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LOS VÍA CRUCIS EN EL MUNDO CATÓLICO, UN RITO. EL DE ZALAMEA, UNA JOYA CULTURAL.

Muchos han sido los estudios realizados sobre los orígenes del Vía Crucis en Zalamea la Real, pero nunca se ha abordado desde la perspectiva que ofrece este ritual en el resto del mundo católico. Su estudio desde esta óptica ofrece unos datos interesantes.
El Vía Crucis, al contrario de ser una un elemento exclusivo entre las manifestaciones religiosas, es una ceremonia bastante extendida por la comunidad católica. Parece ser que sus orígenes se remontan a poco tiempo después de la muerte de Jesucristo; se inició posiblemente en el mismo Jerusalén sobre el siglo I cuando los primeros cristianos marcaron devotamente, en el camino hacia el Gólgota, algunos de los momentos por los que atravesó Jesús desde la casa de Pilatos hasta el lugar donde fue crucificado y posteriormente sepultado.
Se sabe que en tiempos del emperador Constantino, -aquel que legalizó el cristianismo en el imperio romano-, eran ya muy numerosos los peregrinos que acudían a Jerusalem para realizar algún tipo de Vía Crucis. Mucho tiempo después fueron los franciscanos los que formalizaron y difundieron la celebración del Vía Crucis como ceremonia religiosa ya que a ellos les fue encomendada la responsabilidad de custodiar los Santos Lugares. Inicialmente no existía una forma fija de llevarlos a cabo, ya que algunos lo hacían recorriendo el camino desde la casa de Pilatos al Calvario, mientras que otros hacían ese mismo camino pero al revés. Se trataba pues sencillamente de recorrer los lugares por los que pasó Jesús en las últimas horas de su vida.
Según hemos podido averiguar, en un principio el Vía Crucis se componía de 7 estaciones aunque a finales del siglo XVI ya se contabilizaba en muchos de ellos 12. Probablemente fue en Europa donde se le aporta dos estaciones más para convertirla en las 14 que tendría definitivamente. A partir de mediados del siglo XVIII el Papa instó a todos los sacerdotes a sacar en procesión el Vía Crucis en sus parroquias, de donde puede provenir quizá la antigua tradición de realizar esta ceremonia en el interior de nuestra Iglesia. Como podemos ver, además, este impulso que se da al Vía Crucis a mediados del siglo XVIII coincide con los datos que se tienen en Zalamea acerca de su fundación, que nos dicen que ya se celebraba uno en Zalamea en 1750, antecesor del que 26 años más tarde constituyera Gabriel Alejandro Sanz, cuya historia obviamos por ser de todos conocida. Aquel Vía Crucis puede que inicialmente tuviera un recorrido distinto al de hoy y con el que posiblemente tengan relación las cruces distribuidas en algunas calles de Zalamea y que aún se conservan empotradas en las fachadas de algunas casas
Recientemente, en 1991, Juan Pablo II promovió una reforma del Vía Crucis añadiéndole una estación más, aparte de otros nuevos cambios. Este nuevo ritual, hoy bastante extendido en muchas poblaciones del mundo católico occidental, cuenta con una notable diferencia con los primitivos. Mientras que el nuevo comienza en el Huerto de Getsamní, en los antiguos empieza en la Casa de Pilatos con la condena a muerte de Jesús. Como podemos comprobar ésta es una muestra más de que el nuestro se ha mantenido fiel a sus orígenes ya que hemos comprobado que la distribución de sus estaciones se corresponde exactamente con el orden primitivo anterior a la reforma de Juan Pablo II.
Como ya mencionamos anteriormente, en una primera fase, en el siglo XVI, el Vía Crucis tenía 12 estaciones y finalizaban con la muerte de Jesús en el Gólgota. Con su generalización en Europa se le añaden dos estaciones más que se corresponden con el descendimiento de la Cruz y el entierro en el Sepulcro. Posteriormente en Zalamea se le incluyó una decimoquinta dedicada a la Resurrección, peculiaridad esta que caracteriza al Vía Crucis de Zalamea.
Antes de seguir adelante debemos reseñar la sutil diferencia entre Vía Crucis y Vía Sacra. Aunque en Zalamea se le conoce indistintamente con ambos nombres debemos distinguir que Vía Sacra se refiere al recorrido físico por el que discurre la ceremonia mientras que Vía Crucis es la denominación que se da a la ceremonia en su conjunto. Aclarado esto, debemos detenernos un momento para analizar un detalle que denota la antigüedad del que se celebra en nuestro pueblo, ya que si se observan bien las tres últimas estaciones se debieron añadir al recorrido primitivo de la Vía Sacra una vez definitivamente fijada esta ya que podemos ver que en el último tramo se acumulan de una forma muy continuada las tres últimas estaciones cuando de haber sido establecidas desde el primer momento hubiesen estado mejor distribuidas a lo largo del recorrido como sucede con las 12 primeras.
