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EL AÑO DE LOS TIROS I

Foto: La plaza del antiguo pueblo de Riotinto donde tuvo lugar la manifestación
Hace ahora mas de 120 años tuvieron lugar en la Cuenca Minera unos hechos que durante mucho tiempo permanecieron en la memoria colectiva de sus habitantes. Fueron conocidos con el nombre de "El año de los tiros". El paso del tiempo ha ido diluyendo su recuerdo hasta el punto que las nuevas generaciones apenas saben algo de lo que ocurrió aquella tarde del Sábado 4 de Febrero de 1888 en la que alrededor de un centenar de personas que acudieron a una manifestación en la plaza del antiguo pueblo de Riotinto perdieron su vida mientras defendían sus derechos de una manera pacífica. Aquel suceso ocupó la primera plana de los periódicos de la prensa nacional; sin embargo, muchos años después, lo ocurrido allí permaneció oculto por el miedo y el silencio impuesto desde arriba.
Afortunadamente hoy disponemos de una documentación que nos permite conocer con relativa exactitud lo ocurrido. Podemos manejar actualmente, para acercarnos a los hechos, el diario del Congreso y del Senado, donde se debatió largamente sobre lo ocurrido, los telegramas y cartas que se cruzaron entre las autoridades durante aquellos agitados días, la correspondencia con la oficina Central de Londres, la declaración de algunos inculpados, el libro "Los humos de Huelva" escrito por un periodista zalameño de la época. Todo esto sin detallar una multitud de documentos que directa o indirectamente se refieren a este asunto, así como las hemerotecas y numeros trabajos de reciente publicación.
En las minas de Riotinto se había utilizado desde la antigüedad el sistema de calcinaciones al aire libre, las denominadas "teleras", como forma de fundición del mineral. Cuando la Compañía Inglesa compró estas minas al Estado Español en 1873, industrializa su producción y el número y tamaño de estas calcinaciones aumentaron desmesuradamente, produciendo una enorme cantidad de humos sulfurosos que se extienden por toda la Cuenca Minera. Esta "manta" de humos alcanzó unos límites insoportables para la salud humana y para los agricultores de la comarca. Fue sin duda éste último aspecto en el que Zalamea se vio especialmente perjudicada por ser un pueblo en el que la agricultura y la ganadería tenían mayor importancia.
Paralelamente los humos también producían malestar entre los mineros ya que cuando las condiciones atmosféricas concentraban las emisiones de gases tóxicos en torno a la mina las trabajos se paralizaban y consecuentemente los mineros dejaban de percibir el salario correspondiente a ese día con lo que además de un problema medioambiental y de salud, los humos se convirtieron a la vez en un problema laboral.
Este es el germen de los hechos que en sucesivos artículos iremos describiendo para explicar cómo se fueron desarrollando hasta culminar el 4 de Febrero de 1888 en aquella manifestación que fue reprimida duramente por los soldados del Regimiento de Pavía.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS X (CONCLUSIÓN)

En los nueve capítulos anteriores hemos procurado narrar los hechos de forma amena y atractiva, evitando la profusión de datos que pudieran hacer difícil su lectura. Puede que alguien piense que todo esto ha surgido por el estreno de la película de Cuadri, y en parte tiene razón, pero sólo en parte porque en realidad la investigación sobre los sucesos del 4 de Febrero la comenzamos ya hace bastantes años, interesados al comprobar cómo este hecho había pasado a formar parte de la memoria colectiva de nuestro pueblo. Zalamea la Real conservó el único vestigio en la Cuenca Minera de lo ocurrido aquel día, el monumento a Juan Talero levantado en la plaza que lleva su nombre el día 20 de Mayo de 1890. Talero, como ya apuntamos anteriormente, era un diputado liberal que aunque no se significó en los debates parlamentarios sí trabajo intensamente cerca del gobierno, a cuyo partido pertenecía, abriendo puertas a los miembros de la comisión de la liga antihumos e incluso hay quien asegura que estuvo detrás de la publicación del decreto prohibiendo las calcinaciones. En cualquier caso su labor hubo que ser meritoria porque el pueblo de Zalamea le mostró su agradecimiento con el monumento antes mencionado y que él no pudo ver porque había fallecido a los pocos meses de la manifestación.
Hay otro aspecto que conviene resaltar para ser objetivo, y es que la compañía inglesa no sólo trajo explotación de hombres y recursos a la zona, sería injusto no reconocer que junto a ello trajo también progreso y desarrollo. Riotinto conoció el ferrocarril en una época en la que la mayoría de las ciudades y capitales de provincias españolas sólo podían soñar con él. En realidad lo que subyace detrás de esta movilización que culmina con la masacre de aquel sábado de Febrero no es otra cosa que el clásico enfrentamiento entre dos sistemas económicos, uno del antiguo régimen, basado en la agricultura y en la ganadería, con el cacique como figura destacada, y otro sistema moderno, derivado de la revolución industrial. Ambos colisionan y el choque fue decantándose a favor del último. La Compañía inglesa acabó ostentado el poder casi absoluto en la zona de las minas e influyendo notoriamente en los medios gubernamentales de la provincia. De tal manera que algunos años más tarde, a principios del siglo XX, a uno de los directores de las minas, Walter Browning, se le conoció popularmente como el "rey de Huelva".
Hemos referido anteriormente que en todos estos años de investigación hemos conseguido datos de fuentes muy variadas: publicaciones de la época, trabajos editados recientemente, el impresionante debate de las Cortes reflejado en el diario de sesiones, declaraciones de testigos presenciales; pero ninguna de ellos nos ha impresionado tanto como la tradición oral que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que después de más de cien años aún hemos podido recoger. De esta manera han llegado hasta nosotros historias, contadas por personas que referían haberlas oído a sus mayores, como la de aquella mujer que huyó angustiada después de los disparos escuchando los cascos de los caballos que la perseguían; o la de aquella otra que atemorizada esperó hasta altas horas de la madrugada en las afueras del pueblo, escondida, para llegar a su casa, por temor a ser detenida. También la historia de aquel hombre que en el momento de los disparos fue arrollado por la gente y que consiguió levantarse a duras penas para refugiarse en casa de unos familiares del pueblo de Riotinto. Al cabo de unos días regresó a su casa, hondamente impresionado, arrancó la hoja del calendario, la enmarcó en un pequeño cuadro negro y lo colgó de la pared ordenando a su familia que nunca lo quitaran de allí, y sus descendientes respetaron su voluntad, y allí quedó colgada desde entonces donde nosotros tuvimos la oportunidad de verlo mientras su nieta, ya anciana, nos lo contaba. Historias que después de todo este tiempo siguen sobrecogiendo el corazón de quien las escucha.
