaban repetidamente las mismas imágenes, es decir el Cristo Crucificado y la Virgen de la Soledad, que antes también era Virgen de los Dolores. Estas dos imágenes procesionaban jueves por la tarde, viernes de madrugada y viernes por la tarde. En esta última procesión la imagen del crucificado era llevada a la ermita del Sepulcro, introduciéndose la imagen en él para celebrar por la noche el Vía Crucis, permaneciendo unos días hasta que regresaba de nuevo a la Iglesia donde era venerada. Con la llegada del Cristo Yacente en el año 1950, obra del escultor Barbero, reposando en una urna de estilo barroco, el viernes santo tuvo sus propias imágenes y como mencionamos más arriba, después de la llegada del Nazareno en 1955 el jueves santo tuvo también las suyas propias, con lo que los tres días sacaban imágenes distintas para Jesús aunque seguían teniendo la misma Virgen, la que hoy conocemos como la Soledad de Bidón.
Sobre los años 60, a iniciativa de algunos jóvenes de la hermandad, y no sin cierta resistencia, comenzó a salir el Cautivo y probablemente de esta época datan los penitentes blancos, recuperándose así una de los aspectos más característicos de las procesiones de la antigua hermandad de la Vera Cruz de 1581, la existencia de penitentes blancos y negros en una misma procesión.
Por fin en 1969 llega a Zalamea la Virgen de los Dolores, obra también del escultor zalameño ya mencionado, y de esta manera se configura definitivamente las Semana Santa tal como actualmente la conocemos, desfilando el Cautivo y Nuestra Señora del Mayor Dolor el miércoles, el Nazareno y la Virgen de los Dolores la tarde del jueves y en la madrugada el Crucificado o Cristo de la Sangre con la Virgen de los Dolores de nuevo, para terminar el viernes por la tarde con el Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista, imagen ésta que se añadió al paso con posterioridad al igual que el Cirineo del Nazareno, obras ambas del zalameño Manuel Domínguez Rodríguez
Conviene recordar que los “encuentros” del Jueves Santo se hacían con el crucificado en la antigua calleja de la cárcel, luego pasaron a realizarse con la nueva imagen del Nazareno en el mismo lugar hasta que la construcción del paseo cuadrado obligó a desplazar su localización a dónde hoy se hace. Cabe mencionar, igualmente, que, en la década de los 80, hubo unos años en los que salían en procesión el viernes por la tarde todas la imágenes, en una especie de recapitulación de lo que había sido la Semana Santa, sin embargo esta práctica por atípica se abandonó en los últimos años.
Mención especial merece el Vía Crucis. Aunque es probable que durante la guerra civil estuviera sin celebrarse algunos años, puede que su práctica se retomara antes, incluso, que las procesiones, habida cuenta que su ejecución no requería imágenes, y según parecen atestiguar los recuerdos de las personas de edad. Como ya dijimos, hasta que en 1950 se trajo el actual Cristo Yacente, se estuvo utilizando el mismo crucificado de las procesiones que era colocado en el altar mayor del Sepulcro. Como anécdota conviene resaltar algunos aspectos relativos a la Vía Sacra: El horario de celebración fue siempre a las diez de la noche y se hacían con la misma solemnidad y recogimiento que hoy inspira, asistiendo, como sigue siendo tradición, sólo los hombres. Era costumbre que finalizada la procesión del viernes por la tarde las mujeres se recogieran en sus casas y las mozas no eran visitadas por los novios aquella noche. Finalizado el Vía Crucis, de 2 a 3 de la madrugada iban algunas mujeres al sepulcro a lo que llamaban levantar la losa, permaneciendo en él toda la noche
El sábado santo por la mañana tenía lugar otra Vía Sacra, ésta con la asistencia del sexo femenino, portando a la Virgen totalmente vestida de blanco, práctica hoy desaparecida.
Hay dos eventos que conviene reseñar y que tienen especial relevancia en la historia de la hermandad. Uno de ellos fue la conmemoración del bicentenario de la Vía Sacra en 1976, hecho que quedo reflejado en una placa colocada en la parte delantera de la ermita y del que dejaron constancia con su firma en un libro de protocolo las cerca de 600 personas que acudieron aquel año a la Vía Sacra, cantidad bastante considerable y que raras veces se ha visto superada. El otro hecho destacable fue el nombramiento de su Majestad el Rey Don Juan Carlos I como hermano mayor honorario de la Hermandad en 1995, suceso que se acredita con una carta de la casa real por la cual se acepta por parte de su majestad el nombramiento y la legitima para denominarse Real Hermandad de Penitencia; fue la culminación de un largo proceso en el que hubo que demostrar la antigüedad e historia de la hermandad.
Pie de foto: Un “encuentro” de 1948. (En él se aprecia como se hacía aún con el Crucificado)
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
EL DESAGRAVIO

El 15 de abril de 1810 era casualmente Domingo de Ramos, el inicio oficial de la Semana Santa. Nuestro pueblo atravesaba unos momentos difíciles en plena guerra de resistencia ante la invasión francesa; un ejército español al mando del general Francisco Ballesteros estaba acantonado en la villa y los lugareños estaban obligados a su mantenimiento. Pese a ello, nuestros antepasados se dispusieron aquella mañana a realizar solemnemente la procesión propia de aquella fiesta, todo estaba preparado para la celebración imbuidos de la religiosidad que inundaba la mayoría de las fiestas populares, pero el destino nos tenía preparado otra cosa.
Ese mismo día, sobre las once de la mañana, un ejército de franceses en número bastante elevado, - algunas fuentes hablan de 12.000, aunque hoy la cifra nos parece exagerada -, hacía su entrada por la fuente del Fresno, subía por los terrenos que hoy ocupa la Plaza de Abastos hasta llegar al lugar conocido como Juego de las Bolas que, en parte, es en la actualidad la calle denominada Padre Gil. Se inicia entonces un duro enfrentamiento entre las tropas francesas y las españolas, pero la superioridad numérica y de armamento de las tropas enemigas hacen retroceder a los nuestros en dirección a El Villar, acompañados de una buena parte de la población temerosa de las represalias que efectivamente tomaron los franceses.
Dueños del pueblo los temidos invasores, que ya habían incendiado la población en varios puntos, seguramente consecuencia de los bombardeos, arrasan y saquean casas particulares y edificios públicos, ejecutan a personas civiles por haber ofrecido resistencia y sus ansias de saqueo se centran en la Iglesia Parroquial, donde roban todos los objetos de valor que se encontraban en ella y lo que fue más ultrajante y doloroso para los zalameños de la época, los actos sacrílegos llevados a cabo contra el Santísimo Sacramento arrojando al suelo la sagrada forma y rompiendo las imágenes de los santos,
Cuando transcurridos los dos días que en aquella ocasión permanecieron los ocupantes en el pueblo, nuestros antepasados acuden a la Iglesia, contemplan estremecidos los horrores y ultrajes cometidos por los franceses. Los vasos sagrados, la custodia y todos los objetos de valor con los que con tanto esfuerzo habían ornado su Iglesia habían desaparecido, el Sagrario se encontraba abierto, las sagradas formas estaban arrojadas en el suelo y las imágenes rotas y violentadas.
El dolor y el agravio que sintieron entonces los zalameños, de un espíritu tremendamente religioso, resulta hoy difícil de describir.
Los franceses volvieron de nuevo a Zalamea a finales de 1811 permanecieron de manera intermitente hasta finales de abril de 1812. Durante ese tiempo volvieron a saquear el pueblo, pero ya no hay constancia de que volvieran a regresar.
Es entonces cuando la hermandad del Santísimo Sacramento, toma a su cargo la reparación de la ofensas recibidas. Esta hermandad se constituye en nuestro pueblo probablemente a finales del siglo XVI. De cualquier forma se constata su existencia en 1703 en el libro de visitas pastorales del Archivo Arzobispal de Sevilla. Su función principal era la del Corpus Christi, aunque tenía otras como era la procesión claustral el domingo de Pascua de Resurrección y todos los terceros domingos de mes tras la misa mayor. El Santísimo era llevado en una custodia de plata que según algunos testimonio llegaba a pesar unos 50 kilos, también tenía como función el velar el Monumento el Jueves Santo (altar mayor adornado especialmente para estas fecha en torno al Sagrario) estando obligados el hermano mayor, los alcaldes y cuatro diputado de la cofradía a estar presentes en las procesiones de tarde y madrugada de Semana Santa.
Pues bien, como hemos dicho, esta hermandad asume la responsabilidad de realizar los actos de desagravio de los abusos cometidos por las tropas francesas en la sagrada persona de Jesucristo.
Así el 20 de septiembre de 1812 se congregan en la Iglesia los hermanos de esta cofradía y acuerdan que se celebre perpetuamente en adelante una función que se titularía de desagravio al Santísimo Sacramento y que deberá celebrarse cada año el domingo más próximo al 15 de abril, siendo obligatorio para todos los hermanos asistir a ella en la que se dará un sermón cuyo contenido hará referencia al hecho que motiva esta función. Seguidamente se llevará a cabo una procesión del Santísimo después de la Misa que será cantada ante la Sagrada Forma manifiesta. Así mismo se acuerda que aquel año tenga lugar el 18 del mes de octubre ya que no pudo celebrarse el 15 de abril por estar el pueblo ocupado por las tropas francesas.
Los franceses se fueron definitivamente de España en 1814, los zalameños, como el resto de los españoles, celebraron su marcha y el regreso de Fernando VII, pero la función de desagra.vio trajo durante mucho tiempo a la memoria de nuestros antepasados aquel trágico Domingo de Ramos de 1810
LAS ORDENANZAS MUNICIPALES DE 1919

Desde mediados del siglo XIX se puso de manifiesto la conveniencia de contar en Zalamea con unas nuevas ordenanzas municipales que se ajustaran a la realidad social y económica del pueblo en esos momentos. No obstante, entrado el siglo XX lo conveniente se convierte en necesidad por dos razones: por un lado la obligación de contar con unas normas que regularan el orden público, la sanidad, el comercio, la higiene, etc, ante la ausencia de una legislación estatal que regulara estos aspectos en la localidad; por otro, la masiva afluencia de trabajadores de otros lugares que se habían venido asentando en nuestra zona ante la demanda de mano de obra de las minas, principalmente de la de Riotinto, pero también de otras locales, que traían consigo diferentes maneras de vivir que en ocasiones chocaban con los usos y costumbres que los lugareños venían respetando como propios sin la necesidad de una regulación oficial.
De esta manera el 11 de Enero de 1914 en una sesión plenaria de la corporación se nombra una comisión a la que se le encarga redactar un proyecto de nuevas ordenanzas. Los tumultuosos sucesos políticos a nivel nacional y bélicos a nivel internacional, la I Guerra mundial, que tuvieron lugar en los años sucesivos, hacen que ese proyecto se dilatara en el tiempo y no fuera hasta 1919 cuando por fin el borrador quedara definitivamente elaborado y llevado a Pleno, aprobándose el 14 de Julio de este último año. Aquel mismo día se acordó que se remitieran dos copias al gobernador civil para su supervisión y aprobación.
En aquellos momentos el pueblo contaba con 11.040 habitantes y tenía diez aldeas, a saber: El Villar, El Buitrón, El Pozuelo, Membrillo Alto y Bajo, Marigenta, Las Delgadas, Montesorromero, El Campillo y Traslasierra, además de los poblados mineros de El Tinto y Santa Rosa, Castillo de Buitrón y Poderosa. Contaba además con dos estaciones de ferrocarril: la Estación Nueva o de Riotinto y la Estación Vieja o de El Buitrón.
Las Ordenanzas de las que hablamos constaban de 173 capítulos en los que se hace una regulación minuciosa de todos los aspectos de la vida de un pueblo. Desde el comercio, la sanidad y las fiestas hasta la construcción de edificios. Los 173 artículos se agrupan en 35 capítulos y estos a su vez en tres títulos. Sería muy extenso pormenorizar aquí el contenido de cada uno de ellos pero si creemos conveniente resaltar por su significación aquellos que suponían un avance o una novedad en cuanto a lo norma que establecía o aquellos otros que recogen costumbres y tradiciones que se remontaban a las ordenanzas de 1535.
Empecemos por aquel que señala que la feria anual de Septiembre debía celebrarse en la calle Cánovas del Castillo, la actual calle de la Plaza y que la compraventa de ganado debía realizarse en el valle de San Vicente y el Sepulcro. No olvidemos que aquella zona era un ejido y estaba totalmente despoblada a excepción de las ermitas de San Vicente y el Sepulcro. La feria por aquel tiempo era realmente una feria de ganado y una fiesta popular que se llevaba a cabo paralelamente.
Es de destacar, en otro orden de cosas, lo avanzado de las medidas que prohibían fumar, ya en aquel entonces, en los salones y localidades de los espectáculos públicos., aunque al igual que hoy suponemos las dificultades que conllevaría su cumplimiento.
En el capítulo dedicado al comercio se regulan las pesas y medidas normalizándose ya las del sistema métrico decimal. Téngase en cuenta que hasta esa fecha era habitual el uso de medidas tradicionales como la vara, el almud, el azumbre, etc. Además se determina que serían inspeccionadas periódicamente por las autoridades para que se ajustaran a lo establecido, pudiéndose ser requisadas en caso contrario. Se establece de igual manera que los pesos y mediciones debían hacerse siempre en presencia del comprador.
Como curiosidad podemos resaltar los dos artículos que se dedican a la mendicidad. En ellos se autoriza esta práctica para los vecinos e hijos de la Zalamea, - con la debida autorización, claro está -, pero se prohibía para los personas forasteras, a los que en caso de ser sorprendidas en ese menester serían detenidas y trasladadas a sus lugares de origen.
El afán por regular la vida social llega hasta introducirse en los mas variados aspectos de la vida en común, como en ese artículo que señala que estaba totalmente prohibido formar corrillos en la vía pública ya que impedían el tránsito de las personas. Además en aquellas fechas, como el medio más común de transporte era el de tracción animal, se establecía también la manera en que estos animales podían estacionarse en la calle determinando que no podían permanecer atados a las rejas de una ventana mas de veinte minutos. La razón es obvia, las molestias que podían ocasionar los excrementos de estos animales para los vecinos.
Otro de los artículos que merece señalar es aquel que prohíbe las riñas y pedreas. Refleja un intento de atajar una costumbre muy asentada en aquel tiempo en la que los muchachos de grupos rivales acostumbraban a pelearse lanzándose piedras. Hechos de los que se derivaba con frecuencia algunas lesiones de importancia. Desde luego el éxito de la norma fue relativo porque aquellos encuentros siguieron produciéndose.
Son también una novedad, dado los usos de la época, los artículos que prohíben expresamente el maltrato a los niños y el dedicarlos a trabajos superiores a sus fuerzas. Recordemos que hasta ese momento era usual que los menores de 12 años, edad a partir de la cual se consideraban útiles para cualquier trabajo, fueran destinados a labores de todo tipo incluidos los de la minería. Erradicar esta costumbre requirió normas de más entidad a nivel nacional.
Para las personas que abusaban de la bebida también se redactaron normas en las que se determinaba que quien fuera encontrado por la calle en un estado de embriaguez sería conducido a la cárcel municipal donde permanecería hasta que se le pasara la borrachera. Imaginamos que habría fechas en las que el espacio de aquel depósito se quedaría escaso.
Tal como comentamos al principio hay también otras normas que regulas costumbres establecidas ya en las ordenanzas de 1535. Es el caso del artículo que establece que cuando hubiese un incendio había de avisar a la Parroquia para que diese los toques de campana con los que advertir a los vecinos para que se concentraran y contribuir en las tareas de extinción del incendio.
Es curioso también resaltar como se obliga a las fábricas de aguardiente a asentarse en los extramuros de la población con el fin de alejarlas al máximo por los riegos que tenían dado los materiales inflamables que utilizaba. Debió de respetarse aunque más tarde quedaron englobadas dentro del casco urbano por el crecimiento de la población.
Otra curiosidad digna de mencionar es la obligación de todos los vecinos de barrer al menos dos días a la semana la puerta de sus casas hasta el arroyo central. Era una manera de obligarlos a mantener limpio el pueblo, ante la ausencia de un servicio regular de de barrenderos.
La ordenanzas concluyen con el procedimiento de sanción y con una reseña geográfica e histórica de Zalamea. Desde una perspectiva actual fueron un serio intento de contribuir a una convivencia mas justa y respetuosa con todos.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (V)