Por otra parte y volviendo a referirnos a este ritual en otros lugares, hemos comprobado que existieron y aún existen algunos Vía Crucis que también tienen ciertas peculiaridades, por ejemplo, algunos no se realizan el viernes santo como es el caso de El Viso del Alcor que tiene lugar el viernes anterior al miércoles de ceniza; en Niebla se lleva a cabo el viernes de Dolores alrededor de la muralla. Otros se caracterizan por su espectacularidad como es el de los “Empalaos” de Valverde de la Vera. Por lo demás hemos encontrado numerosas cofradías de Vía Crucis que no son significativas porque se dedican a sacar en procesión una imagen durante algún día de la Semana Santa. Uno de los Vía Crucis más originales ya desaparecido, pero que fue de los primeros que se llevó a cabo era el de Sevilla, preludio de la Semana Santa sevillana, que empezaba en la casa de Pilatos y terminaba en el templete de la Cruz de Campo.
Lo que hace único y da valor a nuestro Vía Crucis es el conservar los elementos primitivos originales de esta manifestación religiosa a los que hemos hecho mención, además de celebrarse en la noche del Viernes Santo como los que tenían lugar originalmente en Tierra Santa. Otros elementos, como la asistencia exclusiva de hombres o la incorporación de los toques de corneta y esquila procedentes de la hermandad de la Vera Cruz, han contribuido al carácter peculiar y diferenciador de una ceremonia que es una autentica joya antropológica a conservar.
LOS ÚLTIMOS 50 AÑOS DE LA SEMANA SANTA EN ZALAMEA

Por extraño que parezca, a veces resulta más difícil encontrar datos de épocas más recientes que de aquellas otras más distantes en el tiempo. Es el caso que nos ocurre cuando tratamos de reconstruir los últimos cincuenta años de la hermandad de Penitencia. Puede resultar más fácil hablar de los orígenes y evolución de nuestra Semana Mayor que hacer una crónica de los últimos 50 años de la historia de las imágenes y procesiones, entre otras cosas por el riesgo a equivocarnos. Curiosamente poco, o muy poco, se ha registrado por escrito de lo sucedido en estos años. Por esta razón hemos creído conveniente recoger todo aquello que se sabe o se recuerda acerca de la Semana Santa en Zalamea en la segunda mitad del siglo XX.
Hemos podido constatar que a comienzos de este siglo, las procesiones se diferenciaban enormemente de las de ahora. Tendremos oportunidad de ahondar en otra ocasión en los detalles de estos primeros años del siglo aunque a modo de avance podemos decir que las imágenes eran mucho más sencilla y menos pesadas, eran transportadas en una especie de andas fáciles de llevar por cuatro personas, sin acompañamiento de penitentes, con gran austeridad de adornos florales y su recorrido no era como el de hoy, no distanciándose mucho de la iglesia por lo general.
El Vía Crucis y la procesión del viernes por la madrugada se hacían con mucha más sencillez, suponemos que el crucificado que se empleaba en la procesión de la Vera Cruz en la madrugada del viernes debía ser de pequeño tamaño ya que era portado por un solo hombre. La Vía Sacra, sin embargo, conservó las características que hoy le identifican aunque tanto las peanas de las estaciones como la ermita fueron cambiadas y remodeladas respectivamente con posterioridad.
En el año 36 un gran incendio provocado en la Iglesia hizo desaparecer buena parte de las riquezas que se conservaban. Lógicamente esto supuso una interrupción en las celebraciones puesto que hubo que iniciar trámites para recuperar imágenes nuevas. Esta recuperación se inicia nada más terminar la Guerra Civil. En principio no procesionaron, simplemente fueron colocadas y expuestas en la Iglesia; tal es el caso del Cristo de la Sangre, conocido popularmente como el Crucificado que fue encargado al escultor Bidón en 1938, aunque hay quien afirma que es de fecha posterior. En cualquier caso, en los años 70 fue remodelada por el escultor zalameño Manuel Domínguez Rodríguez. Nuestra Señora de la Soledad, también del escultor Bidón, llega en el año 1940. Es probable que sobre esa fecha comiencen de nuevo las procesiones; tenemos conocimiento de la existencia de una circular fechada en 30 de Abril de 1943 de la que se deduce la reconstitución de la Hermandad de Penitencia. De nuevo las imágenes vuelven a salir por las calles de Zalamea y parece ser que es en esa fecha, 1943, cuando comienzan los pasos a ser acompañados de penitentes, aunque en un principio salían sólo los negros.
