Blogia

ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

SEQUIAS EN ZALAMEA LA REAL

SEQUIAS EN ZALAMEA LA REAL

Evidentemente estamos atravesando una de las peores sequías de los últimos tiempos. Las sequías se han ido produciendo ininterrumpidamente desde la formación de la misma Tierra como planeta, pero en los últimos años se van agravando y repitiendo sistemáticamente de forma más intensa debido al cambio climático, que por mucho que algunos quieran negar está produciendo efectos de consecuencias imprevisibles.

Las causas de las sequías continúan siendo estudiadas por meteorólogos y astrofísicos, y todos llegan a coincidir en que son inevitables, sólo podemos paliar sus consecuencias. Hemos dedicado  mucho tiempo a investigarlas y las conclusiones ofrecen aspectos muy interesantes que trataremos de  exponerles. Pueden tener sus orígenes en fenómenos meteorológicos que se producen en otras latitudes del  planeta (por ejemplo los famosos “Niño” o “Niña”, también pueden deberse a erupciones de la esfera solar o a la propia rotación de la Tierra, pero nosotros vamos a estudiarlas desde el punto de vista de la historia, tanto general como localmente en Zalamea.

Sabemos que en el sur peninsular acostumbran a presentarse cada 10 o 12 años aproximadamente, y suelen tener una duración de 3 a 5. Raramente se han producido sequías con una duración superior a ésta.

Alguien puede preguntarse cómo se puede saber  cuándo se han producido periodos de sequía  en el pasado. A veces han quedado reflejadas en hallazgos arqueológicos, de esta manera se ha sabido que durante la Prehistoria se produjeron sequías que causaron migraciones y mortandad por enfermedades. Otras han quedado reflejadas en documentos de la época: el geógrafo romano Diodoro Sículo habla de una sequía en España en los años 2030 AC que despobló la península ibérica, aunque esta información es puesta en duda hoy por los investigadores toda vez que este hombre vivió en el siglo I AC y se desconocen sus fuentes de información. Por el contrario sí tenemos noticias ciertas de que durante la dominación musulmana, en el califato cordobés de Abderramán III, allá por el año 941, se produjo una grave sequía que quedó recogida por los cronistas árabes y que obligó a tomar medidas relativas a la recaudación de impuesto y a elevar numerosas plegarias a  Alá.

Pero no son sólo los documentos los que nos refieren  de su existencia, otros datos nos dan indicios de ellas. En primer lugar las llamadas “rogativas pro pluviam” es decir las ceremonias religiosas pidiendo la traída de lluvias, de las que queda constancia en los registros eclesiásticos, y que en algunos casos son ordenadas desde el arzobispado; otro indicio es la subida desproporcionada del precio del trigo y del aceite y el tercero es la existencia de pandemias graves, especialmente  de cólera y peste. Cualquiera de ellas puede llevar a los estudiosos a deducir la existencia de una sequía en tiempos pasados, pero cuando coinciden las tres, no hay lugar a dudas de que la población está sufriendo los efectos de una de ellas. Últimamente la dendrocronología, la ciencia que estudia el clima a través del desarrollo de los anillos del interior del tronco de los árboles, se ha incorporado a los estudios sobre el clima.

También está por estudiar  la influencia que pudieron tener sobre la política o la sociedad. Lo hechos históricos son productos de factores muy complejos: sociales, económicos, culturales, políticos etc., pero a veces, nos sorprende la coincidencia de periodos de sequías y determinados sucesos históricos relevantes. Por ejemplo, conocemos que en la década de 1490 se registraron sequías generalizadas en España, ¿tuvieron algo que ver con el ímpetu descubridor y migrador hacía America de esa época?  Durante el reinado de Felipe II se sucedieron graves periodos de escasez de lluvias en España ¿Tuvieron alguna relación  con la cruenta rebelión de las Alpujarras, además de las causas ya conocidas y estudiadas? Existe una curiosa coincidencia igualmente entre las sequías ocurridas en la década de los años 1860 y los sucesos ocurridos en España en ese periodo. Nos preguntamos si la rebelión campesina de Loja, el malestar generalizado de la población con el gobierno de Isabel II, la revolución de 1868  se vieron influidos de una u otra forma por ellas. Son solo preguntas. Nada puede asegurarse, pero tampoco descartarse.

En lo que se refiere a nuestro pueblo también las sequías han dejado su huella en nuestra historia.

Podemos referir, hablando de la Prehistoria, más en concreto de la Edad del Bronce, que una de las interpretaciones que se hace hoy por parte de algunos expertos acerca del significado de los grabados rupestres de los Aulagares, uno de los yacimientos arqueológicos de Zalamea de mayor interés, es que pudieran ser la representación del efecto de las gotas de lluvia al caer sobre la superficie del agua. ¿Podrían tratarse, de ser cierta esta hipótesis, de una especie de “rogativa pro pluviam”, una ceremonia religiosa en un lugar sagrado implorando a los cielos la caída de la ansiada lluvia en un periodo de sequía? Nada podemos saber con certeza. No hay datos. Pero la incógnita queda abierta.

Avanzando en el tiempo, la propia elección de San Vicente Mártir en 1425, además de ser impulsada por otras razones de las que ya hemos hablado largamente, vino determinada por una gran pestilencia -epidemia de peste- que asoló a los zalameños en aquel tiempo. Cabe preguntarse si esa epidemia pudo estar relacionada con unos periodos de sequía que sabemos afectó gravemente a algunas zonas de la península ibérica. No olvidemos que San Vicente es un santo benefactor relacionado también con el agua; de él se cuenta un milagro sobre que  hizo brotar agua en una fuente para dar de beber a los soldados que lo llevaban prisionero. Tampoco tenemos datos. No podemos más que hablar de conjeturas.

Lo que si es cierto es que en Zalamea, desde la Edad Medía,  la preocupación por cuidar y preservar las fuentes de aprovisionamiento de agua fue una constante que quedó reflejada en las Ordenanzas Municipales de 1535 en las que se dedican numerosos artículos para regular el uso de fuentes y pilares, incluso de charcos y lavaderos, para evitar su contaminación por el ganado o por el aprovechamiento del lino, lo que viene a poner de manifiesto la importancia de preservarlos en periodos de escasez.

Sabemos también que en el año en que se inició el proceso de emancipación del arzobispado, en 1580, se produjo una grave sequía. También en el siglo XVII aparecieron, en lo que antes era el reino de Sevilla, brotes de cólera que también se dieron en Zalamea y obligó al concejo a tomar medidas restrictivas respecto a entradas y salidas de personas, que emparejados a subidas del precio del aceite y el trigo nos hacen sospechar que nos encontramos ante graves periodos de sequías en ese siglo.