SEGUNDA FASE DE LA REPRESIÓN
El 6 de agosto de 1937, debido al hostigamiento de las guerrillas formadas por fugitivos que se refugiaban en lo más agreste del termino de Zalamea y de toda la sierra de Huelva, Queipo de Llano vuelve a declarar toda esta comarca como zona de guerra. Esto provocó que durante el mes de agosto de ese mismo año volviera a practicarse una represión si cabe más dura que la que tuvo lugar recién terminada la toma de la Cuenca Minera por parte de las tropas nacionales. De esta manera se agudizaron las represalias contra los fugitivos y sus familiares. Las tropas sublevadas se veía incapaces de acabar con la guerrilla y con los fugitivos de esta zona y, como reacción, algunos de los familiares de estos fueron encarcelados y algunas de sus mujeres fueron humilladas, rapándolas al cero y purgándolas con aceite de ricino para provocar la incontinencia de sus esfínteres y exponiéndolas al público en ese trance.
Los datos referidos a la represión durante 1937 y 1938 reflejan lo que acabamos de decir. En los meses de Febrero a Junio de 1937 se ejecutó a una persona cada mes. Sin embargo, a partir de agosto, como consecuencia del bando de Queipo de Llano, las víctimas se elevan a 6, en Septiembre de ese mismo año a 29 fusilados, mientras que en el mes de Octubre vuelve a descender a 7 las víctimas de la represión. A partir de marzo del 38 se contabilizarían sólo dos víctimas. Ya de manera más esporádica en el año de 1942 se contabilizó un total de 2 fusilados, aunque es necesario reseñar que durante este periodo fueron fusilados 10 personas del pueblo fuera de nuestro municipio.
En esta segunda fase merece destacar dos sucesos relevantes en el sistema de represión de los nacionales. Uno de ellos por su significación y otro como muestra documentada de ejecución por represalia.
El primero de ellos fue el incendio provocado por las tropas nacionales en la aldea de El Membrillo Bajo. Este hecho ocurre en el verano de 1937 y la acción tuvo lugar como consecuencia por un lado de las reclamaciones que los vecinos de esta aldea hicieron durante la república sobre los egidos o terrenos del común, lindantes con la aldea, de la que se habían apropiado un terrateniente de Zalamea y por otro lado la supuesta ayuda que los habitantes de El Membrillo venían prestando a los fugitivos que se refugiaban en los montes cercanos. Lo cierto es que una mañana los habitantes de la aldea se vieron sorprendidos por un destacamento militar formado por soldados y falangistas que entraron en la población arrasando, incendiándola y poniendo en fuga a muchos de los vecinos y ejecutando a otros. Perecieron catorce personas como víctimas de tal masacre. Los supervivientes, algunos de corta edad, huyeron buscando refugio en casa de familiares de otras aldeas cercana o hasta la misma Zalamea. Hoy las ruinas de la aldea derrumbada continúan siendo testigos mudos de aquel trágico suceso.
En segundo lugar, y como muestra de represalia, comentaremos lo sucedido a un matrimonio residente en la conocida Huerta del Cano , en la que el 4 de Marzo de 1938 les fue practicado un registro domiciliario encontrándosele revistas de índole anarquista. El motivo de estos registros fue el que el hijo de este matrimonio se hallaba huido y que ellos le ayudaban de alguna forma. En dicho registro se encontró documentación comprometedora por lo que las fuerzas del orden los detuvieron y los llevaron a la cárcel munipal, instruyéndoseles un proceso sumarísimo. Sin embargo el día 11 de Marzo, siete días después, fueron sacados de la cárcel, de madrugada y pasados por las armas en un paraje de la inmediaciones del pueblo. Días más tarde cuando el juez instructor se trasladó a Zalamea para practicar diligencias en relación con el proceso se encuentra que estas dos personas ya no estaban detenidas. Tras algunas averiguaciones comprobó que habían sido ejecutadas y decidió dar el sumario por cerrado sin más intento de hacer pesquisas.
La represión dejó, más que la propia guerra, una profunda herida en la memoria de la población.
LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (IV)

La represión por ambos bandos
El 19 de Julio de 1936, una vez conocida la sublevación militar del día anterior, un grupo de exaltados y extremistas de izquierda realizaron una serie de actuaciones de destrucción de símbolos religiosos y represión contra personas que se habían destacado por sus posiciones de derecha. De esta manera ese grupo, en su mayor parte compuesto por hombres y mujeres venidos de pueblos colindantes, se dirigieron a la Iglesia y le prendieron fuego. Sus dependencias, muchas obras de arte y bienes de valor fueron destruidos y el techo de este edificio religioso se derrumbó por efecto de las llamas. El mismo día se prendió también fuego a las ermitas e imágenes que contenían en su interior. Todas ellas quedaron seriamente dañadas. Al mismo tiempo, ese día, fuerzas del bando republicano comenzaron a detener y encarcelar a personas que tenían un marcada significación política de derechas y que eran consideras sospechosas de simpatías con el golpe militar, librándose de la ejecución por la actitud de firmeza de los comités políticos locales que situados en la puerta de la cárcel impidieron el acceso a los exaltados. Esta misma posición es la que mantuvo el alcalde ordinario de ese momento Cándido Caro que impidió que un grupo de mineros procedente de El Campillo pudieran entrar y prender fuego a la cárcel con los presos dentro, como parece ser era su intención.
Pero la situación se invierte a partir del 25 de Agosto de 1936 con la toma de Zalamea por las fuerzas nacionales. Naturalmente durante la batalla se produjeron bajas por ambas partes que oficialmente se elevaron a tres en el bando nacional, dos de ellos guardias civiles, y 7 en el bando republicano, aunque en realidad las cifras pudieron ser más elevadas, ya que las víctimas de las acciones de guerra fueron abandonados o enterrados en el mismo lugar del enfrentamiento, puesto que no se hicieron prisioneros.
Después de la entrada de los nacionales se inició un proceso de represión que, como coinciden en señalar numerosos autores, se distingue del anterior por su carácter sistemático e institucionalizado, en el que se puede distinguir dos fases. La primera se originó nada más terminar la ocupación del pueblo por las tropas nacionales con el fin de depurar a los políticos y dirigentes de izquierda que se habían destacado por la defensa de los intereses de la República.
En un primer momento se ordenó a todos los hombres que se presentaran ante las puertas del Ayuntamiento y siguiendo las indicaciones que desde la planta alta les hacían a los responsables militares destacadas personalidades del pueblo afines a los sublevados se procedía a la detención de los primeros dirigentes de izquierda. Los días siguientes continuaron las detenciones directamente en los domicilios de los afectados. Los detenidos tras la batalla por la toma del pueblo fueron ejecutados de forma inmediata, los que fueron apresados con posterioridad iban siendo sacados de madrugada del depósito municipal y llevados a las proximidades del cementerio donde eran fusilados y enterrados a continuación en una fosa común de aquel recinto. Esta forma de ejecución originaba situaciones verdaderamente dramáticas ya que los familiares que les llevaban cada día el desayuno no hallaban a sus esposos, hermanos o hijos encontrándose con la dura realidad que significaba aquella ausencia.
En esta primera fase se produjeron las siguientes víctimas: en los 6 días que quedaban de Agosto de 1936 fueron fusiladas 23 personas, en el mes de Septiembre se producen 30 ejecuciones, pero una vez pasada la intensidad de estos primeros meses, y debido en parte a la presiones de las autoridades provinciales para evitar la mala imagen que pudiera trascender del nuevo régimen, las ejecuciones disminuyeron; en Octubre las víctimas fueron 5 y en el mes de Noviembre hubo 3.
A partir de ahí se paralizaron y no conocemos oficialmente víctimas hasta el primer trimestre de 1937 cuando comienza la segunda fase de represión que abordaremos en el siguiente capítulo.
LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (III)

LOS FUGITIVOS (Segunda parte)
Resignados, como ya dijimos en la primera parte de este capítulo, a vivir ocultos en el campo, los fugitivos comienzan a organizarse con un doble fin, por una lado salvarse de su detención y probable ejecución por parte de las tropas nacionales y por otra la de constituirse en una especie de resistencia a las fuerzas sublevadas, siempre con la esperanza de que la guerra diera un vuelco favorable a los republicanos. Estos grupos establecieron una organización básica, con sus propios mandos y, aunque disponían de una gran autonomía, contaban con información e instrucciones que le llegaban del bando republicano y enlaces de comunicación entre los distintos grupos.
En el término de Zalamea se formaron varias partidas que se distribuyeron por lo más agreste del territorio del municipio. Un grupo se refugio en el entorno de Las Zahurditas. Estaba integrado por huidos tanto de nuestro pueblo como de otros próximos. Sabemos que disponían de armas y de una infraestructura que les permitía un cierto nivel de seguridad. Al igual que otros grupos, éste realizó incursiones en caseríos y fincas particulares, entre las que se puede contar el asalto a la finca de El Espinillo de donde se llegaron a llevar doce vacas. El grupo se dividía a su vez en otros dos, uno en el mismo campamento de Las Zahurditas y otro instalado en el alto de Los Barreros. Esta división se llevó a cabo por razones de seguridad, sin embargo, para sus acciones, coordinaban esfuerzos para conseguir un mejor efecto. En este lugar llegaron a tener su propio horno de pan que se ha conservado a pesar del tiempo transcurrido y que aún hoy puede visitarse . De la misma manera utilizaron uno de los dólmenes de El Pozuelo como almacén para guardar las provisiones.
Tenemos también noticias de que partidas formadas en otras zonas de la provincia realizaron igualmente incursiones en nuestro término municipal. Fue el caso de las del Zorro o la de Flores.
En 1937 se constituyó la partida denominada Sacahuntos que se mantuvo activa hasta los años 40 o la del Malpuro formada en su mayor parte por fugitivos de Zalamea y Valverde, mandada por los hermanos Salgado Castilla. Con la llegada de guerrilleros del 14º Cuerpo del Ejército, apodados los Niños de la Noche, aumentó la concentración de huidos así como las esperanzas de triunfo de estos fugitivos. Se producen entonces de una manera más continuada los saqueos y las acciones de resistencia intentando ocupar de nuevo pueblos y aldeas, como sucedió en Nerva en febrero de 1937. Además tienen lugar atentados contra vías de comunicación e instalaciones del ferrocarril, de manera que desde finales del 36 la carretera de Huelva a Badajoz a la altura del término de Zalamea se convirtió en una pesadilla para las tropas nacionales. Las acciones de la guerrilla se multiplicaron de tal forma que se llegó a tener la impresión de que esta zona aún estaba en guerra. Fue por lo que, el 6 de agosto de 1937, Queipo de Llano vuelve a declarar la zona de la Cuenca Minera como zona de guerra con lo que, de nuevo, son destinados a nuestra comarca destacamentos de militares entre los que, por cierto, se llegó a encontrar también algún que otro soldado zalameño. Esta declaración de guerra sirvió de excusa para dar paso a una segunda fase de represión que comentaremos en un próximo capítulo.
Paralelamente y, con el fin de llegar a una mayor eficacia en su lucha contra los fugitivos, se constituyen las “harcas”, grupos de voluntarios milicianos, lugareños conocedores del terreno, algunos de ellos antiguos fugitivos convertidos al bando nacional, que eran encabezados por un mando militar profesional. Realizaron multitud de batidas, muchas de ellas con gran éxito. La que más fama tuvo en la provincia fue la “harca del capitán Robles”, denominada de esta manera por el nombre del capitán de la Guardia Civil que los dirigía, José Roble Alés.
Esta “harca” realizó batidas por todo el término. En una de ellas, el 26 de Diciembre de 1937, cerca de El Pozuelo lograron abatir a tres guerrilleros, a uno de ellos se le encontró un mapa con los itinerarios y campamentos guerrilleros de la provincia. El día 22 de Febrero consiguen rodear el campamento de las Zahurditas, pero los fugitivos allí refugiados, perfectos conocedores del terreno, lograron huir sin sufrir ninguna baja entre las más de 30 personas que se encontraban allí en ese momento, sólo pudieron hacerse con algunas de sus armas y una máquina de escribir. Sin embargo, más tarde, los guerrilleros lograron reorganizarse y realizaron una incursión en la aldea de El Pozuelo en la que se apoderaron de víveres y caballos. No obstante, días después, en otro encuentro con tropas nacionales, les fue arrebatado todo lo que habían conseguido.
Hubo otro grupo de fugitivos refugiados al noroeste del pueblo, en las proximidades del río Odiel, muy cerca de la finca “El Puerto”. Por lo que hemos podido saber, allí fueron rodeados y capturados algunos de sus miembros por las tropas nacionales. Los sobrevivientes, algún tiempo después, atacaron como represalia dicho cortijo y mataron a su dueño.
A finales de 1938, comienza a decaer el fenómeno de la guerrilla. Varias fueron las razones. En primer lugar la presión a la que estaban siendo sometidos, tanto por las fuerzas regulares del bando nacional como por las diferentes “harcas”; en segundo lugar porque los ánimos empezaron a debilitarse por el temor a la represión que sufrían los familiares de los fugitivos; también influyó la desmoralización que conllevaba ver que la guerra estaba prácticamente perdida por parte de los republicanos. Paulatinamente fueron siendo capturados o abatidos, otros se entregaron voluntariamente. Sin embargo, algunos de los campamentos de los que hemos hablado, como fue el caso de Las Zahurditas, volvieron a ser ocupados esporádicamente por otros fugitivos, una vez que tuvo lugar la victoria definitiva de los nacionales.
En definitiva, el fenómeno de los fugitivos y de la resistencia de la guerrilla ha sido uno de los capítulos más intensos pero menos recordado de la guerra civil.
LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (II)

