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ZALAMEA LA REAL - HISTORIA

Edad Media

CONTEXTO SOCIAL Y POLÍTICO DE LA ELECCIÓN DE SAN VICENTE COMO PATRÓN DE ZALAMEA

CONTEXTO SOCIAL Y POLÍTICO DE LA ELECCIÓN DE SAN VICENTE COMO PATRÓN DE ZALAMEA

Mucho se ha escrito sobre la elección de San Vicente como patrón de Zalamea, pero poco o nada se ha profundizado en el contexto en el que se produce la elección de este santo en nuestro pueblo, conocido en aquel momento como Zalamea del Arzobispo.

Empezaremos por recordar que la península ibérica estaba entonces dividida en cinco grandes reinos, cada uno de ellos con sus respectivos monarcas: Portugal, Navarra, Aragón, Granada y Castilla que por aquel entonces ya había integrado el antiguo reino de León. Y este último reino, Castilla,  es el que nos interesa por ser en el que se encontraba encuadrado nuestro pueblo. En el año en que se produjo la elección del santo reinaba en él Juan II, padre de la que la después llegaría a ser Isabel I de Castilla, que junto con su esposo Fernando de Aragón formaría la pareja conocida como Reyes Católicos

Estamos en plena Edad Media y apenas hacía 150  años que aquel pequeño lugar, nombrado antes  por los musulmanes como Shalamya, había sido conquistado por los cristianos, que castellanizaron su nombre para denominarlo Zalamea, y ser cedido después como señorío al Arzobispado de Sevilla.

En aquel año, la sede arzobispal estaba siendo administrada por un fraile al haber sido suspendido temporalmente su titular, Don Diego de Anaya y Maldonado, por un litigio que tuvo con el cabildo de la catedral.

Desgraciadamente la escasez de documentos nos obliga a elaborar  conjeturas sobre cuál era la situación social y económica de nuestro pueblo. Para ello hay que recurrir al análisis de los abundantes estudios que hay del contexto  y a los escasos indicios aportados por algunos documentos. En 1425, aunque suponemos que existían aún  restos de población musulmana y judía, la población cristiana se había impuesto en el término gracias a  las sucesivas repoblaciones  de castellanos y leoneses que fueron llegando desde su reconquista. Zalamea había adquirido ya la categoría de villa como parece desprenderse del real despacho de 1408 que firmó el rey Juan II sobre las dehesas de propios y como así consta en las mismas reglas de la hermandad:

 “ En la villa de Çalamea en veynte y quatro días deel mes de março de mil y cuatrocientos y veinte y cinco años…””

  Se trataba entonces de un pequeño pueblo que apenas llegaría a  los cien vecinos, puede que algo más si añadimos  la población de las aldeas, como se puede inferir de los datos generales de población para la época (a efectos de censo un vecino equivalía entonces a toda la familia ocupante de una casa). Basaba su economía en la explotación agrícola y ganadera, tanto de las heredades que disfrutaban los descendientes de algunos repobladores a título particular, generalmente situadas en las proximidades de los núcleos habitados, como de los numerosos e importantes bienes de propios o comunales. Contaba entonces el pueblo con una Iglesia formada por dos naves que estaría situada sobre el espacio que hoy ocupan la sacristía y el presbiterio de nuestro templo parroquial y una pequeña torre culminada por un campanario, de apariencia muy distinta a la actual. Sabemos también que existía extramuros una ermita dedicada al culto de Santa María de Ureña, hoy dedicada a San Blas. Las calles que constituían aquella primitiva villa  se corresponderían con las actuales calles de la Plaza, La Iglesia, Hospital, Olmos, Castillo y Don Manuel Serrano. Contaba además con otros núcleos de población extendidos por el término que administraba, como eran el Buitrón, El Pozuelo, Marigenta, Membrillo, Buitroncillo, El Villar, Abiud, El Monte de El Campillo, El Monte de Alonso Romero y Santa María de Riotinto. El terreno que administraba se extendía desde el río Tinto hasta el rio Odiel y limitaba al sur con el condado de Niebla, al que pertenecía entonces un pequeño lugar llamado Facanías, que más tarde se convertiría en Valverde de Camino. Al norte limitaba con otra antigua villa conocida como Almonaster que con el tiempo compartiría con Zalamea un mismo destino histórico, razón por la cual hoy ambas tienen el apelativo de “la Real”

Se regía entonces el pueblo por dos alcaldes ordinarios  auxiliados por un alguacil, un escribano público y un mayordomo, nombrados por un año, todos bajo la autoridad de un alcalde mayor que representaba y defendía los intereses del arzobispo, señor de Zalamea.

Las decisiones sobre el uso y administración de los bienes comunales, sobre los asuntos de vida y costumbres y el gobierno municipal  se tomaban en un concejo abierto para el que se reunía a todos los vecinos varones, cristianos viejos, a toque de campana  para acordar conjuntamente  las medidas que luego debían ejecutar los alcaldes. Por lo general se celebraban los domingos después de misa.

La religión era el centro alrededor del cual giraba la vida de los zalameños,  así como sus fiestas y sus costumbres; el ritmo de la vida cotidiana venía marcada por los toques de campana de los oficios religiosos y llamadas a la oración.

El índice de mortalidad era muy elevado, la esperanza de vida estaba entre los 45 y 50 años y con frecuencia se producían epidemias que asolaban a la población y provocaban un descenso demográfico que, en ocasiones, traía consigo una graves crisis económica por falta de mano de obra. Y al parecer una de estas epidemias fue el motivo de la decisión de tomar formalmente a un santo como patrón de Zalamea. Ante el desconocimiento de la causa y de remedios sanitarios eficaces el pueblo se refugiaba en la religión como única protección frente a la enfermedad.