Pero centrándonos ya en periodos más próximos. En el último tercio del siglo XVIII y el siglo XIX, son las fuentes y pilares las únicas formas  de aprovisionamiento de agua para el pueblo, a los que hay que añadir, claro está, los numerosos pozos particulares de los que disponían las casas, todos ellos eran reformados o ampliados en periodos de escasez pluviométrica. Como fue el caso de la Fuente del Fresno a raíz de una grave sequía que afectó grandemente a Zalamea en la década de 1880, y que obligó al alcalde José González Domínguez, aquel que encabezó la manifestación contra los humos el 4 de febrero de 1888, a profundizar los pozos de suministro de agua de dicha fuente y a realizar unas obras de mejora en su estructura que le dieron el aspecto que hoy tiene; una desgastada placa en su frontal nos lo recuerda aún. Dicho sea de paso, las fuentes y pilares jugaron un papel esencial en la vida de los zalameños; a ellos iban mujeres y jóvenes a horas determinadas del día y en torno a ellos tenían lugar conversaciones, cotilleos y más de un requiebro entre mozos y mozas que acudían allí como lugar de encuentro a falta de otras oportunidades para verse; con lo que los alrededores de la fuente o pilar se convertían en lugar de encuentro social.

Pero en el siglo XX, las necesidades de agua crecieron desproporcionadamente por los cambios en los hábitos de higiene y consumo que se pusieron de relieve en las sequías producidas, especialmente en las décadas de 1920 y 1950. Así que en 1963  se proyectó la construcción de un pantano, el viejo,  que conllevó  una gran obra de infraestructura en las calles de todo el pueblo para abrir las zanjas de las tuberías que llevarían el agua potable a cada casa. Fue Zalamea uno de las primeras poblaciones de la provincia en disponer de este servicio. En un principio, como muchos recordarán, la acometida consistía en la instalación de un grifo que se colocaba normalmente en el interior junto a la puerta de entrada, donde se acudía para llenar cubos y cántaros. Este suministro fue en principio muy celebrado y suficiente, toda vez que la higiene personal se hacía en palanganas y lebrillos en cualquier habitación y las evacuaciones en un  reservado situado normalmente en un lugar retirado al fondo de los corrales, pero a finales de los años 60 las necesidades  se dispararon; las casas fueron construyendo cuartos de baños con bañeras, duchas y sanitarios integrados, que requerían cada vez mayor volumen de agua. Por otra parte los periodos secos acarreaban cortes en el suministro que ocupaban a veces la mayor parte del día; así que cuando a principios de los ochenta se presentó otra pertinaz sequía, el pequeño pantano se mostró insuficiente y de forma apresurada hubo que traer agua desde Riotinto, para lo que se produjo una movilización general de voluntarios del pueblo para instalar las tuberías. La obra se terminó prácticamente en 10 días. Aquello solucionó temporalmente el problema por lo que se diseñó un nuevo pantano en el lugar conocido como El Manzano que se terminó en 1985. Pero la nueva presa presentó  problemas derivados de las necesidad de instalar estaciones de bombeo para traer el agua a Zalamea y el alto contenido en metales pesados que exigía una depuración extraordinaria.

En la actualidad el suministro de agua lo realiza una empresa por todos conocida. Pero nada está garantizado  si la población, la nuestra y cualquier otra,  no  toma conciencia de que en nuestras latitudes el agua es un bien preciado que no se debe malgastar o derrochar ni en periodos de abundancia ni por supuesto en las de escasez. Y las sequías no nos darán tregua.

 

SEMANAS SANTAS MARCADAS POR LA HISTORIA

SEMANAS SANTAS MARCADAS POR LA HISTORIA

Como todo evento cultural la Semana Santa se puede ver afectada por hechos de diversa índole que pueden señalar o determinar el sentido de su celebración. En cuatro ocasiones a largo de los siglos XVIII al XX ocurrieron  sucesos que tuvieron lugar durante la misma Semana Santa o en fechas próximas  a ella que impidieron su celebración  o hubieron de marcarlas significativamente  de un modo u otro.

La primera fue la Semana Santa  del año 1756. Apenas 4 meses antes había tenido lugar el terremoto de Lisboa, también conocido como de Andalucía. Ocurrió el 1 de noviembre de 1755 a las 9:35 de la mañana aproximadamente y vino precedido por una serie de temblores de menor intensidad, tuvo una duración de más de dos minutos. Su epicentro si situó a unos 400 metros al suroeste de la capital portuguesa. Fue de una intensidad brutal, alcanzando en las escalas de medición de entonces una intensidad equivalente a 9 puntos en la escala de Richter. Se sintió en la mayor parte de Europa, del norte de África y en la costa de América  y originó un tsunami que inundó buena parte de la campiña onubense, afectando a los cauces de los  ríos Tinto y Odiel. Se calcula que sólo en la provincia de Huelva perecieron alrededor de 2000 personas. Este terremoto, además de las víctimas y de los daños materiales, causó un terrible impacto psicológico en la población que tardó bastante tiempo en recuperarse. Afectó a la práctica totalidad de iglesias y campanarios de Huelva, la de Zalamea entre ellas. En nuestro caso su reconstrucción  tardó varios años y se terminó en 1758, de hecho la configuración actual del campanario tuvo su origen en esa época y aún son visibles en sus muros los efectos de ese terremoto por el material derrumbado que se utilizó en su reparación.

Evidentemente esto debió de afectar a todas las celebraciones religiosas que se llevaban a cabo al año siguiente por el estado en que consecuentemente quedó el templo parroquial. Tenemos constancia que en aquellos tiempos hacían su procesión la hermandad de la Vera Cruz, en la madrugada del Viernes Santo, y probablemente la hermandad del Dulcísimo Nombre de Jesús, antecesora de la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, aunque no podemos asegurar que esta procesionara durante los días de Semana Santa. En cualquier caso debieron verse afectadas por el terremoto ya que esa Semana Santa tuvo lugar entre los días 12 y 18 de Abril del 1756, apenas cuatro meses después.

La Segunda Semana Santa que se vio marcada por los hechos fue la de 1810, como consecuencia de la ocupación francesa de Zalamea durante la Guerra de la Independencia.

Como ya hemos tratado esta Guerra en otros artículos no vamos a extendernos con  detalles  en ella, solo mencionaremos que Zalamea participó de forma muy activa en la resistencia a los franceses. Concretamente en ese mismo año los zalameños llevaron a cabo una emboscada a un destacamento francés en el camino de Santa Olalla y el 11 de marzo se produjo la batalla de Palanco, en la que un grupo numeroso de vecinos de Zalamea y sus aldeas hizo retroceder a otro destacamento que procedente de Valverde pretendía tomar nuestro pueblo. Esto no pudo evitar que el 15 de Abril de 1810 las tropas francesas al mando del mariscal Montieur, procedentes del Castillo de las Guardas, entraran en nuestra población por la Fuente del Fresno y después de varias escaramuzas para vencer la resistencia que ofrecieron los lugareños, se adentraron en la villa por la calleja del Juego de las bolas, hoy calle Padre Gil, sometiendo finalmente al pueblo. Una vez controlada la situación procedieron  al asalto  y saqueo de casas y lugares públicos, profanando y expoliando la Iglesia Parroquial, lo que dio origen a la leyenda, no sabemos si cierta o no, del robo de la custodia de plata que en ella se guardaba.