LOS FUGITIVOS (Primera parte)
Nada más terminar la ocupación de Zalamea y la Cuenca Minera por parte de las tropas nacionales se produce una primera oleada de represión que va dirigida contra aquellos que se destacaron por su posición política o por haber participado significativamente en las medidas tomadas por las corporaciones de izquierda. Pero hablaremos de ello más adelante. Ahora abordaremos la consecuencia inmediata de la ocupación.
El temor a esa represión da origen al fenómeno de “los huidos” a los que localmente se les conoció como “fugitivos”. Naturalmente los primeros en huir fueron los que participaron de una u otra manera en la resistencia a la entrada de las fuerzas nacionales, pero también, como hemos dicho, lo hicieron personas que por su afiliación política o por su significación durante el periodo republicano temían que contra ellos actuaran las fuerzas ocupantes.
Un gran número huyó al campo para ocultarse, simplemente con la intención de esperar acontecimientos; otros sin embargo intentaron pasar a zona republicana. En algunos casos, los menos, se fueron familias completas, en otros fue solo el cabeza de familia el que huyó; en estos últimos sus familias sufrieron las consecuencias de su huida. El número de personas fugadas y ocultas en los campos de la comarca llegó a ser bastante alto, se calcula que hubo alrededor de unas 3.000 personas en el Andévalo Oriental. Esta cifra coincide en gran medida con los datos que aporta Avery (Nunca en el cumpleaños de la Reina Victoria) acerca de la diferencia de obreros que se incorporaron al trabajo en las Minas de Riotinto con respecto a los que lo hacían antes de la entrada de las fuerzas nacionales. Los que se quedaron en la zona en un principio, fugitivos de la oleada de represión de agosto de 1936, solo pensaron en sobrevivir, sin víveres ni armamento y totalmente desorganizados, evitaban cualquier encuentro con tropas o personas que pudieran delatarlos, dormían a cielo abierto o en refugios naturales, vivían de lo que podían recolectar, cazar o coger en las casas y cortijos rurales. En algunos casos lograron mantener el contacto con sus familias que les aportaban alimentos de una forma, a veces rocambolesca, dejando los víveres en lugares convenidos que eran recogidos por la noche. Hubo, incluso, quien se aventuró a entrar en el pueblo amparándose en la oscuridad intentando burlar la vigilancia de los vencedores. Tenemos la certeza de un grupo que logró pasar a los territorios republicanos por la parte de Badajoz; pero cuando esta provincia cae en poder de los nacionales, los fugitivos de nuestra comarca se quedaron aislados de la zona republicana, toda vez que Portugal, por sus simpatías hacia el gobierno de los sublevados, venia impidiendo la entrada en ese país de los huidos.
En este punto conviene recordar lo sucedido con la llamada “Columna de los 8.000” en la que se integraron algunos fugitivos zalameños y otros más del resto de la Cuenca Minera. Los primeros partieron de Sevilla, después de que esta ciudad fuera controlada por Queipo de Llano. El grupo fue engrosándose con la incorporación de un gran número de huidos de todos los lugares próximos a su recorrido. Conforme iba avanzando fue aumentando el número de integrantes que se concentraron en la Estación de tren de Fregenal de la Sierra hasta llegar a una cantidad que algunos autores calculan en torno a 8.000 personas, entre los que iban niños, mujeres y ancianos. Medianamente organizada, tenía como objetivo atravesar las líneas nacionales y llegar a zona republicana. Por el camino se iban aprovisionando en cortijos y caseríos, en ocasiones por la fuerza. El día 17 de Septiembre de 1936, en las proximidades de Llerena, las fuerzas nacionales, conocedoras de su existencia y situación por los reconocimientos aéreos les prepararon una emboscada con abundante material de guerra que masacró a muchos militares y civiles que la componían que aunque eran superiores en número, estaban prácticamente desarmados. A pesar de ello algunos lograron pasar las líneas, sin embargo los más retrasados de la columna se vieron obligados a retroceder aterrorizados hacia las sierras próximas. Muchos fueron capturados posteriormente y otros optaron por regresar a sus lugares de origen y permanecer ocultos en los inmediaciones de sus pueblos donde podían tener la ayuda de sus familiares.
Entre tanto, en Zalamea, los nacionales hacen correr la voz de que aquellos fugitivos que no tengan delitos de ningún tipo podían volver a su pueblo con la promesa de que no habría represalia alguna contra ellos. Se les pone como condición que debían presentarse y entregarse a las fuerzas nacionales con las armas que tuvieran en su poder. Algunos de los fugitivos confiaron en esta promesa y se presentaron ante las nuevas autoridades en el pueblo, pero en la mayor parte de los casos esta promesa no se cumplió y pasados unos días fueron siendo detenidos. Fue lo ocurrido con el alcalde republicano de Zalamea. Estos hechos provocaron que algunos se lanzaran de nuevo a la huida y los que tenían dudas en volver no se presentaron finalmente
Una vez convencidos de que la integración era impensable y que su futuro pasaba por permanecer ocultos, comenzaron a organizarse y en muchos casos formaron bandas de guerrilleros para continuar con su lucha contra los sublevados con la esperanza de que la guerra diera un vuelco y las tropas republicanas volvieran a reconquistar la provincia. La mayor parte de ellos no eran militares profesionales, algunos eran mineros, otros jornaleros o incluso maestros sin una preparación adecuada que compensaban con su pundonor y conocimiento del terreno. De esta manera durante bastantes meses consiguieron hostigar a las fuerzas nacionales mejor adiestradas y armadas.
Trataremos de ello en el próximo capítulo
Imagen de la foto: Cabecera de la llamada columna de los ocho mil.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA CIVIL EN ZALAMEA LA REAL (I)

La ocupación de la Cuenca Minera y los primeros días después de la ocupación de Zalamea por las tropas nacionales
Habiéndose cumplido en Agosto los 75 años de la ocupación de Zalamea la Real por las tropas nacionales y respondiendo al compromiso que adquirimos al publicar el artículo en el que narrábamos este hecho (Ver artículo de Febrero de 2010: La ocupación de Zalamea la Real por las tropas nacionales durante la guerra civil.) vamos a dedicar una serie de capítulos a contar lo ocurrido a partir de aquella fecha.
Antes de comenzar con lo sucedido en nuestro pueblo recordaremos brevemente, a manera de introducción, como se produce la ocupación de la Cuenca Minera en general y la participación de sus habitantes en la resistencia a la sublevados.
Después del pronunciamiento de Queipo de Llano en Sevilla el 18 de Julio de 1936 adonde había llegado desde Huelva, donde el día 17 había estado simulando una inspección, una columna de mineros de Riotinto se dirige a aquella ciudad con el fin de evitar el triunfo definitivo de dicho general. Al mismo tiempo otra columna, esta vez de militares, guardias civiles y de asalto, al mando del comandante Haro sale de Huelva con el mismo fin. No obstante durante el transcurso de la expedición el jefe de la columna militar decide sumarse a los sublevados y al llegar a Sevilla pacta con Queipo de Llano y prepara una emboscada en La Pañoleta a la columna minera el 19 de Julio de 1936. Les hicieron estallar los camiones cargados con explosivos, causándole numerosas bajas, alrededor de 25 muertos y 78 prisioneros que fueron fusilados más tarde, el resto se vieron obligados a retroceder.
Hemos contado este suceso por la incidencia que tendrá después ya que trae como consecuencia que un mes más tarde Queipo de Llano, temiendo una resistencia organizada en la Cuenca Minera, tome todas las precauciones posibles para garantizar el éxito de la ocupación de esta comarca por las tropas nacionales. Para ello organiza un movimiento envolvente que partiría el 25 de Agosto desde tres puntos de la provincia de Huelva; por un lado una columna que sale de Valverde al mando del capitán Gumersindo Varela Paz, que a la postre sería la que tomaría muestro pueblo como ya hemos contado en el artículo al que hacíamos referencia al principio; otra que saldría de Aracena y tomaría Campofrío al mando del comandante Redondo y una tercera que saldría del Castillo de las Guardas al mando del comandante Álvarez de Rementería, dotando además a las fuerzas de una poderosa artillería y apoyo aéreo
Los días 25 y 26 de Agosto de 1936 después de intensos bombardeos en El Campillo y Nerva que causaron numerosas bajas civiles, (recordemos que durante la guerra civil española la aviación bombardeó por primera vez poblaciones) se ocupa Zalamea, El Campillo y Riotinto. Posteriormente en la noche del 26 al 27 se toma el pueblo de Nerva, población de la que sus ediles habían huido con antelación a la Sierra del Padre Caro.
Como ya explicamos, la ocupación de estos dos últimos pueblos se llevó a cabo con una resistencia menor de la que en principio las tropas nacionales esperaban, consecuencia en parte de los bombardeos que en el caso de Nerva duraron cerca de cinco horas. Es probable que influyera también decisivamente el desánimo que produjo en los leales a la República la toma de Zalamea y el fracaso de la intentona de recuperación de nuestro pueblo por fuerzas unidas provenientes de Riotinto y Campillo.
Volviendo a la ocupación de Zalamea, una vez que las tropas nacionales tomaron el total control de la población se procedió a destituir y a detener a los miembros de la corporación republicana que había celebrado su última sesión el 4 de Julio de 1936 y que aún permanecían en la población, otros habían huido tras la entrada de las tropas en Zalamea. Inmediatamente se procede a formar una Comisión Gestora encabezada por un oficial de la tropas nacionales, que se encarga de tomar las primeras medidas mientras tanto se termina de ocupar y controlar toda la Cuenca Minera. Muchos zalameños de partidos de izquierda o sindicatos que habían participado de una manera u otra en política durante la etapa republicana huyen del pueblo por temor a las represalias. Una vez que las fuerzas nacionales se asientan en la cuenca Minera la mencionada Comisión Gestora que se formó con carácter provisional cesa siguiendo instrucciones del gobernador civil y da paso el 30 de Agosto de 1936 a una nueva Comisión formada en este caso íntegramente por tres personas de la localidad de probada vinculación al llamado Movimiento Nacional.
Entre las primeras medidas que toma esta comisión es la de readmitir en sus puestos a los funcionarios habían sido destituidos por las corporaciones republicanas del Frente Popular por diversos motivos. Así mismo se procede a abrir la caja de caudales y como quiera que no se conocía oficialmente el paradero del alcalde y del depositario de la corporación anterior que tenían en su poder las llaves, se procede a forzar la caja. En su interior se encuentran 936 pesetas y 50 céntimos en metálico y 1121 pesetas en valores, lo que pone de relieve las honorabilidad de las personas que compusieron la corporación republicana en sus últimos momentos ya que en su huida respetaron los fondos municipales por más que después se les acusara de haber utilizado indebidamente esos fondos.
Mientras tanto, durante el tiempo que permanecieron en Zalamea los oficiales fueron alojados en las casa de las familias más pudientes mientras que la tropa se distribuyó en las casas de la gente sencilla y humilde a las que se obligó a acogerlos.
Imagen de la foto: Los mineros detenidos en La Pañoleta son conducidos a la Audiencia para someterlos a juicio sumarísimo
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA RELIQUIA DEL PADRE GIL