Sabemos por las mismas reglas de la hermandad que en aquel 1425, Zalamea y sus lugares “comarcanos” estaban siendo asolados por una epidemia de peste:

“… Por que Dios nuestro Señor a dado mucha peste en esta villa y su término…”

 Hoy no podemos saber si aquella epidemia a la que hacen referencia las antiguas reglas de la hermandad fue de peste bubónica, la temida peste negra, o cualquier otra, ya que en la Edad Media se denominaba con el nombre de peste o pestilencia a cualquier epidemia que causara mortandad. Pudo tratarse de una epidemia de gripe o de viruela o quizá, no es descartable, de esa terrible peste negra que tantos estragos causó en la población de la Edad Media. Conocemos que fue especialmente virulenta la que se produjo en 1422 en el suroeste peninsular, así que puede que se tratara de esta misma que aún se hiciera sentir tres años después o de un brote local de los que tanto se produjeron a lo largo del siglo XV. Lo cierto es que los zalameños padecieron en aquellos momentos  una epidemia que les infringía enormes sufrimientos. Se acude entonces a  elegir un santo que interceda para aplacar la ira del Todopoderoso:

            “…que por que Dios Nuestro señor aPlaque la dicha pestilencia…”

 La elección se produjo, según todos los indicios, en un concejo abierto que tuvo lugar probablemente en la puerta de la iglesia, donde a toque de campana son convocados todos los vecinos y moradores varones de la villa, que con seguridad habían sido advertidos previamente a través del pregonero, mandándoseles aviso igualmente a los de las aldeas, De esta manera, en presencia del escribano público y ante el cura de aquella primitiva iglesia,  siguiendo el ritual de introducir todos los nombres de los santos de las letanías en un cántaro, según se narra al principio de las antiguas reglas de la hermandad, un niño extrae por tres veces consecutivas la cédula con el nombre de San Vicente, visto lo cual fue acordado elegirlo como patrón de Zalamea:

            “…y viendo los vecinos que Dios Nuestro Señor les dava por patrón y avogado ael gloriosso San bicente, Prometiron dehacer la hechura de el bien abenturado SSanto y de hacerle su Hermita y Hermandad..”

 Nada podemos añadir hoy acerca de la certeza del hecho protagonizado por aquel niño; no obstante, ya hemos hablado en otras ocasiones  que son numerosos los indicios que apuntan a que  el culto a San Vicente estaba bastante arraigado  en Zalamea mucho antes de aquella fecha. Fue el 24 de Marzo de 1425, seguramente un domingo, o quizás un jueves o un sábado, -los sistemas de conversión de fechas anteriores a 1582, año de establecimiento del calendario gregoriano, son imprecisos –,  pero el caso es que desde entonces, y ese es un hecho incontestable, Zalamea ha venido venerando a San Vicente ininterrumpidamente como su santo patrón.

Y van ya 590 años.

 Manuel Domínguez Cornejo       Antonio Domínguez Pérez de León

Imagen de la foto:

Procesión de San Vicente de principio del siglo XX. (Archivo de Pastor Cornejo)

EL GOBIERNO MUNICIPAL EN ZALAMEA EN LA EDAD MEDIA

EL GOBIERNO MUNICIPAL EN ZALAMEA EN LA EDAD MEDIA

Una de las cuestiones que se suele pasar por alto al hablar de la Edad Media en Zalamea es el modo en que se gobernó el pueblo durante ese periodo. ¿Quiénes mandaban? ¿Qué normas y leyes obedecían?. Vamos a abordar en este artículo cómo se organizó políticamente  Zalamea durante el tiempo que perteneció al señorío arzobispal., es decir como se gobernó en la práctica una comunidad rural que fue conquistada a los musulmanes a mediados del siglo XIII.

 Como  por muchos es sabido, ganado el reino de Sevilla, nuestro pueblo pasó a depender del reino de Castilla, y aunque durante un tiempo fue una zona en litigio entre portugueses y castellanos, después de que Alfonso X el Sabio consolidara su poder en todas las tierras al este del Guadiana, cedió el señorío de lo que entonces no pasaba de ser un “lugar”,  al arzobispado de Sevilla. Quizá sea conveniente recordar que nos encontramos en plena época feudal y los feudos, territorios bajo el dominio de un señor, podían ser de realengo, dependientes directamente de rey, nobiliarios, pertenecientes a la nobleza y eclesiásticos, sometidos a los altos dignatarios de la Iglesia. Este último fue el caso de nuestro pueblo durante 300 largos años, desde 1279 hasta 1579. Conviene aclarar en este punto que la  diferencia entre “lugar” y “villa” se basaba principalmente no sólo en el volumen y calidad de la  población sino en que en la “villa”  se habían creado ya unas estructuras políticas y sociales que, en nuestro caso,  fueron proporcionadas por el arzobispado al asumir su señorío. Recibió desde esos primeros momentos un contingente de repobladores venidos de Castilla y de León y aunque la ausencia de documentación no nos permite precisar la cantidad ni la importancia de estos primeros repobladores, sí podemos deducir por el contexto general que la población cristiana fue paulatinamente imponiéndose en el último tercio del siglo XIII y en el primero del XIV hasta relegar a la musulmana a una minoría reducida. No hay constancia de que hubiera población judía, pero la existencia de un poblamiento en las inmediaciones con el nombre de Abiud, término  de procedencia hebrea, sugiere que había posiblemente una pequeña comunidad de aquella  religión. El caso es que pronto Zalamea adquiriría la condición de villa, seguramente porque se encontraba poblada por  hombres con heredades, territorios que le habían sido donados para su uso y que podían transmitir por herencia,  y por su parte el arzobispado, al recibir  el pueblo de manos del rey, determinó una organización política necesaria para el adecuado gobierno y sobre todo para proteger sus intereses, condiciones ambas necesarias para llega a tener la  consideración de villa. Sabemos que ya en el real despacho de 1408 sobre las dehesas de propios, Juan II, se refiere a ella como tal.

En líneas generales, en todo el territorio bajo dominio cristiano, en el siglo XIII, cada comunidad se gobernaba,  en lo que a los aspectos económicos y sociales se refiere, según sus propios usos y costumbres recogidos en muchos casos en ordenanza locales. Los delitos mayores, homicidios, herejías, eran juzgados directamente por los señores, que tenían el derecho de vida o  muerte sobre sus vasallos, o por su representante el alcalde mayor.