Las tropas se marcharon dos días después, dejando al pueblo sumido en el terror y del que una buena parte de sus habitantes habían huido.

Aquel 15 de Abril de 1810 fue casualmente Domingo de Ramos, la Semana Santa fue entre los días 16 y 22 de abril.  En aquel tiempo sabemos con seguridad  que hacían su procesión la Vera Cruz y la Vía Sacra, que había sido fundada en 1777, pero no creemos que se desarrollaran con normalidad por lo reciente de los sucesos  y por el estado de pánico en el que se encontraría la población. Posteriormente la hermandad del Santísimo Sacramento organizaría actos de desagravio debidos las ofensas infringidas por los franceses al Sagrario y a las imágenes sagradas.

Otros dos hechos que también marcaron otras Semanas Santas por su proximidad a las fechas de su celebración, fueron los trágicos sucesos ocurridos en la manifestación del 4 de Febrero de 1888, un mes antes de la celebración de la Semana Santa que tuvo lugar entre el 26 de marzo y el 1 de abril de ese año y la Guerra Civil española que estalló en el verano de 1936 y que afectó a la semana Santa del año siguiente que se celebró del 21 al 28 de marzo de 1937, pero de ellas hablaremos con más detenimiento en otra ocasión.

 

 

SAN VICENTE MÁRTIR, PATRÓN DE LAS ALDEAS DE ZALAMEA LA REAL

SAN VICENTE MÁRTIR, PATRÓN DE LAS ALDEAS DE ZALAMEA LA REAL

El título de este artículo puede sorprender a muchos de nuestros conciudadanos, naturales o residentes en las siete aldeas de Zalamea. Conviene aclarar, pues, que no pretendemos cuestionar el patronazgo que en cada uno de ellas ejerce su patrón correspondiente y por el que sienten una lógica devoción, sólo aclarar que  San Vicente fue elegido patrón de Zalamea, y a la vez de todos los habitantes del término municipal y así fue reconocido por las autoridades eclesiásticas y admitido por los zalameños, también de las aldeas, que participaron activamente en su elección y en la constitución de la hermandad.

Vayamos a las pruebas. Recurriremos en primer lugar a las propias reglas de la primitiva hermandad en las que se habla de la elección del santo en aquel lejano año de 1425 y donde podemos leer  literalmente:

“… en veinticuatro días del mes de marzo de mil y cuatrocientos y veinticinco años, ante mí, Pascual Rodríguez, parecieron la mayor parte de los vecinos y moradores de esta villa y de este término de Zalamea…”

Como puede comprobrase  en ellas se habla de todo el término, no sólo de la villa.

Y en esas mismas reglas, entre los primeros priostes que fueron elegidos, figuran, entre otros:

“…Andrés García del Buitrón, Alonso Manovel de la Juliana y Santos Martín del Buitroncillo…”

Todos ellos habitantes de algunas de aquellas antiguas  aldeas que además  contribuyeron con importantes donaciones para proporcionar rentas  a la hora de la fundación de la hermandad, como  podemos comprobar más adelante en dichas reglas:

“…Andrés García del Buitrón mandó la suerte de Las Cortesillas… y la cumbre del cabezo de el barbecho…” “… Santos Martín de El Buitroncillo mandó la suerte de los corrales de Fariñas que está en el sitio de los Enriaderos en El Buitroncillo…” “…Alonso Manovel de la Juliana…mandó la suerte de los corrales de Abiud…”

La implicación de estas personas, que están entre los primeros zalameños de los que nos ha llegado su nombre y apellidos, en la elección del santo nos demuestra que San Vicente fue elegido patrón para todo el término.

Al margen de lo expuesto anteriormente, unos hechos ocurridos entre 1815 y 1818  vienen a ratificar que las autoridades eclesiásticas reconocían el patronazgo de San Vicente sobre Zalamea y sobre todo su término.

Ocurrió cuando Las Delgadas, Montesorromero, Pie de la Sierra y Corralejo promovieron como patrona propia a Nuestra Señora de los Dolores, pero desde el arzobispado de Sevilla se les advirtió que el patrón principal de toda la jurisdicción de Zalamea era San Vicente Mártir, no obstante los vecinos de estas aldeas insistieron recurriendo a Roma, donde después de un largo proceso lograron su propósito, pero desde la Santa Sede se les hizo constar que tenían que tener como copatrón a San Vicente.

Hoy, después de muchos siglos  en alguna de esas aldeas, en las ermitas donde se alberga la imagen de sus patronos o patronas, conservan también pequeñas imágenes o cuadros de San Vicente a los que algunos vecinos devotos aún  rinden culto.

LOS SUCESOS DEL MEMBRILLO BAJO

LOS SUCESOS DEL MEMBRILLO BAJO

 Al sureste de Zalamea la Real sorprende al visitante no advertido la existencia de una pequeña población en ruinas con los muros de las casas conservando aún las huellas de un trágico incendio. La mayor parte de los corrales y los cuerpos de esas viviendas están hoy invadidos por la vegetación, pero el silencio que hoy reina en el lugar no puede ocultar el terror que los sucesos acaecidos en el verano de 1937 acabó con la existencia de una pequeña aldea de Zalamea y con la vida de muchos de sus habitantes.

Hoy es un lugar reconocido y declarado como de Memoria Histórica y la mayoría de los que hablan de ella lo hacen aún con un asomo de terror y respeto por lo allí ocurrido. Se trata, ya todos lo imaginarán, de El Membrillo Bajo.

Muchas son las incógnitas que hoy se siguen planteando acerca de lo allí acaecido, y seguramente tardaremos aún bastante tiempo en poder aclarar todas las circunstancias y los hechos. Pero en este trabajo intentaremos dar respuesta a algunas de ellas con los datos que hasta ahora conocemos. Para comprenderlos tendremos que remontarnos muchos años atrás.

Desde la Edad Media y más tarde con los privilegios otorgados por Felipe II en 1592, Zalamea dispuso de un extenso término municipal, que no englobaba sólo a las poblaciones que hoy dependen de ella sino también a los actuales municipios de El Campillo, Minas de Riotinto y Nerva. Prácticamente ocupaba todo el territorio del Andévalo oriental desde la orilla del Rio Tinto por el Este hasta las del río Odiel por el Oeste, en ellas había  extensas propiedades comunales, los llamados bienes de propios, para uso y disfrute del común de los vecinos. Estos bienes comunales hubieron de ser defendidos  en numerosas ocasiones ante intentos serios de apropiación por parte de la propia corona o de las sucesivas desamortizaciones realizadas por el gobierno central. Para evitar estos riesgos, en el primer tercio del siglo XIX, el Ayuntamiento procedió al reparto de dehesas de arbolado y partidas de tierras calmas en lotes de valor económico similar con el fin de entregarlos por sorteo a los vecinos de Zalamea – de ahí que se denominaran “suertes”. Aunque en principio se puso la condición de no venderlas ni cederlas en un plazo de diez años, pronto se anuló esta condición, circunstancia que contribuyó a que se formaran enormes fincas pertenecientes a familias acomodadas. Aún así siguieron existiendo importantes terrenos como bienes de propios: ejidos, partidas de tierras;  que los zalameños menos privilegiados usaban en sus actividades agrícolas y ganaderas, pero que debieron defender enconadamente con el fin de evitar que algunos de los grandes propietarios terminaran adueñándose de ellas. Podemos decir que entre las familias humildes de la población existía una conciencia de tener derecho al disfrute común de esos bienes de propio, fruto del proceso histórico que acabamos de resumir  brevemente.