Durante la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XIX, todas las hermandades y cofradías que se preciaran buscaban la forma de poseer una reliquia de su santo titular que contribuyera a reforzar la veneración que los hermanos y fieles en general profesaran al santo en cuestión. La Hermandad de San Vicente Mártir en Zalamea no fue menos y llegó a disponer de una reliquia de nuestro patrón que fue traída por un zalameño ilustre de aquel tiempo: el Padre Gil.
Antes de hablar de la reliquia hagamos una breve reseña biográfica de este personaje. Su nombre completo era Manuel Gil Delgado y nació en Zalamea el 11 de Octubre de 1741, hijo de Martín Gil y de su mujer María Rafaela, también naturales de esta villa. Desde muy joven mostró sus inquietudes por seguir la carrera religiosa y así ingresó en la Orden de Clérigos Regulares Menores de la casa del Espiritu Santo de la ciudad de Sevilla. Parece ser que teniendo 26 años protagonizó un pequeño incidente con su orden porque sin contar con los permisos pertinentes se trasladó a Zalamea para socorrer a su padre que se encontraba en una precaria situación, por lo que fue requerido para que de inmediato volviera, en el plazo de 24 horas, a su clausura. Destacó por sus dotes oratorias y como escritor de obras científicas, llegando a ser visitador general de su orden. Sus inquietudes políticas le llevaron a formar parte de la Junta Central Española durante la invasión francesa, representando a la misma como embajador en Nápoles. Debió de tener un papel destacado en ella puesto que Benito Pérez Galdós lo menciona directamente en uno de los episodios nacionales que dedica a la Guerra de la Independencia.
Pues bien, este hombre, que al parecer no perdió los vínculos con nuestro pueblo, aprovechó una visita a Roma en 1777, asistiendo a un capítulo general de su orden, para hacerse con una auténtica reliquia de San Vicente, acompañada de su bula correspondiente que la autentificaba y autorizaba para ser expuesta públicamente a los fieles.
La reliquia consistía, según se describe en la bula, en un trozo de hueso del santo y cumplía todos los requisitos propios de la época para ser expuesta, incluido un auto de aprobación y licencia dado por el provisor en Sevilla en diciembre del año 1777. Después de lo cual llega por fin a Zalamea donde es recibida solemnemente por las autoridades religiosas y civiles.
En Septiembre de 1778 el Ayuntamiento, a petición del presbítero de la villa, Don Francisco Martín Gil, acuerda dejar constancia documental en el archivo municipal de la recepción y autenticidad de la reliquia, siendo alcalde ordinario Don José Martín Zarza.
La reliquia no fue depositada en la ermita de San Vicente sino que se conservó en la Iglesia Parroquial en el interior de una custodia de plata dorada a través de la cual era mostrada a los fieles. En un momento que no podemos precisar se deja de tener noticias de ella, desconociéndose actualmente su paradero. Puede que se perdiese durante la invasión francesa tras el expolio que sufre la Iglesia a manos de los invasores extranjeros o tras el incendio de la Iglesia durante la guerra civil española.
No obstante, en la actualidad, en la sala de sacristía de la ermita de San Vicente se encuentra una bolsa de paño que contiene un ara, especie de losa de mármol, con un pequeño cuadro del mismo material incrustado que supuestamente oculta en su interior una reliquia, pero no podemos precisar en que consiste. La losa muestra restos de haber sufrido un incendio y en el cuadro incrustado se aprecian indicios de haberse intentado forzar para descubrir su contenido. No podemos afirmar si esta losa guarda alguna relación con la reliquia del Padre Gil.
Hoy, en Zalamea, una transversal entre las calles Tejada y Fontanilla, llamada antiguamente Juego de las Bolas, nos recuerda el nombre de este ilustre zalameño y su destacado papel en la Guerra de la Independencia, quizás como testimonio de que en aquel lugar se produjeron los primeros enfrentamientos entre la resistencia zalameña y las tropas francesas que ocuparon la población en 1810.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VIII)

ZALAMEA JURA LA CONSTITUCIÓN DE 1812
Volviendo a la situación política y militar, el sistema de ocupación que los franceses pusieron en práctica en la mayor parte de España, según se desprende de las referencias de la historia general, era el de ocupar las grandes ciudades y ejercer un control a distancia de los centros de interés económico y de los pequeños pueblos en los que hacían incursiones esporádicas para combatir las guerrillas, saquear bienes y provisiones y dejar sentado su control sobre el gobierno del país, intimidando permanentemente a la población. Un ejemplo de ello es el comunicado que el 16 de Julio de 1810, envía a Zalamea el coronel de las tropas francesas desde Paterna del Campo, dirigido a las justicias de esta villa que dice así:
Aviso a la justicia de Zalamea la Real.
Señores, estáis avisados que una columna de tropas francesas vienen a tomar asiento en su villa. El deseo que tengo y tenido siempre de hacer respetar las personas y bienes de los estados de su majestad, el seño don Joseph , me determina a mandarle oficio para que todo el pueblo esté con el mayor sosiego, que todos los vecinos se queden quietos en sus casas y sigan sus trabajos como anteriormente. Venimos pacíficos y con el mayor orden y disciplina. Muy bien sabemos y sentimos lo que ha padecido ese pueblo en la última expedición, pero muy diversas eran las circunstancias entonces éramos enemigos, ahora vamos a proteger a amigos y aliados que se consulten bien los hombres de justicia y de conocimiento y que vayan a informarse a otros pueblos de la acogida que los franceses habían dado a esos pueblos.
De los datos de los que se dispone se desprende que el grueso de las tropas que se movieron de forma estable por la zona de la actual provincia de Huelva, entonces parte del denominado reino de Sevilla, se componían de alrededor de 600 hombres que encontraron una resistencia especialmente enconada en esta zona del Andévalo y la Sierra.
A finales de 1811, el ejército francés se retira de Zalamea para no volver jamás, pero su ocupación dejó aterrorizados y escandalizados a todos sus habitantes por su reiterada falta de respeto a las tradiciones religiosas hasta el punto de que en 1812 los componentes de la hermandad del Santísimo Sacramento organizaron un sentido acto de desagravio al venerable sacramento de la sagrada persona de Jesucristo por las ofensas recibidos por las tropas enemigas. (Algunos documentos hacen referencia a que una de las veces en que las tropas francesas estuvieron en Zalamea, utilizaron la Iglesia como establo para sus caballos y los altares como pesebres)
Pero un nuevo suceso vuelve a subir la moral de los zalameños. El 19 de Marzo de 1812 se proclama en Cádiz la nueva Constitución Española, conocida popularmente como “la Pepa” por coincidir con la fecha de la celebración de San José. La nueva constitución era un símbolo de la resistencia a la ocupación francesa y el Consejo de Regencia, que había sustituido a la Junta Central, se preocupó por hacerla llegar y reclamar su juramento a todos los rincones de España. Así el día 27 de julio de 1812 se recibe en Zalamea una orden para que se jure la Constitución. Los alcaldes ordinarios de aquel momento le juran sin reservas obediencia y cumplimiento en todas sus partes. Pero quisieron celebrar un acto más solemne y así, días más tarde, los cargos municipales, tanto del pueblo como de las aldeas, se reunieron en la Iglesia para jurar fidelidad a la nueva Constitución Española.
Pero el final de la ocupación está cerca. Las tropas napoleónicas han sido derrotadas en la batalla de los Arapiles en Julio de 1812 y José I Bonaparte se ve obligado a salir de Madrid. Los franceses son derrotados de nuevo en Vitoria en Junio de 1813 y salen de España por los Pirineos perseguidos por las tropas españolas e inglesas al mando del duque de Wellington. La guerra de la Independencia había terminado. En Marzo de 1814 regresa el ansiado Fernando VII. La alegría inunda el país y nuestro Ayuntamiento acuerda el encendido de luminarias y el repique de campanas durante tres días seguidos.
Lo que vino a continuación con la llegada de este rey es otra historia.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
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Queremos, al finalizar esta serie sobre la Guerra de la Independencia en Zalamea la Real, mostrar nuestro agradecimiento a dos personas: Pastor Cornejo Márquez y Vicente Rodríguez Serrano por su colaboración al facilitarnos documentos de sus archivos personales.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL VII

EL EXPEDIENTE LETONA.
UN HECHO EXTRAORDINARIO, UN PERSONAJE SINGULAR
Conviene en este punto detenernos en el hilo narrativo de la Guerra de la Independencia en Zalamea la Real para contar un suceso extraordinario que tuvo lugar en nuestro pueblo en 1811.
Existe en el archivo municipal de Zalamea la Real un documento de gran interés, fechado en Agosto de 1815, acabada ya la guerra, conocido como el “expediente Letona”, que además de proporcionarnos una valiosa información sobre la época que estamos tratando, nos narra unos hechos protagonizados por un personaje singular. Se trata de Don Vicente de Letona al que ya hemos hecho mención más arriba. Este señor ocupaba el cargo de director de las reales minas de Riotinto, residía en Zalamea y estaba casado con una zalameña y era considerado como un zalameño más.
El expediente en cuestión es un informe del Ayuntamiento en respuesta a la petición del propio Letona que estaba tratando con el gobierno central ser condecorado con los honores de comisario de guerra. En dicho informe se exponen cuales son sus méritos durante la invasión francesa, corroborados por el cabildo, y se nos cuenta el suceso motivo de este capítulo.
Pues bien, según el mencionado expediente, en el año de 1811, en el mes de Octubre, bien para consolidar su posición, o bien para exigir los tributos que hemos referido en el capítulo anterior, se presentó en el pueblo una columna de 400 hombres comandada por el jefe de batallón Villanouve. Este hombre hace llamar a Don Vicente de Letona a su presencia. Es probable que la intención de Villanouve no fuese otra que la de reclamar la producción de cobre de las minas de Riotinto, pero don Vicente, reconociéndose a sí mismo como un fiel patriota, mantuvo una actitud de resistencia contra el mando francés. Se produjo entonces una situación muy tensa que fue recogida en el mencionado expediente y que fue oída desde la calle por bastantes personas ya que parece ser que este suceso ocurrió en una casa del centro del pueblo. El oficial francés amenazó y ofendió a nuestro hombre llamándolo insurgente y traidor y advirtiéndole que de no aceptar los términos exigidos lo amarraría a la cola de su caballo y lo arrastraría por el pueblo hasta morir. Ante ello Don Vicente no se arredra y dando un golpe encima de la mesa que hizo saltar el tintero, según testigos presenciales, le gritó que no permitía a nadie que le amenazara, añadiendo que no temía ni al mismísimo Napoleón. Esta reacción debió sorprender un tanto al francés que aunque mantuvo sus exigencias rebajó un tanto su cólera y le despidió con palabras no tan amenazadoras. El hecho dejó admirado a aquellos que lo presenciaron y que se encargaron luego de difundirlo por el pueblo. Días después don Vicente se dirigió a Cádiz para tratar con la Junta Central Española, la forma y modo de salvar el cobre de las minas.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (VI)

TIEMPO DE GUERRA. ZALAMEA AL BORDE DE LA RUINA
Una vez saqueado el pueblo las tropas francesas se marchan y las españolas, aunque se batieron en retirada, permanecen por la zona de la sierra, la población se encuentra en una situación en que sufre las exigencias de los dos ejércitos que le demandan víveres y aportación material o económica. Por ejemplo el día 9 de Junio de 1810 se envía una carta desde el cuartel general de Fregenal pidiendo que se le mande el ganado que quede y las armas recogidas por las justicias. El 28 de ese mismo mes, el general Ballesteros envía otra desde Campofrío al director de las minas de Rio Tinto, Don Vicente de Letona, con residencia en Zalamea, que dice textualmente:
Amigo mío: Ya sabe vuestra merced mi modo de pensar sobre el que tenga la tropa la subsistencia que le corresponde. Me veo en la actualidad permanentemente escaso de pan. Se lo digo a vuesa Merced porque sé que me sacará de este compromiso y porque conociendo lo que importa a la patria este servicio, ni me hará variar el concepto distinguido que tengo de vuestra merced y de ese noble vecindario, ni dará lugar su merced a que nos disgustemos, cosa muy sensible para mí, con todos los españoles y especialmente con un hijo de Zalamea.
Pero el esfuerzo económico exigido por unos y otros pone a la población al borde de la ruina y con gravísimos problemas de abastecimiento. Una muestra de ello es que los arrendatarios de aguardiente, vinagre, aceite y vino solicitan que se les exima de la obligación de aprovisionar de estas materias. Se trataba de personas que habían concertado con el Consistorio Municipal una especie de designación exclusiva para proveer a la población de estos productos a cambio de una cantidad estipulada. Su petición es denegada por el Ayuntamiento. Ello evidencia las enormes dificultades que debían existir para obtenerlos. Tenemos constancia de que en las aldeas ocurrió algo parecido.
Ambos ejércitos nos volvieron a exigir dinero y provisiones de nuevo en 1811. Así, en Junio de ese año, se recibe en el pueblo una petición desde la villa de Campofrío de los generales españoles Francisco Javier Castaños y Juan Blázquez, los cuales solicitaron por una sola vez el diezmo de todos los ganados que tengan los vecinos de la Villa y el pan que pueda juntarse a lo que el concejo respondió accediendo aunque ello suponía el colapso económico del pueblo. Además, antes, en las jornadas próximas a la ya mencionada batalla de Palanco, Zalamea aprovisionó a todos los hombres que se juntaron en nuestro término para perseguir al enemigo francés. Un escrito dirigido a la Junta Central por los alcaldes ordinarios Juan Lorenzo Serrano y Manuel Muñoz Lancha pone de manifiesto el coste que supuso el mantenimiento de las tropas y partidas españolas que se movieron en esta población. El escrito dice así:
“…..Llevados del mayor celo y amor patrio, incansables en la persecución de los enemigos, haciéndole sacrificios para facilitarles raciones y todo lo necesario a las tropas españolas como son los de la división del general Deuico, Copons, partidas de guerrillas de Ayamonte y las del regimiento de Córdoba, dispersos y cuantos transitaron por esta jurisdicción desde el 1 de Marzo de 1810 hasta el 30 de Marzo del mismo, gastaron 81.321 reales y 22 maravedies y a la división del señor mariscal de campo don Francisco Ballesteros, desde el 31 de marzo hasta el 13 de Abril de 1810 en raciones de menestra 126.858 reales, 4 maravedies que hacen un total de 208.179 reales y 26 maravedies”.
Sabemos, así mismo, que se le denegó suministro a algunas partidas que no habían acreditado suficiente celo en su lucha contra los invasores
Por su parte las tropas francesas también nos exigieron tributos, en concreto 22000 reales mensuales que se deberían entregar los días 25 de cada mes, todo ello bajo amenazas de que el ejército entraría arrasando el pueblo si no atendíamos este tributo militar.
En tales circunstancias, Zalamea se ve abocada a una profunda penuria económica que se prolongaría más allá de la contienda.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (V)

