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LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (I)

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UNA ACTIVIDAD INDUSTRIAL DESAPARECIDA

 Pocos productos elaborados en Zalamea difundieron en el exterior el nombre de nuestro pueblo como lo hizo la cera en el pasado. Sin embargo ¿Cuántos zalameños conocen hoy que existió una actividad industrial que le dio fama no sólo en nuestra región sino en una buena parte de España?  Pues bien durante los siglos XVIII y XIX se relacionó el nombre de Zalamea con la fabricación de cera  y miel hasta el punto que en algunos mapas se señalaba su posición con una colmena. De igual forma en nuestro antiguo escudo aparece una flor de jara como símbolo de la importancia que esta actividad económica tuvo para el pueblo.

 Aparte del aprovechamiento de la miel que lleva consigo la explotación de las colmenas, la producción de cera se materializa en un elemento que es el objeto de nuestro estudio:  el lagar de cera. Veamos como se origina esta actividad industrial.

 Aunque la extracción de miel se conocía ya en épocas prehistóricas, es en la Edad Media cuando se consolida en Zalamea aprovechando las condiciones naturales del término que favorecen la abundancia de colmenas a las que los repobladores castellanos no dudaron en sacarle su máximo rendimiento.

 Un factor decisivo para la creación de los primeros lagares, aparte de su uso doméstico, debió ser la demanda originada por las numerosas cofradías y hermandades religiosas que proliferaron en nuestro pueblo. Así encontramos las primeras referencias en las reglas de la hermandad de San Vicente, en 1425, cuando se dice “…las cuentas que cada año han de dar los priostes, así de las rentas de las tierras como de las obras pías y de la cera que hiciere para esta hermandad…” De lo que se infiere que ya en aquel tiempo se hacía cera  en Zalamea puesto que no se hace mención de la que se “comprare” sino de la que se “hiciere”.

 En un artículo anterior titulado “La cera en las manifestaciones religiosas del pasado” hacemos referencia a la elevada cantidad de cera que demandaban otras hermandades inmediatamente posteriores a la de San Vicente y que no vamos a repetir aquí y que influyó decisivamente en la creación de lagares de cera. Ya en las Ordenanzas Municipales de 1535 se dedican varios de sus artículos a esta actividad económica estableciendo en el número 68 los días y lugares en que se han de sacar los vecinos las colmenas y en el número 4 las condiciones que han de cumplir los que labren cera en el lagar del arzobispo, reconociendo implícitamente la existencia de otros lagares, pero sin precisar su número; así mismo al hablar del almotacenazgo (control de pesas y medidas) se menciona la cera pesada y labrada en dicho lagar del arzobispo. Posiblemente era donde se controlaba la mayor parte de la producción y a él acudían  muchos de los vecinos para hacer uso de prensa, calderas y pesos, convirtiéndose en el lagar por antonomasia, de tal manera que en el Libro de los Privilegios, cuando se recoge el momento en que el licenciado Rado en 1582 hace entrega del término al Concejo de Zalamea  y habla de “…una casa junto al lagar de cera…” se está refiriendo probablemente a él.

Así pues, aunque en principio consistió en una actividad destinada a autoabastecerse, la existencia de abundante materia prima permitió que más tarde creciera y se desarrollara transformándose en una de las más destacadas e importantes.

 Durante los siglos XVII y XVIII la producción de cera alcanzó las cotas más altas, así en el catastro del marqués de la Ensenada se registra la existencia de dos maestros cereros y 58 tratantes de cera, reconociéndose en 1787 un nivel de producción por un valor de 100.000 reales; un poco más tarde, en 1799, en la relación de vecinos más acaudalados, aparecen once de ellos con un importante valor en colmenas, que en conjunto llega a 43.150 reales. Probablemente la mayoría, si no todos, tendría su propio lagar.

 Según los datos de los que disponemos parte de la cera que se producía se exportaba a Madrid y a otros pueblos de Castilla y a ello se destinaban “recuas de bestias mayores” que eran utilizadas por sus dueños para transportar la cera en amarillo a estos lugares, tal como se explica en un informe extraído de las Actas Capitulares de 1786.

 A principios del siglo XIX aún perduraba intensamente esta actividad puesto que en un documento fechado el 21 de Noviembre de 1826, en el que se da noticias de la villa de Zalamea, se dice que hay “seis fábricas donde se elabora y blanquea cera y se hacen velas y así mismo en las propias fábricas hay tres lagares para sacar la cera en amarillo”. Por último, Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico Estadístico – Histórico de 1835, también refiere la existencia de varias de ellas en Zalamea.

 Todo parece indicar que los lagares decaen en Zalamea a finales del siglo XIX aunque no desaparecieron totalmente hasta casi mediado el siglo XX, una razón fundamental posiblemente fuera el humo de las calcinaciones al aire libre de las minas de Riotinto que se incrementaron al hacerse cargo la Compañía Inglesa en 1873 de su explotación. Los humos que tanto perjudicaron al campo zalameño, fueron nefastos también para las abejas de nuestras colmenas.