En el caso concreto del Membrillo Bajo, los vecinos de esta aldea reclamaron insistentemente la apropiación indebida por parte de un terrateniente local de ejidos que habían quedado libres de la repartición a la que hemos hecho referencia antes.

La situación fue enconándose cada vez más y los vecinos de esta aldea, además de dirigirse al Ayuntamiento de Zalamea habían puesto una denuncia ante el juzgado de Valverde del Camino por la apropiación indebida de estos terrenos.  El gobierno municipal de los últimos meses del periodo republicano sacó un bando, reconociendo la existencia de esos ejidos que los vecinos del Membrillo Bajo venían reclamando. Hecho que no fue bien aceptado por los grandes propietarios.

Se estaban creando las condiciones que desgraciadamente desembocaron en los trágicos sucesos que narramos.

Otro factor que vendría a determinar lo ocurrido tuvo lugar al principio de la guerra civil. Cuando las tropas nacionales tomaron  Zalamea y en general toda la comarca, tiene lugar un fenómeno conocido como “Los Fugitivos”. Estos eran personas afines al régimen republicano que por temor a sufrir represalias habían abandonado Zalamea y se refugiaron en las zonas mas agrestes del término, cercano a la aldea de El Membrillo. Estos fugitivos hacían incursiones en los cortijos y poblaciones próximas para tomar provisiones que les ayudaran a atenuar la  situación que vivían ocultos ocultos en la sierra.

Aunque no hay pruebas determinantes de ello, hay quien asegura que los vecinos de esta aldea prestaron ayuda a aquellos fugitivos. La situación en la zona llegó a tensarse tanto y la presión que sufren los territorios ya conquistados por los nacionales por parte de estos grupos de fugitivos, obliga al general Queipo de Llano, el  6 agosto de 1937  a declarar toda esta comarca como Zona de Guerra, era un acto teatral, puesto que toda España estaba en guerra, pero sirvió para que se  reanudaran las incursiones militares y continuar con la represión tanto en los pueblos como en todo el territorio.

Fue esta la excusa que se utilizó para enviar a la aldea de El Membrillo Bajo a un grupo de militares y a nueve falangistas, al parecer, procedentes de Lepe. Los habitantes de El Membrillo Bajo eran en ese momento en torno a 100 personas que se vieron obligados a alojar en sus casas a los que más tarde serían sus verdugos.

A partir de esa fecha  se comienza a ejercer una dura represión sobre los hombres y mujeres de El Membrillo que duró algunos días. Los testimonios orales que se han recogido de personas que lo presenciaron o de familiares que posteriormente lo habían oído contar  son verdaderamente espeluznantes.

El alcalde pedáneo fue mutilado y ejecutado salvajemente de una manera que consideramos innecesario describir. Se actúo de igual forma con una mujer embarazada. Las fuentes que hemos manejado difieren en el número de víctimas, según unas fueron cuatro personas, otros aseguran que se torturaron y asesinaron a 15 personas entre los vecinos. No hemos podido saber con certeza cuántos fueron las víctimas. Finalmente las mayoría de los vecinos acabaron huyendo y refugiándose, unos en la cercana aldea de El Membrillo Alto, otros en caseríos próximos de familiares o amigos y otros en la propia  Zalamea la Real, donde  llegaron andando a campo a través; algunos de ellos eran niños que cargaron  en sus brazos a sus hermanos más pequeños.

Finalmente los milicianos acabaron incendiando la aldea y destruyéndola. Hay referencias que dicen que también fue bombardeada por los militares, aunque en los restos que hoy quedan en la aldea no se aprecian vestigios de tal bombardeo. Esto nos parece dudoso toda vez que la aldea estaba prácticamente vacía y no constituía ya ningún objetivo militar. Más aún teniendo en cuenta que la artillería y la aviación de la que disponían las fuerzas nacionales en la zona eran bastante escasas. (Sirva de ejemplo que en Zalamea, donde se pensaba que  el pueblo iba a ofrecer una tenaz resistencia, se utilizó durante su asalto un solo cañón,). En cualquier caso la aldea quedó totalmente arrasada.

Los objetivos estaban conseguidos desde el momento que lograron que los vecinos desalojaran el pueblo, permitiendo así que pasaran a manos de los terratenientes los terrenos que los vecinos habían conseguido que se reconocieran como terrenos comunales.

Transcurrido todo este tiempo, la aldea sigue despoblada, aunque las familias y sus descendientes siguen manteniendo la propiedad de las casas allí destruidas, casas que constituyen hoy un testimonio vivo del horror sufrido y que siguen guardando entre sus ennegrecidos muros las respuestas a muchas de las preguntas que aún nos seguimos haciendo.

 

LAS "CAPEAS"

LAS "CAPEAS"

En el siglo XIX y hasta mediados del XX, la tauromaquia constituía la mas importante manifestación cultural y recreativa en la práctica totalidad de los pueblos y ciudades de España y el fútbol aún no había alcanzado ese lugar preeminente y  de dominio casi absoluto en conversaciones, tertulias y audiencias de los medios de comunicación. Los toros levantaban en aquellos momentos pasiones y entre los aficionados se originaban rivalidades entre los seguidores de uno u otro torero, que, en muchas ocasiones, acababan en acaloradas discusiones que, a veces, llegaban a las manos.

 En este ambiente las becerradas o “capeas” eran una forma de hacer partícipe a los jóvenes de aquel entusiasmo y se organizaban festejos populares donde acudían aficionados locales  y de pueblos próximos a mostrar su “valor” y “habilidades” ante el numeroso público que se agolpaba en la plaza bien para para presenciar aquel remedo de corrida seria o bien para reír ante los estrepitosos fracasos de los supuestos valientes.

Había “capeas” abiertas en las que podía participar todos aquellos que aunasen el valor para saltar al ruedo   e incluso maletillas con la esperanza de que algún apoderado o empresario  les viese dar algunos pases y los llamara para confeccionar sus carteles. Otras eran  cerradas, y  en ellas  solo se permitía la intervención de aquellos que  determinaban los organizadores.