 En Zalamea, como en otros tantos lugares, al principio, el sistema de gobierno era de “concejo abierto”, en el que los cargos eran ostentados por la oligarquía local, por decirlo de otra manera, por los cristianos con mayores propiedades del término municipal, territorio administrado desde el núcleo principal de población. Las decisiones con respecto al gobierno local eran tomadas con la participación de todos lo hombres libres residentes y que votaban sobre las decisiones que había que tomar respecto a asuntos de interés común. Este concejo abierto se celebraba generalmente en la puerta de la iglesia, después de misa, al que eran convocados todos los hombres al toque de campana. Como curiosidad podemos decir que todo parece indicar que la decisión de tomar a San Vicente como patrón para nuestro pueblo se tomó en un concejo abierto aquel 24 de marzo de 1425.

 Mucho antes, en la primera mitad del siglo XIV Alfonso XI, conocido con el apodo del El Justiciero, impulsó una reforma de la administración local con el fin de asegurar el poder de las oligarquías locales y hacerlas más dependientes de los señores feudales y reforzar a su vez de esta manera los intereses de la corona. Con esta reforma se pasó de los concejos abiertos, con la participación de todos los hombres libres, a los concejos cerrados o regimientos, pero  este cambio tardó en  extenderse por los reinos cristianos, especialmente en las comunidades rurales donde se fue haciendo paulatinamente y tarde. De esta manera, para nuestro pueblo, comprobamos como en la sentencia de 1450 de Fray Rodrigo Ortiz acerca del pleito que Zalamea tenía con Niebla y su lugar de Facanías, actual Valverde del Camino, sobre los límites de ambas poblaciones, este juez se refiere a las autoridades zalameñas con el nombre del Cabildo y “hombre buenos” de la villa de Zalamea, lo que viene a decirnos que ya existían unos cargos representativos pero aún con la participación de los “hombres buenos”, refiriéndose con este nombre a los hombres libres, cristianos viejos, reconocidos sin lugar a dudas, y con propiedades.

Desde aquí, con el transcurso de los  años, se debió pasar al concejo cerrado o regimiento, ya que en las Ordenanzas de 1535 se recogen cuáles son los cargos que forman el concejo de la villa de Zalamea. Aunque fueron redactadas en 1534, todos los expertos que la han estudiado, coinciden en asegurar que se trata de la recopilación de unas normas que, escritas o no, eran llevadas a la práctica en el pueblo desde el siglo XV por lo que podemos deducir que probablemente los capítulos que hablan del gobierno de la villa reflejan  cuales eran la organización política de la Zalamea del Arzobispo a finales del siglo XV y principios del XVI.

Había entonces un alcalde mayor, que ostentaba la representación del arzobispo de Sevilla y que velaba porque se cumplieran los usos y costumbre y especialmente los derechos fiscales que correspondían al entonces señor de Zalamea, diciéndolo de otra manera, que se recaudaran las tasas y rentas del almojarifazgo (impuestos derivados de la salida y entrada de mercancías), alcabalas (derechos de compraventa de determinados productos) y almotacenazgo (tasa a pagar por el uso de los pesos y medidas) reservadas todas ellas para el arzobispo, así como la producción de aceche. Aparte de él formaban el concejo dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores, un alguacil, un mayordomo y un escribano. Este último era el único cargo no electo que también se designaba por un año, pero en el que habían de rotar todos los que tenían esta condición en el pueblo. Además no tenía voto en el concejo.

Los cargos eran elegidos por un año el 1º de enero, y para ello el concejo saliente proponía a 12 personas y entre ellas el alcalde mayor, en representación del arzobispo, nombraba a los dos alcaldes, a los regidores, equivalentes a los actuales concejales, y al mayordomo. No se habla ya de la intervención de los hombres buenos, se trataba pues de un concejo cerrado.

 El cabildo, nombre que originalmente se refiere a la reunión de miembros del concejo y después se extiende al concejo mismo, se debía reunir una vez a la semana y se penaba con una multa de dos reales a los que no asistieran. Los alcaldes eran los jueces que dirimían en los pleitos civiles y económicos, sus sentencias se colgaban para público conocimiento en unos rollos en un especie de poste que dio nombre a la actual calle Ruiz Tatay, también conforme a las reglas recogidas en los capítulos de las ordenanzas, vigilaban  la entrada de mercancías para no hacer competencia a la producción local, así como el aprovechamiento de los bienes de propios, auxiliados en algunos casos por los regidores que se encargaban así mismo de supervisar el cumplimiento de lo que las ordenanzas regulaban en materia de carnicerías, panaderías, control de precios, etc; el mayordomo era el responsable de la administración de los bienes del concejo y de los aspectos económicos, y el alguacil era una especie de policía local. Los alcaldes ordinarios debían residir continuamente en la villa, obligándoseles a que al menos uno de ellos estuviese siempre presente, debiendo pagar tres reales de plata cuando no lo hicieran, y además el daño que su ausencia causara a las partes a las que debían impartir justicia. Igualmente debían destinar tres días a la semana a dar audiencia a los vecinos que se lo solicitaran para decidir sobre los pleitos que les planteaban, siempre en horario de tarde hasta que se pusiera el sol. Del mismo modo los alcaldes y oficiales estaban obligados a recorrer las lindes del término municipal para comprobar la situación de los mojones que lo delimitaban, así como los de las dehesas de propios y los cotos. Terminado su mandato debían rendir cuentas en un plazo de 15 días a los alcaldes y oficiales entrantes.

 Finalizando el periodo arzobispal y pasando a depender de la corona en tiempos de Felipe II, en un proceso sobradamente estudiado, este rey otorgó una carta de privilegio a nuestro pueblo en la que consagró un sistema de concejo cerrado con una auténtica autonomía política que hizo entrar de lleno a Zalamea en la Edad Moderna.

Foto de la ilustración:

Ordenanzas municipales de 1535. Aunque redactadas en 1534, sus capítulos recogen reglas en vigor desde la Edad Media.

 

Manuel Domínguez Cornejo      Antonio Domínguez Pérez de León

¿ SE RENDÍA CULTO A SAN VICENTE EN ZALAMEA ANTES DE 1425?

¿ SE RENDÍA CULTO A SAN VICENTE EN ZALAMEA ANTES DE 1425?