 Es interesante conocer también cuáles fueron los últimos lagares de Zalamea y el proceso utilizado en la extracción de la cera y los procedimientos de elaboración, pero de ello hablaremos en el próximo capítulo

Imagen de la foto: Prensa del lagar de la Calle Sevilla. Fabricada con el tronco y "trepá" de una encina y un torno de la misma madera con los que se ejercía presión sobre los capachos para extraer la cera en amarillo.

Manuel Domínguez Cornejo          Antonio Domínguez Pérez de León

LOS LAGARES DE CERA EN ZALAMEA (II)

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Los últimos lagares y el proceso de extracción y elaboración.

Hablábamos en el artículo anterior que la industria de la cera permaneció en Zalamea hasta bien entrado el siglo XX. Pues bien los últimos lagares de los que tenemos constancia estaban situados uno en la calle San Vicente y otro en la calle Sevilla, manteniéndose este último en funcionamiento hasta el año 1943. Perteneció a Don José Lorenzo Serrano, el terrateniente que encabezó la manifestación contra los humos en 1888, pasando posteriormente a la familia Ordóñez, al casar una hija de aquel con José María Ordóñez Rincón , presidente de la liga antihumos de Huelva y estuvo regentado en sus últimos años por Sebastián Domínguez Díaz.

El proceso de extracción de la cera se hacía de una forma puramente artesanal y hay que distinguir entre el lagar propiamente dicho y la fábrica donde se manufacturaba la cera, aunque generalmente se asociaban ambas cosas. No obstante tenemos constancia de que existieron fábricas que no disponían de lagar y debían acudir  a éste para extraer la cera en amarillo que, como explicaremos más adelante, era la primera fase de todo el proceso.

La descripción del procedimiento mediante el cual se llevaba a cabo la elaboración de la cera nos permite reconstruir nombres y utensilios hoy desaparecidos, así como el trabajo alrededor del cual giró la vida de un buen número de nuestros antepasados.

 La cera en bruto de los panales era traída al lagar en forma de bolas por los propietarios de las colmenas o por algunos tratantes mayores que la negociaban con varios colmeneros; al llegar eran pesadas en una balanza de gran tamaño. La unidad de peso por aquel entonces era la libra, cuyo valor era aproximadamente 400 gramos. Una vez en el lagar se hacía un primer cocido para reblandecerla y se amontonaba en los capachos y después de exprimidas mediante una prensa, fabricada enteramente de madera de encina, tanto el tronco como el cuerpo de la palanca de presión, se extraía la cera de color amarillo que se endurecía en unos bloques ovalados, obteniéndose así las llamadas “marcas”. Estas marcas volvían a otras calderas donde de nuevo eran derretidas pasando después a un recipiente cilíndrico con perforaciones en su parte inferior por donde salían unos hilos líquidos que mediante una especie de rueda eran introducidos en unas pilas de agua donde volvían a endurecerse. Así se obtenían las “cintillas” que eran llevadas luego al exterior y extendidas en unas pilastras alargadas donde por la acción del sol se blanqueaban. Para este fin era necesario exponerlas durante 21 días, a la mitad de los cuales se les daba la vuelta para blanquear la otra cara.

 Transcurrido ese tiempo se volvían a cocer para librarlas de impurezas y se hacían nuevas “marcas”, esta vez de cera en blanco que se almacenaban hasta ser derretidas de nuevo en otras calderas para hacer finalmente las velas. Esto último se hacía vertiendo manualmente la cera derretida con un cazo en los pábilos o cordones (la mecha) que colgaban de una rueda colocada en posición horizontal que se hacía girar a la vez que se le dejaba caer a cada pábilo un baño de cera; dependiendo del grueso  que se quisiera dar a la vela así eran las vueltas que debía dársele a la rueda para hacer pasar los pábilos por encima de un recipiente donde se recogía la cera sobrante que escurría y donde se mantenía caliente. Una vez endurecidas era necesario enderezarlas y cortarlas a mano.

El producto elaborado  podía ser velas, en sus distintas formas y gruesos y  antiguamente, también “hachas”, especies de velas gruesas con estrías y varios pábilos, que fueron utilizadas por algunas hermandades en sus procesiones. Parte de esa producción se vendía fuera aunque, según los informes de los que disponemos, la mayor parte de la cera que se exportaba era en amarillo.

 El último lagar al que hicimos referencia se cerró, como dijimos en 1943, después de la muerte de Sebastián Domínguez. Con él desapareció  una de las tradiciones artesanales que más prestigio dio a Zalamea a lo largo de su historia, habiendo quedado hoy en el más triste de los olvidos.

 Imagen de la foto: Proceso de fabricación de las velas. En la foto puede verse como la cera era vertida en los pábilos que colgaban de una rueda horizontal y la caldera donde se mantenía la cera derretida.

Manuel Domínguez Cornejo        Antonio Domínguez Pérez de León

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