En Zalamea fueron frecuentes en la primera mitad del siglo XX, y fueron disminuyendo en la segunda mitad aunque alguna que otra llegó a celebrarse recientemente con más afán de diversión que de otra cosa. Es numerosa la cartelería que se conserva de ellas y más  curiosos son aún los nombres tan peregrinos que los aficionados locales  se atribuían: Mentirola, Cantimplora, Niño del Pilarete, Chico del Cortijo, Niño del Galope o Caballo Loco por poner sólo algunos ejemplos.

Dos de las primeras de las que tenemos constancia son una celebrada el 29 de junio de 1909 y otra del 16 de Julio de 1910. Nos detendremos en la primera de ellas por un suceso del que hemos tenido noticia que ocurrió durante su celebración. La becerrada en cuestión había sido organizada de forma restringida para jóvenes integrantes de la clase alta de la Zalamea de aquel tiempo. Prueba de ello es el nombre de los participantes, todos pertenecientes a familias acomodadas del pueblo. El novillo fue donado por el ganadero local Don José Carvajal Bernal.

Resulta que a esta capea acudieron un grupo de maletillas procedentes de Sevilla que habían oído hablar de ella, conscientes del prestigio que en ambientes taurinos tenía Zalamea. Cuando llegaron, intentaron saltar al ruedo, pero fueron inmediatamente detenidos por la Guardia Civil. El cabo, para no dejarlos ir sin más, pero con la secreta intención de quitárselos de encima, les hizo dar su palabra de honor de que si se presentaban voluntariamente en la cárcel del pueblo, les ahorraría la vergüenza de llevarlos esposados por las calles. Todos entendieron el mensaje subliminal de la promesa exigida y nada más volver las espaldas el cabo, huyeron. Todos menos uno, que dijo a sus compañeros que él había dado su palabra de honor y la cumpliría hasta sus últimas consecuencias; de modo que el chico, de unos 17 años de edad, se presentó en la cárcel y allí lo metieron en una celda. El cabo de la Guardia Civil, pensando que todos había huido, se olvidó del asunto y aquel joven permaneció en la cárcel hasta que alguien advirtió a las autoridades,  que dieron la orden de ponerlo en libertad.

Con el tiempo aquel joven maletilla llegó a ser una de las máximas figuras del toreo de todos los tiempos y es  considerado como el auténtico precursor del toreo moderno. Se llamaba Juan Belmonte.

 

LAS RELIGIONES ABRAHÁMICAS.

LAS RELIGIONES ABRAHÁMICAS.

SUS HUELLAS EN ZALAMEA LA REAL

El Abraham bíblico es considerado hoy como padre de las tres religiones monoteístas occidentales: judía, cristiana y musulmana. Tres religiones fundamentales para comprender la situación política y social del presente. Aunque la historia de este patriarca es sobradamente conocida, hagamos un breve repaso desde una perspectiva histórica.

Aparte de la narración bíblica, no existen hasta el momento otros  documentos ni vestigios arqueológicos que acrediten la existencia real de Abraham. Pudo tratarse de un personaje ficticio en el que se personificaron hechos, narraciones o leyendas orales sobre el devenir de una tribu o de un pueblo. Pero igualmente pudo haberse tratado de un personaje real.  Su historia se cuenta en el Génesis, primero de los libros del Pentateuco. Hoy hay una auténtica controversia acerca de la historicidad o no del relato bíblico referido a Abraham. Siguiendo los datos que nos ofrece la Biblia, debió nacer unos 1800 años  antes de Cristo en la ciudad de Ur, una de las primeras urbes que se formaron en el fértil valle de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eúfrates. Vivió 175 años, edad de todo punto inverosímil teniendo en  cuenta que la vida media límite en aquella época no sobrepasaba los 35 o 40 años. La razón de esa longevidad  puede deberse a dos razones, bien  a una hipérbole literaria del autor del Génesis,  o bien a que las medidas de tiempo utilizadas eran distintas a las actuales. Hay investigadores que dicen haber hallado incluso la casa natal de nuestro hombre en las excavaciones de Ur. Se casó  con su hermanastra Sara y fallecida ésta con Quetura. Tomando como referencia el contexto histórico, probablemente se tratara del cabeza de familia o jefe de una tribu de pastores nómadas que sale de Mesopotamia, con sus rebaños y familiares, huyendo quizá de un periodo de sequía o puede que expulsados o perseguidos y deambulando por Egipto y el actual estado de Israel. Lo más significativo es que, según las referencias documentales, este grupo poblacional rendía culto a un único Dios.

            Tuvo ocho hijos, los seis últimos de Quetura, pero son los dos primeros los que nos interesan. Como su esposa no parecía capaz de engendrar, ella misma le ofreció a su esclava Agar para que le diera su primogénito. Sabemos que esta era una práctica habitual en aquellas sociedades patriarcales primitivas en la que las esclavas se consideraban una extensión de su propietaria y donde lo fundamental era asegurar el linaje; de hecho aparece en otros pasajes de la Biblia. Así pues en ella concibió Abraham a Ismael; más tarde, siendo ya mayor, Sara engendró a Isaac (el protagonista del famoso episodio del sacrificio). Después de surgir algunas desavenencias entre ellos y sus respectivas madres estos hermanos se separan y dan origen a dos grupos poblacionales en los que con el tiempo surgirían las religiones monoteístas que tratamos en este artículo.

Parece ser, según se infiere del texto bíblico, que Isaac se asienta en Canaán y comienza a ser sedentario con la práctica de la agricultura y la ganadería. Tuvo por hijo a Jacob, y este a su vez a doce hijos que, según la tradición dieron lugar a las doce tribus de Israel. Con Isaac y sus descendientes nace la religión judía, conservando sus creencias en un solo Dios, pero con sus propias leyes, normas y su vasta tradición cultural e histórica.

            Casi 1.600 años más tarde, entre la propia población judía, nace en Belén Jesús de Nazaret que está llamado a convertirse en líder de una nueva religión. En un principio no tiene intención de crear una religión distinta, como él mismo asegura en el Nuevo Testamento, sino que hace una nueva interpretación de las leyes y costumbres judaicas dándoles un sentido más humanitario y de igualdad social, predicando públicamente  contra la corrupción del poder político y religioso de la época, lo que a la postre le acarreará la muerte por crucifixión.  Después de ello sus seguidores crecieron exponencialmente, creándose infinidad de comunidades fieles a sus enseñanzas que dan origen al “cristianismo” que se extendió de forma rápida por toda Europa occidental y Asia Menor. A ello contribuye en gran medida el hecho de que el imperio romano, que al principio  persigue a los cristianos, acabe adoptando el cristianismo como religión oficial.

Por el otro lado, el primer hijo de Abraham, Ismael  y sus descendientes dan lugar a otro grupo étnico conocido como los “ismaelitas”, que originalmente no tuvieron grandes diferencias religiosas con los descendientes de Isaac, manteniendo igualmente firme su creencia en un solo Dios. Pero más adelante en el seno de este grupo de población, en el siglo VII, surge un profeta, Mahoma, que se declara descendiente directo de Abraham y dicta unos preceptos que se recogen en su libro sagrado, El Corán, conservando el monoteísmo propio de sus raíces pero marcando una notable diferencia con las otras dos religiones

Como vemos, las tres se originan a partir de Abraham, a los que todas ellas reconocen como su patriarca. Es por ello que se les denomina las religiones abrahámicas. Hoy las practican más de la mitad de la población mundial, concretamente 2.300 millones son cristianos, 1.900 millones musulmanes y 14 millones son judíos.