Nuestro deber es trasmitirlas para que nuca caigan en el olvido.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS IX (Algunas cuestiones pendientes)

Narrados los hechos, los lectores interesados puede que deseen profundizar en algunos aspectos no totalmente aclarados, tales como: ¿Por qué los terratenientes Ordóñez Rincón y Lorenzo Serrano se marcharon del Ayuntamiento de Riotinto antes de los disparos? ¿Por qué hubo esas discrepancias sobre el número de muertos? ¿Qué pasó con los cadáveres? ¿Tuvo el suceso realmente tanta resonancia a nivel nacional?
Con respecto a por qué Lorenzo Serrano y Ordóñez Rincón se ausentaron del Ayuntamiento, pueden apuntarse muchas conjeturas, todas ellas posibles; pero hay una que probablemente sea la que más se acerque a la realidad. La biografía de Ordóñez Rincón publicada por su nieto Rafael Ordóñez Romero dice que este hombre pertenecía en aquellos momentos al partido liberal que formaba parte de la colación de gobierno que presidió Sagasta. Ahí puede estar la clave. El gobernador era el representante del gobierno en la provincia y por tanto tenía afinidad política con José María Ordóñez. Puede que al llegar al Ayuntamiento tuviera una breve conversación con él y le comunicara su firme resolución de disolver la manifestación por cualquier medio. A partir de ahí es posible que ambos dirigentes de la liga antihumos, advirtiendo el cariz que parecían tomar los acontecimientos, decidieran retirarse de la escena. En cualquier caso es una coincidencia bastante extraña que la ausencia de estos hombres se produjera con la entrada del gobernador en el Ayuntamiento.
Respecto a si realmente el hecho tuvo la resonancia que se le quiere dar hoy no hay duda, los sucesos del 4 de Febrero de 1888 ocuparon las primeras planas de las noticias en los periódicos nacionales y la prensa se ocupó de ello durante bastante tiempo. Hubo periódicos que se posicionaron a favor de la compañía, como fue el caso de La Provincia, El Día, La Época y El Globo. Y hubo otros que lo hicieron a favor de los mineros o de la Liga Antihumista, como fueron: El Reformista, La Coalición Republicana, El Correo de Sevilla, El Socialista, El Clamor y El Imparcial por nombrar sólo los más destacados. Entre los periodistas cabe mencionar a dos: José Nogales, nacido en Valverde del Camino, que se preocupó por esclarecer los hechos, dando una versión contraria a la oficial, y el periodista zalameño Juan Cornejo Carvajal que publicó una larga serie de artículos defendiendo la posición de los pueblos, artículos que recogió mas tarde en un libro publicado en 1892 con el título "Los Humos de Huelva".
Pero no sólo la prensa se ocupó de lo ocurrido; en los días posteriores al suceso hubo un intenso debate en el Congreso de los diputados. Destacó en este sentido el diputado de la oposición Romero Robledo por sus intervenciones a favor de los pueblos, criticando la actuación del gobernador, aunque paradójicamente este diputado formaba parte del gobierno de Cánovas que dos años más tarde derogaría el decreto de prohibición de las calcinaciones.
Hemos dejado para el final la cuestión más controvertida: cuál fue el número de víctimas y dónde fueron enterrados los muertos no reconocidos.
Desgraciadamente no hay registros, entre ellos debía haber muchos que no eran naturales de la comarca y habrían llegado de otras partes de España. El pueblo siempre habló de más de 200 muertos, pero esta cifra hay que acogerla con reservas porque puede ser exagerada. En el extremo opuesto, la Compañía y el gobierno reconocieron 13 muertos y 43 heridos; pero es lógico que estuvieran interesados en minimizar los efectos de la represión. ¿Cuántas fueron entonces las víctimas de aquella represión? Para ello hay que recurrir a otras fuentes. Por ejemplo Romero Robledo, el diputado de la oposición, hablaba en sus intervenciones de casas en el alto de la mesa que se cerraron porque toda la familia asistió a la manifestación y no se volvieron a abrir, da nombres y apellidos de víctimas que nunca fueron reconocidas; por otro lado Juan Antonio López, el miembro de la comisión que discutió con el gobernador, afirma en su declaración que al atravesar la plaza después de la masacre observó que había un gran número de muertos, entre ellos dos mujeres y un niño de alrededor de 10 años que tampoco figuran en la lista oficial. Contrastando todos los datos y testimonios creemos que la cifra de muertos subió del medio centenar, quizá unos sesenta o setenta, entre los que cayeron ese día en la plaza y los que fallecieron los días siguientes en sus casas. ¿Dónde están entonces todos esos muertos? ¿Qué se hizo con ellos? Según algunos fueron recogidos en carretas por la noche y enterrados en fosas comunes en el cementerio y entre las escombreras de las minas. En el pueblo de Riotinto la tradición oral señalaba unas zonas determinadas, cerca de la actual Bella Vista y en Zarandas; hay quien aseguró que algunos fueron sacados de Riotinto en furgones de tren con destino desconocido. Nunca se hizo una búsqueda seria para encontrarlos. Según David Avery, de vez en cuando, al remover algunos terrenos, aparecían restos sin que nadie diera una explicación satisfactoria. La verdad quedó enterrada con ellos.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS VIII (Las consecuencias)

Imagen: Foto de D.José González Domínguez, alcalde de Zalamea la Real en Febrero de 1888. Encabezó la manifestación y presenció desde el Ayuntamiento los disparos que se hicieron sobre la multitud y dio testimonio de ello a la prensa de la época.
La masacre tuvo un efecto devastador en la gente sencilla del pueblo, que durante los días posteriores, y aún mucho después, vivió atemorizada y angustiada no sólo por lo que presenciaron sino por la feroz represión que ejercieron las fuerzas del orden. Los heridos que fueron recogidos en la plaza, después de ser atendidos, fueron detenidos y algunos de ellos enjuiciados; razón por la cual muchos de los heridos que en un principio habían logrado huir se negaron a recibir asistencia médica y acabaron engrosando el número de muertos. Se realizaron registros domiciliarios en busca de Tornet y de otros cabecillas de la huelga y de la manifestación que no habían sido localizados hasta entonces, se enviaron nuevos refuerzos de soldados y guardias que establecieron controles en las poblaciones de la Cuenca, especialmente en Riotinto, viviéndose un auténtico estado de excepción; de hecho hubo un intento de traspasar el mando a una autoridad militar, aunque el gobernador finalmente no lo consideró necesario. El miedo caló tan hondo en la población que se eludía tratar del asunto públicamente; aunque, como es lógico, en círculos privados o de puertas para adentro no se hablara de otra cosa. Un ejemplo de ello lo tenemos en la sesión que la corporación municipal de Zalamea celebró el domingo 5 de Febrero, un día después, y en la que oficialmente no se hizo constar en las actas nada de lo ocurrido. ¿Podemos imaginarnos que aquellos hombres no trataran de lo que pasó apenas 24 horas antes? ¡Y fue presidida por el alcalde José González Domínguez, uno de los protagonistas! Probablemente fue el asunto más importante de la sesión, por no decir el único, pero se evitó reflejarlo en el acta.