LAS TROPAS FRANCESAS ENTRAN EN ZALAMEA
En el capitulo anterior dejamos a las tropas españolas al mando del general Ballesteros instaladas en Zalamea, sus soldados son alojados en casas particulares y se preparan para hacer frente a los franceses que al mando del mariscal Montieur se dirigen al pueblo desde El Castillo de las Guardas. De esta manera, el 15 de abril de 1810, el ejercito invasor entra por la Fuente del Fresno, avanza lentamente por lo que entonces era poco menos que un descampado donde encuentra ya algo de resistencia, hasta llegar después a la calle denominada Juego de las Bolas, conocida hoy como calleja Padre Gil en honor a este zalameño, destacado activista contra los franceses (1), con la intención de llegar al Centro y ocupar las casas capitulares, entablándose una lucha abierta entre los ocupantes y las tropas españolas integradas por regulares y voluntarios, el combate debió ser encarnizado, pero finalmente los invasores, en clara superioridad numérica, obligan al destacamento de nuestro ejército a retirarse en dirección a El Villar acompañado de numerosos vecinos temerosos de las represalias de los franceses. Parece ser que las bajas fueron muy elevadas por nuestra parte.
Durante su estancia en el pueblo el mariscal Montieur reúne al cabildo para ordenarle que inmediatamente nombrara una comisión para que se desplace a Madrid y presente obediencia al rey José I, hermano de Bonaparte. El miedo que los franceses infundieron en los zalameños fue tal que los cargos del Cabildo acordaron, aún después de marcharse los franceses, obedecer la orden. De hecho los ocupantes cometieron graves atropellos en los bienes y propiedades, tanto de particulares como comunales. Especialmente fue significativo el expolio de la Iglesia, como sucedía en la mayoría de los lugares que ocupaban, por ser ésta donde se encontraban los objetos más preciados.
Es en este punto donde se origina la tan conocida leyenda de la sustracción de la famosa custodia de plata por los franceses. Es tradición en Zalamea, transmitida oralmente, que los franceses se llevaron, entre otra muchas cosas de valor, una custodia de plata cuando saquearon la Iglesia. No existe constancia documental sobre este tema, tampoco tenemos certeza de que el robo de la misma se produjera en la primera ocupación del pueblo por los franceses o en una segunda que tuvo lugar meses más tarde. Sabemos que la custodia era un magnífico ejemplar de arte religioso en plata, elaborado por la Hermandad del Santísimo Sacramento para la celebración del Corpus y que parece pesaba alrededor de 50 Kilos, por tanto de un gran valor artístico y material, por lo que no es de extrañar su expolio por las tropas de Napoleón, pero no quedó constancia de su robo por las tropas galas en ninguna parte salvo referencias indirectas. La tradición oral afirma igualmente que ésta se encuentra en Cádiz aunque este extremo no se ha podido confirmar y posiblemente carece de fundamento.
Los franceses se fueron de Zalamea el 17 de Abril de 1810, dos días después de su llegada, pero no tardarían mucho en regresar de nuevo. Antes, el 20 de Abril, el general Brayer, desde el cuartel general de los franceses en el Castillo de las Guardas, envía una orden para que los zalameños que estén fuera de la población vuelvan de nuevo a ella sin temor y permanezcan quietos (sin ofrecer resistencia) y acerca de que deben entregarse todas las armas blancas y de fuego de las que disponga la población para ser enviadas al cuartel general de Aracena, orden a la que, al parecer no se hizo caso.
(1) Hagamos antes de terminar una breve reseña biográfica del Padre Gil. Su nombre completo era Manuel Gil Delgado y nació en Zalamea el 11 de Octubre de 1741, hijo de Martín Gil y de su mujer María Rafaela, también naturales de esta villa. Desde muy joven mostró sus inquietudes por seguir la carrera religiosa y así ingresó en la Orden de Clérigos Regulares Menores de la casa del Espiritu Santo de la ciudad de Sevilla. Parece ser que teniendo 26 años protagonizó un pequeño incidente con su orden porque sin contar con los permisos pertinentes se trasladó a Zalamea para socorrer a su padre que se encontraba en una precaria situación, por lo que fue requerido para que de inmediato volviera, en el plazo de 24 horas, a su clausura. Destacó por sus dotes oratorias y como escritor de obras científicas, llegando a ser visitador general de su orden. Sus inquietudes políticas le llevaron a formar parte de la Junta Central Española durante la invasión francesa, representando a la misma como embajador en Nápoles. Debió tener un papel destacado en aquella puesto que Benito Pérez Galdós lo menciona directamente en uno de los episodios nacionales que dedica a la Guerra de la Independencia.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (IV)

EL GENERAL BALLESTEROS LLEGA A ZALAMEA
La disgregación por la zona de las fuerzas locales integradas en las partidas contribuyó a crear una situación generalizada de temor que provocó que muchas personas civiles se marcharan del pueblo buscando refugio en el campo, sin embargo, el 19 de Marzo de 1810, el vizconde de Gante, general en jefe del ejercito, desde su cuartel general de la Pueblo de Guzmán, con el fin de subir la moral de la población y servir de acicate a la resistencia, manifestó a esta villa su satisfacción por la patriótica conducta del leal pueblo de Zalamea la Real y le expresa su deseo de contribuir con su tropa a la gloriosa defensa de la villa y que a costa del mayor sacrificio remite el 4º Batallón de voluntarios de Sevilla para auxiliarle en su esfuerzo contra el enemigo.
Entretanto el pánico se adueñó de la población que seguramente debió quedar desguarnecida según se deduce de una comunicación que los justicias de Zalamea envían al señor vizconde manifestando que no podían nombrar diputado para celebrar junta el día 29 de Marzo porque la proximidad del enemigo a esta villa en los días anteriores había motivado que salieran huyendo de ella algunos clérigos y capitulares así como vecinos honrados con su familia que no habían regresado ni se sabía de su paradero.
A finales de Marzo o principios de Abril de 1810 llega por fin un destacamento del ejército español al mando del general Francisco Ballesteros, destacamento que se había formado con milicianos y guerrilleros de todo tipo aunque no es de descartar que hubiera un cierto número de soldados con sus suboficiales correspondientes. Desconocemos si se trataba del prometido por el vizconde de Gante. En cualquier caso la llegada de este ejército al pueblo responde posiblemente a una estrategia destinada a consolidar el dominio en la zona ya que los franceses habían establecido su cuartel general en el Castillo de las Guardas y desde allí enviaron tropas con la misión de ocupar la zona de las minas y en concreto Zalamea la Real. No olvidemos que en la fecha en la que nos encontramos Zalamea es el único pueblo de la Cuenca Minera ya que Nerva, Campillo y Riotinto eran por aquel entonces pedanías que formaban parte de su jurisdicción.
Se trataba entonces Zalamea de un pueblo que a principios del siglo XIX tenía una configuración más reducida que la actual, el centro giraba en torno a la actual avenida de Andalucía y se prolongaba hacia el sur por las calles Rollo y San Sebastián y hacía el norte por la calle San Vicente. Sus límites por el este era la calle Tejada, la calle Egido y Don Juan Díaz González. El cabezo Martín estaba desconectado del núcleo de la población. El número de habitantes rondaba entre 3.500 y 4000 personas incluidas las que residían en las aldeas. Su economía se basaba fundamentalmente en la agricultura con una concentración de las propiedades en unas pocas familias que además ostentan el poder político alternándose en el gobierno municipal. También existía una importante actividad industrial derivada de las faenas agrícolas, tenerías, fábricas de aguardiente, telares y lagares de cera.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (III)

LA BATALLA DE PALANCO
Animados, al parecer, por el éxito de la emboscada de Santa Olalla que narramos en el capítulo anterior se formó una compañía de tiradores con fecha de 8 de Marzo de 1810. Este grupo estaba diferenciado de otras partidas que se habían formado en las aldeas.
Pero aquel suceso provocó una represalia por parte de las tropas francesas. Ésta se produjo el 11 de Marzo de 1810. Procedente de Valverde del Camino, salió un destacamento francés, compuesto por unos 150 o 200 hombres entre caballería e infantería, con la intención de ocupar Zalamea. Los zalameños fueron advertidos de este hecho por el alcalde pedáneo de El Pozuelo y se sintieron extrañados de que el pueblo vecino de Valverde no les informara debidamente de este movimiento de tropas. Puede que la intención de este destacamento no fuera tanto castigar la rebeldía de los habitantes de la cuenca sino controlar la zona que, sin duda, era un lugar de interés económico para ellos. Pero puede que también influyera que la compañía minera disponía de armas y explosivos que entregaban a las autoridades locales para resistir la invasión francesa. Las crónicas dicen que se reaccionó con rapidez formándose, de nuevo, una partida integrada por zalameños, operarios de las minas y otros voluntarios de los pueblos de alrededor amén de algunas tropas regulares que salieron al paso de ese grupo de franceses. Se juntaron, pues, según algunos cálculos, alrededor de 800 hombres. Al frente de ellos va un teniente de infantería del regimiento de Línea de Córdoba, Don Pedro Pierre. A las 8 de la noche se avista el grupo de franceses y se prepara todo para atacarlos al romper el día.
La confrontación tuvo lugar en el barranco de Palanco, donde llegaron a enfrentarse ambas partidas. El lugar exacto de este suceso no se sitúa exactamente, como se creyó al principio, junto a la mina de Palanco sino más hacia el oeste, en el camino real que atraviesa la rivera de esta mina. Posiblemente se tratara de una escaramuza sin mayor significación que se resolvió favorablemente para nuestros antepasados. Parece ser que una avanzadilla de los nuestros tuvo un primer enfrentamiento para atraer a las fuerzas francesas hasta donde les esperaba el resto de los tropas españolas, lugar donde se produce una serie de descargas que hacen retroceder a los franceses de nuevo hacia Valverde. El balance de víctimas fue de tres muertos por parte española y entre 8 y 10 franceses. La superioridad numérica, el conocimiento del terreno y el factor sorpresa inclinaron la batalla hacia nuestro lado. Como puede verse habían conseguido su objetivo, pero esta victoria no se tradujo en un control efectivo de la comarca ya que el empuje de las tropas francesas no se haría esperar.
Al día siguiente, la noche del 12 de Marzo, se produjo una situación de alarma al llegar una noticia, difundida por un vecino, al que se tildó más tarde de traidor, de que aprovechando la ausencia de las fuerzas que se habían enfrentado en Palanco, procedente de Calañas se acercaba un destacamento francés para saquear el pueblo, lo que provocó el pánico e hizo que muchas mujeres huyeran de la población y fue necesario enviar una petición de auxilio a las poblaciones cercanas. La noticia resultó ser falsa aunque durante tres días el pueblo estuvo sobrecogido por el temor.
El día 14 de Marzo se acuerda por la justicia de esta villa, la Junta Militar de Aracena y los pueblos inmediatos, que formaron una especia de Junta de resistencia, defender esta sierra de toda invasión y se determina que las fuerzas reunidas por nuestra parte se mantendrían por el lado de Valverde sin internarse en la Campiña para no dejar desamparado a este pueblo por petición del antes mencionado teniente, don Pedro Pierre, comandante de las fuerzas españolas. A peswar de ello, algunos grupos de milicianos hicieron incursiones en algunos pueblos de esa comarca para intentar recuperar los botines requisados anteriormente por los franceses.
Imagen de la foto: En las inmediaciones del lugar que se reproduce en la fotografía se desarrolló probablemente la batalla de Palanco
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL II

PRIMEROS ENFRENTAMIENTOS. EL EPISODIO DE SANTA OLALLA
Aunque después de llegar la noticia los zalameños se prepararon para rersistir, las tropas francesas tardaron en llegar al pueblo algún tiempo por lo que al principio los componentes de las milicias que se formaron tuvieron poco trabajo. Puede que parte de ellos se integrasen en el ejército regular o formara una partida que actuara fuera del pueblo como seguramente pudo ocurrir cuando se notifica a este Ayuntamiento que los franceses intentaban penetrar en estos reinos por la villa de Alcautín en Portugal, hacia donde se concentraron voluntarios de todos los pueblos del norte de Huelva para salirles al encuentro.
El 16 de Julio de 1809, se recibe una carta de don Juan González Ramos, capellán, que solicita del cabildo alojamiento para él y su ayudante. Presumiblemente se trataría de una comisión encargada de animar a los lugareños a resistir. El clero en su conjunto atizó como estamento la guerra y la sostuvo con sus bienes, exhortaciones y el ofrecimiento radical de sus personas. En la administración no hubo junta local que no tuviera presente algún clérigo. Los motivos de su intervención fueron tanto patrióticos como interesados, en tanto les convenía resistir por la expoliación sistemática de los bienes religiosos que llevaban a cabo tropas francesas allí por donde pasaban.
La guerra en España originó dos tipos de fuerzas militares. Un ejército regular que con el tiempo fue puesto bajo el mandato del duque de Wellintong, después de que los ingleses apoyaran de manera interesada, desde luego, la rebelión española, y otra la guerrilla que en ocasiones se integró dentro del ejército regular aunque en su mayor parte formaron grupos separados que a veces llegaron a contar con un nivel considerable de hombres.
El ejército regular que operó en Zalamea estuvo a cargo del general español Francisco Ballesteros. Este hombre era un militar nacido en Zaragoza que tuvo a sus órdenes una división que le asignó la Junta de Asturias y que unió a la de Blake y a la de Castaños, mandó una división de infantería en la batalla de la Albuera y encabezó el ejército que se movió por Andalucía, se negó a aceptar el nombramiento de Wellintong como jefe supremo y rechazó operar bajo su mando por lo que fue cesado, aunque posteriormente fue llamado de nuevo para que se reincorporara al mando.
Volviendo de nuevo a lo que sucede en nuestro pueblo, que se convierte en el centro de resistencia a los franceses en la zona, en febrero de 1810 se conoce que un destacamento francés se dirigía a Badajoz por el camino de Santa Olalla. Se trataba de un destacamento perteneciente a un ejército de mayor envergadura que había salido de Sevilla para conquistar el sur de Extremadura y Badajoz, su capital. Enseguida el Ayuntamiento convocó a los vecinos y se formó una partida al mando de don Juan Santana de Bolaños, apoyados por don Vicente de Letona, director de las reales minas de Riotinto, personaje que llegaría a protagonizar diversos hechos destacables de resistencia a los franceses de los que hablaremos más adelante y de los que hemos sabido gracias a un documento que conocemos como “el expediente Letona” merced al cual hoy podemos saber y aclarar gran parte de lo ocurrido en aquellos años. Pero continuemos con los hechos ocurridos en Febrero de 1810. Don Juan Santana de Bolaños fue un empresario zalameño, alcalde en varias ocasiones y conocido estraperlista, que encabezaría varias partidas integradas por paisanos zalameños que se enfrentaron en repetidas ocasiones a las tropas francesas. Pues bien este hombre salió con una partida compuesta de numerosos milicianos en dirección al camino a Santa Olalla para interceptar a las tropas francesas. Acudía con una promesa del tesorero de las minas, Atanasio José Rodríguez, que ofreció una gratificación por todos aquellos franceses a los que se le diera muerte. Para demostrarlo exigió que se le presentasen las orejas de los enemigos abatidos. La munición y el armamento necesario los proporcionó don Vicente de Letona del arsenal de las minas de Riotinto. Desconocemos el lugar exacto donde tuvo lugar el enfrentamiento, ni tan siquiera el número de combatientes que componían cada bando, aunque sí podemos asegurar que el factor sorpresa debió ser muy importante, pues parece difícil de creer que uno cuantos voluntarios pudieran vencer de una manera taxativa a un grupo de soldados debidamente pertrechados y seguramente veteranos del ejército francés. Puede que la partida original que salió de Zalamea se viera incrementada por voluntarios del resto de las poblaciones de la Cuenca Minera y de otros pueblos de la sierra. El caso es que la victoria de los zalameños fue total según las fuentes de la época y acabaron con todos los componentes del destacamento francés y con el fin de demostrar que así era, recordando la promesa de Atanasio José Rodríguez, se ocuparon de obtener las siniestras pruebas que les exigió este hombre. De esta manera regresaron al pueblo con las orejas de los enemigos abatidos ernsartadas en palos y picas
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ZALAMEA LA REAL (I)