Al principio los seguidores de estas tres religiones se toleraban y convivían en una relativa armonía, pero su utilización por los poderes políticos de los territorios en las que estaban asentados originó enfrentamientos entre sus fieles. Pero veamos ahora cuales son las huellas que estas tres religiones dejan al llegar a Zalamea.

Si hacemos caso a la leyenda, la primera en llegar es la judía; sucede cuando en el primer milenio antes de Cristo, un grupo de hebreos, encabezados por la hija de Salomón pasa por estos lugares  y hallando sus aguas saludables que ayudan a recobrar la salud a la princesa,  establecen un asentamiento que dio origen al actual pueblo. Como hemos dicho otras veces, esta leyenda carece de fundamento y pudo ser una creación surgida en el siglo XVII, aunque bien es verdad que sí está históricamente comprobado que lo hebreos establecieron relaciones comerciales con los fenicios a los que en ocasiones acompañaron en sus rutas. Si los fenicios llegaron a estas tierras, como así parece demostrar los vestigios hallados en las minas de Riotinto,  no es descartable que pudiera haber venido algún contingente con ellos. Por otro lado tenemos la incógnita del poblado de Abiud. Se trata de una pequeña aldea del término, cuyos restos son aún visibles cerca de la carretera de Marigenta. Abiud es claramente un nombre hebreo que aparece en la genealogía de Jesús. ¿Pudo tratarse quizá de un asentamiento judío? Sabemos que estuvo poblado hasta mediados del siglo XVIII, quedando desierto a partir de entonces, posiblemente debido  una emigración masiva por razones desconocidas  o a una epidemia que acabó con todos su habitantes.

En lo que se refiere al cristianismo, recientes investigaciones apuntan a que se introduce en la península ibérica por las propias legiones romanas. En concreto en Zalamea los primeros indicios de esta religión se encuentran en el poblado paleocristiano del cabezo del Castillo de El Buitrón. La cruz de Calvario o Gólgota grabada en una de las rocas de los Aulagares y las tumbas antropomorfas halladas en el término, pendientes de una datación más precisa y cuya cronología puede estar entre los siglos VIII y XVI, son posiblemente los primeros vestigios de comunidades cristianas existentes en nuestra zona. Por otro lado la primitiva iglesia de las dos naves, citada en las reglas de la hermandad de San Vicente de 1425, así como las antiguas ermitas de Santa Marina de El Villar y Santa María de Ureña pudieron ser testigos de la consolidación del cristianismo en Zalamea.

Respecto a la introducción de la religión islámica, cuando los musulmanes invaden la península a principios del siglo VIII es de suponer que esta religión se implanta de hecho en la zona, pero no de manera exclusiva ya que sabemos que en un principio fueron tolerantes con cristianos y judíos a los que simplemente impusieron impuestos y duras condiciones para el culto público. Hoy los vestigios materiales de esta religión en nuestro pueblo son escasos, se limitan al hallazgo de algunos útiles de cerámica impresos con caracteres árabes, a un horno de alfarero hallado en los inicios de la construcción de la barriada del Fresno y al poblado excavado por Adriano  Gómez Ruiz próximo al dolmen número 13. Sin embargo posiblemente el vestigio más sólido de los musulmanes en nuestra tierra sea el propio nombre de Zalamea, que aparece por primera vez en el privilegio rodado de Alfonso X, en 1279 después de ser reconquistada  y  todo apunta a que se trata de una castellanización de su nombre anterior, durante la época de dominación árabe: “Salamya” o “Salamhe”

Tres religiones con un mismo origen que a pesar de sus actuales divergencias están destinadas a entenderse.


LIMPIEZA DE SANGRE

LIMPIEZA DE SANGRE

Investigando en el archivo privado de una familia de Zalamea, hallamos, junto a otros documentos de interés, una declaración de limpieza de sangre, que nos llamó la atención por el contenido tan expresivo como intencionadamente explícito acerca de la pureza y fidelidad de uno de sus antepasado respecto a la religión católica.

No pudimos entonces sustraernos a la tentación de profundizar en el tema. Veamos.

Los llamados “estatutos de limpieza de sangre” fueron un sistema ideado al comienzo de la Edad Moderna  para impedir que los conversos procedentes de antiguas religiones que se habían asentado en la península a lo largo de la Edad Media pudieran tener acceso a determinados cargos políticos o acabaran ocupando puestos relevantes en las instituciones. Fue evidentemente un procedimiento de discriminación religiosa hacia aquellos que tenían un origen morisco o judío, especialmente de estos últimos.

Parece que tuvieron su origen a finales del siglo XV cuando en Toledo se produce una revuelta popular encabezada por Pedro Ruiz de Sarmiento que terminó con el saqueo del barrio habitado por conversos judíos y musulmanes. La revuelta se produce a consecuencia de un impuesto que, según los toledanos, no se ajustaba al derecho convencional y el descontento buscó la forma de desahogarse culpando a los judíos, ya que el encargado del cobro de este impuesto fue un recaudador converso.

Se produce entonces una especie de motín urbano que acabó con el procesamiento de  muchos de aquellos, estableciéndose  los llamados “estatutos de limpieza de sangre” por la cual se expulsaba a todos los conversos de los cargos políticos.

Inicialmente el papado no estuvo conforme con ello, al igual que algunas poderosas familias nobles de Castilla, incluso altos cargos de la propia Iglesia se manifestaron en contra ya que los estatutos de limpieza de sangre ponían en cuestión uno de los dogmas de la Iglesia que el bautismo limpiaba de pecados anteriores a todos aquellos que se sometieran a él

No obstante, la situación social y política en los distintos reinos hispánicos hizo que en todo el territorio se fueran extendiendo la costumbre de establecer estatutos de limpieza de sangre con el fin de apartar del poder a aquellos que tenían en su familia antecedentes  judíos o moriscos. A pesar de ello hubo ciudades y zonas en las que hubo bastante resistencia para que se establecieran estos estatutos. Fue significativa la oposición de San Ignacio de Loyola fundador de la Compañía de Jesús.

De una forma o de otra los estatutos de limpieza de sangre estuvieron vigentes en los siglos XVI y XVII y en algunos lugares perduraron hasta casi mitad del siglo XIX y fueron abolidos por una real orden de 1835 y en mayo de 1865 se abolieron igualmente las pruebas de limpieza de sangre para los que tenían antepasados judíos y moriscos.