Hemos apuntado en otras ocasiones que probablemente el culto a San Vicente es anterior a 1425 y puede que se practicara en Zalamea desde mediados o finales del siglo XIV. Es una afirmación arriesgada, pero los indicios que nos llevan a pensar de esta manera vienen de dos fuentes.

 En primer lugar el  contexto histórico que nos habla de una expansión del culto a San Vicente que parte del reino de Aragón en el siglo XII y se extiende por el resto de los reinos cristianos a lo largo del XIII y del XIV. Con lo que es posible que llegara aquí con los repobladores castellanos y leoneses que se establecen en el término después de la reconquista a los musulmanes. Pero este contexto histórico sería insuficiente para llegar a esta conclusión si no tuviéramos otra fuente  que le diera fundamento.

 ¿Cuál es esa otra fuente a la que nos referimos? Pues no es otra que las mismas reglas de la hermandad de 1425. Como de todos es sabido, aquellas antiguas reglas fueron transcritas en 1638 por encontrarse el original en muy mal estado, apremiados por un visitador eclesiástico que les exigía que fuesen enviadas cuanto antes  a Sevilla para ser aprobadas por el Señor Provisor. Si damos por sentado que los hermanos de entonces copiaron literalmente lo que estaba escrito  en las de 1425, como así parece ser por los que se dice en la introducción: 

 “…la dicha rregla como esta mandado… sacada a la letra es de el tenor y fforma que se dice:”   Es decir copiada literalmente.

 También al final se afirma que se ha copiado el original :

 “…Como todo lo susodicho consta de el dicho libro donde se saco y se traslado…”.

 Pues bien en aquel texto de 1425 se encuentran los indicios de los que hablábamos antes y que nos llevan a afirmar que la devoción por San Vicente estaba extendida en Zalamea antes de que se constituyera la hermandad en aquel año.

 En primer lugar en el nº 8 de la relación de rentas se dice textualmente:

 “…y anssimismo la obligacion que tienen los priostes y alcaldes de ella segun la debocion antigua que an tenido los coffrades desta santa cofradia…”

 Alusión clara a que en el momento que se redactaron las reglas ya se tenía devoción por el santo  que a partir de esa fecha sería oficialmente nuestro patrón.

 De la misma manera en el párrafo que da principio a los capítulos de las cofradía se dice:

 “… De la ración de lo que los hermanos coffrades estan en costumbre de esta santa cofradía de el señor Sant Vicente en cada un año en el buen gobierno de la cofradía es el siguiente:”

 ¡La costumbre! Es decir, los capítulos de las reglas que siguen no hacen sino recoger lo que es costumbre; dicho de otro modo, lo que se venía haciendo cada año por los devotos de San Vicente.

 Y en esto mismo se insiste  al final del capítulo 3 cuando se escribe:

“…y que tengan todos los hermanos sus belas encendidas en el entretanto que se dicen los oficios dibinos conforme a la costumbre antigua.”

Pero las reglas contienen más indicios que los expresamente escritos. Sorprende comprobar las importantes donaciones que los primeros priostes y hermanos de la cofradía realizan nada más constituida. Donaciones que buscan asegurar las rentas de las que debía disponer la hermandad para su mantenimiento y que no se explican de otra manera si no es porque aquellos antepasados nuestros ya tenían una fe consolidada en el santo.

Podemos concluir entonces en que es altamente probable que desde mucho antes de que se constituyera la hermandad en 1425, probablemente desde mediados del siglo XIV, se practicara ya la devoción a San Vicente Mártir en Zalamea, devoción posiblemente no reglada ni organizada, pero sí bastante asentada y que culminaría con la creación de la hermandad el 24 de marzo de 1425 después del solemne acto de la elección del santo como patrón, impulsados quizá por la necesidad de institucionalizar su culto para hacer frente, según nos cuentan las reglas, a una enorme epidemia de peste que asolaba la región. Epidemia de la que, según cuenta la tradición, quedo libre nuestro pueblo por la intersección del santo.

Manuel Domínguez Cornejo              Antonio Domínguez Pérez de León

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (VI)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (VI)

 LA VIDA DEL PUEBLO EN LA EDAD MEDIA 

Trataremos por último de describir someramente algunos aspectos que puedan darnos una imagen de la organización social, política y económica  de nuestro pueblo en aquella época, en definitiva de cómo vivían nuestros antepasados en la Edad Media. De cualquier manera es necesario precisar que todo lo que describimos a continuación es consecuencia de un proceso que se inicia en 1279, en el momento de la cesión,  se extiende a lo largo de tres siglos y tiene su punto culminante en el primer tercio del siglo XVI.

                 Con el fin de situarnos en el contexto histórico, no está de más hacer una reseña de  lo que ocurre en España en aquellos tiempos. Distaba mucho aún de ser una unidad política, su territorio estaba divido en varios reinos, independientes unos de otros. A  uno de ellos, el reino de Castilla, quedó incorporada Zalamea, al igual que toda Andalucía occidental después de su reconquista, buena parte del sudeste peninsular continuaría aún mucho tiempo en manos de los musulmanes. En aquel tiempo la Iglesia no se limitaba sólo a  ejercer su influencia sobre lo espiritual sino también sobre lo terrenal.

                 Veamos, en primer lugar, cómo era el pueblo hace 700 años. Será necesario que hagamos un pequeño esfuerzo para imaginarnos un lugar mucho  más pequeño que el que podemos ver hoy y que comenzaría a crecer con la llegada de los repobladores castellanos y leoneses. Las casas se agrupaban alineadas, formando unas pocas calles que se corresponderían con las actuales de la Plaza, de la Iglesia, Hospital, Olmo, Castillo y D. Manuel Serrano; contaba con una Iglesia más reducida que la actual, formada por dos naves y una pequeña torre culminada por un campanario. Esta Iglesia, situada en el mismo lugar en el que se encuentra nuestro templo, debió empezar a construirse al comienzo del periodo arzobispal aprovechando las ruinas de algún edificio anterior y se encontraba en aquel momento en el extremo norte de la población, a su alrededor había unos espacios libres de construcción que más tarde fueron utilizados como cementerios según la costumbre de la época. Naturalmente había también otras viviendas aledañas a las calles mencionadas que fueron después el germen de otras nuevas. Con  el tiempo el pueblo fue creciendo fundamentalmente en dos direcciones, hacia el este para formar las calles, Canterrana, Caño, Tejada y Fontanilla y hacia el sur por la calle Rollo. En las afueras, conforme a lo habitual en aquel tiempo, se construyeron, en el periodo del que hablamos, las ermitas de Santa María de Ureña, San Vicente y San Sebastián, quedando estas dos últimas, en tiempos posteriores, dentro del casco urbano al crecer el pueblo. En este sentido el concejo concedía terreno para la construcción  de nuevas casas con el fin de  promover el asentamiento con el único compromiso de que " fasta cinco años primeros siguientes tengan casas hechas en el cuerpo de la villa..."