LA NOTICIA LLEGA A ZALAMEA.
Durante las próximas semanas iremos publicando por capítulos un trabajo inédito sobre un tema que últimamente se ha puesto de actualidad: La guerra de la Independencia española. Trataremos cómo se vivieron aquellos años en nuestro pueblo, qué resistencia se opuso y cómo se sufrió las penalidades de la guerra que como veremos ofreció a la vez episodios tristes y gloriosos también en Zalamea.
El origen de la invasión por los franceses del territorio español se encuentra en dos factores que lo propician. Por un lado el afán expansionista de Napoleón y por otro la debilidad de la monarquía española que venía cayendo en picado en los últimos años. El detonante fue el tratado de Fonteneblau, firmado el 8 de octubre de 1807 por el que teóricamente España y Francia invadirían Portugal para convertirlo en un reino satélite de Francia. Por aquel tiempo Godoy, ministro de Carlos IV ansiaba ocultamente ceñir la corona del país vecino. Manuel de Godoy y Álvarez de Faria, de madre portuguesa, fue favorito del rey entre 1792 y 1797 y nuevamente entre 1801 y 1808. Al final de esta etapa mantuvo una política de alianza con la Francia de Napoleón que le hizo doblegarse a sus exigencias y que llevó a la firma del tratado de Fonteneblau que permitió que las tropas francesas penetraran en España para invadir Portugal, país que quedaría dividido en tres partes, una de las cuales sería concedida a Godoy. Por lo tanto el mariscal Junot atraviesa la frontera española con ese fin. Pronto se pone de relieve las verdaderas intenciones de los franceses que no son otras que hacerse con el gobierno de la nación española, ocupando las principales plazas de España. Continúan entrado tropas francesas en nuestro país, al frente de las cuales Napoleón pone al general Murat, su cuñado, con el que Junot no mantuvo buenas relaciones. Por su parte, manejando con habilidad el enfrentamiento tácito entre el futuro Fernando VII y su padre Carlos IV, Napoleón consigue quitar de en medio a la familia real española y trasladarla a Francia donde ambos, padre e hijo, dieron un espectáculo bochornoso. En Bayona se suceden una serie de abdicaciones que desembocan en la renuncia por parte de Carlos IV del trono en favor de Napoleón que finalmente nombra a su hermano José Bonaparte como rey de España. Sin embargo en las instituciones españolas se tiene la sensación de que Fernando VII fue una víctima inocente de la trama del emperador y el Consejo de Castilla y las Cortes de Cádiz lo consideraron como el único y legítimo rey de los españoles, que recibió popularmente el apodo de “El Deseado”
Entretanto en España, ante la salida de los infantes del palacio real de Madrid, se produce una rebelión del pueblo que estalla sin que nadie los dirija directamente, aunque bien es cierto que hubo cabecillas y militares de graduación intermedia que se pusieron inmediatamente al frente de esta sublevación. El ejercito francés controló la situación ejerciendo después una dura represión sobre los participantes, pero el levantamiento del 2 de Mayo de 1808 en Madrid fue como una piedra en el agua, originó un efecto de onda que enseguida se propagó por todo el territorio peninsular.
En Móstoles, localidad cercana a la capital, los alcaldes ordinarios de esta población publican un bando dando cuenta de los hechos que trasladan por la carretera de Extremadura hasta Andalucía.
El bando decía así:
“Señor justicia de los pueblos a quienes se presentase este oficio de mí, el alcalde de Móstoles: Es notorio que los franceses apostados en la cercanía de Madrid y dentro de la Corte han tomado la defensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; de manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre; como españoles es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey; procedamos, pues, a tomar la activa providencia `para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alertándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quienes leales y valientes como los españoles lo son. Dios guarde a vuestras mercedes muchos años."
Móstoles 2 de mayo de 1808.
Este comunicado salió de Móstoles llevado por un mozo de postas por el camino de Extremadura hasta Andalucía.
El bando se extendió de forma rápida e inusual para la época. Llegó a Zalamea desde Mérida a través de Fuente del Maestre, Higuera de Fregenal, Cumbres Mayores, Fuente de León, Cañaveral de León, Cortelazor, Hinojales, Aracena y Campofrío. Así pues el día 7 de Mayo de 1808 a la una de la madrugada, tan sólo cuatro días después de lo ocurrido en Madrid, llegó la noticia de aquel hecho, instando a la resistencia de todos los pueblos contra los franceses. con instrucciones de que a la vez se transmitiera a los pueblos vecinos. Y ese mismo día, a las dos de la madrugada, salieron emisarios de Zalamea en dirección a Calañas, Valverde y a las nueve de la mañana hacia Sevilla.
No se tardó mucho en reaccionar, de manera que el día 10 de Mayo se reunió el cabildo zalameño así como otros personajes de relevancia del pueblo para tratar lo sucedido en Madrid y se acordó que se publicara una petición a todos los vecinos mayores de 16 años y menores de 45 para que se alistaran en una especie de milicia urbana a la que se le asignó la función de resistir a los franceses, petición que también fue enviada a las aldeas. De igual manera se acordó que a los componentes de estas partidas se les pagara seis reales diarios a modo de gratificación. Se nombran entre sus miembros sargentos y cabos para que instruyan a los milicianos.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LOS FERROCARRILES DE ZALAMEA LA REAL. UNA HISTORIA OLVIDADA

La historia del ferrocarril en Zalamea parece haber estado marginada. Es como si esa parte de nuestro pasado hubiese caído en el olvido y no hubiese interés por recuperarla. Sin embargo durante aproximadamente un siglo, desde el último tercio del siglo XIX hasta pasada la mitad del siglo XX, el ferrocarril llegó a formar parte de nuestras vidas, fue durante un tiempo nuestra principal vía de comunicación con el resto de la Cuenca Minera, con Valverde y Huelva y determinó en gran manera el desarrollo urbanístico del pueblo. Además podemos decir con orgullo que nuestro pueblo fue el único de la comarca que dispuso de dos líneas ferroviarias distintas, cada una de ellas con su estación correspondiente, y uno de los pueblos con mayor longitud de tendido ferroviario comprendido en su término municipal de toda la provincia. Hablemos un poco de ello, al menos para hacer justicia a este capítulo de nuestro pasado.
Empecemos diciendo que el tendido de la red ferroviaria en nuestra localidad estuvo relacionado en todo momento a la actividad minera y que los otros usos vinieron asociados a ella. Nos vamos a limitar entonces a la historia del ferrocarril en Zalamea ya que para conocer la historia general del ferrocarril de Riotinto y Buitrón existen excelentes trabajos publicados en los que el lector que desee profundizar encontrará bastante información.
El primer ferrocarril que llegó a Zalamea no fue, contrariamente a la creencia popular, el de Riotinto, sino el de El Buitrón. La Compañía que explotaba las Minas de El Castillo de El Buitrón ya había terminado un tendido ferroviario desde San Juan del Puerto hasta Mina de El Castillo que se terminó de construir en 1870 y que obligó a levantar pasada la aldea de El Buitrón, sobre el arroyo de Los Aldeanos, un puente metálico de 62,50 m. de largo y 17 metros de altura, que aún puede contemplarse, aunque, por desgracia, muy deteriorado; pero en 1873 adquiere la Mina de la Poderosa, por aquel tiempo en el término municipal de Zalamea la Real ya que El Campillo no se segregaría hasta 1931, y se planteó construir un ramal hasta Zalamea, con un ancho de vía de 1,067 m., el ancho de los ferrocarriles ingleses, para prolongarlo después hasta Poderosa. En el trayecto del Empalme a Zalamea fue necesario construir un túnel de 129 m. de longitud, conocido como el túnel de los Membrillos. Al final del mismo, en dirección a Zalamea, había un apeadero y una estación de aprovisionamiento de agua para las máquinas. Este ramal se abrió al tráfico el 6 de Febrero de 1875, 29 años antes que el ramal de Riotinto a Zalamea. En las afueras de nuestro pueblo, hacía el este, se construyó una estación con sus dependencias y unas cocheras con plato giratorio para cambio de vías. Esta circunstancia vino a determinar que en torno a la nueva estación se construyeran casas para albergar a los operarios del ferrocarril y a sus familias. Este barrio, inicialmente, fue conocido como barrio de la Estación, a secas, lo de vieja vino más tarde.
A continuación la compañia de El Buitrón comenzó a tender otro ramal para llegar a Poderosa, curiosamente con un ancho de vía inferior, 0,76 m, lo que obligaba a cambiar el ancho de los vagones y de las máquinas en la estación de Zalamea. Este ramal atravesaba la actual carretera en las cercanías de El Campillo siguiendo las zonas de menor desnivel aunque llegados al curso del río Tintillo, afluente del Odiel, tuvo que salvar un pendiente para llegar hasta el nivel del río de aproximadamente un kilómetro de longitud y un 33% de pendiente. Para salvar este desnivel se ideó un ingenioso sistema que permitiría el ascenso y bajada de los vagones de una manera segura, para lo que se instaló una máquina de vapor fija en la parte más alta que con un cable enganchado a los vagones permitiría subirlos y bajarlos, aunque no sin riesgos ya que se produjeron varios accidentes. Esta máquina de vapor dio nombre al lugar que aún es conocido como “La Fija” donde aún puede apreciarse su ubicación.
Volviendo de nuevo al ramal que terminaba en Zalamea, hay que decir que el gobierno obligó a la empresa minera a que enganchara varios vagones que permitiera el transporte de pasajeros y así lo hizo desde 1875 hasta 1934, convirtiéndose posiblemente en el principal medio de comunicación con Valverde y Huelva. Después de ese año fue interrumpido reanudándose nuevamente en 1942 cuando la propia compañía de El Buitrón cedió a FEVE las instalaciones del ferrocarril que estuvo funcionando hasta 1967. Durante este último periodo, para el trasporte de viajeros se puso en funcionamiento una máquina automotor, que los más mayores recordarán, que hacia el trayecto hasta San Juan del Puerto donde los viajeros tenían que hacer trasbordo para coger el tren que venía de Sevilla en dirección a Huelva.
No podemos dejar de menciona al hablar del ferrocarril de El Buitrón del ramal que la compañía ALKALY, nueva propietaria de la Minas de El Castillo, construyó en 1909 para unir las Minas del Tinto y Santa Rosa con las de Sotiel, también con una ancho de vía de 1,067 m. Este ramal comunicó una de las minas más activas de nuestro término a principios del siglo XX con el trazado de El Buitrón. Esta variante necesitó de la construcción de un imponente puente sobre el río Odiel del que aún se conservan sus pilares.
La otra red ferroviaria era la de Riotinto. El ferrocarril que unía esta explotación con Huelva lo construiría la nueva compañía inglesa tras comprar las minas en 1873, destinándole igualmente un ancho de vía de 1,067 m. iniciándose ese mismo año y quedando finalizado en 1875. No sería hasta principios de siglo cuando la compañía proyecto la construcción de dos nuevos ramales, uno hasta Nerva y otro hasta Zalamea. Éste último, que es el que nos interesa, fue bien recibido por las autoridades locales que lo llevaban demandando hacia tiempo y al que contribuyeron con 40.000 ptas. y la cesión de los terrenos de propios por donde circularía la vía, construyéndose una estación al final del trayecto que llegó a conocerse con el nombre de Estación Nueva, para distinguirla de la ya existente, la antigua estación del Buitrón, denominada a partir de entonces como Estación Vieja.
El tramo hasta Zalamea fue inaugurado el 20 de Junio de 1904, para lo que se celebró, tras un multitudinario recibimiento al primer tren, una comida popular que tuvo lugar en la todavía no concluida Plaza de Abastos. Igual que ocurrió con la compañía del Buitrón, el gobierno obligó a la empresa minera a que transportase también viajeros y esa fue la principal función de este ramal aunque también se usó para transportar provisiones y mercancías para Riotinto. Todo lo cual quedó perfectamente reflejado en una reglamentación que ha llegado hasta nosotros y que recoge los costes y condiciones de los usuarios. De esta manera durante muchos años el ferrocarril fue prácticamente el único medio de comunicación que los zalameños utilizaron para trasladarse al resto de los pueblos de la Cuenca Minera. De él hacían uso no sólo los trabajadores sino todos los ciudadanos en general y en los últimos años los estudiantes a los que, en el caso de ser hijo de mineros, la empresa facilitaba un “pase” gratuito. En los años de tráfico más intenso llegó a haber hasta nueve trenes diarios entre Riotinto y Zalamea. Todo ello sin contar lo trenes especiales que se montaban, - también en la línea de El Buitrón-, en ocasiones especiales como era el caso de las corridas de toros de Zalamea que gozaban de gran renombre en los pueblos de alrededor. El servicio quedó suspendido al final de los años 60. Con ello se cerró la historia del ferrocarril en Zalamea; sin embargo aún quedan vestigios que todos debemos esforzarnos en conservar, trazado, puentes, estaciones y túneles, porque sin duda forman también parte de nuestro patrimonio.
Foto del artículo:
Tren saliendo de la Estación Vieja, tras los vagones de mineral van los de pasajeros.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
CRONOLOGÍA DEL PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL DE ZALAMEA LA REAL