Durante el tiempo que perduraron se convirtieron en un requisito imprescindible para el acceso a instituciones religiosas, cofradías, hermandades, gremios, etc

A su pervivencia contribuyó no poco la  Inquisición que persiguió a todos aquellos sobre los que caía la mínima duda acerca de la autenticidad de su confesión católica. Cuando en 1492 se produce la expulsión de los judíos, muchos pudieron permanecer en España si se convertían a la religión católica, pero la Inquisición hizo recaer sobre ellos la sospecha de que  seguían practicando en la intimidad su propia religión y llevó al cadalso a infinidad de ellos sin razón o con ella.

En definitiva los estatutos de limpieza de sangre fueron una maniobra de los llamados cristianos viejos por hacerse con el poder ante la creciente influencia que los judío tenían en los círculos cercanos a la corona. Por tanto se eligió ese procedimiento para eliminar a personas que en principio estaban más cualificadas para desempeñar algún  cargo.

Los documentos usados para acreditar la limpieza de sangre iban desde extensos expedientes que incluían la declaración del interesado, así como las de personas que lo conocían y acreditaban la veracidad de lo que declaraban, finalizando con una especie de certificación de un escribano público, hasta simples declaraciones juradas en las que el interesado hacía una relación pormenorizada de sus ascendientes y su vinculación a la fe católica. Naturalmente, con relativa frecuencia, se producían situaciones en la que  intervenían  en el expedientes testigos interesados en favorecer al titular o declaraciones  que con el tiempo se han mostrado de dudosa credibilidad.  

Durante el siglo XVII llegaron a estar tan extendidas que las declaraciones no tenían otro objeto que manifestar el honor y el orgullo de ser cristiano  viejo o a se hacían como una especie de carta de recomendación con fin de tener una prevalencia respecto a  cualquier otro aspirante al cargo al que se pretendía.

Pues bien una de esos expedientes de limpieza de sangre lo encontramos entre los documentos de esa familia de Zalamea proveniente de un antepasado que vivió en el siglo XVIII

 Se trata de la declaración de Don José Ventura de León, padre de don Esteban de León Bolaños y Márquez, acreditando que su hijo es hijo legítimo suyo y de su legítima mujer María Márquez, nieto de don Pedro de León Bolaños y Doña Ana de León Bolaños y por línea materna de don Esteban Márquez y María Romero y que así unos como otros y sus ascendientes y progenitores “han sido y son cristianos viejos, limpios de toda mala raza” y así mismo sus ascendiente que obtuvieron el fuero de hidalgo y además otros parientes colocados en dignidad arzobispal como su hermano don Diego de León y Bolaños, ruega así mismo se le admita la información de los testigos que va a presentar, incluyendo   un auto en el que el alcalde Juan Antonio Caballero, alcalde ordinario por su majestad, de la villa de Zalamea la Real  acredita todo lo declarado en  y  la notificación del escribano  Matías García Maldonado, que da fe del acto antecedente.

Sigue a continuación la declaración de cinco testigos que dan la información jurando “por Dios nuestro señor y en señal de la cruz según forma de derecho”. Muchos repiten lo que exponen los anteriores, pero vamos a reseñar las más significativas por su contenido.

Tal es el caso de la declaración de Alonso Rodríguez Caballero, vecino de esta villa, que dice conocer a la familia del interesado y que todos fueron “vecinos de esta villa, cristianos viejos, limpios de judíos, malas razas, moros, moriscos, mulatos, herejes, convictos y de los conversos a nuestra santa fe católica, apostólica y romana” y “una de las principales familias de esta población”, declara igualmente conocer  al resto de los familiares y sus méritos civiles y militares,  que conoce a Alonso de León Bolaños, abogado de los reales consejos y alcalde mayor de una de las islas de Canarias, al tiempo que va enumerando a los familiares del pretendiente diciendo sus obras y destacando sus puestos. Así manifiesta que “oyó decir que el ilustrado don Bartolomé García Jiménez, obispo que fue de las islas de Canarias, fue pariente inmediato del abuelo.

Otro testigo, Martín Lozano Linares manifiesta también conocer y coincide con el testigo anterior y que don Pedro de León fue familiar del Santo Oficio de la inquisición y hermano de la Santa Caridad de ella. De la misma manera ha oído decir que don Francisco Bernal de Estrada, arcediano de la catedral de Jerez y patriarca de la Santa Iglesia de Sevilla fue pariente de cuarto grado de consanguinidad de la abuela materna del pretendiente y que por tal recibió dote doble de la Iglesia que fundó el dicho don Francisco de Bernal Estrada.

Nos llama la atención las referencias a Bartolomé García Jiménez y a Don Francisco Bernal Estrada, ilustres zalameños que vivieron dos siglos antes. El primero fue efectivamente obispo de Canarias donde realizó una extraordinaria labor evangelizadora y el segundo ocupó altos cargos eclesiásticos en Jerez y Sevilla, interviniendo en el proceso de emancipación de Zalamea del arzobispado en 1592.

Concluye el escribano, Matías García Maldonado, refrendando las declaraciones de los testigos anteriores.

Finalmente termina el expediente con  un auto de aprobación fechado el 20 de marzo de 1762 en el que Leandro Martín Serrano, alcalde ordinario, en ausencia de don Juan Antonio Caballero, el otro alcalde ordinario (en aquellos tiempos había dos) manifiesta que habiendo visto la información antes dada por Don José Ventura de León y que “los testigos que han dispuesto son de toda confianza y verdad y que como tales lo han hecho en sus disposiciones”, “aprueba lo dicho como en ello consta y que para su mayor validez se autoriza  este escrito judicial y que se entregue al requerido don Ventura de León”.

Desconocemos cuál era el puesto o la distinción a la que aspiraba el mencionado Don Pedro Esteban de León Bolaños, pero su declaración de limpieza de sangre nos ha permitido descubrir cómo ese sistema llegó a instaurarse en nuestro pueblo.

Manuel Domínguez Cornejo        Antonio Domínguez Pérez de León

Imagen de la foto: Párrafo de la declaración donde se hace mención a que todos los ascendientes y progeniotores están limpios de toda mala raza.

 

 

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE

Como por muchos es sabido se define como reliquia en el ámbito religioso todo o parte del cuerpo o vestimenta de un santo que se venera como objeto de culto. También se considera con este nombre aquellos elementos materiales que fueron usados o estuvieron en contacto con él en momentos claves de su vida.

Al tratar de profundizar en las reliquias que hoy se veneran de San Vicente nuestra intención fue hacer una relación, si no exhaustiva, al menos bastante completa de todas ellas. Pero es tal su número, variedad y localización  que resulta imposible en este espacio acometer tal empresa, por lo que nos limitaremos a hacer referencias de las más significativas, sin olvidar naturalmente las que hubo o hay en Zalamea.