                 Además del pueblo propiamente dicho, dentro del territorio que administraba, lo que luego sería su término municipal, existían otros núcleos de población,- aldeas-, algunas de ellas ya habitadas desde antiguo y otras que se originarían en el transcurso del periodo arzobispal, aquellas de las que tenemos constancia eran El Buitrón, El Buitroncillo, El Villar, Abiud, El Monte de El Campillo, Marixenta, El Monte de Alonso Romero y  Santa María de Riotinto. El límite del término estaba determinado al norte y oeste por el río Odiel, al este por el Castillo de las Guardas y el río Tinto y al sur por el condado de Niebla; Valverde era aún un pequeño poblado conocido como Facanías con el que como hemos mencionado en el artículo anterior hubo un prolongado enfrentamiento por cuestiones de límites territoriales.

                 En lo que se refiere a la organización del gobierno y administración local, la villa estuvo regida por dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores, un alguacil y un mayordomo, así mismo se nombraba un escribano público. Al ser un señorío, el arzobispo nombraba un alcaide o alcalde mayor que ejercía en su nombre la jurisdicción. Los alcaldes ordinarios hacían las funciones de jueces tanto de lo civil como de lo criminal y debían portar siempre una vara para que se les reconociese como tales. Una figura de gran importancia en el gobierno era el mayordomo, encargado del control y de la administración de los bienes y  hacienda del pueblo,  Todos estos cargos se elegían anualmente; la forma de nombrarlos era por designación y se procedía de la siguiente forma: Los salientes designaban 12 personas para sustituirlos y de entre ellos el arzobispo, o el alcalde mayor en su nombre, elegía los ocho que componían el concejo. El cabildo debía reunirse semanalmente y sabemos que, al principio, se celebraban en la plaza y asistían también los "hombres buenos" del pueblo; con posterioridad pasaron a tener lugar en el interior de las casas del Concejo  que se encontraban donde hoy está el Ayuntamiento. Estas casas, además de las salas de audiencia, reuniones y justicia, tenían un pósito para guardar el grano del común y la cárcel.

                 El hecho de pertenecer al arzobispado suponía la obligación de pagar determinados tributos. En primer lugar había que sufragar el coste del cargo de alcalde mayor, al que se destinaban algunas rentas y parte de algunas sanciones o multas, por otra parte el arzobispo se llevaba las rentas fijas procedentes de estas tres fuentes: El almojarifazgo o tarifas que se pagaban  por las mercancías que entraban o salían del pueblo, las alcabalas o derechos por las compraventas de determinados productos como el oro, plata, lino, lana, seda, etc. Y por último el almotacenazgo o tributos que había que pagar por el uso de las pesas y medidas del arzobispo. Además sabemos que el arzobispo se reservaba la producción de aceche (sedimentos de color rojizo que se recogían del río Tinto, usado como tinte y muy apreciado en la época).

                   La economía del pueblo se basaba en la agricultura y en la ganadería y fue aquí donde la comunidad alcanzó un admirable nivel de equilibrio con la naturaleza que se reflejó en las Ordenanzas Municipales de 1535, suficientemente conocidas y elogiadas; solo añadiremos que fueron aprobadas cuando era arzobispo de Sevilla D. Alonso Manrique, hermano de famoso poeta medieval Jorge Manrique. En este sentido conviene aclarar que una buena parte de las tierras del término eran  comunales y eran aprovechadas por el conjunto de los vecinos del pueblo, sin embargo tenemos constancia de algunos habitantes, repobladores castellanos y leoneses o sus descendientes, gozaban de determinados terrenos en forma de lo que se denominaba "heredades". No se trataban de propiedades en el sentido que hoy tiene tal palabra, efectivamente los titulares de estas "heredades" las explotaban y se beneficiaban de sus rentas y tenían el derecho de trasmitirlas a sus hijos, generación tras generación, pero estaban obligados  a cumplir determinadas condiciones, debían cuidarlas y aprovecharlas adecuadamente, de lo contrario podrían imponérseles multas o incluso perderlas. Estas heredades estaban situados en los alrededores del pueblo o de las aldeas y en su mayor parte eran huertos o viñas, estas últimas hoy completamente desaparecidas pero que en la Edad Media parece tuvieron  cierta importancia.

                 Además de los huertos y viñas, se cultivaban cereales y lino y se aprovechaba los recursos de las dehesas comunales (Villar, Bodonal, Alcaria, Xarillas) de una forma que no supusiera ventaja para nadie; por ejemplo, para la recogida de la bellota, en el momento y día indicado, los vecinos acudían a la dehesa elegida y a una señal del mayordomo, y bajo su supervisión, cada uno escogía una encina y hasta que no terminara con ella no podía comenzar con otra, prohibiéndose acaparar a la vez más de una. Naturalmente nuestros antepasados comprendieron perfectamente la importancia de encinas y alcornoques y acabaron regulando minuciosamente los trabajos que precisaban para su conservación.

                 Con respecto a la ganadería, revestía especial relevancia la cría de vacas, cerdos, ovejas, cabras y bueyes. En este sentido hay que mencionar que el concejo tenía una boyada municipal, pudiendo también los vecinos llevar a ella las vacas y bueyes propios para su cuidado. Esta boyada estaba  guardada por un boyero que era elegido anualmente y cuyo sueldo era costeado por la comunidad.

                 La caza tenía una finalidad esencialmente económica y  su carne era puesta a la venta en las carnicerías del pueblo; por tanto también era controlada por el concejo, estando prohibida la caza con lazo, o hacerlo en zonas quemadas, en los días inmediatos al fuego. Sabemos que en la época que estamos tratando eran abundantes los ciervos en los campos zalameños.