El lunes siguiente la mayoría de los obreros volvieron al trabajo y las movilizaciones populares contra los humos se cortaron de raíz. Transcurriría más de doce años antes de que se registrara otra protesta obrera porque a la represión se unió el endurecimiento de las medidas de la compañía inglesa contra los mineros que secundaron la huelga. Se incrementaron los despidos y las reivindicaciones salariales fueron rechazadas de plano y sólo se aceptó la supresión de la peseta de contribución médica después de trascurridas unas semanas, para que nadie las relacionara con las movilizaciones, medida que la empresa ya tenía pensado aplicar antes de la huelga. Pero la Compañía también aprendió algo de aquel día, en lo sucesivo debería intervenir en política y ocuparse más del entramado social de la población, creando servicios de atención a los obreros y a sus familias
Las víctimas oficialmente reconocidas recibieron ayudas de algunas instituciones, ayudas que se llevaron a cabo muy a pesar de las publicaciones afines a la empresa y de algunos sectores políticos. Tomó la iniciativa en este sentido el Ayuntamiento de Zalamea la Real que con fecha del 11 de Febrero de aquel mismo año ya acordó abrir una suscripción para socorrer a las víctimas a la vez que proponía al resto de los Ayuntamientos de la comarca hiciesen lo mismo. Un intento anterior, del 8 de Febrero, promovido por Ordóñez Rincón en la Diputación Provincial, fue rechazado por motivos políticos ya que implicaba el reconocimiento tácito de la responsabilidad del gobernador civil y del ejército. Las ayudas procedieron también de aportaciones particulares y de medios de comunicación.
¿Todo acabó entonces aquel 4 de Febrero? Evidentemente no. Los trágicos sucesos de aquel día tuvieron una gran resonancia a nivel nacional. La noticia acaparó las portadas de los principales periódicos, que además se siguieron ocupando de ella durante bastante tiempo. Por otra parte la liga antihumista continuó moviéndose en círculos políticos tanto en la diputación provincial como en la capital de España donde, desde hacía algún tiempo, una comisión de la liga formada por cuatro personas realizaba gestiones para conseguir sus propósitos.
Así pues la presión mediática y política, incluso desde dentro del mismo partido del gobierno, consiguió que el 29 de Febrero, 25 días después, José Luis Albareda, ministro de la gobernación, publicara el real decreto prohibiendo las calcinaciones al aire libre. En él se establecía que este sistema debería ir reduciéndose gradualmente hasta desparecer, estableciéndose como fecha límite Enero de 1891.
Pero la Compañía inglesa era demasiado poderosa como para rendirse ante obstáculo tan vano. Desató una intensa campaña a todos los niveles, utilizando todos los medios a su alcance, que eran muchos, prensa, supuestos expertos en medicina y salud, políticos; todos ellos tenían, además de las declaradas razones de interés público, otras no tan declaradas de interés privado puestas al servicio de la empresa. El caso es que el decreto acabó convirtiéndose en papel mojado, no se respetó en absoluto y el 29 de Noviembre de 1890, el gobierno conservador presidido por Cánovas del Castillo, acabó derogándolo.
La Compañía, aunque se vio obligada a pagar indemnizaciones a los agricultores que sirvieron para acallar algunas protestas, siguió campando a sus anchas y continuó utilizando impunemente el sistema de calcinaciones al aire libre. La última telera se apagó en 1907, diecinueve años más tarde de aquella manifestación. Y no fue por decreto sino porque se aplicaron otros procedimientos más productivos y rentables.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS VII (El desenlace. Los culpables)

Después de la carga a bayoneta calada, la plaza de la Constitución de Riotinto quedó en silencio. Sólo los gemidos de los que aún conservaban un halo de vida se oían entre los pasos de los soldados. Desde el balcón del Ayuntamiento algunos de los allí presentes quedaron profundamente impresionados con lo que acababan de contemplar.
Maximiliano Tornet, el más experimentado de la comisión en estas lides, comprendió al instante sobre quienes recaerían las culpas de lo allí ocurrido y aprovechando los primeros momentos de desconcierto salió del Ayuntamiento y huyó de Riotinto. El alcalde de Zalamea, José González, y Juan Antonio López, el secretario del juzgado de este pueblo, los únicos miembros de la comisión que aún permanecían en la sala, recibieron del gobernador la orden de regresar a Zalamea y aguardar allí la decisión que sobre ellos se tomara; y así lo hicieron.
Las fuerzas del orden impidieron que nadie se acercara a socorrer a los heridos y procedieron a detener a los que merodeaban por los alrededores. Ya oscurecido, los muertos que no habían sido reclamados por familiares fueron recogidos en carretas y enterrados entre las escombreras de la mina. Algunos manifestantes, los menos, encontraron refugio en casa de familiares o amigos del pueblo de Riotinto, los demás regresaron a sus pueblos de origen de manera desordenada y a campo a través por miedo a ser detenidos.
Oficialmente sólo se reconocieron 13 muertos y 43 heridos; pero hoy resulta difícil creer en esa cifra por la manera en que se desarrollaron los hechos y porque ya algunas declaraciones públicas e intervenciones en la prensa de la época elevaban el número de muertos a más de 50 y el de heridos a un centenar. La tradición popular, que se trasmitió de padres a hijos, afirma que los muertos fueron más de 200. En Zalamea siempre se dijo que la mayor parte de los componentes de la banda de música cayeron en aquella plaza. Lo que ahora nos parece evidente es la magnitud desproporcionada del ataque de los soldados a los manifestantes y el énfasis con el que se ensañaron en disolver a los allí congregados. Algunos testimonios aseguran que se disparó por la espalda a los que huían y a los que habían caído al suelo. Desde luego la posterior carga con la bayoneta calada en los fusiles prueba la violencia con la que actuaron los soldados, aunque es justo decir que no todas las fuerzas del orden lo hicieron así. Se asegura que la guardia civil disparó al aire y que, en algunos momentos, se interpuso entre los soldados y la masa para evitar un mayor derramamiento de sangre.