Hemos venido observando que, si bien es verdad que el conocimiento sobre nuestro patrimonio está cada vez más extendido, también es cierto que aún hay gran cantidad de personas que posiblemente no tengan conciencia de la importancia de los elementos más singulares que lo componen y de la época en que tuvieron su origen. Hemos creído, pues, conveniente hacer una especie de cronología que sitúe en el tiempo aquellos edificios, documentos o construcciones que por su valor histórico, cultural o testimonial conforman hoy una parte importante de nuestro patrimonio. Al mismo tiempo hemos querido reseñar, en algunos casos, unas referencias comparativas al contexto histórico general que, a veces, puede contribuir a apreciar la verdadera dimensión de lo que tenemos tan cerca.
DÓLMENES DE EL POZUELO: Son, como casi todo el mundo sabe, grandes sepulcros colectivos que fueron levantados entre 2.800 y 2.500 años antes del nacimiento de Cristo. Son los primeros monumentos de importancia en Zalamea y sin lugar a duda uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Andalucía.
GRABADOS RUPESTRES DE LOS AULAGARES: Los grabados fueron realizados por nuestros antepasados en el 1.800 antes de Cristo en la finca de ese nombre, próxima a Zalamea la Real, en plena Edad del Bronce
Estas dos manifestaciones artísticas demuestran el poblamiento de nuestro término en épocas remotas y sitúan a Zalamea entre las localidades de mayor interés en el estudio de la Prehistoria en Andalucía. Hay quien opina que en la cultura megalítica está el origen de la civilización tartésica. En Oriente se desarrollaban las civilizaciones mesopotámica y egipcia pero aún faltaba más de mil años para la mítica fundación de Roma
ERMITA DE SAN BLAS: Construida en el siglo XIV se trata quizá de la más antigua ermita de nuestro pueblo, anterior incluso a la de San Vicente. Aprovechó las ruinas de un edificio anterior
ERMITA DE SAN VICENTE: Primer tercio del siglo XV, su construcción se inició sobre 1425.
Cuando se construyen estas ermitas España estaba dividida en cuatro reinos, Navarra, Castilla, Aragón y el reino moro de Granada que aún tardaría bastantes años en ser conquistado a los musulmanes y todavía no había nacido Colón, el hombre que 67 años más tarde protagonizaría el descubrimiento de América. Zalamea, aunque sometida al señorío del arzobispado de Sevilla, formaba parte del reino de Castilla, gobernado entonces por Juan II, padre de la futura reina Isabel la Católica. Este rey, por cierto, firmó una cédula que reconocía la existencia de fincas comunales en nuestro pueblo.
ERMITA DE SAN SEBASTIÁN: Construida a mediados del siglo XVI aunque en el siglo XVIII se le hizo una gran reforma, después se destinó a la devoción de una imagen de La Pastora.
0RDENANZAS MUNICIPALES: Fechadas en 1535, se trata de un manuscrito de valor incalculable. Fueron sancionadas por un arzobispo, hermano del famoso poeta de la época Jorge Manrique. España estaba bajo el gobierno de Carlos I, nieto de los reyes Católicos aunque oficialmente la reina seguía siendo aquella pobre desgraciada, inteligente, pero mentalmente inestable, conocida como Juana La Loca. Los españoles fundan Lima la actual capital del Perú y extienden su imperio por América
LIBRO DE LOS PRIVILEGIOS: Firmado en 1592. Se trata de un extenso documento que otorga una serie de privilegios al pueblo y en el que figura la firma autógrafa, hecha de su propia mano, del rey Felipe II, el monarca más poderoso del orbe en aquel momento. España extendía sus dominios por todos los continentes y aunque sumida en una profunda crisis económica, militarmente imponía sus condiciones al resto del mundo, sus tercios eran temidos allí donde llegaban.
IGLESIA PARROQUIAL: El edificio actual data del siglo XVIII, aunque en el mismo lugar existía ya en el siglo XIV una primitiva iglesia que probablemente utilizó para su construcción materiales de un edificio anterior, quizá romano; más tarde fue sustituido por otro templo, antecesor del actual, que se comenzó a construir sobre 1560, comenzándose la torre en 1606 un años después de que Cervantes escribiera la primera parte del Quijote
EL SEPULCRO: Construido en 1777, con motivo de la fundación en nuestro pueblo de la Vía Sacra. España vive la época de la Ilustración y experimenta un cierto resurgimiento cultural y político bajo el reinado de Carlos III. Un año más tarde, en 1778, se construía en Madrid la famosa Puerta de Alcalá en honor a este rey. Los Estados Unidos no era aún un país independiente
CASA CILLA: Siglo XVIII. Edificio destinado originalmente a guardar el trigo procedente de los diezmos.
ESTACIÓN VIEJA: Construida en 1875. En este año la compañía que explotaba las Minas del Castillo de El Buitrón hace llegar hasta Zalamea un ramal de la línea que ya unía El Buitrón con San Juan del Puerto y que fue el primer ferrocarril que se construye en la provincia de Huelva, anterior incluso al de Riotinto, y uno de los primeros de España. Así pues, nuestro pueblo es uno de los primeros municipios del país en recibir los síntomas de la revolución industrial En España es la época de la restauración en la persona de Alfonso XII, bisabuelo del rey actual después de la breve experiencia republicana
PLAZA DE TOROS: Data de 1879, aunque en el mismo lugar existía un corralón que se utilizaba para hacer festejos taurinos. Posteriormente sufrió algunas modificaciones como las de 1909 y 1950 que sirvieron para añadirle nuevas filas de gradas y más toriles.
PLAZA DE TALERO: Inaugurada El 20 de Mayo de 1890. Se adecuó un espacio ya existente y se erige en el centro un busto de D.Juan Talero, el diputado defensor de los pueblos en la cuestión de los humos de Riotinto. Es el único monumento en los pueblos de la Cuenca Minera que recuerda los sucesos de 1888 que llevaron a esta comarca a la primera plana de las noticias nacionales. A la inauguración no pudo asistir Talero que murió dos años antes, a la edad de 28 años. En contra de la creencia popular no era zalameño. Había nacido en un pueblo de Córdoba. Alfonso XII había fallecido y el país se regía por el sistema de bipartidismo bajo la regencia de María Cristina, segunda esposa del rey.
ESTACIÓN NUEVA O DE RIOTINTO: Inaugurada en 1904 cuando la compañía inglesa decide extender un ramal hasta Zalamea para transportar obreros y mercancías a los centros de trabajo. Zalamea se convierte en uno de los pocos pueblos que cuenta con dos estaciones de ferrocarril distintas destinadas al transporte público.
PLAZA DE ABASTOS: Inaugurada el 21 de Septiembre de 1904, algunos meses después del ferrocarril de Riotinto. Por cierto que aunque no estaba abierta oficialmente, en ella se celebró el acto y el banquete de inauguración de la estación nueva.
CEMENTERIO: fue abierto el 14 de Abril de 1907. Este cementerio, con las modificaciones posteriores es el que podemos contemplar hoy, vino a sustituir a otro anterior, conocido popularmente como cementerio viejo que se construyó en 1813 que estaba en el solar que hoy ocupa el Instituto.
GRUPO ESCOLAR VIEJO Y EL JARDÍN: Su construcción tardó algunos año pero fue inaugurado el 25 de Abril de 1910. En estos años reina ya en España Alfonso XIII.
SALÓN RUIZ TATAY: Construido en 1930, es el último de los edificios singulares que analizamos hoy. En el país el descontento popular se extiende, dimite Primo de Rivera y algunos meses más tarde, en Abril de 1931, se proclamaría la II República.. Fue adquirido por el Ayuntamiento y reformado recientemente.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LAS MINAS DE ZALAMEA LA REAL

La minería ha sido una de las riquezas de nuestro pueblo, y no nos estamos refiriendo a las minas de Riotinto, cuya explotación en los últimos 125 años la convirtió en la principal fuente generadora de empleo en la Cuenca Minera y que quizá sea tema de otro artículo teniendo en cuenta que pertenecieron a Zalamea hasta 1841; estamos hablando de las minas de Zalamea, de todas aquellas explotaciones enclavadas en el término actual que en algún momento dieron ocupación a muchos zalameños.
Cualquier aficionado a perderse andando por estos campos encontrará hoy, a veces con riesgo para su integridad física, socavones, casas abandonadas, edificios impropios de estos parajes, escombreras, extrañas coloraciones del suelo, testigos todo ello de la vida y el trabajo de muchos hombres, algunos de ellos de Zalamea y otros llegados de lugares a veces remotos.
La minería dejó poca huella en el pueblo o en las aldeas, salvo contadas excepciones. Es como si Zalamea hubiese querido dar la espalda a una actividad que era poco menos que una traición a sus raíces agrícola-ganaderas. En el casco urbano hay pocos edificios o dependencias que sean propios de los trabajos mineros; las empresas que explotaron las minas prefirieron, por diversas razones, establecer sus oficinas o centros administrativos en otros lugares. Nadie diría que en nuestro pueblo llegaron a explotarse, la mayoría de ellas casi simultáneamente, 19 minas, cuyos vestigios aún son visibles; número que se incrementaría si se incluyen otras que también pertenecieron al término pero que fueron incluidas dentro del que correspondió a las poblaciones que se segregaron de Zalamea, como fue el caso de Peña de Hierro en Nerva o La Poderosa en Campillo.
Las labores mineras no fueron un elemento nuevo en la economía del pueblo, minas como Chinflón o Tinto y Santa Rosa fueron explotadas en la Prehistoria y casi todas tienen vestigios de haber sido trabajadas en época romana, sin embargo no es hasta mediados del siglo XIX cuando recibieron un gran impulso que las convierte en explotaciones industriales a mayor o menor escala. A partir de ese momento se experimenta, primero imperceptiblemente y más tarde de forma más acusada, un crecimiento en el número de habitantes. Así vemos que mientras entre 1.826 y 1.850 el número de habitantes de Zalamea y sus aldeas pasa tan sólo de 3.500 a 3.765 personas, siete años más tarde se incrementa sensiblemente y es ya de 5.117, motivado por los primeros síntomas de industrialización. Sabemos que ese año, en 1.857, ya estaban en explotación algunas minas de cierta importancia porque el alcalde, D. José Lorenzo Serrano, solicita, para cumplir un requerimiento de la Comisión de Estadísticas a efectos fiscales, que los establecimientos mineros le remitan los datos de la superficie de terreno que ocupan. A esta demanda responden minas como Cabezo del Tinto, Nuestra Señora de la Salud (Chaparrita), Lusencia, Poderosa, Peña de Hierro, Luisa e Inglesa.
Curiosamente entre 1.872 y 1.873 hay un repentino interés por denunciar el hallazgo de nuevas minas, de esta manera vemos como en esos dos años se denuncian, sólo en el término de Zalamea 60 minas de manganeso, todas ellas al margen de las ya conocidas, algunas con nombres tan curiosos como la Intransigente, la Alegría, Efímera ilusión, La Equivocada, La Esperanza o Lotería. Se trataba de registros que en la inmensa mayoría de los casos no pasaron de ahí.
Sea como fuere en 1.877 Zalamea alcanza los 7.753 habitantes, más del doble de los que tenía 27 años antes. Diez años más tarde se observa una disminución notable, debido a la segregación de la aldea de Nerva, finalizando el siglo con una recuperación que vuelve a subir el número de pobladores del término a 7.335, debido a la pujanza económica de las pequeñas minas de Zalamea. A comienzos de siglo de nuevo vuelve a registrarse un incremento notable de la población que alcanza en 1.910 los 13.348 habitantes. Bien es verdad que una buena parte de ellos son debido a la mano de obra atraída por las minas de Riotinto, pero no exclusivamente, por ejemplo en el poblado minero de El Tinto y Santa Rosa llegan a vivir 1.258 personas, y sin llegar a esa cifra otras pequeñas minas como Palanco, Guadiana, Castillo de Buitrón, Barranco de los Bueyes o la Gloria, vieron crecer en sus alrededores pequeños núcleos que se mantuvieron mientras duró su actividad. Incluso ya en 1943, fruto de un convenio entre el Ayuntamiento de Zalamea y Dª María Amor Fernández de Velasco, propietaria de las minas de Guadiana y Posterera, se hizo un proyecto para construir un poblado minero en terrenos próximos a la primera. El Ayuntamiento se comprometió a adquirir los terrenos y solicitar al Instituto de la Vivienda la protección oficial de este proyecto que daría albergue a doscientos obreros. Proyecto que evidentemente no se llevó a cabo.
Como dijimos anteriormente, al margen de las denuncias y registros que se efectuaron y de aquellas que se trabajaron ocasionalmente pero sin alcanzar una relevancia significativa, tan sólo 19 minas fueron explotadas con características más o menos industriales. Las podemos clasificar en dos grupos, las de cobre, que fueron las de mayor importancia y las de manganeso, que registraron en las dos guerras mundiales una mayor demanda de producción. Queremos recordarlas, para que al menos quede constancia de ellas.
Las de cobre fueron 11 cuyos nombres son: Tinto y Santa Rosa, Barranco de los Bueyes, Castillo de Buitrón, Chinflón, Masegoso, San José, La Morita, La Gloria, La Molinera, El Cañuelo y Rizón.
Las de manganeso fueron 8: Palanco, Guadiana, Oriente, Aurora, Posterera, Cascajera, Malpérez y San Joaquín.
Naturalmente no todas tuvieron el mismo nivel de producción, entre las de cobre destacan la del Castillo de Buitrón, Barranco de los Bueyes y Tinto y Santa Rosa; ésta última produjo en los primeros treinta años del siglo XX una media de 50.000 toneladas anuales de piritas, cifra que contrasta con las 101 que extrajo Chinflón en los tres años que median entre 1.907 y 1.910. Entre las de manganeso cabe destacar las de Palanco, Guadiana y Posterera. La producción de las de manganeso era adquirida en su mayor parte por una Sociedad Estatal para destinarla a fines militares.
La inmensa mayoría de ellas dejaron de trabajarse a mediados del siglo XX, algunas por agotamiento del filón y otras por no existir demanda en el mercado, como fue el caso de las de manganeso. No es el momento, por el espacio que ocuparía, de detenernos en hacer una reseña de cada una pero sí de resaltar algunos aspectos de interés común a muchas de ellas como el hecho de que la minería supuso la introducción de nuevas tecnologías y de los primeros síntomas de la revolución industrial en el pueblo. El ejemplo más tangible es la construcción del ferrocarril. Poca gente es conocedora de que en el término de Zalamea se construyó el primer ferrocarril de la provincia de Huelva y uno de los primeros de España, anterior incluso al de Riotinto. Se trata de la línea férrea levantada por la sociedad que explotaba la mina del Castillo de Buitrón en 1870 para trasladar sus minerales desde allí a San Juan del Puerto, esta línea necesitó que se construyera un puente de hierro, el primero también de la provincia de esas características, para salvar la rivera próxima al Castillo, puente que está declarado como monumento de interés cultural aunque se encuentra hoy en lamentable estado. Tan solo 5 años más tarde, y como primera fase para llegar a la mina de La Poderosa, se construyó el ramal hasta Zalamea y la estación que hoy conocemos como "Vieja" uno de los pocos vestigios que, como mencionamos al principio, dejó la actividad minera en nuestro pueblo; allí se levantó un barrio para albergar a los operarios del ferrocarril. No fue la única mina que utilizo este medio para trasladar su producción de mineral, Palanco también tendió una línea férrea para conectarla con la del Buitrón a la altura del Tintillo pero, con un presupuesto más modesto, sus vagones hubieron de utilizar tracción animal en lugar de mecánica; igual ocurrió con la de Guadiana, aunque hay quien afirma que esta mina sí dispuso de una pequeña locomotora de vapor, hecho que no hemos podido corroborar.
Por su parte la mina de El Tinto y Santa Rosa tendió así mismo una línea férrea que empalmaba con la mina de El Cuervo y Sotiel, uniéndose más adelante con el trazado de la de El Buitrón a San Juan del Puerto; también esta línea debió levantar un enorme puente para salvar el río Odiel, puente del que aún se conservan cinco imponentes pilares.
Otro aspecto destacable, y al que ya nos hemos referido, es el que nos muestra las poblaciones que se crearon en las inmediaciones de las minas, pequeños barrios obreros, de casas alineadas, que albergaron a los trabajadores y a sus familias, poblados en los que destacaba la casa del capataz o del jefe de la explotación que ocupaba un lugar diferenciado y que contrastaba con las de los obreros, más reducidas y adosadas, una junto a otras. Casas que fueron testigos de sus vivencias y en las que hasta tiempos bien recientes era posible contemplar detalles de la vida de aquellos hombres y sus familias. Casas en las que aún puede observarse crecer asilvestrados el naranjo, la higuera o el granado, o en los que todavía pueden encontrarse oxidados utensilios de cocina. Pero no todos los trabajadores que se ocupaban en la mina vivían cerca de ella, muchos residían en las aldeas o en la misma Zalamea, con lo que habían de recorrer andando un largo trayecto diariamente para llegar a la mina, y volverlo a hacer después de una dura jornada de trabajo.
Durante mucho tiempo agricultores y mineros compartieron un espacio común dentro del término, las bestias o las vagonetas trasladaban el mineral entre manadas de vacas o ante la atenta mirada de los campesinos, pero la convivencia no siempre fue apacible, los primeros no aceptaban de buen grado las actividades de los segundos y en muchos casos hubo enfrentamientos por los perjuicios que la explotación causaba a los campos; enfrentamientos que en ocasiones acabaron de forma violenta.
Poblados como los de Palanco, Guadiana, Tinto y Santa Rosa, Castillo de Buitrón, nos trasladaban, no hace mucho, a una época no muy lejana, algunos de ellos han sido hoy destruidos en su totalidad, quizá convendría proteger lo que queda como testimonio de un tiempo en que Zalamea tuvo en su seno una intensa actividad minera.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
LA OCUPACION DE ZALAMEA LA REAL POR LAS TROPAS NACIONALES DURANTE LA GUERRA CIVIL