                 Las transacciones comerciales se realizaban en la plaza, llano ante las casas capitulares, en lo que hoy es la Avda. Andalucía. Por cierto que para evitar las especulaciones, cualquiera que comprara un producto no podía venderlo hasta pasado tres días. Los pesos y medidas que se utilizaban han dejado de usarse sustituidas por las del sistema métrico decimal; algunas ya han desaparecido de nuestra memoria, como la libra (Aprox. 300 o 400 g.), el azumbre (Medida equivalente a dos litros) la vara  (0,8 m) la soga toledana (Aprox. 8 m), el almud  (Equivalente a media fanega); otras han llegado hasta nuestros días, como la arroba, la legua, la fanega y el cuartillo. En este sentido conviene señalar que los instrumentos para realizar los pesas y medidas oficiales no estaban en manos de cualquier vecino, sólo estaban en poder del Arzobispo y del Concejo, estas últimas guardadas por el mayordomo y  debidamente marcadas para evitar falsificaciones; para poder utilizarlas era preciso pagar un tributo. Era una manera de controlar la producción y las transacciones comerciales, operaciones por las que, como hemos visto, había que pagar unas tarifas.  Los lagares de cera, los molinos harineros del río Tinto, los telares y los curtidos de pieles, como actividades artesanales más relevantes, completan un panorama económico bastante organizado y en perfecto equilibrio con el medio natural

 Con el fin de  dar una idea lo más aproximada posible acerca de la vida y costumbre de los zalameños de aquella época, podemos añadir que, como corresponde a la época y más aún en un señorío eclesiástico, la religión era la verdadera directora de la vida del pueblo, las actividades cotidianas, que se acostumbraba interrumpir para realizar los rezos, venían determinadas, en ausencia de relojes, por los toques de campanas que llamaban a oración (Ave María, Angelus, Änimas) derivadas de las llamadas horas canónigas: Maitines, laudes (al amanecer), prima, tercia, sexta, nona  (sobre las tres de la tarde), vísperas (Sobre las seis) y completas que señalaba la hora de acostarse.

 Tampoco existieron, al menos al principio de este periodo del que estamos hablando, médicos ni instituciones sanitarias, esta función la desempeñaban personas que por experiencia o tradición familiar aplicaban remedios naturales. Con frecuencia, en enfermedades graves,  ante la ausencia de métodos más científicos, había que confiarse a la intercesión de los santos. Por las distintas relaciones sabemos que Zalamea fue asolada en varias ocasiones por epidemias de  peste que causaban estragos en la población, como la que tuvo lugar allá por 1425 y  que promovió la elección de San Vicente como patrón de Zalamea, estando administrada la silla arzobispal por un fraile ya que su titular, Don Diego de Anaya y Maldonado, había sido suspendido  provisionalmente.

 No existían escuelas pero sabemos que algunos habitantes, enseñaban las primeras letras a sus discípulos; la primera de la que tenemos constancia la ejerció Fray Cristobal, ermitaño de San Vicente, a mediados del siglo XVI,  que dio clases en la misma ermita  a alumnos de Zalamea, probablemente eran hijos de familias acomodadas, los del resto "no podían perder el tiempo en estos menesteres" ya que eran precisos para trabajar en la familia. A este efecto, aunque no existía una mayoría de edad definida, la edad válida para asumir las obligaciones de trabajo estaba establecida en los 12 años. Todos los miembros de la familia que convivían en el mismo domicilio estaban sometidos a la autoridad del padre y la emancipación sólo se producía cuando algún hijo se casaba y se trasladaba  a otra casa.

 Un buen día, al principio de 1580, apareció un hombre que dijo llamarse Juan Ruiz Carrillo, y que mostró al Cabildo una cédula firmada por su majestad el rey Felipe II, según la cual, Zalamea había dejado de pertenecer al arzobispado de Sevilla. De esta manera los zalameños se enteraron de que para ellos había concluido un largo periodo, no tan oscuro como a primera vista pudiera parecer. El último arzobispo, señor de Zalamea, fue Cristobal de Rojas y Sandoval; en total fueron treinta y dos. Castilla había conocido durante ese tiempo 14 reyes. Lo que siguió a partir de entonces es otro capítulo de la Historia de Zalamea .

Manuel Domínguez Cornejo         Antonio Domínguez Pérez de León

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (IV)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (IV)

LA RECONQUISTA

La vida en el pueblo en el periodo de ocupación musulmana se enriqueció cultural y económicamente con respecto a la etapa visigoda . Los árabes introdujeron  nuevos sistemas de explotación de las tierras y nuevos cultivos o potenciaron otros que antes eran marginales como la vid y el olivo. Favorecieron la agricultura con nuevas formas de riego, las típicas huertas zalameñas son de tradición árabe, además estimularon el pastoreo. Así mismo la puesta en explotación de las minas de Riotinto y otras más del término en la época de Alhakem II propiciaron el florecimiento de la población que se convirtió de nuevo en la principal proveedora de alimentos y otros productos a los trabajadores de  dichas minas. La sociedad zalameña debió estar conformada por grupos que estarían influidos por la cultura islámica y que posiblemente se convirtieran a esa religión que convivirían con otros grupos que conservarían su ideología cultural cristiana, sin que llegara a haber graves enfrentamientos.

 En otro orden de cosas, existe tradición en Zalamea de que la Iglesia y la torre se construyeron sobre una especie de mezquita o minarete árabe. Si esto fue así nada hay que lo pueda atestiguar. Sí podemos decir que los musulmanes usaron con frecuencia materiales romanos y visigodos par sus edificaciones públicas como ocurre por ejemplo en la mezquita de Almonaster. No obstante no es descartable que pudiera haber existido donde hoy está la torre y la Iglesia algún tipo de edificio árabe religioso que si estuvo allí debió tener poca envergadura y que después los cristianos reutilizaron para sus prácticas religiosas convenientemente remodelado. En cualquier caso nada ha quedado de él.