Después de todo esto cabe preguntarse quién o quienes fueron los culpables de esta tragedia. Los documentos que hoy manejamos reflejan que desde un primer momento se culpó a las autoridades de Zalamea por ser los principales responsables de haber organizado la manifestación, especialmente al alcalde, José González Domínguez, y a Juan Antonio López. Y así se pone de manifiesto en una carta que el juez auxiliar, Manuel Márquez, envía a D. José María Parejo, abogado de la compañía, en la que se señala directamente al mencionado Juan Antonio López y a Maximiliano Tornet. Se dio órdenes de arresto sobre el alcalde de Zalamea; pero éste salió días antes en dirección a Madrid, donde se movió en círculos políticos buscando apoyo a su causa. Juan Antonio López fue interrogado sobre los hechos, aunque desconocemos si sufrió algún tipo de sanción. Maximiliano Tornet fue buscado por las autoridades, pero jamás dieron con él. Hay testimonios que aseguran haberlo visto el día siguiente en Zalamea, el único pueblo de la cuenca que mantenía cierta independencia del poder e influencia de la Compañía y en el que pudo haber buscado refugio. Después se le perdió el rastro y de él nada más se supo.
Con la perspectiva del tiempo, hoy podemos valorar los hechos con mayor objetividad y estamos convencidos que el principal responsable de lo ocurrido fue el gobernado, Sr. Bravo y Joven, que con su actitud extremadamente dura e intransigente provocó que aquella situación desembocara en tragedia. Recordemos que los hechos tuvieron lugar sobre las 4,30 de la tarde de principios de Febrero, cuando en aquel tiempo solo quedaban unas pocas horas de luz para terminar el día, y que toda aquella gente debería regresar a sus casas. Hubiese bastado un poco de paciencia y diálogo, y posiblemente los manifestantes hubieran regresado a sus pueblos tranquilamente. Aún queda en el aire la duda de quién dio la orden de disparar. En círculos oficiales se afirmó que los soldados habían actuado por propia iniciativa ante una supuesta agresión por parte de los manifestantes; pero cuesta creer que se produjera de ese modo por la forma organizada en que se retiró la caballería de la plaza y la manera en la que los soldados realizaron las repetidas descargas de fuego y la carga con bayoneta. Hubo quien aseguró que se hizo una señal, previamente convenida entre el gobernador, el teniente coronel y los oficiales, para ordenar la carga de los soldados (según algunos, el gobernador se quitó el sombrero y con un pañuelo blanco se secó el sudor de la frente). Nunca se pudo aclarar tal circunstancia; pero el caso fue que la tropa de la compañía, no los oficiales, fue arrestada en su cuartel durante bastantes años, con lo que los nuevos reemplazos se encontraron con un arresto por un suceso en el que ellos no habían participado y del que, algunos, ni siquiera habían oído hablar.
Se investigó la actuación del gobernador, pero finalmente quedó libre de culpa. Meses después fue sustituido en el cargo y trasladado.
Los terratenientes Lorenzo Serrano y Ordóñez Rincón jamás fueron molestados.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS VI (LA MANIFESTACIÓN)

Foto: Imagen de la época en la que se aprecia una vista de la Plaza de la Constitución de Riotinto y la calle que baja hasta ella tomada desde el balcón del Ayuntamiento.
En el capítulo anterior dejamos la manifestación formada por mineros y agricultores a la entrada del antiguo pueblo de Riotinto. Pues bien, previamente ambas partes se habían puesto de acuerdo en unir sus reivindicaciones y elegir una comisión que subiera al Ayuntamiento, en representación suya, a exponer sus demandas, que resumidamente eran las que siguen: 1ª. Que la Corporación municipal se reuniera en sesión extraordinaria, 2ª. La prohibición de las calcinaciones al aire libre. 3ª. Que el Ayuntamiento influyera sobre el Director de las Minas para que las peticiones de los obreros fueran atendidas (Supresión de la peseta de contribución médica, reducción a nueve horas del horario laboral y mejoras en las condiciones de trabajo). La Comisión constituida estaba formada por Maximiliano Tornet, José María Ordóñez Rincón, José Lorenzo Serrano, José González Domínguez y Juan Antonio López.
En un principio se acordó que el grueso de la manifestación permaneciera en El Valle hasta conocer el resultado de las gestiones de la comisión, pero lo cierto es que los manifestantes siguieron a ésta y entraron en Riotinto, con la banda de música de Zalamea a la cabeza, y se situaron en la plaza de la Constitución frente al Ayuntamiento, donde les aguardaba otro número elevado de mineros. Serían aproximadamente las 2 del mediodía. Según algunos datos los manifestantes eran alrededor de 8.000 personas, otras fuentes apuntan a que superaban las 12.000, en cualquier caso era una manifestación bastante multitudinaria para la época. Algunas referencias nos dicen que en Zalamea sólo quedaron los enfermos o personas imposibilitadas físicamente. Entre los manifestantes había mujeres y niños de todas las edades, lo que constituye una prueba más del carácter pacífico de la manifestación.
La comisión referida subió a los altos del Ayuntamiento para pedir al alcalde de Riotinto, Don Manuel Mora, que se reuniera la corporación en sesión extraordinaria. Éste accedió pues conocía la inminente llegada del gobernador con la tropa; pretendiendo quizá ganar tiempo de esta manera. Éste les pidió a los miembros de la Comisión que esperasen fuera de la sala de Juntas. Entretanto, en la calle, la muchedumbre, animada por la banda de música, coreaba sus reivindicaciones de manera alegre y pacífica.
El alcalde y los concejales son presionados para que la sesión fuera pública con el fin de que los representantes de la manifestación pudieran asistir a ella, pero a través de un municipal se les comunicó que tuviesen paciencia, que el Ayuntamiento estaba ya deliberando.