Sin el menor género de dudas, uno de los aspectos menos tratado de la historia de Zalamea es el periodo comprendido entre los años 1936-1939, en los que tuvo lugar la guerra civil española. Creemos que ha pasado el tiempo suficiente como para que se aborde el tema sin miedo a abrir viejas heridas, con objetividad, sin el apasionamiento que la cercanía de los hechos infunde a su conocimiento. En esta ocasión trataremos de contar como fue la ocupación del pueblo por las tropas nacionales.
La toma de la Cuenca Minera fue considerada por el Estado Mayor del General Queipo de Llano como uno de los escollos más difíciles, por temor a la fuerte resistencia que sospechaban iban a oponer los mineros al avance de las tropas sublevadas contra la República para tomar el control de la provincia de Huelva. La operación fue planteada rodeando la comarca desde tres frentes, uno por tropas que bajarían desde la sierra por Campofrío, al mando del Comandante Redondo, otro desde El Castillo de las Guardas procedente de Sevilla, al mando del Comandante Álvarez de Rementería y finalmente el tercero, que es el que nos interesa porque sería el responsable de la toma de Zalamea, por tropas procedentes de Huelva, que se estacionaron en Valverde del Camino, mandadas por el Capitán de la Guardia Civil Gumersindo Varela Paz, reforzadas por 100 falangistas llegados desde Sevilla en tres autobuses.
Esta columna estaba compuesta por efectivos de la Guardia civil, al mando de Fariñas; guardias de asalto, a las órdenes del teniente Lora; tropas de infantería, encabezadas por Pérez Carmona y Briones; requetés mandados por Arcos y López de Tejada; y falangistas, cuyo jefe era Alfonso Medina. Todos, como hemos dicho, bajo las órdenes supremas del Capitán Varela.
Descansan la noche del 24 de Agosto de 1936 en Valverde del Camino, donde algunos duermen en la cárcel que hizo de casa improvisada de hospedaje. Ese día se había recibido la orden general de operaciones del Estado Mayor donde se determinaba que Zalamea debía ser ocupada al día siguiente, miércoles 25. Desde el cuartel general se prepararon octavillas que fueron lanzadas el martes por la aviación en Zalamea animando a la población a rendirse, entregando rehenes que garantizaran la entrada pacífica de las tropas.
En el otro lado, en el pueblo, fiel a la República, enterados por las octavillas del inminente ataque de las fuerzas nacionales, se organiza la resistencia. Para ello se arman a civiles voluntarios que bajo el mando de las mismas autoridades del concejo se disponen a ocupar posiciones para defender la población, con este fin se hicieron uso de las armas que anteriormente había requisado la guardia civil y que estaban depositadas en el cuartel. Los lugares elegidos para ofrecer resistencia fueron la entrada de los Pocitos y el Alechín (hoy calle la Encina), igualmente se situó un puesto de vigilancia avanzada en la cima del Monte del Pilar Viejo, también se colocaron algunos milicianos armados en la entrada por el cementerio y un grupo de hombres con ametralladora en el campanario de la torre que no se había visto afectado por el incendio de la Iglesia del mes anterior.
Entretanto, en Valverde, sobre las dos de la madrugada comienzan los preparativos para iniciar la marcha; algunos simpatizantes agasajan a los soldados ofreciéndoles café y churros, y así, sobre las cuatro de la madrugada, se ponen en camino hacía Zalamea. Las fuerzas las componen alrededor de mil hombres que son desplazados en camiones, camionetas y automóviles que suman en total unos 30 vehículos. A su paso por el empalme de El Buitrón toman precauciones por los incidentes registrados en aquel lugar unos días antes en los que un grupo de milicianos atacaron a las fuerzas allí concentradas. La marcha continúa lentamente y alrededor de las 7 de la mañana la expedición está ya situada a unos dos kilómetros de Zalamea y comienzan a realizar los preparativos para el asalto final. Son apoyados por un aeroplano de la base de Tablada que sobrevuela el pueblo constantemente
En el interior de Zalamea, el temor de las familias que se agrupan y se refugian en las casa que piensan están más protegidas contrasta con el arrojo y valentía de los que se aprestan a resistir confiando en que podrán rechazar el ataque.
Para acometer el asalto, las fuerzas nacionales se reorganizan en tres grupos, el primero bajo las órdenes de Fariñas e integrado por guardias civiles, intendencia y carabineros se despliegan y entran por el Centro; por la izquierda, guardias de asalto al mando de Lora rodean el pueblo para entrar por el camino de la Zapatera, y por la derecha, conducidos por Varela, otro grupo de guardias civiles y requetés avanzan hacia la Estación Nueva. El primer encuentro se produce al toparse con el puesto avanzado republicano colocado en el Monte del Pilar Viejo; pero, aunque la resistencia de éste es heroica, es reducido fácilmente y se coloca allí uno de los cañones que bombardean las posiciones republicanas. Continúan adelante por Los Pocitos donde vuelven a encontrar combatientes republicanos a los que obligan a retroceder. El frente formado por las tropas al mando de Fariñas se extiende en una línea que alcanza alrededor de un kilómetro por los cercados de La Florida y el Alechín; allí se producen de nuevo enfrentamientos; pero los bombardeos de las posiciones fieles a la república por el avión de Tablada fuerzan a la resistencia a replegarse hacia el centro del pueblo. Las tropas nacionales que han conseguido penetrar en el interior del casco urbano se encuentran con los disparos que hacen desde los altos de la Torre, produciéndose un tiroteo que acaba cuando los milicianos apostados allí se convencen de la inutilidad de su esfuerzo y abandonan la posición por temor a verse aislados. En los enfrentamientos de la calle de la Plaza muere un miliciano y un oficial del ejército nacional.
Uno de los últimos combates se produce en la puerta del Ayuntamiento desde donde hubo un intenso intercambio de disparos con las fuerzas ocupantes que se colocaron en el bar de la acera de enfrente. Los impactos de las balas fueron perfectamente visibles en las gradas que subían al piso alto del consistorio municipal hasta la remodelación del edificio en tiempos recientes. Cuando entienden que toda resistencia es inútil, los combatientes republicanos que no fueron capturados intentan salir del pueblo; un grupo lo hace por San Vicente, pero son interceptados por las fuerzas que suben desde la Zapatera, produciéndose disparos que causan varias bajas en ambos bandos. Otro grupo intenta salir por el este en dirección a Campillo y Riotinto pero se encuentran con las fuerzas que habían tomado posiciones en la Estación Nueva. A pesar de todo, algunos logran burlar el cerco saliendo por la Morita y consiguiendo llegar a El Campillo.
La toma de Zalamea fue un episodio breve pero singularmente difícil en relación con otros pueblos de la Cuenca e incluso de la provincia, pero era un hecho perfectamente previsible. Al ánimo y al coraje de los leales a la República, algo más de un centenar de hombres con escaso o nulo entrenamiento militar y con un armamento deficiente e irregular, se oponían unas fuerzas de un millar de soldados bastante bien organizados, con un armamento superior y con apoyo aéreo.
Esta primera operación militar termina alrededor de las 10 de la mañana. A partir de ahí las fuerzas ocupantes recorren las calles golpeando las puertas de las casas y obligando a sus propietarios a salir a la calle para efectuar después un registro en busca de refugiados fieles a la República. Las puertas que no se abren son derribadas violentamente. La gente atemorizada sale a la calle con los brazos en alto gritando las consignas fascistas por miedo a las represalias. El terror que se implanta en esas primeras horas hace que muchos refugiados se vean delatados por los mismos que le había dado refugio. Inmediatamente se procede a liberar a los presos de derecha que estaban en la cárcel y en la escuela próxima, que habían conseguido salvar su vida gracias a la rectitud del alcalde republicano Cándido Caro, actitud que luego no se vio correspondida. Igualmente se comienza a requisar agua y comida para la tropa.
Unas horas después, sobre el mediodía, desde El Campillo y Riotinto, enterados por los que consiguieron escapar de la toma de Zalamea, se inicia una contraofensiva para intentar recuperar el pueblo. Esto se hace desde dos frentes: uno a través de la carretera nacional con dos camiones blindados que se habían preparado en Zarandas seguidos de una camioneta amarilla cargada de voluntarios, el otro frente intenta penetrar por la Estación Vieja. Las tropas nacionales, alertadas por unos vigías colocados expresamente, se apostan en los altos de la Estación Nueva con ametralladora y un cañón para contrarrestar la inicial ventaja de las atacantes republicanos. Contaron de nuevo con el apoyo de la aviación que tuvo una intervención definitiva en el final de esta ofensiva. Se produce un fuerte enfrentamiento y los nacionales desde la ventajosa posición de las tropas de Varela en los altos de la Estación Nueva, consiguen inutilizar los camiones blindados que, aunque ofrecían protección contra los disparos, eran difíciles de manejar por su gran peso, consiguiendo finalmente detener, aunque con dificultad, el avance de los republicanos, y después de duros combates, que casi rozaron el cuerpo a cuerpo, logran hacerlos retroceder.
De la dureza de este último episodio dan fe las numerosas bajas producidas. Los nacionales perdieron a dos hombres y más de una docena de heridos, sin embargo las mayores pérdidas tuvieron lugar en el bando de los republicanos que dejaron un número elevado de muertos esparcidos por la zona. Los que huyeron difundieron la noticia y contribuyeron involuntariamente a crear el desánimo y el temor en el resto de los pueblos de la Cuenca.
Lo sucedido en Zalamea después de su ocupación por las tropas nacionales es uno de los episodios más tristes y cruentos de nuestra historia, pero sería objeto de un capítulo aparte.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León