 Como hemos dicho, los nuevos y los viejos pobladores convivieron pacíficamente,  se respetaron e incluso tienen lugar uniones entre jóvenes de distintas creencias. Pero mientras tanto, en el norte, los descendientes de los antiguos reyes cristianos se van fortaleciendo y 500 años después de aquel 711, alrededor de 1250, aprovechando la debilidad del poder musulmán, dividido en pequeños reinos independientes logran arrebatarle el norte y centro de la actual provincia de Huelva que se convierte en una zona en litigio, primero entre musulmanes y cristianos  y más tarde entre castellanos y portugueses, hasta que por fin, por el tratado de Badajoz en 1267, entre los reyes de Castilla y Portugal, Alfonso X el Sabio, rey de Castilla queda como dueño y señor de todas las tierras al este del Guadiana. Este rey permitió la convivencia de musulmanes, cristianos y judíos, aunque esta convivencia no estuvo exenta de problemas.

Más tarde, pacificada la zona, cede parte de las tierras del centro y norte de la actual provincia de Huelva, en concreto Almonaster y Zalamea, al arzobispado de Sevilla,  y así en un privilegio real fechado en 1317 (1279 de nuestra era) en el que se establecen las condiciones de dicha cesión aparece por primera vez en un documento el nombre de un pueblo que hoy, casi 750 años más tarde, sigue llevándolo con orgullo: Zalamea. (Para mas información sobre este documento pinchar aquí). Se inició así un periodo de 300 años durante los cuales Zalamea estuvo sometida al señorío arzobispal.

Manuel Domínguez Cornejo       Antonio Domínguez Pérez de León

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (III)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (III)

EL DOMINIO DE LOS MUSULMANES

Durante la época del califato de Córdoba se crean las divisiones administrativas llamadas “coras”. Probablemente una buena parte del término de Zalamea, si no toda, en la que estaría incluido el pueblo, queda encuadrada en la cora de Hispalis (Sevilla). Posteriormente, con la división de territorio árabe en reinos de Taifas quedaría enmarcado igualmente dentro del reino de Sevilla, aunque siguiendo a otras fuentes y como consecuencia de las continuas disputas territoriales entre los reinos de Taifas pudo depender, en determinados momentos, si no todo el término, parte de él, de los reinos del Algarbe y Niebla, aunque creemos, ante la ausencia de documentación y de cartografía específica de la época que pueda asegurarnos una u otra cosa, que la pertenencia la reino de Taifa de Sevilla fue la más significativa, entre otras cosas por lo que se deduce de las distintas fases de la posterior reconquista por los cristianos.

De época musulmana  encontramos varios yacimientos en nuestro término. El más destacable, por haberse hecho un trabajo de excavación en él es el hallado junto al dolmen de Martín Gil. Es un pequeño asentamiento de una comunidad musulmana que utilizó muchos de los ortostatos del dolmen para la construcción de sus cabañas y corrales. En él aparecieron fragmentos de lucernas (candiles), cerámica común y una pizarra con inscripciones realizadas en el alfabeto árabe. Utilizaron el dolmen como corral para los animales domésticos.

 Otro yacimiento de bastante importancia es el encontrado en las proximidades de El Buitrón, cerca de la aldea destruida denominada Buitroncillo, al que posiblemente diera origen. Al no haberse hecho una excavación sistemática no podemos aportar más datos, sólo que por su formación y abundancia de cerámica en superficie debió ser similar al anterior.

El último es uno encontrado en La Mimbrera, en el que de igual forma se encuentra abundancia de restos de cerámica , habiéndose hallado en él además una moneda  cuya datación es muy difícil por el mal estado de conservación en el que se encuentra.

En lo que se refiere al pueblo de Zalamea, no se ha encontrado nada excepto un gran recipiente en forma de tinaja, con inscripciones en caracteres árabes y el sello del alfarero, en los trabajos de remodelación de una casa particular. Posiblemente también sea de época árabe un horno encontrado en los trabajos de allanamiento en las paredes de la barriada del Fresno que contenía gran cantidad de arcilla en bruto y unas pesas de telares realizadas en arcilla y que una primera datación la sitúan en este periodo. Al margen de esto, la explotación de los árabes, especialmente en el siglo XI de las minas de Riotinto, permite que en ellas se hayan encontrado restos de pequeños murallas pertenecientes a esta época con finalidad posiblemente defensiva. Estos amurallamientos son los que han sido mencionados posteriormente como los castillos de Cogullos y Cerro Salomón, que son a los que hace referencia Rodrigo Caro, cuando hablando de Zalamea dice que “…en su término existen tres castillos…” 

Imagen de la foto: Restos del poblamiento de Martín Gil

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (II)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (II)

LOS MUSULMANES INVADEN LA PENÍSULA 

La situación política de la España visigoda es incierta. Los grandes nobles adquieren una preponderancia  sobre el poder absoluto de los reyes. La propia tradición visigoda de sucesión real por elección favorece el poder de determinadas facciones nobiliarias. Al fallecer el rey Witiza, una de estas facciones coloca en el trono a Roderico, conocido posteriormente como Don Rodrigo. Sin embargo contó con la oposición de los nobles partidarios de los hijos de Witiza. Hecho que se pondría de relieve trágicamente más tarde como podremos ver.

Es de destacar en este momento un detalle que pudiera tener su importancia a la hora de valorar los topónimos de nuestra zona de posible origen hebreo. Hay constancia de que en tiempo de los visigodos existieron colonias hebreas cuya actividad principal era la mercantil y se prolongaron durante la dominación musulmana. Así pues no es descartable que la influencia de ese pueblo en algunos nombres de la zona pueda deberse a ellos. Es el caso de la antigua aldea zalameña, hoy desaparecida y de la que quedan tan solo unos pequeños restos, denominada Abiud, nombre de clara procedencia hebrea y cuya existencia en nuestro término plantea aún muchas incógnitas. Quizá su explicación pueda estar en la época que estamos tratando.

 Una época que había tocado a su fin. En el año 711 de nuestra era un ejército de musulmanes encabezado por Tariq derrota al último rey cristiano visigodo en la batalla de Guadalete y somete todo el sur peninsular al poder árabe.