Veamos como empieza todo. Sabemos que Vicentius o Vicentiusla de Osca, nuestro San Vicente, fue un diácono del obispo Valero de Zaragoza. Las referencias más antiguas de los hechos proceden de un poeta del siglo IV, Prudencio, que en su obra Peristéphanon, dedicada a los primeros mártires, refiere el martirio de San Vicente. Posteriormente otros autores han recogido la tradición oral sobre su sacrificio y muerte. Ante la ausencia de restos arqueológicos y documentos debemos movernos en el terreno de las conjeturas e hipótesis. Según las fuentes antes mencionadas y las referencias históricas de la época, allá por los inicios del siglo IV (303-305) Publio Daciano, prefecto de Hispania citerior, cumpliendo un edicto del emperador  Diocleciano, procede a la detención del obispo Valero y de su diácono Vicentius que fueron trasladados a Valencia. Las persecuciones religiosas en esa época no lo eran tanto por sus creencias en sí sino por su negativa a reconocer la divinidad del emperador y el politeísmo vigente en el imperio. La crueldad con que se llevaban a cabo dependía en gran medida de los gobernadores locales; así sabemos que hubo regiones del imperio donde no se ejecutaron o los castigos fueron más leves. En el caso que nos ocupa, por razones que se desconocen, Valero, aun habiendo confesado su fe cristiana, fue simplemente desterrado, pero con Vicente se ensañaron y las fuentes hablan que fue horriblemente martirizado, descoyuntando sus huesos y exponiéndolo a brasas ardientes que le provocaron la muerte, tras lo cual, en su afán por hacerlo desaparecer, su cuerpo fue arrojado a un muladar y posteriormente hundido en el mar, o también puede que fuera un río, atado a una rueda de molino, pero días más tarde el mar devolvió sus restos a la orilla cerca de Cullera (Valencia) donde los fieles lo recogieron y dieron sepultura en un lugar en el que parece ser habitaba una comunidad cristiana y en el  que después se construyó una iglesia que se llamó San Vicente de Roqueta.

El culto a San Vicente alcanzó una gran difusión entre los primeros cristianos y se extendió rápidamente por toda la península. Son innumerables las poblaciones que lo tienen hoy como santo patrón o en las que se le venera de forma señalada. Todo ello generó desde la Edad Media una enorme demanda de reliquias del santo. Las iglesias y catedrales rivalizaban por tener una que consolidara la fe y la devoción de los fieles.

Pero ni siquiera hay certeza hoy de donde se encuentra su cuerpo. En San Vicente de Roqueta se han  realizado excavaciones sin que hasta ahora hayan encontrado su restos aunque sí vestigios de una primitiva  comunidad cristiana.

Una antigua tradición habla de que con la invasión musulmana su cuerpo, o parte de él, - no olvidemos que fue descoyuntado  durante el martirio y posiblemente desmembrado después de muerto - fue sacado de Valencia por algunos devotos  y trasladado a Lisboa, restos, que, auténticos o no, hoy se veneran en su catedral. Sin embargo un pueblo de Zamora afirma poseer una parte del  cráneo. Hay cronistas que  hablan de que parte de su cuerpo reposa hoy en Roma, mientras que otros aseguran que está en Besalú (Gerona). Algunos, sin embargo, manifiestan que sus huesos, o parte de ellos, se encuentran en el convento de Santa Clara, en Pontevedra. Así mismo hay quien defiende que los restos óseos de San Vicente se encuentran en Castris (Francia); país éste cuya capital, París,  afirma tener la túnica del santo. Todo es posible ya que era frecuente que los restos de los santos se repartiesen entre muchos lugares, aunque nada se puede afirmar con seguridad. De hecho fue tal la demanda de reliquias de santos  en la Edad Media  que se creó un auténtico mercado negro que las facilitaba a veces sin poder acreditar su autenticidad.

Una de las reliquias más sólidas y documentadas es la del brazo incorrupto que se conserva en la catedral de Valencia, lugar en el que también se guardan la argolla y la cadena con las que fue atado durante su martirio. Se trata del antebrazo izquierdo al que le falta un dedo. Se encuentra momificado con evidentes síntomas de haber soportado altas temperaturas, congruente con el tipo de martirio recibido. Su historia es bastante larga, pero, resumiendo, fue devuelta en 1970 procedente de Padua a Valencia,  lugar del que había salido en el siglo XII, después de concienzudos estudios y comprobaciones, rodeada de actos protocolarios donada por el que entonces la tenía en su poder, Pietro Zampieri.

Centrémonos ahora en Zalamea. Nuestro pueblo tiene una reliquia e incluso puede que dos y además con su documentación acreditativa.

La primera fue traída de Roma por D. Manuel Gil Delgado, el padre Gil, miembro destacado de la Orden de Clérigos Menores y que con el tiempo formó parte de la Junta Central que encabezó la resistencia durante la invasión francesa y embajador de la misma en Nápoles. Este hombre, nacido en Zalamea, y que mantuvo siempre vínculos con su lugar de nacimiento, con ocasión de un viaje a Roma representando a su congregación, trajo en 1777 una reliquia para su pueblo, acompañada de una bula de la Santa Sede que la autentificaba y autorizaba su exposición al público. Posteriormente fue aprobada por el arzobispado de Sevilla en diciembre y traída a Zalamea donde fue recibida solemnemente.  El Ayuntamiento, a propuesta del presbítero de la villa, Don Francisco Martín Gil, acordó en septiembre de 1778 dejar constancia documental en el archivo municipal de la recepción y autenticidad de la reliquia. Se trataba, según describe la bula, de una pequeña porción de hueso y venía guardada en un  recipiente de plata con una tapa de cristal y sujeta con cordones.

Sabemos que esta reliquia fue custodiada en la Iglesia, pero a partir de ahí perdemos su pista. Puede que fuera expoliada por los franceses durante la invasión de Zalamea, como hicieron con la mayoría de los objetos de valor del templo y de las ermitas, o puede también que se perdiera en el incendio de los edificios religiosos de 1936; el caso es que hoy se desconoce con certeza su paradero. Sin embargo hay una incógnita por resolver. En la sala sacristía de la ermita de San Vicente se conserva una bolsa que contine un “ara”, una especie de losa de mármol que se colocaba en el altar mayor de las iglesias y en la que se solían colocar antiguamente las reliquias de santos. Esta losa de forma cuadrada, que muestra pruebas de haber estado sometida a un incendio,  tiene en una de sus caras un pequeño cuadrado del mismo material fuertemente  incrustado con claros indicios de haberse intentando forzar. La pregunta que nos hacemos  es : ¿Guarda esta losa en su interior la antigua reliquia traída por el padre Gil?

La segunda reliquia, que es la que hoy expone la hermandad, llegó más recientemente, en Mayo de 2015, donada por la Santa Iglesia Catedral de Valencia, acompañada por un documento que acredita su autenticidad y procedencia. Se trata igualmente de un minúsculo fragmento de hueso conservado en el interior de un recipiente circular sujeto por dos pequeñas cintas rojas. Se guarda actualmente en la ermita de San Vicente.

Como vemos podrían ser dos las reliquias que tendría Zalamea del que viene siendo nuestro patrón desde 1425.

Por cierto, dentro de poco más de tres  hará justamente  600 años, seis siglos, que fue elegido. Dispongámonos todos a conmemorarlo con la solemnidad que se merece.