El nazareno, obra también de nuestro paisano Manuel Domínguez, llegó a Zalamea el 25 de marzo de 1955. Hasta entonces las procesiones sacaban repetidamente las mismas imágenes, es decir el Cristo Crucificado y la Virgen de la Soledad, que antes también era Virgen de los Dolores. Estas dos imágenes procesionaban jueves por la tarde, viernes de madrugada y viernes por la tarde. En esta última procesión la imagen del crucificado era llevada a la ermita del Sepulcro, introduciéndose la imagen en él para celebrar por la noche el Vía Crucis, permaneciendo unos días hasta que regresaba de nuevo a la Iglesia donde era venerada. Con la llegada del Cristo Yacente en el año 1950, obra del escultor Barbero, reposando en una urna de estilo barroco, el viernes santo tuvo sus propias imágenes y como mencionamos más arriba, después de la llegada del Nazareno en 1955 el jueves santo tuvo también las suyas propias, con lo que los tres días sacaban imágenes distintas para Jesús aunque seguían teniendo la misma Virgen, la que hoy conocemos como la Soledad de Bidón.
Sobre los años 60, a iniciativa de algunos jóvenes de la hermandad, y no sin cierta resistencia, comenzó a salir el Cautivo y probablemente de esta época datan los penitentes blancos, recuperándose así una de los aspectos más característicos de las procesiones de la antigua hermandad de la Vera Cruz de 1581, la existencia de penitentes blancos y negros en una misma procesión.
Por fin en 1969 llega a Zalamea la Virgen de los Dolores, obra también del escultor zalameño ya mencionado, y de esta manera se configura definitivamente las Semana Santa tal como actualmente la conocemos, desfilando el Cautivo y Nuestra Señora del Mayor Dolor el miércoles, el Nazareno y la Virgen de los Dolores la tarde del jueves y en la madrugada el Crucificado o Cristo de la Sangre con la Virgen de los Dolores de nuevo, para terminar el viernes por la tarde con el Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista, imagen ésta que se añadió al paso con posterioridad al igual que el Cirineo del Nazareno, obras ambas del zalameño Manuel Domínguez Rodríguez
Conviene recordar que los “encuentros” del Jueves Santo se hacían con el crucificado en la antigua calleja de la cárcel, luego pasaron a realizarse con la nueva imagen del Nazareno en el mismo lugar hasta que la construcción del paseo cuadrado obligó a desplazar su localización a dónde hoy se hace. Cabe mencionar, igualmente, que, en la década de los 80, hubo unos años en los que salían en procesión el viernes por la tarde todas la imágenes, en una especie de recapitulación de lo que había sido la Semana Santa, sin embargo esta práctica por atípica se abandonó en los últimos años.
Mención especial merece el Vía Crucis. Aunque es probable que durante la guerra civil estuviera sin celebrarse algunos años, puede que su práctica se retomara antes, incluso, que las procesiones, habida cuenta que su ejecución no requería imágenes, y según parecen atestiguar los recuerdos de las personas de edad. Como ya dijimos, hasta que en 1950 se trajo el actual Cristo Yacente, se estuvo utilizando el mismo crucificado de las procesiones que era colocado en el altar mayor del Sepulcro. Como anécdota conviene resaltar algunos aspectos relativos a la Vía Sacra: El horario de celebración fue siempre a las diez de la noche y se hacían con la misma solemnidad y recogimiento que hoy inspira, asistiendo, como sigue siendo tradición, sólo los hombres. Era costumbre que finalizada la procesión del viernes por la tarde las mujeres se recogieran en sus casas y las mozas no eran visitadas por los novios aquella noche. Finalizado el Vía Crucis, de 2 a 3 de la madrugada iban algunas mujeres al sepulcro a lo que llamaban levantar la losa, permaneciendo en él toda la noche
El sábado santo por la mañana tenía lugar otra Vía Sacra, ésta con la asistencia del sexo femenino, portando a la Virgen totalmente vestida de blanco, práctica hoy desaparecida.
Hay dos eventos que conviene reseñar y que tienen especial relevancia en la historia de la hermandad. Uno de ellos fue la conmemoración del bicentenario de la Vía Sacra en 1976, hecho que quedo reflejado en una placa colocada en la parte delantera de la ermita y del que dejaron constancia con su firma en un libro de protocolo las cerca de 600 personas que acudieron aquel año a la Vía Sacra, cantidad bastante considerable y que raras veces se ha visto superada. El otro hecho destacable fue el nombramiento de su Majestad el Rey Don Juan Carlos I como hermano mayor honorario de la Hermandad en 1995, suceso que se acredita con una carta de la casa real por la cual se acepta por parte de su majestad el nombramiento y la legitima para denominarse Real Hermandad de Penitencia; fue la culminación de un largo proceso en el que hubo que demostrar la antigüedad e historia de la hermandad.
Pie de foto: Un “encuentro” de 1948. (En él se aprecia como se hacía aún con el Crucificado)
Manuel Domínguez Cornejo Antonio Domínguez Pérez de León