 La causa de la invasión se había generado en realidad unos años antes desde la llegada al trono de don Rodrigo  al que, como  hemos explicado, se opusieron los hijos del anterior monarca, Witiza. El descontento entre la nobleza visigoda y el malestar de algunos sectores de la población por el trato de los visigodos propiciaron que algunos nobles, entro los que estaba el gobernador cristiano de Ceuta, Don Julián,  favorecieran la entrada en la península de un ejercito de musulmanes envíado por el gobernador del norte de África Musa ibn Nusair que puso al frente a Tariq ibn Ziyad. Mucho se ha escrito sobre la famosa batalla de Guadalete en la que se enfrentaron los ejércitos cristianos y musulmán, hay incluso autores que ponen en duda el lugar en el que se produjo y hasta la batalla misma reduciéndola a escaramuzas entre ambos ejércitos. Sin embargo recientes investigaciones dan verosimilitud a las fuentes que dan por cierta la batalla.

 Parece ser que ésta se produjo entre el 19 y el 26 de Julio de 711 y en ella participó el propio rey Rodrigo. En el transcurso del enfrentamiento los hijos de Witiza, a los que el rey había confiado los flancos del ejercito abandonaron el campo de batalla dejando completamente desprotegido el centro de las fuerzas cristianas. Este factor parece que fue decisivo y el choque acabó en una derrota total de Don Rodrigo que parece que perdió la vida en la contienda. Lo cierto es que a partir de ahí el reino hispano visigodo quedó a merced de los musulmanes que tan solo 3 años más tarde conquistaron la capital, Toledo.

Algunos años más tarde, las tropas del Abd-Al-Aziz, hijo de Musa, valí del norte de África, recorre el sudoeste peninsular para combatir los últimos focos de resistencia de los partidarios de Rodrigo y en su camino pasa por un lugar casi deshabitado cuyo nombre hoy solo podemos conjeturar, con numerosos edificios en ruinas que hablan de un pasado próspero. Lo encuentran agradable y con abundante agua. Sus pocos habitantes se someten pacíficamente. Los nuevos señores árabes son tolerante  y a cambio de un nuevo tributo “la chizya”, les permiten mantener sus costumbres y su religión. Con el tiempo grupos de musulmanes venidos de muy lejos se establecen en el lugar, levantan sus casas, cultivan sus campos, crean huertas, aprovechan sus fuentes y manantiales y venden sus productos a los que habían empezado a explotar las cercanas minas de Riotinto. Quizá por el carácter pacífico de sus gentes o quizá porque les recuerda su lugar de origen la bautizan con el nombre de “Salamya” 

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (I)

ZALAMEA LA REAL EN LA EDAD MEDIA (I)

 LA LLEGADA DE LOS VISIGODOS 

Con la decadencia del poder político y militar del imperio romano se crea una situación que va a permitir en los principios del siglo V la invasión de los pueblos godos en los territorios de la península ibérica  que antes habían formado parte  de aquel extenso imperio. La Bética, como una parte más de él, fue invadida en principio por los vándalos silingos que la ocuparon por poco tiempo, marchándose hacia el 425 al norte de África, dejando el terreno libre a los visigodos.

 Ese pueblo, con el paso del tiempo, crea una monarquía con sede en Toledo, durante la cual se mantuvieron , en gran medida, la organización y estructural social de la España hispano-romana, que ellos utilizaron en beneficio propio. Su influencia poblacional fue escasa ya que se trataba de un contingente  que se dedicó a ocupar militarmente Hispania. Es a partir de esta época cuando  comienza a extenderse el cristianismo en nuestra zona. Más aún cuando Recaredo se convierte al catolicismo convirtiéndola en religión oficial. Desde mediados del siglo V al primer tercio del VII, con motivo de unas disputas internas en el reino visigodo la Bética cae bajo el dominio del Imperio bizantino, al apoyar éste una de las facciones en litigio. La zona de Zalamea quedó como tierra de nadie.

Durante el periodo que le sigue se produce un decaimiento poblacional y cultural, abandonándose la explotación de las minas de Riotinto y otras del término que ya venían en franca decadencia desde el último periodo del imperio en el que Roma pierde gran parte del control de sus provincias.

Los visigodos utilizaron la religión como un elemento unificador para consolidar su poder. Las divisiones eclesiásticas supusieron una parte importante de su estructura de poder. Así los obispados en que se dividió Hispania fueron centros que ostentaban el poder religioso y en gran manera el político.

En este punto hay que hacer referencia a la crónica de Wamba. Se trata éste de un rey visigodo que asumió la corona a una edad avanzada y que tuvo que luchar contra la nobleza. Las crónicas sobre su reinado señalan los límites de los obispados, determinando que el de Itálica tenga desde Ulica hasta Varsa y desde Arsa hasta Mola. Se ha identificado por algunos autores Arsa con la actual Zalamea, no tenemos datos que corroboren esta hipótesis, más bien parece referirse a la actual Zalamea de la Serena. En cualquier caso mantenemos la hipótesis de que el término municipal de Zalamea quedó encuadrado dentro del obispado de Itálica sirviendo de límite  con el obispado de Elepla (Niebla), en el que quedó encuadrada la mayor parte del resto de la provincia de Huelva. Esto último pudo haber dado pie a la identificación de Arsa con Zalamea la Real.

Esta división territorial es posiblemente la que va a marcar el futuro del término de Zalamea en lo que se refiere a su relación con Sevilla en las sucesivas divisiones administrativas que se realizaron en otros periodos. De esta época han quedado numerosos vestigios arqueológicos, los más significativos son  por su entidad poblacional  los de la Mina de El Castillo de El Buitrón, El de Cerro Cogullos y el de El Partido. Después de ellos hay una multitud de pequeños poblamientos diseminados por todo el término de Zalamea para aprovechar las zonas fértiles, por ejemplo en Doña Juana , El Toril y  Las Esparragueras.

 Como consecuencia de este decaimiento poblacional y cultural se produce un empobrecimiento de nuestra zona que lleva a sus habitantes, en muchos casos a perder su condición de ciudadanos libres, viéndose sometidos al poder de las grandes familias nobiliarias hispano visigodas. Esta situación crea un descontento generalizado que va a facilitar el éxito de la dominación árabe