Alrededor de las 3,30 llegó el gobernador, Sr. Bravo y Joven, junto al destacamento del regimiento de Pavía que procedió inmediatamente a situarse ante las puertas del Ayuntamiento. Las fuerzas del orden que hay ya en Riotinto son ya considerables: alrededor de varias decenas de Guardias Civiles, un escuadrón de caballería y el destacamento de soldados que acababa de llegar. El gobernador y las fuerzas del orden fueron recibidos con "Vivas" y aplausos por los manifestantes que o bien creen ingenuamente que su presencia va a contribuir a solucionar el asunto o bien quieren resaltar el sentido pacífico de la manifestación. El gobernador y el Teniente coronel suben a los altos del Ayuntamiento e inmediatamente recibe a la Comisión de Zalamea
Es significativo un hecho que ocurre en estos momentos y es que los dos terratenientes, Lorenzo Serrano y Ordóñez, abandonan el edificio y regresan a Zalamea. ¿Qué pudo ocurrir a la llegada de la máxima autoridad provincial para que estas dos personas decidieran ausentarse? Tiempo tendremos más adelante para analizar las razones. El gobernador, desde su llegada, adopta una actitud de fuerza e intransigente, concluyendo que el Ayuntamiento no podía tomar el acuerdo de prohibir las calcinaciones, y que si lo tomaba él lo anularía inmediatamente, como ya lo había hecho antes con el de Alosno y ordenó a los miembros de la comisión que disolvieran inmediatamente la manifestación. Juan Antonio López discute con él sobre las razones que había para prohibir las teleras y ante la imposibilidad de convencerlo le ruega salga al balcón y tranquilice a los manifestantes que ya habían comenzado a impacientarse ante la falta de noticias. El gobernador así lo hace pero de una manera taxativa y amenazante, increpando a los allí presentes para que regresen a sus casas. Después de él salió al balcón el teniente coronel de ejército, Ulpiano Sánchez, que ordena a la muchedumbre se disuelva, afirmando que si no es así se vería obligado a hacer uso de la fuerza. En ese momento los testimonios coinciden en que hubo alguien que desde la acera izquierda de la plaza pronunció unas palabras confusas que algunos interpretaron como "nosotros también tenemos fuerza" o "nosotros también tenemos armas" y otros que la palabra dicha era "alma".
El caso fue que, sin que haya podido aclararse quien dio directamente la orden, la caballería se retiró de la plaza, los soldados se echaron los fusiles a la cara y abrieron fuego contra los manifestantes.
Eran aproximadamente las 4,30 de la tarde del sábado 4 de Febrero de 1888. La multitud huyó horrorizada tratando de encontrar una salida por las calles aledañas, arrasándolo todo y pisando a los que caían al suelo; algunos quisieron volver a buscar a familiares o amigos pero una carga con bayoneta se lo impidió. Al cabo de quince minutos la Plaza de la Constitución del pueblo de Minas de Riotinto estaba desierta. El suelo quedó sembrado de muertos y heridos.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS V (Preparando la manifestación)

Foto: Las teleras aumentaron enormemente desde finales de 1887
Entremos de lleno en lo que fueron los preparativos de la manifestación y el ambiente que reinaba en las poblaciones de la Cuenca Minera en los días previos a esta.
Hoy se nos plantean unas cuestiones a las que estamos en condiciones de dar respuesta. ¿Fue realmente una manifestación espontánea fruto de la tensión que se vivía en los pueblos? ¿Quiénes las organizaron? ¿Qué ocurrió en los días previos a la manifestación?
Sabemos que desde finales de Enero la situación era muy tensa en Zalamea la Real, pueblo eminentemente agrícola y ganadero desde donde actuaban lo principales dirigentes de la Liga Antihumos. Aquí, el día 24 de ese mes, un grupo numeroso de manifestantes se dirigieron al Ayuntamiento en protesta por negarse el de Riotinto y Nerva a prohibir las calcinaciones en sus términos y exigiendo a las autoridades municipales mediaran ante el gobierno de la nación.
Por otro lado, en Riotinto, Maximiliano Tornet había conseguido promover una huelga que comenzó el miércoles 1 de Febrero. Esta huelga se extendió por todos los departamentos. Además de las reivindicaciones laborales pedían también la supresión de las calcinaciones. Hubo diversos conatos de manifestación en ese día pero la Guardia Civil, cuyo comandante no dejaba de pedir refuerzos, logró mantener el orden. El día 2, jueves, la huelga continúa en Riotinto, el paro es prácticamente total y se formaron piquetes que impedían trabajar a los obreros que deseaban hacerlo. Un grupo de mineros, probablemente encabezados por Tornet se dirige a Zalamea y reclama a las autoridades de este pueblo se unan a sus propuestas. Es muy posible que en esa fecha se concretara el día y hora de la manifestación que tendría lugar el sábado. Puede resultar difícil de entender que un líder anarquista se alíe con propietarios y terratenientes ideológicamente opuestos a él; pero las razones son bien sencillas, ambas partes se necesitaban mutuamente para logras sus fines: derrotar a la todopoderosa Compañía Inglesa.
De esta manera se llega al día 3 de Febrero, viernes, en el que la tensión fue creciendo. Para depurar responsabilidades entre los instigadores de los conflictos se envió un juez especial para instruir diligencias. Sobre mediodía se produce una manifestación que sale del departamento norte. El teniente de la Guardia Civil intenta actuar de mediador y pide a los obreros que le entreguen una lista con sus peticiones que son rechazadas por el Director de las Minas que quiere evitar dar una imagen de debilidad. Sobre las 11 de la noche la tranquilidad parece que reina en Riotinto. Por el contrario en Zalamea a esa hora existe una enorme agitación que obliga al Ayuntamiento a constituirse en sesión permanente a las 12 de la noche. Numerosos vecinos recorren las calles gritando "Abajo los humos", "Viva la agricultura"y reclutando gentes para unirse al día siguiente a los obreros de Riotinto. El alcalde de Zalamea telegrafía al gobernador informándole de lo ocurrido y reclamando fuerzas para evitar conflictos. Hasta las 3 de la mañana no vuelve la calma a las calles de este pueblo.
El día siguiente, sábado 4 de Febrero, por la mañana parten dos manifestaciones de lugares distintos; una de mineros desde Nerva, con bandera blanca, encabezada por Tornet y a la que se le une gente de El Valle" y Alto de la Mesa, y otra de Zalamea la Real encabezada por Lorenzo Serrano, Ordóñez Rincón, el alcalde de Zalamea, José González Domínguez, y Juan Antonio López. Esta última lleva una bandera nacional y una banda de música que ameniza el recorrido y que prueba el carácter pacífico de la misma.. Después de pasado el mediodía sobre la una y media, ambas manifestaciones confluyen a la entrada de Riotinto donde grupos de personas las esperaban. La Guardia Civil les franquea el paso al comprobar que vienen pacíficamente.
El alcalde de Riotinto envía un telegrama a las 1,33 al representante de la Compañía en Huelva diciéndole:
"...Habida manifestación de Nerva con bandera blanca. En este momento (1 y 20 minutos de la tarde) entra la de Zalamea con bandera nacional representada por el Ayuntamiento"
A esa hora el gobernador; Agustín Bravo y Joven, se dirigía ya a Riotinto acompañado de un destacamento de soldados del Regimiento de Pavía.
Manuel Domínguez Cornejo Y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS IV (La situación política y los personajes)

Foto: José María Ordóñez Rincón. Presidente de la Liga Antihumos de Huelva
Con el fin de facilitar la comprensión de los hechos es conveniente hacer una breve referencia a la situación política que se vivía en España en esa época.
Después de la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII y una vez que este fallece joven 1885, queda como regente su segunda esposa Mª Cristina de Habsburgo ya que su hijopóstumo, el futuro Alfonso XIII, no nacería hasta 6 meses después.
El sistema político que se practicaba en España era el bipartidismo, ideado por Cánovas para la restauración en la que los líderes de los dos partidos principales se turnaban en el poder. En el momento que nos ocupa le correspondía gobernar al partido liberal, siendo presidente del gobierno Práxedes Mateo Sagasta, tomando como ministro de la gobernación a José Luis Albareda.
También creemos oportuno, antes de realizar la narración de los hechos, aclarar quienes eran los personajes que intervinieron en los sucesos para que cuando los mencionemos los lectores interesados puedan tener ya una referencia de ellos.
Hugo Mhateson: Presidente de la sociedad que compró las minas de Riotinto al gobierno de la I República en 1873 por casi 93 millones de pesetas: cantidad elevadísima para la época y que según algunos economistas salvó de la quiebra al estado español.
William Rich: Director de las minas de Río Tinto en Febrero de 1888. Los sucesos le cogieron casi desprevenidos porque acababa de llegar hacía apenas una semana. El dire3ctor interino hasta su llegada fue J. Osborne.
Maximiliano Tornet: Líder anarcosindicalista que llegó a las minas en 1883. Fue el principal responsable de las movilizaciones obreras de Enero y Febrero de 1888. (Por cierto, es el único personaje que aparece con su nombre real en la película "El Corazón de la Tierra")
José Lorenzo Serrano: Terrateniente zalameño de gran peso en influencia en la liga antihumista. Abogado y diputado provincial, comendador de la Orden de Carlos III y había sido alcalde de Zalamea en dos ocasiones. En 1888 tenía 71 años.
José María Ordóñez Rincón: Natural de Higuera de la Sierra, casado Mª de la Paz Lorenzo Serrano, hija de José Lorenzo Serrano. Abogado y diputado provincial. Era el presidente de la Liga Antihumista en 1888. Tenía 32 años en el momento de la manifestación.
Manuel Mora: Alcalde de Riotinto en aquel momento. Según algunos autores era empleado de la Compañía y estaba bajo su influencia.
José González: Industrial y propietario zalameño y alcalde de Zalamea en esa fecha.
Juan Antonio López: Abogado y secretario del juzgado de Zalamea. Según algunos testimonios fue uno de los principales instigadores de la manifestación de agricultores.
Agustín Bravo y Joven: Gobernador civil de la provincia de Huelva. Llegó a Riotinto el 4 de Febrero junto al regimiento de Pavía
Ulpiano Sánchez: Teniente coronel al mando de los soldados del regimiento de Pavía
Don Juan Talero: Natural de Bujalance (Córdoba), diputado nacional por el partido progresista, defendió ante el gobierno la postura de los pueblos. Falleció a los 28 años de edad pocos meses después de la manifestación.
Francisco Romero Robledo: Diputado conservador que interpeló duramente al gobierno por los sucesos del 4 de Febrero.
José Nogales: Periodista cuyas crónicas se opusieron a la versión oficial y que trató de aclarar los hechos de manera insistente.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS III (La situación de los obreros de las minas)

Foto: Grupo de obreros de las minas de Riotinto
Como ya apuntamos en el primer capítulo, las razones de la manifestación del 4 de Febrero de 1888 fueron tres: los daños de los humos sobre la agricultura, especialmente en Zalamea la Real, los problemas de contaminación y salud pública causados por esos humos y el malestar de los obreros por razones laborales.
Conviene ahora entrar un tanto en profundidad en la situación en que se encontraban en aquellos años los mineros. Desde que los ingleses se habían hecho cargo de las minas de Riotinto, la producción aumento de forma considerable y ello trajo consigo un aumento desproporcionado de la población por la llegada de mano de obra procedente de otras provincias españolas y del sur de Portugal.
Este aumento de población se registró especialmente en Nerva y Riotinto donde se crearon barrios mineros para atender al alojamiento de los nuevos obreros ( El Valle y el Alto de la Mesa nacen precisamente como poblados mineros). También ocurrió esto, aunque en mucha menor medida, en Zalamea y El Campillo (1), siendo la primera de estas poblaciones, debido a su distancia, la que tuvo una menor incidencia en su nivel de población aunque no por ello dejó de tener entre sus habitantes un número significativo de obreros ocupados en las minas. En Riotinto y Nerva los mineros vivían hacinados y no era extraño encontrar a más de una familia alojada en la misma casa en condiciones de salubridad que dejaban mucho que desear.
Por otra parte la Compañía mantenía una política de despidos muy rigurosa contra todos aquellos que demostraban una vida no acorde con sus gustos. Eran frecuentes en los poblados mineros los robos y peleas como consecuencia, en muchos casos, del consumo de alcohol. La compañía inglesa era intransigente con los infractores y generalmente a los despedidos se les expulsaba de las viviendas que ocupaban, que casi siempre eran propiedad de la empresa. Normalmente los despedidos solían marcharse si eran inmigrantes pero en otros casos permanecían en la zona vagando y viviendo de la caridad ajena.
Los sueldos que recibían los obreros oscilaban entre los 15 y 21 reales al día; sueldos que en relación con los que se cobraban en el campo eran muy elevados (en el campo el salario medio por día era de 8 reales), sin embargo el trabajo en la mina era mucho más agotador y estaba sometido a un mayor riesgo de accidentes y enfermedades y cuando los humos impedían el trabajo en algún departamento no lo cobraban o recibían sólo la mitad. La empresa disponía de un servicio médico y farmacéutico para los mineros pero les descontaba una peseta semanal para contribuir al coste de este servicio.
Toda esta situación creo un enorme malestar de fondo entre la población de las minas, especialmente en los pueblos de Riotinto y Nerva. Y fue en estas circunstancias cuando llegó, en1883, Maximiliano Tornet, líder sindical de filiación anarquista que comenzó a realizar actividades para movilizar a los trabajadores y exigir a la empresa cambios en su situación. Una vez que fueron descubiertas sus actividades sindicalistas fue despedido y pasó algunos meses en la cárcel pero puesto en libertad volvió de nuevo a Riotinto aunque no fue contratado de nuevo.
Las exigencias de los mineros se fueron concretando en un aumento de sueldo, una reducción de la jornada laboral y la supresión de la peseta de contribución médica.
(1) En 1888, El Campillo era aún una aldea perteneciente a la jurisdicción de Zalamea la Real. Con la explotación de la minas registró un sensible aumento de población que le llevó a independizarse de Zalamea en 1931.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León
EL AÑO DE LOS TIROS II (Por qué Zalamea participó activamente en aquel suceso)

Foto: D. José Lorenzo Serrano, el poderoso terrateniente de Zalamea que tanta influencia llegó a tener en la Liga Antihumista
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Para entender el papel que Zalamea jugó en el suceso del año de los tiros es necesario retroceder un poco en el tiempo. Recordemos que Zalamea la Real fue el pueblo matriz de todos los que hoy componen la Cuenca Minera y que la segregación de las distintas poblaciones que se formaron fue consecuencia directa del crecimiento demográfico derivado de la explotación de las minas, que pertenecieron a la jurisdicción de ete pueblo hasta casi mediados del siglo XIX.
En 1841 se produce la emancipación de Minas de Riotinto (1) que se llevó todo el territorio del yacimiento minero y en 1885 lo hizo el actual pueblo de Nerva. Estas segregaciones fueron recibidas con cierta animadversión por parte de Zalamea porque, entre otras razones, suponían la disminución de su territorio, por el que el pueblo se había visto obligado a pagar una elevada cantidad que lo endeudó durante muchos años. Por ello las clases dominantes mantenían una actitud hostil hacia lo administradores de las minas, por lo que no desaprovechaban oportunidad para enfrentarse a ellos, máxime cuando a esta circunstancia se le unió que la explotación minera supuso un golpe al poder absoluto que los caciques zalameños ostentaban, en tanto les restaba mano de obra disponible y barata. Cuando los humos de las teleras se incrementaron como consecuencia del aumento de producción de la Compañía inglesa, los daños que originaron en los campos zalameños fueron realmente cuantiosos. Aquello fue la gota que colmó el vaso provocando que se formara la liga antihumista, presidida por don José María Ordóñez Rincón que era natural de Higuera de la Sierra y casado con una de las hijas de Don José Lorenzo Serrano, poderoso e influyente terrateniente de Zalamea, pueblo que se adhiere y encabeza este movimiento desde 1876, al tratarse del más afectado económicamente por los humos de las calcinaciones. Ambos propietarios van a liderar la resistencia a las minas de Riotinto por este motivo.
Cuando comienza la década de 1880, las tensiones entre propietarios agrícolas y las minas se agudizan. Los directivos de la Compañia Inglesa utilizan toda su influencia para contrarrestar la protestas que les llueven de las poblaciones de alrededor, llegando incluso a promover la publicación de un decreto que declaraba las calcinaciones al aire libre como de utilidad pública (Paradójicamente en Inglaterra las teleras llevaban prohibidas desde hacia varios años). El decreto, aunque fue aprobado por el Congreso, no logró pasar, afortunadamente, el trámite del Senado.
Por su parte los pueblos del Andévalo y la Sierra, afectados también por las teleras , comienzan a prohibir, a nivel local, las calcinaciones en las minas de su término aunque, generalmente, la prohibición era dejada sin efecto inmediatamente por el gobernador. El Ayuntamiento de Minas de Riotinto, influido por la compañía inglesa, se niega a hacerlo. Entre tanto, ambas partes intentan defender sus respectivas posturas utilizando todos los medios a su alcance. De esta manera se llegó a principios de 1888.
(1)El Antiguo pueblo de Minas de Riotinto estaba situado al noreste del Alto de la Mesa, entre ésta y Nerva. Era conocido popularmente como la Mina Abajo. Más tarde, ya en el siglo XX, al ser absorbido por la mina sus instituciones se trasladaron a un barrio situado al Sur, conocido como "El Valle", que es el actual pueblo de Riotinto
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León
EL ALCALDE DE ZALAMEA DE LOPE DE VEGA. UNA DUDA RAZONABLE

En ningún momento habíamos llegado a poner en tela de juicio, en el tiempo que llevamos investigando sobre la historia de Zalamea la Real, que el suceso original que da pie al drama titulado "El alcalde de Zalamea" ocurriera en Zalamea de la Serena. Por un lado admitíamos algo que es comúnmente aceptado en círculos literarios y por otro siempre hemos creído que en nuestro pasado hay suficientes hechos de interés que justifican la entidad histórica de nuestro pueblo sin necesidad de ser identificado con el de la obra dramática. Sin embargo, desde hace unos años, algunas circunstancias han venido a sembrar en nosotros la duda y, cediendo a la natural inclinación humana por la curiosidad, decidimos dedicar algún tiempo a su investigación, investigación que, como veremos, nos deparó pequeñas sorpresas.
Todo empezó en el año 1995 cuando se recibe en Zalamea - la nuestra - una carta de un vecino de Zurbarán (Badajoz) que hacía referencia a un texto del libro "La Hegemonía Española" de la Historia Universal de la Editorial Daimon. Consultada la referencia, en ella se asegura que el suceso tiene lugar en una aldea de la provincia de Huelva. Evidentemente Zalamea la Real. En un primer momento seguimos sin darle importancia pero en 1998 se publica la obra "Felipe II y su tiempo" de Manuel Fernández Álvarez por la Editorial Espasa, obra muy completa y documentada sobre la época de Felipe II; pues bien su autor asegura, en la página 218, que la Zalamea de Pedro Crespo es Zalamea la Real. Son ya dos afirmaciones en el mismo sentido y esta última no puede tomarse a la ligera por cuanto la realiza todo un catedrático de Historia, reconocido especialista en la Edad Moderna. Cualquiera comprenderá que la cuestión merece, al menos, que se le dedique algún tiempo.
Como es lógico la principal fuente de información se centra en la obra de teatro en sí. "El Alcalde de Zalamea" pertenece al género que en literatura es conocido como de "historia y leyenda española", en él se agrupan las obras que tienen como fondo argumental un hecho histórico o leyenda que en la época alcanza cierto difusión y que el autor utiliza modificando, a veces, el argumento para darle fuerza dramática e introduciendo personajes nuevos hasta el punto que, en ocasiones, el suceso original queda disfrazado de manera que resulta difícil reconocerlo. En el caso de "El alcalde de Zalamea" vamos a dar por supuesto la veracidad del suceso aunque sin determinar de principio dónde, cuándo y cómo.
Antes de continuar hay que recordar, quizás para aclarar la perplejidad que en algunos puede haber causado el título de este artículo, que, como muchos de ustedes ya sabrán, existen dos versiones de "El alcalde de Zalamea"; una, la más conocida y también la que según los expertos alcanza mayor riqueza literaria y dramática, es aquella de la que es autor Calderón de la Barca, pero existe otra, más desconocida, con el mismo título, atribuida a Lope de Vega. La primera que se escribió, alrededor de 1610, fue la de Lope, la de Calderón es posterior, sobre 1642. Parece ser que Calderón toma la idea de Lope, modificando algo el argumento y algunos personajes, aunque bien es verdad que enriqueciéndolo literariamente hasta el punto de que con el tiempo oscureció la primera. En ninguna de las dos se aclara terminantemente a cual de las dos "Zalamea" se refiere. Justo es reconocer que en el "Alcalde" de Calderón hay indicios que hacen pensar que pudo tratarse de Zalamea de la Serena; en él se habla de que el grueso de las tropas al que pertenecen los soldados que entran en el pueblo se halla en Llerena y que su maestre de campo, Lope de Figueroa, se encuentra en Guadalupe, ambas poblaciones extremeñas. En relación con Lope de Figueroa, que aparece en ambas obras, conviene significar que es un personaje que existió realmente; se trata de un militar que estuvo en Flandes con el duque de Alba y parece ser participó también en la campaña de Portugal. Como veremos más adelante, este detalle puede tener también su importancia.
Continuando con la obra de Calderón, el contexto en el que se desarrolla hace suponer que las tropas se dirigen a Portugal o regresan de allí. Está comprobado que en 1580 Felipe II concentra tropas en Badajoz con el fin de hacerlas entrar en Portugal, precediéndole, para dar apoyo militar a sus derechos dinásticos al trono luso y Zalamea de la Serena se encuentra próxima a esa ruta.
Sin embargo leyendo con detenimiento la obra de Lope, que no olvidemos fue la primera en escribirse y por lo tanto la más cercana al suceso original, advertimos algunos detalles dignos de tener en consideración. En primer lugar no hay referencias ni a Llerena ni a Guadalupe, se habla sólo de soldados que pasan por el pueblo y se alojan en él, van también a hacer la campaña de Portugal pero parece que el rey tiene intención de enviar el tercio de Lope de Figueroa, como así lo confiesa él mismo, a las islas Terceras (Azores) para mantenerlas en orden y evitar que de allí pueda partir alguna rebelión, con lo que bien pudiera ir a embarcarse en algunos de los puertos andaluces, lo que sitúa a nuestra Zalamea en su ruta. En segundo lugar se mencionan dos personajes significativos que no figuran luego en el "alcalde" de Calderón: Bartolo el de Berrocal y Juan Serrano; el primero tiene como referencia de origen del personaje un pueblo cercano al nuestro con el que se mantuvo una gran relación en tiempos pasados; el segundo es un personaje cuya existencia real está documentada en Zalamea, en el Libro de los Privilegios, primero como regidor y después como alcalde, precisamente en el periodo en el que se sitúan los hechos (1580 - 1583).
En la versión de Lope sorprende, por otra parte, el uso de expresiones, apellidos y nombres que fueron muy comunes en nuestro pueblo, aunque, para no faltar a la verdad, hay que decir que pudieron serlo también de cualquier otro pueblo del sudoeste peninsular.
Veamos ahora cuándo pudieron tener lugar los hechos. Menéndez y Pelayo supone que el suceso debió ocurrir entre 1580 y 1581 por los indicios que se contienen en ambas obras. Efectivamente en ellas se habla, como ya hemos dicho, del envío de tropas a Portugal para apoyar los derechos dinásticos de Felipe II al trono del país vecino, país al que se desplaza el propio rey en persona siguiendo al ejercito, hechos que acaecen en aquellos años, aunque no es descartable que pudieran ocurrir también al regreso, que se produce en 1583.
En ese periodo nuestro pueblo, en aquel tiempo Zalamea a secas ya que el apelativo la Real lo obtuvo más tarde, se encuentra inmerso en un proceso de emancipación del señorío arzobispal y anexión a la corona. Desgraciadamente las actas capitulares correspondientes a esos años desaparecieron del archivo municipal y el único documento que aporta información es el Libro de los Privilegios de 1592. En él no aparece ningún alcalde llamado Pedro Crespo pero se narra un suceso ocurrido el 21 de Septiembre de 1582 en el que un alcalde ordinario, Alonso Pérez León, se enfrenta a un juez comisionado real que pretende desposeerlo de su vara haciendo caso omiso de un privilegio concedido un año antes; se trata de un hecho en el que se defiende el honor y la dignidad de un pueblo ante el abuso de autoridad del comisionado. Por cierto la persona a la que éste nombra nuevo alcalde es ¡Juan Serrano! que a la sazón vivía en la calle de la Iglesia
Hay otro aspecto que conviene resaltar. Durante su desplazamiento de Madrid a Lisboa para coronarse rey de Portugal, Felipe II despacha con frecuencia asuntos relacionados con nuestro pueblo, en concreto firma de su puño y letra seis documentos relacionados con el proceso de emancipación del arzobispado, el primero es un alvala fechado en Madrid el 25 de Diciembre de 1579; antes de partir hacia Lisboa firma otros dos, una carta de privilegio el 19 de febrero de 1580 y al día siguiente, 20 de Febrero, una provisión. Estando en Mérida, el 15 de Mayo de 1580, firma la carta de desmembración del arzobispado; más tarde en Badajoz, el 3 de Noviembre de 1580, firma otra cédula- provisión relacionada con el mismo asunto y estando ya en Lisboa el 17 de Noviembre de 1581 firma una cédula haciendo entrega a nuestros antepasados de la jurisdicción y rentas. Desde luego si hay una Zalamea que al rey, y a la austera corte que le acompaña, debió sonarle, entre los asuntos menores que hubo de tratar en ese tiempo, fue la nuestra.
Es difícil precisar hoy como debió ocurrir - si ocurrió - el suceso original que dio origen a la leyenda que su vez sirvió de base al argumento de ambas obras. Indudablemente se trató de una cuestión de honor. Entre ese momento y la primera versión de la obra transcurren casi 30 años, tiempo suficiente como para que los hechos se tergiversen, si además se le añaden las modificaciones que los autores le introducen para dramatizarlo, resulta que puede ser realmente difícil averiguarlo. Puede que incluso Lope de Vega, y más tarde Calderón, tengan conocimiento de una leyenda que sitúen al azar en un pueblo cualquiera de España. Y por qué no en nuestra Zalamea si en aquellos momentos sonó en la Corte aunque por motivos distintos
A pesar de todo lo expuesto queremos dejar suficientemente claro que no podemos afirmar que el suceso que dio origen al famoso drama se desarrollara en Zalamea la Real. Carecemos de pruebas concluyentes que así puedan demostrarlo pero después de leer a Lope de Vega pensamos que hay lugar para una duda razonable.
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León